—Sin duda. Estaba usted extremadamente borracho, según el cocinero. No olvide que él sí está sobrio en su trabajo y vigila a la gente. Se fija en quiénes van y vienen. Y en cuándo van y vienen.
Se calló.
—De manera que se fue usted a dar una vuelta por la ciudad, y terminó en casa de Durban, donde aparcó el coche de Einarsson sobre la acera y llamó a su puerta a las ocho en punto. Dos breves timbrazos. ¿No es cierto? Pagó y obtuvo a cambio su mercancía. Y luego discutió con ella —añadió, moviendo ligeramente la cabeza y clavando sus ojos en él.
Sejer había bajado la voz y Ahron había bajado la cabeza, como si tuviera algo interesante sobre las rodillas.
—Tiene usted un temperamento peligroso, Ahron. Antes de pensárselo dos veces la había matado. Volvió a toda prisa al pub, con la esperanza de que le sirviera de coartada y de que nadie se hubiera dado cuenta de que había salido un rato. Y luego empezó a beber.
»En plena borrachera, que debió de ser inmensa, se dio cuenta de lo que había hecho. Se lo contó confidencialmente a Einarsson, pensando que él quizá podría echarle una mano con la coartada. Era su amigo. Eran como una piña. Y fue un accidente, ¿no? Usted había tenido muy mala suerte, pobre hombre, Egil sin duda lo entendería. Por eso se arriesgó y se lo contó. Además, él estaba sobrio, tal vez era el único de todos ustedes que lo estaba. A él lo creerían.
Ahron se equivocó y echó la ceniza fuera del cenicero, seguramente adrede.
—Pero luego perdió los estribos, ¿no es cierto? Estuvo muy desafortunado, porque se hizo notar muchísimo. Aquella noche el dueño nos llamó para que fuéramos a buscarlo y llevarlo al calabozo. Einarsson fue detrás en su coche. Tal vez tuvo miedo de que usted fuera a delatarse en el coche de la policía o en el calabozo. No sólo iba a salvarlo del calabozo, también lo salvaría de una condena por homicidio. Y lo logró. Supongo que usted no descubriría lo insólito de esa situación hasta el día siguiente, y me figuro que se estremecería pensando en lo cerca que había estado de ser descubierto.
Ahron se lió otro cigarrillo.
—La desaparición de Einarsson tuvo que causarle un extraño efecto. ¿Ha pensado alguna vez en por qué murió? ¿Se lo ha planteado seriamente? Porque fue exactamente lo que usted dijo: un desafortunado malentendido.
Ahron recobró las fuerzas y se reclinó en la silla.
—Y luego empieza a frecuentar la casa de Jorun. Sabía que la interrogaríamos. ¿Acaso tenía miedo de que Einarsson le hubiera delatado?
—Al parecer, ha ensayado mucho esta historia.
—Escuche. Tengo algo que decirle. Alguien lo vio todo. Fue visto por un testigo, y no me refiero a que lo viera alejarse del lugar en el coche de Einarsson. Un testigo lo vio matar a Marie Durban.
Esa afirmación era tan asombrosa que Ahron se vio forzado a sonreír.
—A veces, la gente tiene miedo de presentarse. A menudo, tiene buenas razones para no hacerlo, y eso es lo que ha pasado esta vez. Pero al final ella ha aparecido. Estaba sentada en una banqueta en la habitación de al lado, mirando a través de la puerta por una rendija. Acaba de declarar ante la policía.
Peddik movía los ojos, y luego sonrió una vez más.
—Una declaración bastante fuerte, ¿no? —prosiguió Sejer—. Estoy de acuerdo. Pero ¿sabe?, esta vez no se trata de ninguna fanfarronada. Usted la mató y alguien lo vio. Fue un homicidio brutal e innecesario. La víctima era una mujer —Sejer se levantó de la silla y dio algunos pasos—, una mujer menuda, con sólo una mínima parte de la masa muscular que tiene usted. Según el informe del forense medía un metro cincuenta y cinco centímetros, y pesaba cincuenta y cuatro kilos. Estaba desnuda, y usted estaba sentado encima de ella. En otras palabras, se encontraba completamente indefensa —añadió, dejándose caer de nuevo sobre la silla.
—¡Qué coño indefensa! ¡Tenía un cuchillo!
El grito retumbó en la habitación y luego se oyó un sollozo.
Ahron escondió la cara entre las manos intentando mantener quieto su cuerpo. Había empezado a temblar violentamente.
—¡Quiero que venga ese abogado!
—Ya llegará, no se preocupe.
—¡De una puta vez!
Sejer se inclinó sobre el radiocassette y puso en marcha la cinta. La voz de Eva Magnus era clara y nítida, casi un poco monótona, en ese punto ya estaba cansada, pero lo que decía no daba lugar a malentendidos.
—¡Las putas sois la leche, joder! Te he dejado mil coronas por un trabajo de cinco minutos. ¿Sabes cuánto tengo que trabajar en la fábrica de cerveza para ganarme mil coronas?
—Ahora tal vez haya comprendido por qué murió Egil. Se parecían ustedes bastante. Era fácil equivocarse en la penumbra.
—¡El abogado! —gritó Ahron con voz ronca.
J
an Henry se había escondido en el garaje. Sudaba intentando doblar las perneras del mono que le había regalado Sejer. Cuando acabó, se miró en un viejo cristal de una ventana medio rota que estaba apoyada contra la pared.
Emma Magnus se encontraba en el cuarto de huéspedes de la casa de su padre, donde tenía su cama. Miraba a su alrededor con cara desconcertada.
—Quiero dormir con vosotros —suplicó.
—No hay sitio para tu cama —contestó desesperado su padre.
—Pero puedo dormir con vosotros —lloriqueó la niña—. No me importa estar en medio.
Larsgård había sido llevado en una ambulancia al hospital. Los conductores echaron un rápido vistazo a la casa, por si hubiera un perro o un gato que corrieran el riesgo de quedarse encerrados. Registraron todas las habitaciones, incluido el sótano, en donde no había más que viejos trastos: una lavadora estropeada, manzanas podridas y un montón de viejos botes de pintura.
Eva Magnus se había tapado la cabeza con la manta. Allí dentro todo estaba oscuro y pronto llegó el calor. No había ningún pensamiento en su cabeza.
Karlsen y Sejer caminaban en silencio por el pasillo y llegaron al patio trasero, donde estaban los coches. Karlsen señaló un Ford Mondeo.
—¿Qué crees que aplicarán a Magnus? —preguntó mirando a Sejer.
—Homicidio premeditado, me temo, dos treinta y nueve.
Suspiró profundamente. Tenía una sensación de pesadez en el estómago. Los niños inventaban tantas cosas… Se olvidaban de la hora, no tenían sentido de la responsabilidad y cualquier cosa era posible, no tenía por qué haber sucedido nada grave, probablemente sería una tontería. Eso esperaban cuando se acercaron al coche. Pero instintivamente, como si hubieran recibido una señal, los dos aceleraron el paso.
[1]
17 de mayo, día de la Constitución noruega, la fiesta más importante del año. (
N. de las T
.)
[2]
Signos de la escritura germánica más antigua. (
N. de las T
.)
[3]
Unos cuarenta millones de pesetas al cambio actual. (
N. de las T
.)
[4]
S de «Samvirkelaget», o «la tienda de la cooperativa», presente en todas las pequeñas poblaciones rurales noruegas. (
N. de las T
.)