—¿No debería alguien dar un discurso para animarnos? —preguntó Minho, y atrajo la atención de Thomas.
—Adelante —contestó Newt.
Minho asintió y miró al grupo.
—Tened cuidado —dijo secamente—. No muráis.
Thomas se habría reído si hubiese podido, pero estaba demasiado asustado para que le saliera.
—Estupendo. Ahora estamos inspiradísimos —replicó Newt, y luego señaló por encima de su hombro, hacia el Laberinto—. Todos conocéis el plan. Después de que nos trataran durante dos años como a ratones, esta noche vamos a resistirnos. Esta noche se la devolveremos a los creadores. Esta noche más les vale a los laceradores temernos.
Alguien aplaudió y, luego, otro más. No tardaron en oírse gritos de batalla, que aumentaron de volumen y llenaron el aire como un trueno. Thomas sintió un cosquilleo de valor en su interior. Lo agarró, se aferró a él y le instó a crecer. Newt tenía razón: aquella noche lucharían. Aquella noche opondrían resistencia de una vez por todas.
Thomas estaba preparado. Rugió con los demás clarianos. Sabía que deberían estar en silencio para no llamar demasiado la atención, pero no le importaba. El juego había empezado.
Newt lanzó su arma al aire y gritó:
—¡Oíd esto, creadores! ¡Vamos a por vosotros!
Y, tras decir eso, se dio la vuelta y corrió hacia el Laberinto con su cojera apenas perceptible. Hacia el aire gris que parecía más oscuro que el Claro, lleno de sombras y oscuridad. Los clarianos que rodeaban a Thomas, aún vitoreando, cogieron sus armas y corrieron detrás de él, incluso Alby. Thomas les siguió alineado entre Teresa y Chuck, levantando una gran lanza de madera con un cuchillo sujeto en la punta. La repentina responsabilidad que sintió hacia sus amigos casi le abrumó e hizo que le resultara más difícil correr. Pero continuó, decidido a ganar.
«Puedes hacerlo —pensó—. Sólo tienes que llegar hasta el Agujero».
Thomas mantuvo un ritmo constante mientras corría con los demás clarianos por los caminos de piedra hacia el Precipicio. Se había ido acostumbrando a correr por el Laberinto, pero aquello era completamente distinto. Los sonidos de las pisadas retumbaban por las paredes y las luces rojas de las cuchillas escarabajo brillaban más amenazadoras entre la hiedra. No cabía duda de que los creadores estaban observando, escuchando. De un modo u otro, iba a haber una pelea.
¿Estás asustado?
—le preguntó Teresa mientras corrían.
No, me gustan las cosas hechas de grasa y acero. Me muero por verlas.
No sintió alegría ni ganas de reír, y se preguntó si en algún momento volvería a sentirse así.
¡Qué gracioso!
—respondió ella.
La chica iba justo a su lado, pero tenía los ojos clavados al frente.
No nos pasará nada. Tú quédate cerca de mí y de Minho.
Ah, mi caballero de la brillante armadura. ¿Qué pasa, no crees que pueda arreglármelas por mí misma?
La verdad era que pensaba más bien lo contrario. Teresa parecía tan fuerte como cualquiera de los que estaban allí.
No, sólo intento ser amable.
El grupo estaba repartido por todo lo ancho del pasillo y corría a un ritmo constante, pero rápido; Thomas se preguntó cuánto tiempo aguantarían los que no eran corredores. Como si fuera una respuesta a aquel pensamiento, Newt retrocedió y le dio unos golpecitos a Minho en el hombro.
—Ahora, ponte tú a la cabeza —le oyó decir.
Minho hizo un gesto de asentimiento y corrió para ponerse al frente y guiar a los clarianos por todos los giros necesarios. Para Thomas, cada paso que daba era terrible. El valor que había conseguido reunir se había transformado en terror y no dejaba de preguntarse cuándo empezarían a perseguirles los laceradores. Cuándo comenzaría la batalla.
Y así siguió mientras continuaron avanzando. Los clarianos que no estaban acostumbrados a correr tales distancias jadeaban con grandes bocanadas de aire. Pero ninguno se rindió. Continuaron corriendo, sin rastro de los laceradores. Y conforme el tiempo pasaba, Thomas permitió que un hilito de esperanza entrara en su organismo, pues quizá llegaran antes de que les atacaran. Quizá.
Finalmente, después de la hora más larga de la vida de Thomas, siguieron por el largo callejón que daba al último giro antes del Precipicio, un corto pasillo a la derecha que se bifurcaba en forma de T. Thomas, con el corazón latiéndole con fuerza y el sudor resbalándole por la piel, se había colocado justo detrás de Minho y tenía a Teresa a su lado. Minho aminoró el paso en la esquina, luego se paró y levantó una mano para decirles a Thomas y a los demás que hicieran lo mismo. Después, se dio la vuelta con una expresión de horror en el rostro.
—¿Oís eso? —susurró.
Thomas negó con la cabeza, tratando de eliminar el terror que le había transmitido la cara de Minho. Minho avanzó sigilosamente y se asomó por el borde de piedra para echar un vistazo al Precipicio. Thomas ya le había visto hacer aquello antes, cuando siguieron a un lacerador hasta aquel mismo sitio. Igual que la otra vez, Minho retrocedió bruscamente y se volvió hacia él.
—Oh, no —dijo el guardián con un gemido—. Oh, no.
Entonces Thomas lo oyó. Los sonidos de los laceradores. Era como si hubieran estado escondidos, esperando, y ahora hubiesen vuelto a la vida. Ni siquiera tuvo que mirar; sabía lo que Minho iba a decir antes de que lo dijera:
—Hay, como mínimo, una docena. Tal vez, quince —se frotó los ojos con las palmas de las manos—. ¡Nos están esperando!
Un glacial escalofrío de miedo azotó a Thomas con más fuerza que nunca. Miró a Teresa y estuvo a punto de decirle algo, pero se detuvo cuando vio la expresión de su pálida cara. Nunca había visto que el terror se presentase de forma tan descarnada.
Newt y Alby se habían acercado a la fila de los expectantes clarianos para unirse a Thomas y a los demás. Por lo visto, la declaración de Minho ya se había susurrado entre las filas, porque lo primero que Newt dijo fue:
—Bueno, sabíamos que tendríamos que luchar —pero el temblor de la voz le delató; sólo trataba de decir lo correcto.
Thomas también se sintió así. Había sido muy fácil hablar de la lucha cuando no había nada que perder, de la esperanza de que sólo se llevarían a uno, de la oportunidad de por fin escapar. Y ya había llegado; de hecho, la tenían literalmente a la vuelta de la esquina. Las dudas sobre si podría llevarlo a cabo comenzaron a filtrarse en su mente y su corazón. Se preguntó por qué los laceradores estaban esperándoles; sin duda, las cuchillas escarabajo les habían avisado de que los clarianos se acercaban. ¿Estaban disfrutando los creadores con todo aquello?
Se le ocurrió una idea:
—A lo mejor ya se han llevado a un chaval del Claro. A lo mejor podemos pasar a su lado. De lo contrario, ¿por qué iban a estar ahí…?
Un fuerte ruido que venía de atrás le interrumpió. Se dio la vuelta y vio más laceradores avanzando por el pasadizo hacia ellos, con los pinchos sacados y los brazos de metal estirados; venían del Claro. Thomas estaba a punto de decir algo cuando oyó unos sonidos que procedían de la otra punta del callejón y vio aún más laceradores. El enemigo estaba por todos lados; los tenían acorralados.
Los clarianos se pegaron a Thomas, formando un grupo apretado, obligándole a salir hacia la intersección abierta donde el pasillo del Precipicio se encontraba con el largo callejón. Vio los laceradores entre ellos y el Precipicio, con los pinchos extendidos y su húmeda piel latiendo. Les esperaban, les observaban. Los otros dos grupos de laceradores se habían acercado y se detuvieron a tan sólo unos pasos de los clarianos, también esperando, observando.
Thomas se dio la vuelta despacio y luchó contra el miedo mientras asimilaba la situación. Estaban rodeados. Ahora no tenían elección, no tenían dónde ir. Sintió una punzada de dolor en los ojos.
Los clarianos se apretaron aún más a su alrededor, todos mirando hacia fuera, apiñados en el centro de la intersección en forma de T. Thomas estaba pegado a Newt y Teresa; notaba cómo Newt temblaba. Nadie dijo ni una palabra. Los únicos sonidos eran los inquietantes gemidos y zumbidos del mecanismo de los laceradores que estaban allí sentados, como si disfrutaran de la pequeña trampa que habían puesto a los humanos. Sus repugnantes cuerpos se contraían con su respiración mecánica.
¿Qué están haciendo?
—le preguntó Thomas a Teresa—.
¿A qué están esperando?
La chica no respondió, lo que le preocupó. Extendió el brazo para apretarle la mano. Los clarianos a su alrededor estaban callados y asían con fuerza sus armas escasas. Thomas miró a Newt.
—¿Tienes alguna idea?
—No —respondió este con la voz un poquito temblorosa—, no entiendo a qué están esperando.
—No deberíamos haber venido —dijo Alby. Había estado tan callado que su voz sonaba extraña, sobre todo por el eco que creaban las paredes del Laberinto.
Thomas no estaba de humor para oír quejas; tenían que hacer algo.
—Bueno, esto es mejor que la Hacienda. Odio decirlo, pero prefiero que uno de nosotros muera a que muramos todos.
Esperó que fuera cierto lo de una persona por noche. Al ver todos aquellos laceradores tan cerca, volvió de improviso a la cruda realidad. ¿Podrían luchar contra todos?
Pasó un buen rato antes de que Alby contestara:
—Quizá debería… —se calló y empezó a caminar hacia delante, en dirección al Precipicio, despacio, como si estuviese en trance. Thomas le observó con un sobrecogimiento distante; no daba crédito a sus ojos.
—¿Alby? —le llamó Newt—. ¡Vuelve aquí!
En vez de responder, Alby echó a correr, directo hacia el grupo de laceradores que estaba entre él y el Precipicio.
—¡Alby! —gritó Newt.
Thomas empezó a decir algo, pero Alby ya había alcanzado a los monstruos y había saltado sobre uno. Newt se apartó de Thomas y fue en dirección a Alby, pero cinco o seis laceradores se habían activado y atacaban al chico en una masa de metal y piel. Thomas agarró a Newt de los brazos antes de que fuera más lejos y tiró de él hacia atrás.
—¡Suéltame! —aulló Newt, retorciéndose para librarse de él.
—¡Estás loco! —gritó Thomas—. ¡No puedes hacer nada!
Dos laceradores más salieron del grupo y se apiñaron sobre Alby, colocándose unos encima de otros, partiendo y cortando, como si quisieran restregárselo por la cara, demostrarles su despiadada crueldad. Por increíble que pareciera, Alby no gritó. Thomas perdió de vista el cuerpo mientras forcejeaba con Newt, agradecido por la distracción. Al final, Newt se dio por vencido y se desplomó hacia atrás.
Alby se había vuelto loco de una vez por todas, pensó Thomas mientras trataba de que su estómago no se deshiciera de sus contenidos. Su líder tenía tanto miedo de volver a lo que fuese que hubiera visto que había decidido sacrificarse. Se había ido. Ya no estaba.
Thomas ayudó a Newt a ponerse de pie. El clariano no podía apartar la mirada del lugar donde su amigo había desaparecido.
—No me lo puedo creer —susurró Newt—. No me puedo creer que haya hecho eso…
Thomas sacudió la cabeza, incapaz de contestar. Ver a Alby derrumbarse de aquella manera había llenado su interior de un nuevo tipo de dolor que no había sentido hasta aquel momento. Un dolor enfermo y trastornado. Era peor que el dolor físico. Y ni siquiera sabía si tenía algo que ver con Alby, pues nunca le había gustado demasiado aquel tío. Pero la idea de que aquello le pasara a Chuck o a Teresa…
Minho se acercó a sus dos amigos y le apretó el hombro a Newt.
—No podemos desaprovechar lo que ha hecho —se volvió hacia Thomas—. Lucharemos contra ellos si tenemos que hacerlo, os abriremos camino a ti y a Teresa hasta el Precipicio. Meteos en el Agujero y haced vuestro rollo. Les mantendremos alejados hasta que nos hagáis la señal para que os sigamos.
Thomas miró los tres grupos de laceradores —ninguno se había movido aún hacia los clarianos— y asintió.
—Espero que sigan inactivos un rato. Tan sólo necesitaremos un par de minutos para teclear el código.
—Tíos, ¿cómo podéis tener tan poco corazón? —murmuró Newt, y a Thomas le sorprendió la indignación que reflejaba su voz.
—¿Qué quieres, Newt? —espetó Minho—. ¿Deberíamos vestirnos de luto y celebrar un funeral?
Newt no respondió y siguió con la vista clavada en el sitio donde los laceradores parecían estar alimentándose de Alby. Thomas no pudo evitar echar un vistazo. Vio una mancha de color rojo brillante en el cuerpo de una de las criaturas. Se le revolvió el estómago y enseguida apartó la mirada.
Minho continuó:
—Alby no quería volver a su vida anterior. Se sacrificó por nosotros. No están atacando, así que tal vez haya funcionado. No tendríamos corazón si no lo aprovecháramos.
Newt se limitó a encogerse de hombros y cerró los ojos. Minho se dio la vuelta y miró al grupo de clarianos apiñados.
—¡Escuchad! La prioridad número uno es proteger a Thomas y a Teresa para que puedan llegar al Precipicio, atravesar el Agujero y así…
Los sonidos de los laceradores volviendo a la vida le interrumpieron. Thomas alzó la vista, aterrorizado. Las criaturas a ambos lados del grupo parecían haber advertido de nuevo su presencia. Sacaban y metían los pinchos de su carne fofa, sus cuerpos temblaban y latían. Entonces los monstruos avanzaron al unísono, despacio, con los apéndices de sus instrumentos desplegados, señalando a Thomas y a los clarianos, listos para matar. Los laceradores apretaron más su formación de acorralamiento como una soga y cargaron hacia ellos a un ritmo constante.
Lamentablemente, el sacrificio de Alby había sido en vano.
Thomas agarró a Minho del brazo.
—¡Tengo que atravesar eso de algún modo! —señaló con la cabeza el grupo rodante de laceradores que había entre ellos y el Precipicio. Parecía una gran mole de grasa estridente con pinchos que brillaba por los destellos de luz que reflejaba el acero. Resultaban incluso más amenazadores bajo aquella luz grisácea.
Thomas esperó una respuesta mientras Minho y Newt intercambiaban una larga mirada. El hecho de saber que iban a luchar era casi peor que el miedo que sentían.
—¡Ya están aquí! —gritó Teresa—. ¡Tenemos que hacer algo!
—Guíanos tú —le dijo por fin Newt a Minho con una voz que apenas era un susurro—. Ábreles un maldito camino a Tommy y a la chica. Hazlo.