El corredor del laberinto (32 page)

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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

BOOK: El corredor del laberinto
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—Exacto —convino Thomas—. A eso me refería precisamente. Y quizá podamos levantar una barricada o volar por los aires la entrada del Agujero de los Laceradores. Hacer tiempo para analizar el Laberinto.

—Alby es el único que no permitirá que soltemos a la chica —dijo Newt, y señaló con la cabeza hacia la Hacienda—. A ese tío no le moláis mucho vosotros dos. Pero ahora mismo tenemos que callarnos y conseguir llegar a mañana.

Thomas asintió.

—Podemos vencerlos.

—Ya lo has hecho antes, ¿eh, Hércules?

Sin sonreír ni esperar una respuesta, Newt se marchó y empezó a gritar a la gente que acabara y se metiera en la Hacienda.

Thomas se alegró de haber tenido aquella conversación. Había ido tan bien como podía haber esperado. Decidió darse prisa e ir a hablar con Teresa antes de que fuese demasiado tarde. Mientras corría hacia el Trullo, en la parte trasera de la Hacienda, observó cómo los clarianos empezaban a entrar, la mayoría con los brazos cargados de cosas.

Thomas se paró fuera de la pequeña cárcel y recobró el aliento.

—¿Teresa? —la llamó por fin a través de los barrotes de la ventana de la celda sin luz.

Su rostro apareció al otro lado, sobresaltándole. A Thomas se le escapó un gritito antes de poder contenerse y tardó un segundo en recuperarse.

—¡Menudo susto me has dado!

—¡Qué bonito! —replicó ella—. Gracias —en la oscuridad, sus ojos azules brillaban como los de un gato.

—De nada —respondió él, ignorando su sarcasmo—. Oye, he estado pensando —se dejó caer en el suelo para poner en orden sus ideas.

—Más de lo que se puede decir de ese gilipollas de Alby —masculló.

Thomas estaba de acuerdo, pero se moría de ganas de contar lo que le había ido a decir.

—Tiene que haber un modo de salir de este sitio. Sólo tenemos que seguir buscando, quedarnos en el Laberinto más tiempo. Lo que escribiste en tu brazo y lo que dijiste del código tienen que significar algo, ¿verdad?

«Tiene que ser algo», pensó. No podía evitar tener esperanza.

—Sí, he estado pensando lo mismo. Pero, antes que nada, ¿puedes sacarme de aquí?

Sus manos aparecieron para agarrar los barrotes de la ventana. Thomas sintió unas ganas ridículas de alargar sus propias manos para tocarlas.

—Bueno, Newt ha dicho que tal vez salgas mañana —Thomas estaba contento por haber conseguido aquella concesión—. Tendrás que pasar la noche ahí dentro. Puede que sea el lugar más seguro del Claro.

—Gracias por preguntarle. Será divertido dormir en este suelo frío —señaló detrás de ella con el pulgar—. Aunque supongo que los laceradores no podrán atravesar esta ventana, así que estaré bien, ¿no?

La mención de los laceradores le sorprendió. No recordaba haberle hablado de ellos todavía.

—Teresa, ¿estás segura de que lo has olvidado todo?

Ella se quedó pensando un segundo.

—¡Qué raro! Me imagino que recuerdo algunas cosas. A menos que haya oído hablar a la gente mientras estaba en coma.

—Bueno, supongo que ahora mismo no tiene importancia. Sólo quería verte antes de pasar la noche dentro.

Pero no se quería marchar, casi deseaba meterse en el Trullo con ella. Sonrió para sus adentros; se imaginaba lo que diría Newt ante aquella petición.

—¿Tom? —dijo Teresa.

Thomas se dio cuenta de que estaba en las nubes.

—Ah, perdona. ¿Sí?

Ella retiró las manos hacia dentro y estas desaparecieron. Lo único que podía ver eran sus ojos y el brillo pálido de su piel blanca.

—No sé si podré pasar la noche encerrada en esta cárcel.

Thomas sintió una tristeza increíble. Quería robar las llaves de Newt y ayudarla a escapar. Pero sabía que era una tontería. Tendría que sufrir y apañárselas. Se quedó con la vista clavada en aquellos ojos brillantes.

—Al menos, no estarás totalmente a oscuras. Por lo visto, ahora estamos atrapados en esta especie de crepúsculo las veinticuatro horas del día.

—Sí… —miró detrás de él, hacia la Hacienda, y luego volvió a centrarse en Thomas—. Soy una chica fuerte, estaré bien.

El chico se sintió fatal por tener que dejarla allí, pero sabía que no le quedaba otra opción.

—Me aseguraré de que lo primero que hagan mañana sea sacarte de aquí, ¿vale?

Ella sonrió para hacerle sentir mejor.

—¿Me lo prometes?

—Prometido —Thomas se dio unos golpecitos en la sien derecha—. Y si te sientes sola, puedes hablarme con tu… truco todo lo que quieras. Intentaré responderte.

Ya lo había aceptado y casi quería que lo hiciera. Sólo esperaba saber cómo contestarle para poder mantener una conversación.

No tardarás en conseguirlo
—le aseguró Teresa en su mente.

—Ojalá.

Se quedó allí, sin ningunas ganas de marcharse. En absoluto.

—Será mejor que te vayas —dijo la muchacha—. No quiero que te maten brutalmente por mi culpa.

Thomas se las arregló para sonreír al oír sus palabras.

—Muy bien. Hasta mañana.

Y, antes de que pudiera cambiar de opinión, se escabulló por una esquina hacia la puerta principal de la Hacienda, justo cuando el último par de clarianos entraba y Newt los empujaba como si fuesen gallinas descarriadas. Thomas también entró, seguido de Newt, que cerró la puerta detrás de él.

Justo antes de que pasara el pestillo, Thomas creyó oír el primer gemido estremecedor de los laceradores, que venían de algún sitio del interior del Laberinto.

La noche había empezado.

Capítulo 38

Normalmente, la mayoría dormía fuera, así que meter todos aquellos cuerpos en la Hacienda hizo que todos estuvieran muy apretados. Los guardianes habían organizado y distribuido a los clarianos por las habitaciones, con mantas y almohadas. A pesar del número de personas y del caos que suponía aquel cambio, un silencio inquietante acompañaba las actividades, como si nadie quisiera llamar la atención.

Para cuando todos estuvieron instalados, Thomas ya se encontraba arriba con Newt, Alby y Minho, y por fin pudieron terminar la discusión que habían empezado antes en el patio. Alby y Newt estaban sentados en la única cama de la habitación. Thomas y Minho se sentaron junto a ellos en unas sillas. Los otros muebles eran un tocador de madera inclinado y una mesa pequeña sobre la que había una lámpara que les daba toda la luz que tenían. La oscuridad gris parecía presionar en la ventana desde fuera, con promesas de que algo malo iba a llegar.

—Es lo más cerca que he estado de tirar la toalla —estaba diciendo Newt—, de mandarlo todo a la clonc y darle a un lacerador un beso de buenas noches. Nos quitan las provisiones, el maldito cielo se vuelve gris y los muros no se cierran. Pero no podemos rendirnos, y todos lo sabemos. Los cabrones que nos enviaron aquí o nos quieren ver muertos o nos están dando un empujón. Sea una cosa u otra, tenemos que ponernos a currar hasta que estemos muertos o no.

Thomas asintió con la cabeza, pero no dijo nada. Estaba totalmente de acuerdo, pero no tenía ninguna idea concreta sobre qué hacer. Si sobrevivían a aquella noche, quizá Teresa y él pudieran pensar en algo para ayudar.

Thomas miró a Alby, que tenía la vista clavada en el suelo, al parecer perdido en sus propios pensamientos sombríos. Su rostro aún reflejaba un cansado aspecto de depresión, con los ojos hundidos y vacíos. El Cambio hacía honor a su nombre, teniendo en cuenta lo que le había hecho.

—¿Alby? —le llamó Newt—. ¿Vas a arrimar el hombro?

Alby levantó la vista y la sorpresa le atravesó el rostro como si no hubiera advertido que había alguien más en la habitación.

—¿Eh? Ah, sí. Bien. Pero ya habéis visto lo que pasa por la noche. Sólo porque ese puñetero verducho con superpoderes lo haya logrado no significa que el resto de nosotros podamos.

Thomas puso los ojos en blanco en dirección a Minho. Estaba harto de la actitud de Alby. Si Minho sentía lo mismo, consiguió ocultarlo muy bien.

—Estoy con Thomas y Newt. Tenemos que dejar de lloriquear y compadecernos de nosotros mismos —se restregó las manos y se inclinó hacia delante en la silla—. Mañana por la mañana lo primero que haremos será formar equipos que estudien los mapas durante todo el día mientras los corredores salimos al Laberinto. Prepararemos nuestras cosas y llenaremos nuestras mochilas hasta los topes para poder pasar allí unos cuantos días.

—¿Qué? —exclamó Alby, y su voz por fin mostró alguna emoción—. ¿A qué te refieres con «días»?

—Pues a días. Con las puertas abiertas y sin atardecer, no tiene sentido volver aquí. Ha llegado la hora de quedarse allí para ver si se abre algo cuando las paredes se mueven. Si es que se mueven.

—Ni hablar —espetó Alby—. Tenemos la Hacienda para escondernos y, si eso no funciona, nos quedan la Sala de Mapas y el Trullo. ¡No podemos pedirle a la gente que salga ahí a morir, Minho! ¿Quién se va a ofrecer voluntario?

—Yo —respondió Minho—. Y Thomas.

Todos miraron a Thomas y él se limitó a asentir. Aunque le daba un miedo de muerte, explorar el Laberinto —explorarlo de verdad— era algo que quería hacer desde la primera vez que supo de su existencia.

—Yo iré si tengo que hacerlo —se ofreció Newt, para sorpresa de Thomas. Aunque nunca hablaba de ello, la cojera del chico era un recordatorio constante de que algo horrible le había pasado en el Laberinto—. Y estoy seguro de que todos los corredores también lo harán.

—¿Con la pierna así? —preguntó Alby, y una risa cruel escapó de sus labios.

Newt frunció el entrecejo y miró el suelo.

—Bueno, no les voy a pedir a los clarianos que hagan algo que yo no esté dispuesto a hacer.

Alby retrocedió sobre la cama y subió los pies.

—Me da igual. Haz lo que quieras.

—¿Que haga lo que quiera? —repitió Newt, levantándose—. ¿Qué te pasa, macho? ¿Me estás diciendo que tenemos otra opción? ¿Acaso tenemos que quedarnos sentados y esperar a que los laceradores se nos cepillen?

Thomas quiso levantarse y aplaudir; estaba seguro de que Alby al final dejaría aquella actitud pesimista. Pero su líder, por lo visto, no estaba nada afectado ni tenía cargo de conciencia:

—Bueno, a mí me parece mejor que correr hacia ellos.

Newt volvió a sentarse.

—Alby, tienes que empezar a razonar.

Aunque le costaba mucho admitirlo, Thomas sabía que necesitaban a Alby si querían conseguir algo. Los clarianos le observaron. Al final, Alby respiró hondo y les miró a todos, uno a uno.

—Tíos, sabéis que estoy jodido. En serio, lo… siento. Ya no debería ser vuestro estúpido líder.

Thomas contuvo la respiración. No podía creerse que Alby acabara de decir aquello.

—Ay, maldito… —empezó a exclamar Newt.

—¡No! —gritó Alby, y su cara reflejó humildad, rendición—. No me refiero a eso. Escúchame. No estoy diciendo que tengamos que cambiar ni nada de esa clonc. Sólo digo que… Creo que tengo que dejar que toméis por mí las decisiones. No me fío de mí mismo. Así que… sí, haced lo que queráis.

Thomas vio que Minho y Newt estaban tan sorprendidos como él.

—Eh… vale —dijo Newt despacio, como si no estuviese seguro—. Haremos que funciones, te lo prometo. Ya lo verás.

—Sí—masculló Alby. Después de una larga pausa, habló con un extraño entusiasmo en la voz—: Eh, os diré lo que haremos: Ponedme a cargo de los mapas. Haré que todos los puñeteros clarianos se maten a estudiar esas cosas.

—Por mí, bien —asintió Minho.

Thomas quiso mostrarse de acuerdo, pero no sabía si le correspondía decir algo. Alby puso de nuevo los pies en el suelo y se incorporó.

—¿Sabéis?, es una estupidez dormir aquí esta noche. Deberíamos estar en la Sala de Mapas, trabajando.

Thomas pensó que aquella era la cosa más inteligente que había oído decir a Alby en mucho tiempo. Minho se encogió de hombros.

—Seguramente tengas razón.

—Bueno…, pues iré —dijo Alby con un gesto de seguridad—. Ahora mismo.

Newt negó con la cabeza.

—Olvídalo, Alby. Ya he oído a los laceradores gemir por ahí. Podemos esperar hasta que despertemos.

Alby se inclinó hacia delante con los codos en las rodillas.

—Eh, sois vosotros los que me estáis animando. No empecéis a lloriquear cuando estoy escuchando de verdad. Si voy a hacerlo, tengo que hacerlo, ser el antiguo yo. Necesito algo en lo que concentrarme.

El alivio invadió a Thomas. Se había hartado de toda aquella controversia. Alby se levantó.

—En serio, necesito hacerlo —fue hacia la puerta como si de verdad quisiera marcharse.

—¡No puedes hablar en serio! —exclamó Newt—. ¡No puedes salir ahora!

—Voy a ir y punto —Alby cogió las llaves de su bolsillo y las sacudió con sorna. Thomas no podía creerse aquel valor repentino—. Nos vemos por la mañana, pingajos. Y se marchó.

• • •

Era raro saber que avanzaba la noche, que la oscuridad tenía que haberse tragado el mundo que les rodeaba, pero afuera tan sólo se veía una pálida luz gris. Thomas se sentía raro, como si las ganas de dormir, que aumentaban sin cesar conforme pasaban los minutos, de algún modo no fuesen naturales.

Los demás clarianos se instalaron y se acostaron con sus mantas y sus almohadas para lograr la imposible tarea de dormir. Nadie hablaba mucho; los ánimos estaban apagados, por los suelos. Lo único que se oía eran pies arrastrándose y susurros.

Thomas intentó con todas sus fuerzas ponerse a dormir, pues así pasaría el tiempo más rápido, pero al cabo de dos horas seguía sin tener suerte. Estaba tumbado en el suelo de una de las habitaciones del primer piso, sobre una manta gruesa, metido allí dentro con varios clarianos, casi pegados cuerpo a cuerpo. La cama se la había quedado Newt.

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