—Sí, pasa algo raro. Vamos —Minho se levantó con un resoplido y se puso la mochila—. Será mejor que corramos lo más rápido posible por el Laberinto. Con la nueva decoración del cielo, quizás hayan pasado más cosas extrañas ahí fuera. Se lo contaremos a Newt y a Alby esta noche. No sé si servirá de ayuda, pero al menos ahora sabemos adonde van los fucos laceradores.
—Y seguramente de dónde vienen —dijo Thomas al tiempo que le echaba un último vistazo a la entrada oculta—. El Agujero de los Laceradores.
—Sí, un nombre tan bueno como cualquier otro. Vamos.
Thomas se quedó con la vista fija mientras esperaba a que Minho se moviera. Pasaron varios minutos en silencio y Thomas se dio cuenta de que su amigo debía de estar tan fascinado como él. Finalmente, sin decir ni una palabra, Minho se dio la vuelta para marchase. Thomas le siguió a su pesar y corrieron para adentrarse en el Laberinto gris oscuro.
• • •
Thomas y Minho no encontraron nada, salvo muros de piedra y hiedra.
Thomas cortó la enredadera y tomó notas. Le costaba distinguir algún cambio desde el día anterior, pero Minho, sin detenerse a pensarlo, le señaló dónde se habían movido las paredes. Cuando llegaron al último callejón sin salida y era la hora de volver a casa, Thomas sintió unas ganas casi incontrolables de meter todo en una bolsa y pasar allí la noche para ver qué ocurría.
Minho pareció presentirlo y le agarró del hombro.
—Aún no, tío. Aún no.
Y regresaron.
En el Claro había un ambiente sombrío, algo lógico cuando todo se ha vuelto gris. La tenue luz no había cambiado ni un ápice desde que se habían despertado por la mañana y Thomas se preguntó si algo cambiaría al «atardecer».
Cuando atravesaron la Puerta Oeste, Minho fue directo a la Sala de Mapas. Thomas se sorprendió. Pensaba que era lo último que harían.
—¿No te mueres por contarle a Newt y Alby lo del Agujero de los Laceradores?
—Oye, seguimos siendo corredores —respondió Minho— y tenemos un trabajo que hacer —Thomas le siguió hasta la puerta de acero del bloque grande de cemento y Minho se dio la vuelta para dedicarle una sonrisa lánguida—. Pero sí, nos daremos prisa para ir a hablar con ellos.
Cuando entraron, ya había otros corredores pululando por la sala que dibujaban sus mapas. Nadie dijo ni una palabra, como si las especulaciones sobre el nuevo cielo se hubieran agotado. El ambiente desesperanzador en la habitación hizo que Thomas tuviese la sensación de estar caminando por agua enfangada. Sabía que también tenía que estar cansado, pero se encontraba demasiado entusiasmado para sentirse así; no podía esperar a ver las reacciones de Newt y Alby cuando supieran la noticia sobre el Precipicio.
Se sentó a la mesa y dibujó el mapa del día, basándose en las notas y en lo que recordaba, con Minho mirándole por encima del hombro todo el tiempo, dándole ideas: «Creo que este pasillo se cortaba aquí en vez de allí», «Ten cuidado con las proporciones» y «Dibuja más recto, pingajo». Aunque pesado, era útil y, a los quince minutos de entrar en la sala, Thomas examinó su obra acabada. El orgullo le invadió; su mapa era tan bueno como cualquiera de los que había visto.
—No está mal —dijo Minho—. Bueno, para un verducho.
Minho se levantó, se acercó al baúl de la Sección 1 y lo abrió. Thomas se arrodilló delante de él, sacó el mapa del día anterior y lo colocó al lado del que acababa de dibujar.
—¿Qué estoy buscando? —preguntó.
—Pautas. Pero no vas a ver nada comparando dos días. Tienes que estudiar varias semanas e indagar qué patrones siguen, no sé. Sé que hay algo ahí, algo que nos ayudará. Aunque todavía no lo he encontrado. Como he dicho, es un asco.
Thomas estaba dándole vueltas a algo en la cabeza; sentía lo mismo que la primera vez que entró en aquella sala. Las paredes del Laberinto se movían. Unos patrones. Todas aquellas líneas rectas. ¿Sugerían un mapa completamente distinto? ¿Apuntaban a algo? Tenía una sensación muy fuerte de que se estaba saltando una pista evidente.
Minho le dio unos golpecitos en el hombro.
—Siempre puedes volver y seguir estudiando después de cenar, después de hablar con Newt y Alby. Vamos.
Thomas guardó los papeles en el baúl y lo cerró. No soportaba la punzada de desasosiego que sentía. Era como un pinchazo en el costado. Las paredes se movían, líneas rectas, patrones… Tenía que haber una respuesta.
—Vale, vamos.
Acababan de salir de la Sala de Mapas y la pesada puerta se había cerrado con un sonido metálico detrás de ellos, cuando Newt y Alby se acercaron no muy contentos. El entusiasmo de Thomas enseguida se transformó en preocupación.
—Eh —saludó Minho—. Acabamos de…
—Pues venga —le interrumpió Alby—. No tenemos tiempo que perder. ¿Habéis encontrado algo? ¿Lo que sea?
Minho retrocedió ante tal reprimenda, pero a Thomas su cara le pareció más confundida que herida o enfadada.
—Yo también me alegro de verte. La verdad es que sí, hemos encontrado algo.
Curiosamente, Alby casi pareció decepcionado.
—Porque este fuco sitio se cae a pedazos —le lanzó a Thomas una mirada desagradable, como si todo fuese culpa suya.
«¿Qué le pasa?», se preguntó Thomas, sintiendo cómo se encendía su propio enfado. Llevaba trabajando duro todo el día y ¿así se lo agradecían?
—¿A qué te refieres? —preguntó Minho—. ¿Qué más ha pasado?
Newt señaló la Caja con la cabeza y contestó:
—Hoy no han llegado las malditas provisiones. Durante estos dos años, han venido todas las semanas, a la misma hora, el mismo día. Pero hoy, no.
Los cuatro se quedaron mirando las puertas de acero pegadas al suelo. A Thomas le pareció que sobre ellos se extendía una sombra más oscura que el aire gris que rodeaba todo lo demás.
—Ah, ahora sí que estamos fucados —susurró Minho, y su reacción alertó a Thomas de lo grave que era la situación.
—No hay sol para las plantas —dijo Newt— ni llegan provisiones en la maldita Caja. Sí, yo diría que estamos fucados, exacto.
Alby estaba cruzado de brazos y seguía con la vista clavada en la Caja como si intentara abrir las puertas con la mente. Thomas esperaba que su líder no sacara a relucir lo que había visto en el Cambio o, en realidad, cualquier cosa relacionada con él. Sobre todo, ahora.
—Sí, bueno —comentó Minho—, encontramos algo extraño.
Thomas esperó que Newt o Alby reaccionaran positivamente ante aquella noticia; hasta podía contener información que arrojara luz sobre el misterio.
Newt enarcó las cejas.
—¿Qué?
Minho estuvo tres minutos contándolo. Empezó por el lacerador al que habían seguido y acabó con los resultados de su experimento de tirar piedras.
—Debe de llevar a…, ya sabéis…, adonde viven los laceradores —dijo cuando terminó.
—El Agujero de los Laceradores —añadió Thomas.
Los tres le miraron enfadados, como si no tuviera derecho a hablar. Pero, por primera vez, no le importó tanto que le trataran como a un verducho.
—Tengo que verlo por mí mismo —afirmó Newt, y luego murmuró—: Cuesta creerlo.
Thomas no pudo estar más de acuerdo.
—No sé qué podemos hacer —declaró Minho—. A lo mejor podríamos construir algo para bloquear el pasillo.
—Ni de coña —replicó Newt—. Esas fucas cosas pueden subir por las malditas paredes, ¿recuerdas? Nada que nosotros construyamos los mantendrá alejados.
Pero el alboroto que se había formado fuera de la Hacienda apartó su atención de la conversación. Había un grupo de clarianos en la puerta principal de la casa, gritando para hacerse oír. Chuck estaba en el grupo y, al ver a Thomas y a los otros, echó a correr con la caí a llena de entusiasmo. Thomas no pudo evitar preguntarse qué locura había sucedido ahora.
—¿Qué pasa? —preguntó Newt.
—¡Está despierta! —gritó Chuck—. ¡La chica está despierta!
A Thomas se le revolvió todo por dentro y se apoyó en la pared de cemento de la Sala de Mapas. La chica. La chica que hablaba en su cabeza. Quería correr antes de que volviera a ocurrir, antes de que le hablara en la mente. Pero era demasiado tarde:
Tom, no conozco a esta gente. ¡Ven a buscarme! Está desapareciendo todo… Me estoy olvidando de todo menos de ti… ¡Tengo que contarte cosas! Pero se me está yendo todo…
No podía comprender cómo lo hacía, cómo estaba en su cabeza.
Teresa hizo una pausa y, luego, dijo algo que no tenía sentido:
El Laberinto es un código, Tom. El Laberinto es un código.
Thomas no quería verla. No quería ver a nadie.
En cuanto Newt se dispuso a marcharse para hablar con la chica, Thomas se escabulló con la esperanza de que nadie le viera entre tanto entusiasmo. Al estar todos concentrados en la extraña que acababa de despertar del coma, resultaría fácil. Bordeó el Claro, luego echó a correr y se dirigió a su lugar aislado detrás del bosque de los Muertos.
Se agachó en un rincón, acurrucado en la hiedra, y se echó la manta por encima, tapándose hasta la cabeza. De algún modo, creía que era una manera de esconderse de la intrusión de Teresa en su mente. Pasaron unos minutos y, por fin, su corazón se calmó hasta normalizar su ritmo.
—Olvidarme de ti ha sido la peor parte.
Al principio, Thomas pensó que era otro mensaje en su cabeza y apretó los puños contra sus orejas. Pero no, había sido… diferente. Lo había percibido con los oídos. Era la voz de la chica. Unos escalofríos le recorrieron la espalda y, despacio, retiró la manta.
Teresa estaba a su derecha, apoyada en el sólido muro de piedra. Parecía muy distinta ahora, despierta y alerta. De pie. Llevaba una camiseta blanca de manga larga, unos vaqueros azules y unos zapatos marrones. Aunque pareciera imposible, era incluso más atractiva que cuando la había visto en coma. El pelo negro enmarcaba su rostro de piel clara y unos ojos azules como llamas.
—Tom, ¿de verdad no te acuerdas de mí? —su voz sonó suave en contraste con el sonido fuerte y enloquecido que salió de ella la primera vez que la vio, cuando dio el mensaje de que «todo iba a cambiar».
—Es que… ¿me recuerdas? —preguntó, avergonzado por el gallo que le salió al pronunciar la última palabra.
—Sí. No. Quizás —alzó los brazos, indignada—. No puedo explicarlo.
Thomas abrió la boca y, después, la cerró sin decir nada.
—Recuerdo recordar —masculló, y se sentó dando un gran suspiro. Flexionó las piernas para rodearse las rodillas con los brazos—. Sentimientos. Emociones. Como si tuviera todas esas estanterías en mi cabeza, etiquetadas con recuerdos y caras, pero estuvieran vacías. Como si todo lo anterior a esto estuviera al otro lado de una cortina blanca. Incluido tú.
—Pero ¿cómo sabes mi nombre? —notaba como si las paredes dieran vueltas a su alrededor.
Teresa se volvió hacia él.
—No lo sé. Es por algo que pasó antes de que viniéramos al Laberinto. Algo relacionado con nosotros. Como te he dicho, está casi todo vacío.
—¿Sabes lo del Laberinto? ¿Quién te lo ha contado? Te acabas de despertar.
—Yo… Ahora todo es muy confuso —extendió una mano hacia él—. Pero sé que eres mi amigo.
Casi aturdido, Thomas retiró la manta del todo y se inclinó hacia delante para estrecharle la mano.
—Me gusta que me llames Tom.
En cuanto lo dijo, supo que no podía haber dicho nada más tonto. Teresa puso los ojos en blanco.
—Así es como te llamas, ¿no?
—Sí, pero la mayoría me llama Thomas. Bueno, excepto Newt; él me llama Tommy. Tom me hace sentir… como si estuviera en casa o algo así. Aunque no sé
qué
es mi casa —soltó una carcajada amarga—. Estamos metidos en un buen lío, ¿eh?
Por primera vez, la vio sonreír y casi tuvo que apartar la vista, como si algo tan bonito no pudiera pertenecer a un sitio tan gris y apagado, como si no tuviera derecho a mirar su expresión.
—Sí, estamos en un buen lío —convino—. Y yo estoy asustada.
—Igual que yo, de verdad —lo que fue el eufemismo del día.
Ambos se quedaron un rato mirando el suelo.
—¿Qué…? —empezó a decir él, sin estar seguro de cómo preguntarlo—. ¿Cómo… has hablado dentro de mi mente?
Teresa negó con la cabeza.
Ni idea. Lo hago y punto
—le contestó con la mente y, luego, volvió a hablar en voz alta:
—Es como si intentaras montar en bici aquí…, si hubiese alguna. Me apuesto lo que quieras a que podrías hacerlo sin pararte a pensarlo. Pero ¿te acuerdas de cuándo aprendiste a montar en bici?
—No. Bueno…, recuerdo montar en una, pero no cuándo aprendí —hizo una pausa al sentir una oleada de tristeza—. Ni quién me enseñó.
—Bueno —contestó ella, parpadeando, como si estuviera avergonzada por su repentina melancolía—. De todos modos…, funciona así, más o menos.
—Eso aclara las cosas.
Teresa se encogió de hombros.
—No se lo habrás contado a nadie, ¿no? Creerán que estamos locos.
—Bueno…, la primera vez que ocurrió, sí. Pero creo que Newt pensaba que estaba estresado o algo por el estilo —Thomas se sintió inquieto, como si fuera a volverse loco si no se movía. Se levantó y empezó a caminar de un lado a otro delante de ella—. Tenemos que averiguar qué pasa. Aquella nota que trajiste sobre que eras la última persona que iba a venir, tu coma, el hecho de que puedas hablarme por telepatía… ¿Alguna idea?