«Gally está loco —se dijo a sí mismo—. Está completamente loco». Pero aquel pensamiento sólo aumentaba sus preocupaciones. La gente loca era capaz de cualquier cosa.
Los miembros del consejo se quedaron de pie o sentados en silencio, por lo visto igual de asombrados que Thomas por lo que acababan de ver. Al final, Newt y Winston soltaron a Minho y los tres fueron de mal humor a sentarse a sus sillas.
—Se merecía la paliza —dijo Minho, casi entre susurros. Thomas no sabía si quería que los demás le oyeran.
—Bueno, tú no eres precisamente el santo de la sala —replicó Newt—. ¿En qué estabas pensando? Te has pasado un poco de la raya, ¿no crees?
Minho entrecerró los ojos y echó la cabeza atrás, como si estuviera desconcertado por la pregunta de Newt.
—No me sueltes esa mierda. A todos os ha encantado ver a ese gilipullo recibiendo su merecido y lo sabéis. Sólo era cuestión de tiempo que alguien le hiciera frente a su clonc.
—Está en el Consejo por un motivo —respondió Newt.
—¡Tío, ha amenazado con romperme el cuello y matar a Thomas! Ese chaval está hecho polvo del tarro y será mejor que envíes a alguien ahora mismo para que lo encierre en el Trullo. Es peligroso.
Thomas no pudo haber estado más de acuerdo y se vio otra vez a punto de romper la orden de guardar silencio, pero se contuvo. No quería meterse en más problemas de los que ya tenía, pero no sabía cuánto rato más iba a aguantar.
—Quizá tenía razón —dijo Winston en tono bajito.
—¿Qué? —exclamó Minho, reflejando exactamente lo que había pensado Thomas.
Winston pareció sorprendido de que los demás hubiesen oído sus palabras y recorrió la sala con la vista antes de explicarse:
—Bueno…, él ha pasado por el Cambio. Un lacerador le picó en pleno día justo fuera de la Puerta Oeste. Eso significa que tiene recuerdos, y ha dicho que el judía verde le resulta familiar. ¿Por qué se iba a inventar eso?
Thomas pensó en el Cambio y en el hecho de que traía recuerdos. La idea no se le había ocurrido antes, pero ¿merecería la pena dejarse picar por los laceradores y pasar por aquel horrible proceso para recordar algo? Se imaginó a Ben retorciéndose en la cama y recordó los gritos de Alby. «Ni de coña», pensó.
—Winston, ¿es que no has visto lo que acaba de pasar? —preguntó Fritanga, sin dar crédito—. Gally está pirado. No puedes creerte esas divagaciones suyas. ¿Qué, crees que Thomas es un lacerador disfrazado?
Fueran o no las normas del Consejo, Thomas ya había tenido bastante. No podía permanecer en silencio ni un segundo más.
—¿Puedo hablar ya? —preguntó, y la frustración subió el volumen de su voz—. Estoy harto de que habléis de mí como si yo no estuviera.
Newt le miró y asintió.
—Adelante. Esta maldita Reunión ya no puede estropearse más.
Thomas ordenó enseguida sus pensamientos para escoger las palabras adecuadas de entre el remolino de frustración, confusión y enfado que había en su mente:
—No sé por qué Gally me odia. Me da igual. Se comporta como un psicótico conmigo. Y respecto a quién soy de verdad, sabéis lo mismo que yo. Pero, si mal no recuerdo, estamos aquí por lo que hice en el Laberinto, no porque un idiota crea que soy malo.
Alguien se rió por lo bajo y Thomas dejó de hablar, pues esperaba que ya le hubieran entendido. Newt asintió; parecía contento.
—Bien. Acabemos esta Reunión y ya nos ocuparemos más tarde de Gally.
—No podemos votar sin que estén todos los miembros —insistió Winston—, a menos que estén muy enfermos, como Alby.
—Por el amor de Dios, Winston —replicó Newt—. Yo diría que hoy Gally también está un poquitín enfermo, así que continuaremos sin él. Thomas, defiéndete y luego votaremos qué debemos hacer contigo.
Thomas se dio cuenta de que tenía las manos apretadas en puños sobre su regazo. Las relajó y se secó el sudor de las palmas en sus pantalones. Entonces empezó, sin estar seguro de lo que iba a decir antes de que las palabras salieran de su boca:
—No he hecho nada malo. Lo único que sé es que vi a dos personas esforzándose por meterse dentro de estos muros y no pudieron conseguirlo. Ignorar aquello por una norma estúpida me pareció egoísta, cobarde y…, bueno, una idiotez. Si me queréis mandar a la cárcel por intentar salvarle la vida a alguien, adelante. La próxima vez, prometo señalarles con el dedo, reírme y luego irme a comer la cena de Fritanga —Thomas no intentaba ser gracioso. Sólo le dejaba atónito que aquello fuera motivo de discusión.
—Esta es mi sugerencia —dijo Newt—: como rompiste nuestra maldita Norma Número Uno, pasarás un día en el Trullo. Ese es tu castigo. También recomiendo que te elijamos como corredor y tendrá efecto en cuanto terminemos esta reunión. Has demostrado más en una noche que la mayoría de aprendices en semanas. En cuanto a que seas el puñetero guardián, olvídalo —miró a Minho—. Gally tenía razón en eso, es una idea estúpida.
Aquel comentario hirió los sentimientos de Thomas, aunque no pudo llevarle la contraria. Miró a Minho para ver su reacción. El guardián no parecía sorprendido, pero protestó de todos modos:
—¿Por qué? Es el mejor que tenemos, te lo juro. El mejor debería ser el guardián.
—Muy bien —respondió Newt—. Si es cierto, haremos más tarde el cambio. Dale un mes para que lo demuestre.
Minho se encogió de hombros.
—Bien.
Thomas suspiró aliviado. Todavía quería ser corredor, lo que le sorprendía, considerando lo que acababa de pasar en el Laberinto; pero le parecía ridículo convertirse en el guardián ahora mismo.
Newt echó un vistazo a la sala.
—Vale, tenemos varias sugerencias, así que vamos a darles vueltas…
—Ay, venga ya —le interrumpió Fritanga—. Votemos. Yo voto por la tuya.
—Y yo —afirmó Minho.
Todos los demás coincidieron, lo que llenó a Thomas de alivio y de cierto orgullo. Winston fue el único que no aceptó. Newt le miró.
—No nos hace falta tu voto, pero dinos qué te ronda la cabeza.
Winston miró a Thomas con recelo y, luego, volvió a centrarse en Newt.
—Por mí está bien, pero no deberíamos ignorar del todo lo que ha dicho Gally. No sé por qué, pero no creo que se lo haya inventado. Además, es verdad que desde que Thomas llegó aquí todo se ha fucado y ya no es como antes.
—Está bien —dijo Newt—. Todos reflexionaremos sobre eso y, quizá, cuando todo vaya bien y estemos aburridos, podamos tener otra Reunión para hablarlo. ¿De acuerdo?
Winston asintió. Thomas se quejó por lo invisible que se había hecho:
—Me encanta cómo habláis de mí como si no estuviera aquí, tíos.
—Mira, Tommy —repuso Newt—, te acabamos de elegir como puñetero corredor. Deja de lloriquear y sal de aquí. Minho tiene mucho que enseñarte.
Thomas no se había percatado hasta entonces. Iba a ser un corredor, iba a explorar el Laberinto. A pesar de todo, sintió un escalofrío de entusiasmo; estaba seguro de que podía evitar quedar atrapado allí fuera otra noche. Quizá aquella había sido su única y última vez de mala suerte.
—¿Y qué hay de mi castigo?
—Mañana —contestó Newt—. Desde el despertar hasta la puesta de sol.
«Un día —pensó Thomas—, no será tan malo».
La reunión se disolvió y todos, salvo Newt y Minho, abandonaron la sala a toda prisa. Newt no se había movido de la silla, donde estaba sentado tomando notas.
—Bueno, qué tiempos aquellos —murmuró.
Minho se acercó y le dio a Thomas un puñetazo en broma en el brazo.
—Es todo culpa de este pingajo.
Thomas le devolvió el puñetazo.
—¿Guardián? ¿Quieres que sea el guardián? Estás mucho más loco que Gally.
Minho fingió una sonrisa maligna.
—Ha funcionado, ¿no? Apunta alto y da bajo. Ya me darás las gracias.
Thomas no pudo evitar sonreír ante la inteligente forma de actuar del guardián. Unos golpes en la puerta abierta le llamaron la atención y se dio la vuelta para ver quién era. Chuck estaba allí; parecía que le hubiera perseguido un lacerador. A Thomas le desapareció la sonrisa de la cara.
—¿Qué pasa? —preguntó Newt, y se levantó. El tono de su voz sólo aumentó la preocupación de Thomas.
Chuck se retorcía las manos.
—Me envían los mediqueros.
—¿Por qué?
—Supongo que es porque Alby se está agitando como un loco y no para de decirles que necesita hablar con alguien.
Newt se dirigió hacia la puerta, pero Chuck levantó la mano.
—Ummm… No quiere hablar contigo.
—¿Qué quieres decir?
Chuck señaló a Thomas.
—No deja de preguntar por él.
Por segunda vez en aquel día, Thomas se quedó mudo.
—Bueno, pues venga —le dijo Newt mientras le agarraba del brazo—. No creas que no voy a acompañarte.
Thomas le siguió, con Chuck justo detrás, para dejar la sala del Consejo y pasar por el pasillo hacia una estrecha escalera en espiral que no había advertido antes. Newt subió el primer escalón y le lanzó una mirada fría a Chuck.
—Tú te quedas.
Por una vez, Chuck se limitó a asentir con la cabeza y no dijo nada. Thomas se imaginó que al niño le ponía de los nervios el comportamiento de Alby.
—Tranqui —le dijo Thomas a Chuck mientras Newt subía las escaleras—, me acaban de elegir corredor, así que, colega, ahora estás con un semental.
Intentaba hacer un chiste para negar que le aterraba ver a Alby. ¿Y si hacía las mismas acusaciones que Ben? ¿O algo peor?
—Sí, claro —susurró Chuck, aturdido, con la vista clavada en los escalones de madera.
Thomas se encogió de hombros y comenzó a subir las escaleras. El sudor le cubría las palmas de las manos y notó que una gota le caía por la sien. No quería ir allí arriba.
Newt, serio y adusto, esperaba a Thomas al final de las escaleras. Estaba al otro lado del largo y oscuro pasillo tras las escaleras habituales, por las que había subido el primer día para ver a Ben. Aquel recuerdo le puso nervioso. Esperaba que Alby ya estuviera curado de la terrible experiencia para no tener que volver a presenciar algo como aquello: la piel y las venas asquerosas, las sacudidas. Pero se temía lo peor y se preparó.
Siguió a Newt hasta la segunda puerta a la derecha y vio cómo el chico llamaba con unos golpecitos; respondieron unos gemidos. Newt empujó la puerta para abrirla y el chirrido que emitió de nuevo le trajo a Thomas a la memoria un vago recuerdo de su infancia de películas sobre casas encantadas. Una vez más, ahí estaba, un pedacito de su pasado. Se acordaba de las películas, pero no de las caras de los actores ni de con quién las había visto. Podía recordar los cines, pero no el aspecto de uno en concreto. Era imposible explicar aquella sensación, incluso a sí mismo.
Newt había entrado en la habitación y estaba controlando que Thomas le siguiera. Al entrar, el chico se preparó para el horror que quizá le esperaba. Pero, cuando alzó la vista, lo único que vio fue un adolescente debilitado, tumbado en la cama, con los ojos cerrados.
—¿Está durmiendo? —susurró Thomas, intentando evitar la pregunta que de verdad le había saltado a la mente: «No está muerto, ¿no?».
—No lo sé —dijo Newt en voz baja. Se acercó a la cama y se sentó en una silla de madera que había allí cerca. Thomas se sentó al otro lado—. Alby —susurró, y luego repitió alzando la voz—: Alby. Chuck ha dicho que querías hablar con Tommy.
Los ojos de Alby se abrieron con varios parpadeos; eran unos globos inyectados en sangre que brillaron bajo la luz. Miró a Newt y luego a Thomas, al otro lado. Con un gemido, cambió de postura y se sentó, con la espalda apoyada en la cabecera.
—Sí —farfulló con voz ronca.
—Chuck ha dicho que estabas agitándote y actuando como un loco —Newt se inclinó hacia delante—. ¿Qué pasa? ¿Aún estás enfermo?
Las siguientes palabras de Alby salieron con un resuello, como si cada una de ellas le quitara una semana de vida:
—Todo… va a cambiar… La chica…, Thomas… Los he visto —los párpados se le cerraron y, luego, se le volvieron a abrir; se tumbó otra vez en la cama, con la vista clavada en el techo—. No me siento muy bien.
—¿A qué te refieres con que viste…? —empezó a preguntar Newt.
—¡Yo quería hablar con Thomas! —chilló Alby, con una repentina explosión de energía que Thomas no hubiera creído posible unos segundos antes—. ¡No he preguntado por ti, Newt! ¡Thomas! ¡He preguntado por el puto Thomas!
Newt miró a Thomas con las cejas arqueadas. Thomas se encogió de hombros, encontrándose mal por momentos. ¿Para qué le quería Alby?
—Muy bien, fuco cascarrabias —contestó Newt—. Está ahí mismo, habla con él.
—Márchate —dijo Alby con los ojos cerrados, respirando con dificultad.
—Ni de coña. Quiero escuchar.
—Newt —hubo una pausa—. Márchate. Ya.
Thomas se sentía muy violento; estaba preocupado por lo que Newt estaba pensando y le aterraba lo que Alby quisiera decirle.
—Pero… —protestó Newt.
—¡Largo! —Alby se sentó mientras gritaba y la voz se le puso ronca del esfuerzo. Enseguida, se recostó en la cabecera otra vez—. ¡Largo de aquí!
La cara de Newt reflejó que había herido sus sentimientos y a Thomas le sorprendió no ver ni rastro de enfado. Entonces, tras un largo y tenso momento, Newt se levantó de la silla y caminó hacia la puerta para abrirla.
«¿En serio se va a marchar?», pensó Thomas.
—No esperes que te bese el culo cuando vengas a pedirme perdón —dijo, y luego salió al pasillo.
—¡Cierra la puerta! —gritó Alby como insulto final.
Newt obedeció y la cerró de un portazo.
El corazón de Thomas empezó a latir a toda velocidad. Estaba a solas con un tipo que antes de que le atacara un lacerador ya tenía mal genio y que, además, estaba pasando por el Cambio. Esperaba que Alby dijera lo que quería y que aquello se acabara pronto. Hubo una larga pausa que duró varios minutos y a Thomas le temblaron las manos por el miedo.
—Sé quién eres —dijo Alby al final, rompiendo el silencio.
Thomas no encontró palabras para contestarle. Lo intentó, pero no pudo más que farfullar algo incoherente. Estaba muy confundido. Y asustado.
—Sé quién eres —repitió Alby despacio—. Lo he visto. Lo he visto todo. De dónde venimos y quién eres. Quién es esa chica. Recuerdo el Destello.
«¿El Destello?».
Thomas se obligó a hablar:
—No sé de lo que estás hablando. ¿Qué has visto? Me encantaría saber quién soy.