—No te va a gustar —respondió Alby y, por primera desde que Newt se había ido, miró directamente a Thomas. Sus ojos hundidos reflejaban pena y oscuridad—. Es horrible, ¿sabes? ¿Por qué quieren esos fucos que recordemos? ¿Por qué no podemos vivir aquí y ser felices?
—Alby… —Thomas deseó echar un vistazo en la mente del chico para ver lo que había visto él—. El Cambio —insistió—. ¿Qué ha pasado? ¿Qué has recordado? Estás diciendo cosas sin sentido.
—Tú… —dijo Alby, pero luego, de repente, se agarró la garganta y emitió unos sonidos como si se estuviera ahogando. Empezó a dar patadas y se dio la vuelta sobre un costado, sacudiéndose adelante y atrás, como si otra persona intentara estrangularle. Sacó la lengua y se la mordió una y otra vez.
Thomas se levantó enseguida y retrocedió a trompicones, horrorizado. Alby se retorcía como si estuviera teniendo un ataque mientras las piernas daban patadas en todas las direcciones. La oscura piel de su cara, que se había puesto extrañamente pálida un minuto antes, se había vuelto morada y los ojos se le salían de las órbitas de tal manera que parecían resplandecientes canicas blancas.
—¡Alby! —chilló Thomas, sin atreverse a agarrarlo—. ¡Newt! —gritó, ahuecando las manos alrededor de la boca—. ¡Newt, entra!
La puerta se abrió de golpe antes de que terminara la última palabra. Newt corrió hasta Alby y le cogió por los hombros, empujando con todo su cuerpo para inmovilizar al chico que se convulsionaba en la cama.
—¡Cógele las piernas!
Thomas avanzó, pero las piernas de Alby seguían dando patadas y se sacudían, haciendo imposible acercarse. Un pie alcanzó la mandíbula de Thomas y una punzada de dolor le atravesó todo el cráneo. Volvió a retroceder a trompicones, frotándose donde le dolía.
—¡Hazlo de una maldita vez! —aulló Newt.
Thomas se armó de valor y saltó encima del cuerpo de Alby para agarrarle las dos piernas e inmovilizarle en la cama. Rodeó con los brazos los muslos del chico y apretó mientras Newt ponía una rodilla sobre los hombros de Alby para luego cogerle las manos, que aún seguían estrangulando su propio cuello.
—¡Suelta! —gritó Newt mientras tiraba—. ¡Te estás matando, foder!
Thomas vio los músculos de los brazos flexionados de Newt y las venas que sobresalían mientras tiraba de las manos de Alby, hasta que, al final, centímetro a centímetro, fue capaz de separarlas de su cuello. Empujó con fuerza sobre el pecho del chico, que se resistía. Todo el cuerpo de Alby se sacudió un par de veces y su tronco se separó de la cama. Luego, poco a poco, se fue calmando y, unos segundos más tarde, estaba tumbado quieto y su respiración se iba igualando; tenía los ojos vidriosos.
Thomas sujetaba con fuerza las piernas de Alby por temor a moverse y que el chico estallara de nuevo. Newt esperó un minuto entero antes de soltar lentamente las manos de Alby. Luego pasó otro minuto hasta que le quitó la rodilla del pecho y se levantó. Thomas se tomó aquello como una señal y él hizo lo mismo, con la esperanza de que el ataque hubiera terminado de verdad.
Alby alzó la vista, con los párpados caídos, como si estuviera a punto de entrar en un profundo sueño.
—Perdona, Newt —susurró—. No sé qué ha pasado. Era como… si algo controlase mi cuerpo. Lo siento…
Thomas respiró hondo, seguro de que no volvería a vivir algo tan perturbador e incómodo. O, al menos, eso esperaba.
—Ni perdón ni nada —respondió Newt—. Estabas intentando matarte, foder.
—No era yo, te lo juro —murmuró Alby.
Newt alzó las manos.
—¿Qué quieres decir con que no eras tú? —preguntó.
—No lo sé. No… no era yo —Alby parecía tan confundido como Thomas se sentía.
Pero Newt parecía pensar que no merecía la pena intentar averiguarlo. Al menos, en aquel momento. Cogió las mantas que se habían caído de la cama mientras Alby se movía y las colocó sobre el chico enfermo.
—Ponte a dormir y ya hablaremos de esto más tarde —le dio unas palmaditas en la cabeza y, luego, añadió—: Estás hecho un lío, pingajo.
Pero Alby ya estaba quedándose dormido y asintió ligeramente mientras los ojos se le cerraban. Newt atrajo la mirada de Thomas e hizo un gesto hacia la puerta. Thomas no tenía ningún problema en salir de aquella locura de casa. Salió con Newt al pasillo y, justo cuando atravesaban el umbral de la puerta, Alby farfulló algo desde la cama.
Ambos se pararon en seco.
—¿Qué? —preguntó Newt.
Alby abrió los ojos un instante y repitió un poco más alto lo que había dicho:
—Tened cuidado con la chica —y cerró los ojos.
Allí estaba otra vez, la chica. No sabía por qué las cosas siempre llevaban a la chica. Newt lanzó a Thomas una mirada inquisitiva, pero él sólo pudo contestarle encogiéndose de hombros. No tenía ni idea de lo que estaba pasando.
—Vamos —susurró Newt.
—¿Newt? —dijo Alby otra vez desde la cama, sin molestarse en abrir los ojos.
—¿Sí?
—Protege los mapas —se dio la vuelta y su espalda les insinuó que había terminado de hablar.
Thomas no pensó que aquello hubiera sonado muy bien. Nada bien. Newt y él salieron de la habitación y cerraron la puerta sin hacer ruido.
Thomas siguió a Newt escaleras abajo y salieron de la Hacienda hacia la brillante luz de la tarde. Ninguno de los dos jóvenes pronunció palabra durante un rato. Para Thomas, las cosas se ponían cada vez peor.
—¿Tienes hambre, Tommy? —preguntó Newt cuando estuvieron fuera.
Thomas no podía creerse que le preguntara aquello.
—¿Hambre? Tengo ganas de vomitar después de lo que acabo de ver. No, no tengo hambre.
Newt sólo sonrió abiertamente.
—Bueno, pues yo sí, pingajo. Vamos a buscar algunas sobras del almuerzo. Tenemos que hablar.
—No sé por qué, pero sabía que ibas a decir algo parecido.
No importaba lo que hiciera, cada vez estaba más metido en los asuntos del Claro. Y estaba acostumbrándose a que fuera así.
Fueron directos a la cocina, donde, a pesar de las quejas de Fritanga, pudieron coger unos bocadillos de queso y unas verduras crudas. Thomas no podía ignorar el modo extraño que tenía de mirarle el guardián de los cocineros, cuyos ojos se apartaban cada vez que Thomas miraba hacia él. Algo le decía que aquel tipo de trato a partir de ahora sería la norma. Por alguna razón, era distinto al resto de los clarianos. Se sentía como si hubiese vivido toda una vida desde que le habían borrado la memoria, pero tan sólo había pasado una semana.
Los chicos decidieron salir a comer afuera y, unos minutos más tarde, se encontraron en la pared oeste, contemplando las muchas actividades que tenían lugar en el Claro, apoyados en un sitio donde la hiedra era muy espesa. Thomas se obligó a comer; por cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, tenía que asegurarse de tener fuerzas para enfrentarse a cualquier locura que ocurriese a continuación.
—¿Alguna vez habías visto algo parecido? —preguntó Thomas al cabo de un minuto.
Newt le miró con una repentina expresión de tristeza.
—¿A lo que Alby acaba de hacer? No. Nunca. Pero es que nadie había intentado contarnos sus recuerdos del Cambio. Siempre se niegan. Alby trató de… Debe de ser por lo que se volvió loco durante un momento.
Thomas dejó de masticar. ¿Podía controlarlos de algún modo la gente que había detrás del Laberinto? Era una idea espeluznante.
—Tenemos que encontrar a Gally —dijo Newt, cambiando de tema, mientras mordía una zanahoria—. El cabrón se ha pirado para esconderse en algún sitio. En cuanto acabemos de comer, tengo que encontrarle para meterle en la cárcel.
—¿En serio?
Thomas no pudo evitar sentir una inyección de euforia al pensarlo. Estaría encantado de ser él mismo quien cerrara la puerta de golpe y tirara la llave.
—Ese pingajo amenazó con matarte y tenemos que asegurarnos de que no vuelva a pasar. Ese cara fuco va pagar bien caro el actuar de esa manera. Tiene suerte de que no le desterremos. Recuerda lo que te dije sobre el orden.
—Sí.
La única preocupación de Thomas era que Gally no le odiara aún más porque le metieran en la cárcel.
«No me importa —pensó—. Ya no me da miedo ese tío».
—Esto es lo que haremos, Tommy —dijo Newt—: Estarás conmigo el resto del día; tenemos que resolver algunas cosas. Dejaremos para mañana el Trullo. Después, te irás con Minho, y quiero que te mantengas alejado de los otros pingajos por un tiempo. ¿Lo pillas?
Thomas estaba más que dispuesto a obedecer. Estar casi todo el tiempo solo le parecía una idea genial.
—Me parece perfecto. Entonces, ¿Minho va a entrenarme?
—Exacto. Ahora eres un corredor. Minho te enseñará. El Laberinto, los mapas, todo. Tienes mucho que aprender. Espero que te rompas el culo a trabajar.
A Thomas le sorprendía que la idea de entrar al Laberinto no le asustara tanto como esperaba. Decidió hacer lo que Newt le dijo, con la esperanza de que le ayudara a mantener la mente distraída; aunque, en su interior, lo que esperaba era salir del Claro lo antes posible. Evitar a los demás era su nueva meta en la vida.
Los jóvenes se quedaron sentados en silencio, acabándose sus almuerzos, hasta que Newt empezó a hablar de lo que realmente quería. Hizo una bola con su basura y miró a Thomas a los ojos.
—Thomas —comenzó—, necesito que aceptes algo. Lo hemos oído demasiadas veces para negarlo y ha llegado la hora de discutirlo.
Thomas sabía a lo que se refería, pero estaba asustado. Tenía pavor a aquellas palabras.
—Gally lo dijo. Ben lo dijo. Alby lo ha dicho —continuó Newt—. La chica, después de que la sacáramos de la Caja…, lo dijo —hizo una pausa, tal vez esperando que Thomas le preguntara a qué se refería. Pero ya lo sabía.
—Todos dicen que las cosas van a cambiar.
Newt apartó la mirada un momento y, luego, se dio la vuelta.
—Es cierto. Gally, Alby y Ben afirman que te vieron en sus recuerdos después del Cambio. Y, por lo que deduzco, no estabas plantando flores ni ayudando a señoras mayores a cruzar la calle. Según Gally, hay algo en ti lo bastante horrible para que quiera matarte.
—Newt, no sé… —empezó a decir Thomas, pero Newt no le dejó terminar:
—¡Sé que no te acuerdas de nada, Thomas! Deja de decir eso, ni siquiera vuelvas a repetirlo. Ninguno de nosotros se acuerda de nada y estamos hartísimos de que nos lo recuerdes. La cuestión es que hay algo diferente en ti y ha llegado la hora de que averigüemos qué es.
A Thomas le inundó una oleada de ira.
—Muy bien, ¿y cómo vamos a hacerlo? Quiero saber quién soy, igual que todo el mundo. Por supuesto.
—Necesito que abras tu mente. Sé sincero si algo, cualquier cosa, te resulta familiar.
—Nada… —empezó a decir Thomas, pero se calló. Habían pasado tantas cosas desde que llegó que casi había olvidado lo familiar que le pareció el Claro aquella primera noche que había dormido al lado de Chuck. Se había sentido tan cómodo como en casa, muy lejos del terror que debería haber experimentado.
—Puedo ver cómo te funciona el cerebro —dijo Newt—. Habla.
Thomas vaciló, asustado por las consecuencias de lo que estaba a punto de confesar. Pero estaba harto de guardar secretos.
—Bueno… No puedo señalar nada específico —habló despacio, con cuidado—. Pero cuando llegué aquí sentí como si ya hubiera estado antes —miró a Newt, esperando ver reconocimiento en sus ojos—. ¿Alguien más ha pasado por eso?
Pero Newt no reflejaba ninguna expresión y sólo puso los ojos en blanco.
—Ah, no, Tommy. La mayoría de nosotros pasó una semana cloncándose en los pantalones y llorando a mares.
—Sí, bueno —Thomas hizo una pausa, disgustado y, de repente, avergonzado. ¿Qué significaba todo aquello? ¿Era diferente al resto? ¿Le pasaba algo?—. Pues a mí todo me resultaba familiar y sabía que quería ser corredor.
—Qué interesante —Newt le examinó un segundo, sin ocultar sus sospechas evidentes—. Bueno, sigue investigando. Estrújate el cerebro, pasa tu tiempo libre pensando sobre lo que tienes en la cabeza y sobre este lugar. Hurga en tu mente, busca. Inténtalo, por lo que más quieras.
—Vale.
Thomas cerró los ojos y empezó a buscar en la oscuridad de su cabeza.
—No ahora, tonto del fuco —se rió Newt—, Me refiero a que lo hagas de ahora en adelante. En tu tiempo libre, en las comidas, cuando te vayas a dormir por la noche, cuando pasees por ahí, cuando entrenes, mientras estés trabajando. Avísame cada vez que algo te resulte familiar. ¿Lo pillas?
—Sí, lo pillo.
Thomas no podía evitar que le preocupase que Newt desconfiara de él, que aquel chico mayor estuviera ocultando lo que pensaba.
—Bien —asintió Newt, que casi parecía demasiado agradable—. Para empezar, vayamos mejor a ver a alguien.
—¿A quién? —preguntó Thomas, pero supo la respuesta mientras lo decía y el terror se apoderó de él otra vez.
—A la chica. Quiero que la mires hasta que te sangren los ojos, a ver si provocamos alguna reacción en ese cerebro tuyo —Newt cogió la basura de su almuerzo y se levantó—. Después, quiero que me cuentes todo lo que te dijo Alby.
Thomas suspiró y se puso de pie.
—Vale.
No sabía si podría decirle toda la verdad sobre las acusaciones de Alby, por no mencionar lo que sentía por la chica. Por lo visto, no iba a dejar de guardar secretos.
Ambos caminaron de vuelta a la Hacienda, donde la chica aún estaba en coma. Thomas no reprimió su preocupación por lo que Newt estuviera pensando. Quería sincerarse; aquel chico de verdad le caía bien. Si se volvía ahora contra él, no sabía si podría soportarlo.
—Si todo lo demás falla —dijo Newt, interrumpiendo los pensamientos de Thomas—, te enviaremos con los laceradores para que te piquen y pases por el Cambio. Necesitamos tus recuerdos.
Thomas soltó una risa sarcástica ante aquella idea, pero Newt no estaba sonriendo.
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