El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (21 page)

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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
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—¿Solo existen tres posibilidades?

—Nazarach, Dahariel y la Princesa —confirmó Illium.

—¿A los tres les gusta vivir en el pasado?

—No. —Fue de nuevo Illium quien respondió—. Anoushka posee una corte, al igual que su madre, pero también es dueña de una planta química que fabrica venenos. Y todos están al corriente de las nuevas técnicas forenses.

—En ese caso, tendremos que volver a lo básico: vigilarlos hasta que cometan un error.

—Nazarach —dijo Rafael— ha sido vigilado desde el ataque a Noel, pero eso no demuestra su inocencia. Dahariel está bajo la protección de Astaad, y requerirá más cuidado.

—¿A pesar de lo que le han hecho a Sam?

La respuesta vino de boca del arcángel.

—Dahariel contribuye a la tranquilidad en el territorio de Astaad de la misma forma en que Nazarach lo hace en el mío.

Y Anoushka era la hija de Neha.

—No puedes ir tras ellos sin arriesgarte a iniciar una guerra.

—Dahariel parecía disgustado por el ataque que sufrió Sam —dijo Rafael, cuya expresión era impenetrable—, pero su casa está llena de vampiros que lloriquean ante el sonido de las alas de los ángeles.

La mente de Elena volvió de repente a la primera vez (y la única) que vio a Holly Chang. Esa criatura se había puesto histérica al ver las alas de Rafael después del trauma que le había ocasionado presenciar las atrocidades de Uram. ¿Qué estaba haciendo Dahariel para provocar esa misma reacción en unos seres casi inmortales que vivían centenares de años?

Illium extendió la mano en el mismo instante en que una fuerte ráfaga de viento levantaba la nieve del suelo. Sin embarco, ni siquiera eso pudo borrar los vestigios de una muerte violenta.

—Fue el medallón lo que nos condujo hasta aquí.

Rafael lo cogió y trazó las líneas de la esfera de metal con los dedos, como si buscara algo. Elena sabía lo que había encontrado cuando sus dedos dejaron de moverse.

—Esto solo podría haberse conseguido tras la muerte de uno de los hombres de Lijuan.

—¿Crees que ella está involucrada? —preguntó Elena.

—No. Está demasiado ocupada jugando con sus renacidos. —Rafael cerró los dedos sobre el medallón mientras Elena recordaba la diversión preferida de Lijuan, que le erizó el vello de la nuca—. Elena... ¿y el rastro?

—La nieve se está deshaciendo —dijo, frustrada—. El rastro es historia.

—Paciencia, cazadora —dijo el arcángel con la confianza de un ser que había visto pasar los siglos—. Cometió un error al matar a uno de los suyos... El miedo suelta la lengua.

—En ese caso, espero que él... o ella —agregó al recordar a Anoushka— siga atacando a su propia gente. —Clavó la vista en la fuente—. Al menos, así su muerte será más rápida que si nosotros los atrapamos.

La esencia del viento, limpia y penetrante.

Diría que estás perdiendo la inocencia, pero tus pesadillas me dicen que la perdiste hace mucho tiempo.

Sí, admitió ella, permitiéndole un atisbo del lugar más secreto de su corazón.
Hubo mucha sangre ese día. Podía verla sobre mi piel incluso durante el funeral
.

19

E
l día siguiente les regaló una indeseada sorpresa. Puesto que el rastro de esencias había desaparecido y la gente de Rafael se encargaba de los demás aspectos de la búsqueda, Elena retomó los entrenamientos destinados a poner su cuerpo en forma. El ángel que había herido a dos de los hombres de Rafael descubriría que ella no era un objetivo tan fácil como se creía. Tenía la intención de clavarle una daga del Gremio entre las costillas cuando fuera a por ella.

Por desgracia, había olvidado que Dmitri había regresado a la Torre.

—Estarás muerta dos segundos después de que se te acaben las balas, si esa es tu única defensa. —Galen sopesó la pistola sobre la palma de su mano. Sus ojos verdes tenían una expresión tan amistosa como la de un oso pardo—. ¿Algún arma secundaria?

—Cuchillos. —No lo admitiría ni en un millón de años, pero empezaba a echar de menos el perverso sentido del humor de Dmitri.

—Si vas a usar cuchillos —dijo Galen mientras ella se adentraba en la pista de entrenamiento, un sencillo círculo de tierra batida situado frente una enorme estructura de madera sin ventanas—, tendrás que aprender a arrojarlos sin dañarte las alas. —Cogió de la mesa algo parecido a un estoque, aunque la funda protectora era mucho más sencilla que las enrevesadas vainas que ella había visto en la colección de otro cazador. Galen se lo ofreció y le dijo—: Necesito saber de qué eres capaz.

—Te he dicho que uso cuchillos —replicó Elena, que flexionó la muñeca para evaluar el peso de la hoja—. Este es mucho más largo que cualquiera de los que yo utilizo.

—Los cuchillos te acercan demasiado al objetivo. —De repente, tuvo a Galen delante de las narices, con una hoja corta y letal sobre su garganta. Sus pechos estaban atrapados bajo el calor del torso masculino desnudo—. Y no eres lo bastante rápida como para vencer a otro ángel.

Elena dejó escapar un siseo, pero no retrocedió.

—Aun así, podría destriparte.

—No antes de que yo te cortara la garganta. Sin embargo, ese no es el objetivo de este ejercicio.

Al sentir que la sangre se deslizaba por su cuello, Elena descartó la ira y sopesó sus opciones con frialdad. La mano que sostenía la espada había sido inutilizada de una forma eficiente, ya que él estaba demasiado cerca. Y dada la falta de impulso, su otra mano tampoco conseguiría hacer mucho daño.

Pero las alas de los ángeles eran muy sensibles.

Tras sujetar el ala de Galen con la mano libre, alzó la espada con la otra. El pelirrojo se puso fuera de su alcance, y el cuchillo desapareció a tal velocidad que Elena apenas atisbo el movimiento.

—Alas... —dijo al comprender que ese cabrón le había enseñado algo crucial—. Las alas me dan una ventaja a la hora de sorprender a un oponente, pero si se acerca demasiado se convierten en un punto débil.

—En esta etapa, sí. —Galen hizo girar el estoque que había elegido. La esbelta espada parecía demasiado delicada para su mano enorme. Elena tenía la certeza de que su arma preferida se parecía mucho más a un sable. Algo pesado, sólido y efectivo.

—Supongo que a partir de ahora tendré que utilizar la ballesta para colocarles el chip a los vampiros —replicó mientras recordaba con cierta melancolía los collarines, su método favorito para inmovilizar a sus objetivos.

Dotadas de un chip que neutralizaba a los vampiros mediante una reestructuración temporal de sus cerebros, esas armas especiales eran la única ventaja que los cazadores tenían frente a sus oponentes, mucho más fuertes y rápidos. Elena se había planteado conseguir algunas réplicas ilegales para su uso personal ahora que estaba rodeada de vampiros, pero había comprendido que en cuanto utilizara una de ellas, no solo originaría una tormenta que enterraría al Gremio, sino que también conseguiría que Rafael perdiera la lealtad de los vampiros que se encontraban bajo su mando. Los chips estaban muy regulados por una razón fundamental: los vampiros no querían pasarse la vida protegiéndose las espaldas.

Elena comprendía muy bien lo que sentían: era una putada perder el control de tu cuerpo, convertirse en una marioneta. Además, la mayoría de los que la rodeaban esos días eran demasiado fuertes para verse afectados por el chip. No obstante, ese era un secreto que se llevaría a la tumba, porque, en ocasiones, lo único que un cazador tenía a su favor era el elemento sorpresa, la convicción de los vampiros de que habían sido neutralizados.

—¿Piensas retomar tu trabajo en el Gremio? —El tono de Galen estaba cargado de desaprobación.

—¿Qué otra cosa voy a hacer? ¿Quedarme sentada de brazos cruzados?

—Eres un estorbo. —Palabras frías, crueles—. En la calle serás un blanco fácil para cualquiera que quiera llegar hasta Rafael convirtiéndote en su rehén.

—Esa es la razón de que esté aquí fuera, incrementando el número de cardenales. —No se dejaría intimidar—. Rafael no quiere una princesa. Quiere una guerrera.

«Mis amantes siempre han sido guerreras.»

Eso le había dicho su arcángel. Y ahora que ya habían establecido los límites, Rafael estaba sacando provecho a sus habilidades, a sus dones. No pensaba dejar que un ogro de expresión amargada echara por tierra los fundamentos de la relación que mantenía con su compañero.

—Estuvo a punto de morir por tu culpa. —Una embestida con la espada, tan cercana que Elena la bloqueó de manera instintiva.

Se giró hacia un lado y alzó su estoque.

—Él decidió caer conmigo.

—A veces, incluso un arcángel se equivoca. —Un centelleo de movimientos rápidos.

Sin embargo, Elena había interpretado los movimientos de sus pies y estaba preparada para ponerse fuera de su alcance. Cuando se volvió, había varios mechones de su cabello sobre la tierra batida de la pista, mechones que habían sido cortados limpiamente por la hoja de Galen. Tal vez tuviera el aspecto de un matón, pero sabía moverse.

—Supongo que la batalla ha comenzado.

—Si así fuera, estarías muerta. —Tras recuperar la pose de espera, Galen contempló su mano con expresión crítica—. Tienes que cambiar la forma de empuñar. Tal y como sujetas la espada en estos momentos, podría romperte la muñeca con un único golpe.

—Enséñame.

El ángel lo hizo antes de añadir:

—El estoque es en realidad un arma muy agresiva. Utilízala.

El resto de la mañana fue agotadora.

Tres horas después, Elena estaba cubierta de sudor, y su instructor y ella habían atraído a un enjambre de curiosos. Galen no le permitió descansar y comenzó otra sesión de combate. La cazadora notaba que sus alas arrastraban por el suelo, el temblor de sus músculos.

Cabrón.

Puesto que no estaba dispuesta a permitir que la tirara al suelo, evitó sus estocadas con movimientos escurridizos y deliberados... hasta que bajó la guardia durante una fracción de segundo. En ese instante, lo atacó. El estoque le dio en el hombro y se hundió varios centímetros.

La sangre manchó la piel bronceada del torso masculino. Los espectadores dejaron escapar una exclamación ahogada. Sin embargo, Galen se limitó a apartar su cuerpo de la espada, bajó su arma y le ofreció la mano.

—Muy bien. Deberías haber hecho eso hace una hora.  Aunque deseaba clavárselo en el corazón, Elena le tendió el estoque.

—Conozco los movimientos básicos, pero tardaré un tiempo en ser efectiva con esto. —Un tiempo del que no disponía.

—Nos concentraremos en el lanzamiento de cuchillos más tarde, pero necesitas tener cierta habilidad con la espada, por si acaso te ves envuelta en una lucha cuerpo a cuerpo. —Sus ojos verde claro se clavaron en los de Elena—. Si quieres sobrevivir al baile de Lijuan, tendrás que dejar de actuar como una humana y apuntar directamente a la yugular. —Abandonó la pista de entrenamiento sin decir una palabra más.

Lo único que deseaba Elena era convertirse en un montoncito de gelatina, pero el orgullo la mantuvo en pie. 

Nadie se interpuso en su camino cuando se marchó de la pista, pero sintió los ojos clavados en ella durante todo el trayecto hasta la fortaleza de Rafael. Las pistolas y los cuchillos, pensó mientras entraba, eran las armas más versátiles para el uso diario. El estoque era demasiado largo, pero una espada más corta... Sí, algo así podría servirle.

Era una pena no tener consigo el lanzallamas en miniatura que había en su colección. Aun así, no era algo que pudiera llevar consigo todos los días y, además, aunque era efectivo contra los vampiros, solo le habría hecho cosquillas a los ángeles. Lo mejor que podía hacer contra un ángel era dejarlo discapacitado... el tiempo suficiente como para sacar cierta ventaja.

Estaba tan absorta sopesando sus opciones que tardó varios minutos en darse cuenta de que había girado a la derecha en vez de a la izquierda después de entrar en el pasillo principal. Aunque si seguía caminando, pensó, demasiado exhausta para darse la vuelta, tal vez el pasillo la llevara al final hasta la parte central. Se frotó la nuca y contempló las paredes de esa zona, que estaban llenas de exuberantes tapices de seda con incrustaciones de piedras preciosas que se agitaban con la brisa procedente de la parte de arriba. La alfombra que había bajo sus pies encajaba a la perfección con la decoración, ya que su tono rosa oscuro tenía un leve matiz amatista.

Las corrientes de aire le llevaron el eco de una risilla.

Se quedó paralizada al comprender la trascendencia del lugar en el que se encontraba. Ricos, exóticos y casi demasiado vivos, los colores la acariciaron con dedos aterciopelados. La última vez que había estado en un lugar tan impregnado de sensualidad se encontraba en el ala de los vampiros de la Torre. Y Dmitri había estado a punto de follarse a una mujer delante de sus narices. El hecho de que ambos estuvieran vestidos carecía de importancia: esa rubita voluptuosa había estado a punto de llegar al orgasmo.

Era demasiado tarde para darse la vuelta. Tensó la espalda... y, al percibir la familiar esencia de un tigre a la caza, aceleró el paso. Sin embargo, su cabeza insistió en volver la vista hacia una puerta abierta; insistió en echar un vistazo a esa espalda esbelta y musculosa, con una piel inmaculada de color marrón con toques dorados; insistió en observar esa cabeza de melena plateada inclinada sobre el cuello de una mujer que emitía gemidos inconfundiblemente sexuales.

Una mujer con alas.

Sus pies echaron raíces en el suelo. Naasir se estaba alimentando de un ángel, y a juzgar por los gemidos roncos de la mujer y por la forma en que sus manos se aferraban a los bíceps del vampiro, era obvio que era él quien llevaba las riendas de la situación.

Incapaz de apartar la mirada, Elena contempló cómo Naasir cubría con la mano uno de los turgentes pechos femeninos, La cabeza del ángel cayó hacia atrás y dejó expuesto su cuello, suplicando otro beso sangriento, cuando él alzó la vista, cuando se dio la vuelta, cuando esos ojos de platino líquido se clavaron en los de Elena.

Estremecida, la cazadora agachó la cabeza y continuó su camino tan rápido como se lo permitieron las piernas. Fue un alivio llegar a la parte central de la casa, con su techo abovedado y su abundancia de luz.

Por Dios bendito.

Los ojos y el rostro de Naasir estaban impregnados de sexo, pero también de una necesidad más oscura, de un hambre más siniestra..., como si el vampiro hubiera estado dispuesto a abrir el pecho de su amante para beber directamente de su corazón palpitante mientras se la follaba.

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