El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (25 page)

Read El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 Online

Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
10.81Mb size Format: txt, pdf, ePub

En algún momento empezó a darse cuenta de que estaba de rodillas, de que Rafael se encontraba a su lado y mantenía el pelo apartado de su rostro mientras la rodeaba con las alas. Cuando los espasmos empezaron a remitir, Elena tiró de la cadena y se incorporó un poco, temblorosa.

El arcángel se levantó y le trajo una toalla empapada en agua fría. Elena se limpió la cara, muy consciente de que Rafael se había agachado frente a ella, de la furia ardiente que lo consumía.

—¿Qué significa para ti ese collar? —preguntó con un tono frío que ya le he había visto utilizar en una ocasión con Michaela.

—Tiene que ser una copia —replicó ella con voz ahogada—. Enterramos el auténtico. Yo lo vi. —La tapa del ataúd cerrándose, un último atisbo del rostro de Belle.

Unas manos fuertes cubrieron sus mejillas, y unas alas hermosas se extendieron a su alrededor.

—No dejes que ella te venza. No permitas que utilice tus recuerdos contra ti.

—Dios..., menuda zorra. —La inundó una furia cegadora—. Lo hizo a propósito, ¿verdad? —En realidad no era una pregunta, ya que conocía muy bien la respuesta—. No soy ninguna amenaza para ella, así que lo ha hecho solo para divertirse. Quiere doblegarme. —Y solo para conseguir unos instantes de diversión.

—Es obvio que no te conoce. —Rafael tiró de ella para ayudarla a ponerse en pie.

Elena se acercó al lavabo, dejó la toalla en el mostrador y se enjuagó la boca con agua casi hirviendo.

—Belle —dijo una vez que por fin se sintió limpia— le habría rebanado el pescuezo a Lijuan por haberse atrevido a usar eso contra mí. —El recuerdo del carácter dulce y salvaje de su hermana hizo que se le tensara la espalda—. Vamos.

En esa ocasión, aunque aún se negaba a tocarlo, observó con mucha atención el collar que Lijuan le había enviado.

—Es una copia. —Se sintió tan aliviada que se le doblaron las piernas, y se habría caído de no haberse aferrado al escritorio. La arcángel china no había profanado la tumba de Belle—. Decidimos grabar el nombre de Belle en el reverso con un alambre al rojo vivo. Solo conseguimos marcar una «B» torcida antes de que mi madre nos descubriera. —El recuerdo le provocó una sonrisa que alejó un poco el sufrimiento—. Se enfadó muchísimo, porque aquel colgante era de oro del bueno.

Rafael volvió a colocar el collar en la caja y la cerró.

—Me aseguraré de que se deshagan de él.

—Hazlo... pero pide que me hagan una copia primero. —Enseñó los dientes en una sonrisa feroz—. Si esa zorra quiere jugar, jugaremos.

—Sus espías se lo contarán —dijo Rafael—. Sería una buena jugada, pero no lo permitiré.

Elena alzó la cabeza al instante.

—¿Qué?

—Esto tenía la intención de herirte. Llevar ese colgante solo te haría recordar el pasado.

—Sí —dijo ella—. Me recordaría la vez que Belle le dio un puñetazo a un vecino abusón que era tres años mayor que ella y pesaba veinte kilos más. Me recordará su fuerza, su coraje.

Rafael la observó durante unos instantes.

—Pero esos recuerdos están llenos de oscuridad.

Elena no podía refutar eso.

—Quizá esta vez abrace la oscuridad en lugar de huir de ella.

—No. —La mandíbula de Rafael formó una línea brutal—. No permitiré que Lijuan te haga vivir una pesadilla.

—En ese caso, dejarás que gane.

Un beso, duro e inesperado.

—No, solo le haremos creer que ha ganado.

Rafael se deshizo del regalo de Lijuan y voló hasta el Refugio al amparo de las sombras de la noche. Lo que le había dicho a Elena era verdad, pero le había ocultado otras verdades más profundas.

Lo había hecho para protegerla.

Ella lo sabía, y aun así se había dejado convencer. Y eso hablaba de lo profundas que eran sus cicatrices. En una ocasión, cuando Uram aún estaba cuerdo, cuando aún recordaba el joven que había sido, Rafael y él habían mantenido una conversación.

—Humanos —había dicho el otro arcángel—, sus vidas son tan efímeras.

Rafael, que por entonces no había cumplido los trescientos años de edad, se había mostrado de acuerdo.

—Tengo amigos humanos. Hablan de amor y odio, pero me pregunto si de verdad conocen esas emociones.

Recordaba a la perfección la mirada que Uram le había dirigido: la de un adulto que se divertía con las pretensiones de la juventud.

—No es la cantidad lo que importa, Rafael. Nosotros nos tomamos las cosas con calma porque nuestras vidas son eternas. Los humanos deben vivir un millar de vidas en una. Todos sus dolores son más agudos, todas sus alegrías, más intensas.

Rafael se había quedado perplejo. Incluso en aquella época, Uram era una persona disoluta, de placeres descuidados y abierta crueldad.

—Da la impresión de que los envidias.

—A veces, así es. —Esos ojos verdes habían contemplado la aldea humana situada al abrigo del antiguo castillo que ellos consideraban su hogar—. Me pregunto qué clase de persona habría sido yo si hubiera contado tan solo con cinco o seis míseras décadas para dejar mi huella en el mundo.

Al final, Uram había dejado una enorme huella en el mundo, aunque no había sido la que aquel joven habría deseado. Ahora siempre sería recordado por la mayoría como el arcángel que había perdido la vida en una batalla territorial, en una batalla de poder. Solo unos cuantos, incluso entre los ángeles, conocerían la verdad: que Uram había nacido a la sangre, embriagado por una toxina que había convertido su sangre en veneno. El padre de Rafael no había llegado a sufrir esa clase de sed de sangre. Sin embargo, la sed de poder de Nadiel había sido, en muchos sentidos, casi peor.

Al ver a Elena en el balcón, todavía con su camisa puesta y sus magníficas alas extendidas en una muestra de su deseo por volar, descendió en un rápido vuelo en picado.

¡Rafael!

Un grito cargado de admiración y miedo a partes iguales.

Al sentir algo que llevaba dormido mucho tiempo en su interior, un eco del joven arrogante que había divertido a Uram, Rafael realizó un ascenso vertical antes de descender en una espiral brutal que habría hecho que un ángel inexperto acabara destrozado sobre las rocas de más abajo.

Se encontraba a media altura cuando lo sintió: la mente de Elena unida a la suya. Escuchó su exclamación mental, una prueba de que experimentaba a su lado el éxtasis del descenso. Un instante más tarde volvió a ascender de nuevo. Elena permaneció con él hasta que bordeó una potente corriente de aire para aterrizar en el balcón.

Ella lo miró con asombro durante un momento, con las alas plegadas.

—¿Qué...? —Un movimiento negativo de la cabeza—. ¿Qué acaba de ocurrir?

—Te has vinculado a mí. —Debería haberle resultado imposible, ya que él era un arcángel y sus escudos debían ser impenetrables. No obstante, recordó, Elena ya lo había hecho en una ocasión, cuando era mortal. Rafael se había perdido en su mente, se había hundido tanto en el perfume salvaje de su pasión que había dejado de pensar. Más tarde tuvo que soportar su enfado por lo que ella consideró un intento de violación por su parte.

Su cazadora no sabía lo que había conseguido hacer.

«Hay algunos humanos —uno de cada quinientos mil, quizá— que nos convierten en algo diferente a lo que somos. Las barreras caen, los fuegos se encienden y las mentes se mezclan.»

Lijuan había matado al mortal que la había conmovido tan profundamente.

Rafael, en cambio, había decidido amarla.

—Pude sentir lo que tú sentías. —La euforia resplandecía en los ojos femeninos—. ¿Es eso lo que sientes cuando entras en mi mente?

—Sí.

Ella se tomó un momento para reflexionar.

—No te ha gustado, ¿verdad? No te ha hecho ninguna gracia que haya logrado colarme bajo tus defensas.

—Yo he tenido mil años para acostumbrarme a estar solo en el interior de mi cabeza. —Acarició su mejilla con el dorso de la mano—. Ha sido... desconcertante sentir otra presencia allí.

—Ahora ya sabes lo que yo siento. —Una ceja enarcada—. No es agradable saber que nada de lo que hay en mi mente es privado.

—Yo jamás he husmeado en tus pensamientos privados.

—¿Y cómo puedo estar segura de eso? —inquirió ella—. ¿Cómo albergar esa certeza si eres tan arrogante que te cuelas en mi cabeza cuando te da la gana? ¿Cómo puedo estar segura de que, cuando decido compartir algo contigo, estoy tomando realmente una decisión?

Por primera vez, Rafael sintió un chispazo de comprensión.

—Será una forma mucho más lenta de conocernos el uno al otro.

—La rapidez no lo es todo. —Elena apretó las manos alrededor de la barandilla.

Rafael pensó en la confianza que había demostrado cuando le habló de su madre, en la compasión con la que había aceptado la carga de sus propios recuerdos.

—Lo intentaré, Elena.

—Supongo que eso es lo mejor que voy a conseguir de un arcángel. —Las palabras se vieron suavizadas por el brillo de sus ojos—. No me molestan las charlas mentales. Eso funciona en ambos sentidos. Es lo otro lo que me cabrea, porque me da la sensación de que no podré controlarlo hasta dentro de mucho tiempo.

—¿Atisbaste alguno de mis pensamientos mientras estábamos vinculados?

—No. Estaba demasiado absorta en el vuelo. Dios, vaya forma de volar, Rafael... —Soltó un silbido—. Sé que lo que hiciste no es nada fácil.

El orgullo estalló en su interior, un orgullo procedente del corazón del joven que había sido antes de Caliane. Antes de Isis. Antes de Dmitri.

—Aunque vi un nombre... —Palabras titubeantes—. ¿Estabas pensando en tu padre?

—Sí. —Observó cómo el viento arrastraba unos cuantos mechones rebeldes hasta su rostro, cómo se recortaba su silueta contra el cielo nocturno cuajado de diamantes, y tomó una decisión propia—. Estaba pensando que, de alguna forma, la locura de mi padre era peor que la de Uram.

Elena no lo interrumpió. Se limitó a cambiar de posición a fin de poder darle la mano. Rafael entrelazó los dedos con los de ella, maravillado por los cambios tectónicos que había sufrido su vida desde el día en que conoció a Elena Deveraux, cazadora del Gremio. Ella se había introducido rápidamente en su corazón, convirtiéndose en la parte más vital de su existencia.

—Con Uram, aunque hubo cierta vacilación, toda la Cátedra estuvo de acuerdo en que su muerte era necesaria. —Fue Lijuan quien más se había preocupado por él, quien seguía preocupándose por él—. Lijuan se cuestionó si el poder que se adquiere con el nacimiento a la sangre merecía la pena.

Elena empezó a temblar.

—Deberías haberle mostrado la estancia en la que Uram almacenaba los restos de sus víctimas. —Se le encogió el estómago al recordarlo—. Era un matadero. Solo el olor habría hecho que mucha gente saliera corriendo.

—Olvidas, Elena —dijo Rafael, cuya mirada era casi negra—, que Lijuan juega con los muertos.

«—Sujeta bien el colgante, Ellie.

—Lo intento...

—Calla... Al final mamá nos oirá.»

Tras inhalar la esencia fresca de Rafael, Elena consiguió tragar el intenso susurro del recuerdo y concentrarse en el presente.

—¿Por qué dices que tu padre era peor?

El cabello de Rafael se agitó con la brisa nocturna, más oscuro que la negrura que los rodeaba.

—Él no mataba de manera indiscriminada. Durante mucho tiempo, todos se convencieron de que lo único que lo guiaba era el hambre de poder, de territorios.

—Y otros se unieron a su causa —intuyó ella.

Un lento gesto de asentimiento.

—Era un emperador, pero quería ser un dios. Al principio, los asesinatos fueron sigilosos, incluso políticos.

Elena alzó una mano para apartarle el pelo de la cara. Necesitaba tocarlo, porque de pronto parecía muy lejano.

—¿Qué hizo que la gente cambiara de opinión?

Rafael se inclinó para disfrutar del contacto, pero su expresión siguió siendo fría, distante.

—Que empezó a incendiar pueblos enteros en territorios que no le pertenecían.

El libro que había leído por consejo de Jessamy acudió en su ayuda.

—Una declaración de guerra.

—Mi padre no lo veía de esa manera. Esperaba que el resto de los miembros de la Cátedra aceptaran sus órdenes. Para entonces, ya había empezado a creer que era un dios.

—¿Cuántos años tenías tú cuando murió?

—Apenas unas décadas.

Un niño, pensó Elena, no era más que un niño.

—Eso significa que... —Se quedó callada. No pudo continuar.

—Que ya estaba loco antes de que yo naciera.

Elena le rodeó la cintura con los brazos y apoyó la cabeza sobre su corazón.

—De ahí la preocupación por tu nacimiento.

Los brazos de Rafael eran como bandas de acero a su alrededor.

Algunas veces me pregunto qué me habrá dejado en herencia. O qué habré heredado de mi madre
.

23

E
n ese momento, Elena supo que el arcángel de Nueva York había compartido con ella algo que no le había contado a nadie más. No sabía cómo lo sabía, pero lo sabía. Como también sabía que no había palabras que pudieran responder a la pregunta de Rafael. Solo el tiempo podría hacerlo. No obstante...

—Tu vida ha dado un vuelco que apuesto a que ni siquiera Lijuan había previsto. No hay nada predestinado.

Rafael permaneció en silencio unos minutos mientras el viento nocturno tocaba una música siniestra sobre sus cuerpos y les acariciaba las alas. Su arcángel no se había molestado en ponerse otra camisa, así que Elena podía notar esa piel maravillosa bajo sus manos, bajo su mejilla. Se dio cuenta de que se sentía extrañamente satisfecha a pesar de los inquietantes sucesos del día.

—La noche está tranquila —dijo el arcángel al final—. Los vientos parecen suaves. La visibilidad es perfecta en todas las direcciones.

—Una buena noche para volar —susurró ella.

—Sí.

Se aferró a su cuello mientras Rafael alzaba el vuelo. El viento originado por el despegue le apartó el cabello de la cara y luego lo sacudió como un látigo, enredándolo alrededor de ambos.

—Tengo que cortármelo —murmuró Elena, que empezó a sacarse los mechones de la boca con una mano mientras se sujetaba al arcángel con la otra.

¿Por qué no lo hiciste cuando eras cazadora? Yo lo habría considerado un punto débil
.

Ese día la herida estaba demasiado sensible, pero respondió de todas formas.

Other books

Maninbo by Ko Un
Limbo by Amy Andrews
Forever Scarred by Jackie Williams
The Small House Book by Jay Shafer
Blood of a Mermaid by Katie O'Sullivan
Gravewriter by Mark Arsenault
Prescription for Desire by Candace Shaw