El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (44 page)

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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
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—Si Rafael sobrevive, dile que puede quedarse con el vampiro cuyos servicios quería comprar. El muchacho está tan destrozado que ya no tiene ninguna utilidad para mí. —Se elevó hacia los cielos antes incluso de que la última palabra hubiera abandonado sus labios.

—Tenemos que irnos —dijo Jason con una voz tan tensa que Elena apenas logró entenderlo.

La cazadora echó un vistazo atrás, pero no vio más que un resplandor incandescente, un muro de electricidad estática que bloqueaba todos sus intentos de conectar con la mente de Rafael. Sentía una opresión en el corazón, pero se marchó. Se marchó porque su arcángel le había pedido que lo hiciera. Y se cabrearía mucho si sobrevivía (e iba a sobrevivir) y la encontraba muerta. Mientras corrían, el poder comenzó a intensificarse a un ritmo exponencial por detrás de ellos, hasta convertirse en un infierno que los empujaba con oleadas abrasadoras.

Jason y Aodhan corrían a su lado cuando Elena subió un pequeño tramo de escaleras.

—¡Es demasiado bajo! —gritó, a sabiendas de que jamás conseguiría despegar desde allí.

Una mano cogió su brazo izquierdo; otra, el derecho. Elena replegó las alas en un abrir y cerrar de ojos. Jason y Aodhan remontaron el vuelo en el preciso momento en que una masiva falta de sonidos llenó el aire: el poder estaba siendo succionado por el vacío antes de empezar a expandirse. Estuvo a punto de aplastarlos, pero, de algún modo, los dos ángeles siguieron volando.

—¡Ya!

Pero Jason y Aodhan esperaron tres segundos más antes de soltarla. Sus alas se extendieron de manera instintiva, con las puntas curvadas para alejarse de la muerte que los perseguía a toda velocidad. Varias oleadas de calor atravesaron el aire, cada una más peligrosa que la anterior. Elena vio a los vampiros que caían mientras huían, oyó los gritos exclamados cuando los hogares humanos estallaron en llamas, vio a los ángeles que volaban aún más alto para intentar escapar. Sin embargo, Jason y Aodhan permanecieron a su lado pese a que ella era mucho más débil, mucho más lenta.

El fuego le acarició la nuca. Al echar una mirada por encima del hombro, vio que los límites del infierno estaban a tan solo unos segundos por detrás de ellos.

—¡Descended! —gritó—. ¡Descended!

El estallido los alcanzó con la fuerza de un camión de dos toneladas, aplastó sus alas y los esparció sobre el suelo como si fueran trozos de cristal.

Matar a Lijuan era una hazaña imposible. Rafael lo comprendió al percibir la primera oleada de su poder. Tenía el sabor de una mezcla entre la vida y la muerte, de un ser a caballo entre varios mundos.

Su sangre, negra y viscosa, seguía manando desde el cuello, pero su poder no dejaba de crecer. Sus alas se recortaron contra el intenso resplandor hasta que dejaron de apreciarse. El resto de los miembros de la Cátedra se elevó con ella para contener esa oleada arrasadora que podría destruir el mundo entero. Lo más probable era que ya hubieran muerto miles de personas. Si se detenían, si permitían que ella liberara la furia inconmensurable de su fuerza, habría millones de muertos. Miles de millones.

Sin embargo, esa no era la razón por la que luchaban sus compañeros. La mayoría apenas valoraba la vida humana. Luchaban por sus propias vidas, y porque Lijuan había cometido un error. Rafael había notado lo impresionados que se habían quedado sus compañeros al ver cómo Adrian destrozaba al vampiro que había tenido la mala fortuna de verse hechizado por Lijuan. La sangre y la muerte no eran nada nuevo. No obstante, el control que ella poseía sobre sus renacidos, la fuerza que esos renacidos utilizaban contra los vampiros..., ningún arcángel deseaba enfrentarse a esa clase de ejército. Y el hecho de que ese ejército fuese una plaga con el potencial de acabar con todos ellos era la gota que colmaba el vaso.

No me detendréis. No puedo permitir que lo hagáis
.

La voz de Lijuan en sus cabezas.

Su aparente cordura resultaba mucho más perturbadora que la perversidad de Uram durante aquellos últimos minutos sobre Nueva York. Ahora Pekín ardía bajo ellos, y entre los escombros se encontraba Elena. El núcleo más primitivo de su ser ansiaba reunirse con ella, pero Rafael se quedó donde estaba. Porque su guerrera de corazón mortal no esperaría otra cosa de él.

Notó que uno de los tendones de su ala izquierda se tensaba en un intento por soportar las descargas de poder que lo azotaban una y otra vez. Solo Favashi, que era aún más joven que él, mostraba signos de agotamiento similares.

«En ese caso, ella te matará. Te convertirá en mortal.»

Era más débil que antes, pero también más fuerte. Cuando alzó la vista para contemplar el rostro de Lijuan, vio que la máscara humana desaparecía para revelar una atronadora oscuridad.

—¡Ahora! —gritó Rafael, dirigiéndose a los arcángeles que rodeaban a Lijuan. Sabía que ella ya no podía oír nada—. ¡Ahora!

Un torrente salvaje de poder. Un torrente salvaje concentrado en un único objetivo. El cuerpo de Lijuan se inclinó al recibir la descarga. El cielo se iluminó como si fuera de día durante un desconcertante segundo. Cuando la noche regresó, Zhou Lijuan se había desvanecido, la Ciudad Prohibida no era más que un cráter negro, y Pekín se había convertido en un recuerdo en la mente de mortales e inmortales.

La agonía de los moribundos solo se veía superada por el silencio de los muertos.

Encontró a Elena enterrada bajo las alas de dos de sus Siete. Jason y Aodhan estaban inconscientes, y los huesos de sus piernas parecían retorcidos. Sin embargo, esas heridas no eran nada para los inmortales de su edad. Sobrevivirían.

Elena era mucho, mucho más joven.

Pero tenía el coraje de una cazadora nata.

Rafael percibió un testarudo soplo de vida mientras recogía su cuerpo destrozado del duro suelo sobre el que se había visto arrojada. Sus manos estaban desgarradas; y su rostro, muy magullado, pero su cuerpo... Al deslizar la mano sobre él, el arcángel comprendió que solo tenía unas cuantas fracturas. De poca importancia. Incluso para un ángel tan joven. Debería haberla dejado descansar, pero no podía soportar el silencio.

Elena
.

Sus párpados se agitaron.

No podía acelerar la curación, ya que había consumido la mayor parte de su poder en la batalla por contener a Lijuan. Tardaría algún tiempo en recuperarlo.

Cazadora mía
.

Unos ojos plateados se clavaron en los suyos.

El amor, pensó mientras la estrechaba contra su corazón, era una agonía sin comparación posible.

Epílogo

R
afael no se sorprendió al ver la imagen de Lijuan en la superficie cristalina de un estanque lleno de agua de lluvia que había a las afueras del Refugio. Se arrodilló junto a ese estanque mientras Elena se sentaba envuelta en una manta, con la cara dirigida hacia los rayos del sol que acababa de salir. Sin embargo, sintió que la cazadora miraba en su dirección en el instante en que apareció Lijuan, a pesar de que el mensaje debía de ser invisible para ella.

—Estoy viva, Rafael. —La voz de Lijuan era a la vez un millón de gritos y un interminable silencio—. ¿No te preocupa?

—Has evolucionado —replicó él, que vio cómo la mano y el rostro de la arcángel se desvanecían en una especie de neblina antes de aparecer de nuevo—. Ya no necesitas un cuerpo de carne. Tus preocupaciones no son las nuestras.

Una risotada, susurros y algo más, algo que hablaba de caricias al amparo de la oscuridad mientras manaba la sangre, cálida y densa.

—He matado al último de mis renacidos. —Su silueta se solidificó, adquirió una apariencia casi normal—. En ocasiones, también yo necesito carne.

—¿Por qué me cuentas esto? —preguntó Rafael—. Me estás revelando tus debilidades.

—Me caes bien, Rafael. —Una sonrisa que congeló el agua del estanque y cubrió de escarcha el rostro de la arcángel—. Y tu cazadora; sí, todavía me intriga.

Rafael enfrentó esos ojos que eran algo más que inmortales y se preguntó si era cierto.

—¿Necesitabas morir para evolucionar?

—Hazme esa pregunta la próxima vez que nos veamos. Quizá te responda.

—Caminas entre la vida y la muerte —dijo él—. ¿Qué es lo que ves?

—Misterios, respuestas, ayeres y mañanas. —Una sonrisa enigmática—. Hablaremos de nuevo. De verdad que me caes bien, Rafael.

Esas palabras resonaron en el aire mientras su imagen se desvanecía. Rafael se incorporó, tomó la mano de Elena y la ayudó a levantarse. Su cazadora lo miraba con expresión preocupada.

—¿Lijuan?

—Ya no es una amenaza. —La estrechó entre sus brazos—. Creo que, por ahora, Lijuan no tiene ni el más mínimo interés en las preocupaciones de este mundo. —Su rostro había mostrado una espeluznante alegría infantil en su nueva vida, en su nuevo plano de existencia.

—Con eso me vale. —Un suspiro largo. Elena sacó los brazos de la manta para abrazarlo—. Quiero irme a casa, arcángel.

Rafael acarició la curva cálida de su cadera y se preguntó si la ciudad de Nueva York estaría preparada para acoger a una cazadora Convertida en ángel.

—Partiremos mañana, al alba.

Agradecimientos

M
e resultó muy divertido escribir este libro, en especial después de la maravillosa respuesta que recibí de los lectores de El ángel caído. Gracias por darle una oportunidad a esta nueva serie... También por los correos electrónicos, las cartas y, sobre todo, por las sonrisas que habéis traído a mi vida.

Quiero darles las gracias especialmente: a Tiazza, por su ayuda con el árabe de Marruecos; a Helen y a Pamela, por sus consejos sobre el francés; y a Travis, por regalarme sus conocimientos sobre los distintos tipos de espadas. Todos son expertos en sus respectivos campos. Cualquier error que pueda haber es mío. 

Y el más enorme de los agradecimientos para mis padres, por comportarse de una forma tan maravillosa cuando la entrega se me echaba encima, y para mi hermana, por esa locura que me mantiene cuerda. Y lo mismo para mis amigos de RWNZ y de la red. Sois los mejores.

También quiero darle las gracias de corazón a Hari Aja, por su magnífico apoyo a mi trabajo. 

Y por último, aunque no menos importante, quiero expresarles mi gratitud a todos los miembros de Knight Agency y de Berkley Sensation, en especial a mi agente, Nephele Tempest, y a mi editora, Cindy Hwang. Gracias por todo lo que hacéis, y por todo lo que hacéis posible que haga yo. No podéis retiraros. Nunca.

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