Read El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
—Dios mío... —Fue un susurro casi inaudible. Esa cosa estaba deshaciendo la piedra.
—Estás bien, Elena. Solo ha sido la impresión.
No muestres ninguna debilidad
.
Elena permitió que la ayudara a ponerse en pie y colocó la suela de la bota sobre la mancha decolorada del suelo. Cuando Rafael plegó las alas, comprendió dos cosas: la primera, que tanto las marcas de los arañazos como los cortes de los brazos habían dejado de sangrar; y la segunda, que toda la Cátedra había acompañado a su arcángel. Neha se arrodilló junto al cuerpo de su hija y arrojó la espada a un lado, salpicando de rojo las piedras del suelo. La piel oscura de la arcángel contrastaba con la sangre roja de su hija, y sus ojos parecían de hielo cuando se giró.
—Ella morirá.
Elena sabía que Neha no se refería a Anoushka.
E
l rostro de Rafael carecía de expresión.
—No es Elena quien ha orquestado el secuestro y el abuso de un niño.
Alguien aspiró entre dientes, y Elena comprendió que había sido Michaela. El cuerpo de la arcángel se inclinó hacia Anoushka, a pesar de que se encontraba a la izquierda de Rafael.
—Patrañas —dijo Anoushka, que respiraba con más facilidad ahora que su cuerpo había comenzado a curarse—. La cazadora pretendía labrarse un nombre matando a un ángel.
Las palabras escaparon de la boca de Elena sin más.
—Ayudé a matar a un arcángel. No tengo nada que demostrar.
Neha se puso en pie con movimientos tan sinuosos y suaves como los de las pitones que tenía por mascotas.
—Dame tu mente.
De pronto, Elena se vio inundada por las esencias de la lluvia y del mar. Rafael alzó una mano cargada de fuego de ángel.
—Nadie tocará a Elena. Es en la mente de Anoushka donde debes buscar.
Hubo un estallido de movimientos en lo alto, y poco después Aodhan aterrizó junto a Elena, aunque dado su ángulo de descenso, habría sido mucho más fácil para él aterrizar entre Michaela y Rafael. El ángel estaba cubierto de tanta sangre que sus alas brillantes como diamantes habían adquirido el color del óxido. Sin embargo, no fue eso lo que hizo que todo el mundo en aquel patio guardara silencio. Aodhan tenía a un vampiro en sus brazos. Y a ese vampiro le faltaban todas las extremidades, aunque seguía vivo.
Elena se esforzó por no mostrar el horror que sentía. La última vez que había visto a un vampiro en esas condiciones, el tipo había sido torturado durante días por un grupo racista.
—Sire. —Aodhan depositó su carga sobre los adoquines del suelo—. Fui detenido por el capitán de la guardia de Anoushka. En su mente se encuentra la verdad.
A juzgar por la expresión de Anoushka, no había dudas sobre la identidad del vampiro. Elena lo vio solo porque no había apartado los ojos de la princesa: un destello de dolor, de pérdida. La mujer sentía algo de verdad por aquel vampiro. Pero no lo suficiente. Tras ponerse en pie, la hija de Neha cogió el kukri con uno de sus rápidos movimientos reptilianos y lo arrojó hacia el cuello del vampiro.
Rafael lo atrapó por la hoja, y su sangre empezó a gotear sobre el pecho destrozado del capitán de la guardia.
—Favashi, Titus... Indagad en su mente.
La silenciosa arcángel persa cerró los ojos. El enorme arcángel negro hizo lo mismo. Tardaron menos de un segundo.
—Culpable —susurró Favashi, que se dirigía a Neha—. Aunque Astaad perdonara el asesinato de su concubina, aunque Titus perdonara el asesinato de una mujer en sus tierras, aun cuando Rafael perdonara la tortura de uno de sus hombres y el intento de asesinato de su compañera, no podrías salvarla.
—Rompió nuestra ley suprema. —La voz de Titus resultaba incongruentemente suave en una criatura tan grande. Los turgentes músculos de su pecho empezaron a resplandecer alrededor del peto de acero que llevaba puesto.
—El abuso de un niño —murmuró Astaad con un tono casi académico mientras se acariciaba la pequeña barba negra con un par de dedos—. Puede que esa sea la única prohibición que aún respetamos. Atravesar esa línea sería como rendirnos a la oscuridad que nos acecha a todos.
—El chico no está muerto —replicó Neha.
—El asesinato o un ataque brutal, el castigo es el mismo; y el chico estuvo tan cerca de la muerte que hay poca diferencia. —Un arcángel con acero en la voz y unos ojos de color castaño dorado. Elijah—. Lo peor es que no lo hizo sola. Enseñó a otros a disfrutar del dolor de un inocente.
—Planeaba apoderarse de otros niños ángeles una vez que entrara a formar parte de la Cátedra —dijo Favashi, con un tono pesaroso aunque inflexible—, a fin de poder controlar a sus ángeles manteniendo como rehenes a sus hijos.
—Soy testigo de eso —señaló Titus con voz suave.
—Ni siquiera yo —murmuró Lijuan, cuya voz denotaba una pizca de sorpresa— he llegado tan lejos. —Sus ojos casi desaparecían bajo la luz del día—. ¿Qué clase de criatura has parido, Neha?
En ese instante se produjo una serie de movimientos vertiginosos. Michaela sacudió la mano en un gesto duro y brutal. Un segundo después, la cabeza de Anoushka cayó al suelo, lejos de su cuerpo, y su sangre salió disparada como una fuente debido al pulso arterial. La humedad salpicó el rostro de Elena y sus ropas, pero la cazadora se obligó a quedarse donde estaba. Neha se puso en pie con un grito y convirtió sus uñas en largas garras negras mientras Michaela seguía realizando esos gestos letales que eran como estocadas.
Madre de Dios.
Estaba descuartizando a Anoushka pedazo a pedazo.
Moviéndose a una velocidad que ningún mortal alcanzaría jamás, Neha clavó las garras en el rostro de Michaela, donde dejó unos cuantos regueros negros. Michaela golpeó con la mano el pecho de Neha y la empujó hacia atrás. Las marcas negras de su cara tomaron un ponzoñoso color verde... y luego desaparecieron, como si el veneno hubiera sido rechazado. Para el momento en que Neha consiguió volver a ponerse en pie, el rostro de Michaela estaba sano, y el veneno que rezumaba por sus cicatrices había empezado a corroer los adoquines cuadrados del patio.
Neha se volvió hacia su hija con una mirada angustiada.
—Es lo bastante antigua como para...
El fuego de ángel, gélido y azul, engulló lo poco que quedaba de Anoushka. Elena contempló las líneas duras del rostro de Rafael: un rostro sin piedad, un arcángel que ejecutaba una sentencia. Se estremeció hasta el alma con la rapidez de la ejecución, pero no la desaprobaba: la imagen de Sam con el cuerpo destrozado y cubierto de sangre la acompañaría durante el resto de sus días.
El alarido de Neha hendió el aire, tan penetrante que parecía otra cosa, algo más allá de toda explicación. La Reina de las Serpientes, de los Venenos, se puso de rodillas en el patio y empezó a arrancarse el cabello con las garras de sus manos. Rafael dio un paso atrás y miró a Elena a los ojos. Había llegado el momento de irse. Todos se marcharon a pie, incluso Lijuan, en una silenciosa muestra de respeto.
Nadie habló de lo ocurrido cuando llegaron al luminoso patio principal. Estaba vacío por primera vez desde que Elena estaba allí. Las sombras oscurecieron la luz del sol un instante después, ya que un denso banco de nubes se había apoderado del cielo desde el este. Al alzar la vista, la cazadora sintió un escalofrío a lo largo de la espalda.
Aquello no había terminado.
Elena entró en su dormitorio detrás de Rafael, con Aodhan pisándole los talones. Jason había hecho una rara aparición a plena luz del día para llevar al capitán de la guardia de Anoushka con los sanadores y permitir así que Aodhan pudiera regresar con ellos.
—Sire —dijo el ángel una vez que estuvieron tras las puertas cerradas—. Estoy herido. —Una afirmación tranquila.
Elena observó cómo se quitaba la camisa para revelar un corte tan profundo que debería haberlo dividido a la mitad.
—Por Dios... ¿Cómo demonios conseguiste volar hasta donde estábamos?
Aodhan no contestó. Se situó frente a Rafael y se dirigió a él.
—Puede que esta noche esté un poco lento.
—Quédate quieto —dijo Rafael, que alzó una mano cargada de un cálido fuego azul.
El rostro de Aodhan mostró emociones por primera vez. El pánico, la furia y el miedo eran una tormenta salvaje en sus ojos. Sin embargo, no se movió. Dejó que Rafael lo tocara, y nadie que no lo hubiera observado con atención habría visto su pequeño gesto de encogimiento. Rafael apartó la mano de él segundos después. El corte ya no parecía tan fresco, tan rojo.
La expresión de Aodhan se llenó de alivio, pero Elena no tenía claro si ese alivio se debía al hecho de que su herida estaba casi curada. La cazadora no dijo una palabra hasta que el ángel regresó a su propia habitación.
—No le gusta que lo toquen.
—No —confirmó Rafael, que se quitó la camisa y se limpió la sangre de las manos con ella.
Mientras se preguntaba quién o qué habría herido tanto a un inmortal como para que este diera un respingo ante el más ligero roce, Elena empezó a deshacerse de las armas que aún le quedaban.
—Menos mal que traje repuestos. —Examinó su muslo y vio que si bien la herida aún tenía un tono rosado, no precisaba vendas—. ¿Una ducha?
—Sí.
No fue hasta que ambos se ducharon y estuvieron sumergidos en el calor húmedo del baño que con tanta desesperación necesitaban cuando Elena dijo:
—Tú eres la razón de que Sam se esté recuperando mucho más rápido de lo que nadie esperaba. —Su corazón estaba rebosante de un feroz orgullo.
—He evolucionado —dijo él, cuyos ojos tenían una expresión casi perdida. Un fuego azul rodeaba la mano que sacó del agua—. Este don es nuevo, débil... No pude curar del todo a Sam, aunque fui a verlo varias veces.
—Pero aceleraste el proceso de sanación. —Elena cogió su rostro entre las palmas de las manos y apoyó la frente sobre la de él—. La balanza está equilibrada, Rafael.
—No —replicó él—. Nunca estará equilibrada. No debo olvidar en qué me convertí durante el período Silente.
Elena pensó en la rapidez de la sentencia que había presenciado esa noche, pensó en la delgada línea que separaba el poder de la crueldad, y supo que él tenía razón.
—Bueno, una cosa es segura: si no hubieras aparecido allí esta noche, yo estaría muerta.
Los ojos masculinos adquirieron ese azul eterno e insondable que siempre la transportaba a otro universo.
—Nunca debes permitir que Neha te toque —dijo el arcángel, que la cogió por la nuca para acercarla más—. Pude detener el veneno de Anoushka solo porque apenas había rozado la superficie. Pero el de Neha es mil veces más poderoso.
Elena no se resistió al contacto, ya que había percibido un miedo que el arcángel jamás admitiría en voz alta. Y eso le hizo saber que su vida era muy importante para la criatura que tenía delante. Una parte de ella, la parte que aún se identificaba con la joven adolescente situada a las puertas del Caserón, estaba aterrada ante la posibilidad de que el arcángel se hartara de ella, temía que el amor que le profesaba no fuera suficiente.
—Tantas pesadillas... —murmuró Rafael, que le acarició la espalda mientras ella se sentaba a horcajadas sobre él.
—Ella me abandonó —susurró Elena—. Me amaba, pero me abandonó.
—Yo nunca te dejaré, Elena. —Un atisbo del arcángel que era, acostumbrado al poder y al control—. Y jamás permitiré que me abandones.
Quizá otras mujeres se hubieran rebelado contra semejante afirmación, pero Elena jamás le había pertenecido a nadie. Ahora sí, y esa idea empezaba a recomponer algunos fragmentos rotos de su ser.
—Esa es una vía de dos direcciones, arcángel —le recordó.
—Creo que me gusta haber sido reclamado por una cazadora. —Colocó las manos sobre sus caderas. Unas manos fuertes, exigentes—. Venga, méteme dentro de ti. Conviértenos en uno.
Las palabras fueron suaves, pero la embestida fue cualquier cosa menos eso. Tras situar las manos sobre sus hombros, Elena introdujo esa enorme erección en su interior y se estremeció al sentir cómo su cuerpo se extendía para acomodarla.
—Rafael... —Una palabra susurrada contra sus labios mientras su cuerpo se contraía en torno a él.
El arcángel jadeó y agachó la cabeza por un instante. Rozó con los labios el pulso del cuello de Elena, y luego empezó a juguetear con los dientes. Un mordisco. Fuerte. Elena soltó un siseo cuando él empezó a lamer la pequeña herida. Rafael deslizó la boca hacia arriba por su cuello, a lo largo de la mandíbula.
No me llamaste cuando Anoushka te atacó
.
Elena enterró los dedos en su cabello y le mordió el labio inferior cuando él alzó la cabeza.
Te llamé cuando te necesitaba
.
Un momento congelado en el tiempo, un momento en el que sus miradas se entrelazaron.
Daba la impresión de que Rafael estaba leyendo su corazón, su alma, el núcleo que encerraba todo su ser. Pero ella también lo veía a él, a aquel ser magnífico lleno de poder, de secretos tan profundos y arcanos que dudaba que alguna vez los conociera todos.
El beso la dejó sin aliento, sin pensamientos, sin nada. Con un gemido, deslizó los dedos sobre el arco de sus alas y sintió cómo se endurecía hasta lo imposible en su interior. Casi demasiado. Se alzó un poco para que su cuerpo se retirara con agónica lentitud, y Rafael aprovechó el momento para apoderarse de su boca hasta que inundó todos sus sentidos de placer.
El arcángel la sujetó con más fuerza por la cintura y la obligó a descender de nuevo. Elena no se resistió: necesitaba esa fricción íntima, ese placer terrenal.
Rafael
.
El arcángel rompió el beso para cubrirle un pecho con la mano y empezó a acariciar el pezón que sobresalía por encima del agua con el pulgar.
Resultaba increíblemente erótico ver cómo la observaba. Sus ojos eran como brasas; sus dedos, largos y certeros. Tras sujetar con una mano el arco del ala masculina, Elena empezó a moverse con impaciencia sobre él. Rafael alzó la cabeza, y sus ojos brillaban como piedras preciosas. La mano que el arcángel tenía sobre su espalda se apartó, y unos dedos fuertes empezaron a acariciar la zona hipersensible de la curva interna de sus alas.
—Basta —dijo Elena contra sus labios, incapaz de detener los lentos movimientos que introducían al arcángel en su interior, el roce que desbocaba su corazón.
Eres tan sensible
, hbeebti.