Read El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
Era una esencia tan rica e intensa que estuvo a punto de pasar por alto el aroma subyacente.
El de las manzanas cubiertas de nieve.
—S
am... —susurró mientras echaba a correr, mucho más interesada en esa tenue esencia que en la que la había llevado hasta allí. El pasillo terminaba en una puerta, una pesada hoja de madera tallada y barnizada hasta adquirir un tono ámbar oscuro.
Apoyó las palmas de las manos sobre ella cuando se detuvo.
—Está aquí detrás.
—No, no lo está. —La voz de Michaela cortó el aire cuando la arcángel apareció a su izquierda, con el rostro y el cuerpo perfectos una vez más. Un silencioso testimonio del poder de un arcángel—. Será un placer para mí administrarte el castigo adecuado por haber invadido mi hogar sin motivos.
—No habrá castigo —dijo Rafael—. Ella se encuentra bajo mi protección.
Michaela esbozó una sonrisilla satisfecha, perversa.
—Pero ella no te considera su amo. No puedes protegerla.
Y Elena supo que Michaela anhelaba hacerla gritar más que ninguna otra cosa en el mundo. Aunque eso a ella le daba igual.
—Abre la puerta.
Michaela agitó la mano en un gesto lánguido dirigido a Riker.
—Haz lo que dice la cazadora.
Elena cambió de posición para evitar el contacto físico con el vampiro cuando este se acercó para cumplir la orden de su ama. La puerta se abrió hacia dentro y reveló una habitación envuelta en sombras, salvo en el pequeño lugar donde la nieve reflejaba la luz plateada de la luna. A Elena no le hizo falta luz para encontrar su objetivo. Se adentró en la estancia y se dirigió sin vacilar hacia lo que resultó ser un cofre enorme. Riker encendió entonces las lámparas de las paredes, que iluminaron la sala con un suave resplandor miel.
—¿Un niño inmortal puede sobrevivir sin aire? —susurró con voz desesperada mientras intentaba levantar la pesada tapa del baúl.
—Durante un tiempo —fue la escalofriante respuesta. Rafael se encargó de la tarea mientras Illium vigilaba.
Por primera vez en su vida, Elena deseó estar equivocada, deseó que Sam no estuviera en ese baúl. Sin embargo, la Cátedra la había contratado porque era la mejor: no cometía errores.
—¡Ay, Dios! —El instinto la llevó a extender las manos hacia el interior, pero vaciló cuando sus dedos llegaron a un centímetro de distancia del pequeño cuerpo acurrucado—. Yo le haría daño... —Estaba cubierto de sangre, destrozado.
—Debemos llevarlo con los sanadores.
Tras asentir con la cabeza, cogió el pequeño cuerpo quebrantado en brazos. Las alas de Sam estaban aplastadas, y sus minúsculos huesos estaban hechos añicos. La mayor parte de la sangre procedía de la herida que tenía en la cabeza y del corte del pecho. Un pecho que no se movía. Dios, por favor...
—¿Está vivo?
Rafael, cuyo rostro era una máscara pétrea, tocó la mejilla del niño, y solo entonces vio Elena el sekhem que habían grabado en esa piel delicada.
—Sí, está vivo.
La furia estalló como una tormenta en su interior. Abrazó a Sam lo más fuerte que se atrevió, e intentó pasar junto a Michaela, pero la arcángel observaba a Sam con una expresión tan abatida que a Elena se le formó un nudo en la garganta y se le paralizaron los pies.
—¿Sigue con vida? —preguntó la dueña de la casa, como si no hubiera oído ni una sola palabra hasta ese momento.
—Sí —respondió Rafael—, está vivo.
—No puedo curarlo —dijo Michaela, que se miraba las manos como si fueran las de una desconocida—. Rafael, no puedo curarlo.
Rafael avanzó unos pasos para colocar una mano sobre el hombro de la arcángel.
—Se pondrá bien, Michaela. Ahora debemos irnos.
Elena, que ya estaba junto a la puerta con Illium, aguardó hasta que Rafael estuvo en el pasillo antes de entregarle su preciosa carga.
—Tú eres más rápido. Vete.
Rafael se marchó sin decir nada más. Elena estaba a punto de seguirlo cuando oyó a Michaela decir:
—Yo no hice esto. —Su voz estaba desgarrada.
Desconcertada, la cazadora se dio la vuelta y vio que Riker se había arrodillado junto a su ama, y que las gloriosas alas de la arcángel se habían desplomado sobre el suelo.
—Yo no hice esto... —repitió.
Riker le apartó el cabello de la cara. Sus ojos estaban cargados de una devoción cegadora.
—No hiciste esto —dijo, como si tratara de convencerla—. No podrías.
—Elena... —Los labios de Illium le rozaron la oreja—. Tenemos que irnos.
Elena volvió la cabeza de golpe y lo siguió por el pasillo. No dijo nada hasta que salieron al frío gélido del exterior.
—La tenía calada... —aseguró Elena en un susurro, consciente del enorme número de vampiros que rodeaban la casa—. Era Su Alteza la Zorra Real, y ya está.
—Gran parte de ella es justo eso.
—Pero lo que hemos visto hoy... ¿A qué ha venido?
Notó que Illium vacilaba. Cuando habló, sus palabras fueron tranquilas.
—Los ángeles no tenemos muchos niños. No hay mayor pena para nosotros que perder un hijo.
Michaela había perdido un hijo.
Esa idea la dejó estremecida, y alteró la opinión que tenía sobre la arcángel de una forma totalmente inesperada.
—Entonces, ese cabrón no pretendía en realidad herir a Sam. —Y eso, de algún modo, hacía que sus actos fueran todavía peores—. Lo que quería era herir a Michaela.
—O... —dijo Illium— apuntaba aún más alto. Titus y Charisemnon han iniciado una disputa por una muchacha: Charisemnon jura no haberla tocado; y Titus, todo lo contrario. Tanto si este ángel tiene algo que ver con eso como si solo lo ha utilizado como inspiración, esos dos están atrapados en su propio mundo, ajenos a los problemas del exterior.
Las piezas empezaban a encajar.
—Fracasó a la hora de poner a Elijah en contra de Rafael, pero si tú no me hubieras retenido cuando lo hiciste, si Riker hubiera llegado a tocarme...
—Rafael habría derramado sangre.
—¿Sam era el cebo? —Se le encogió el estómago.
—Si la trampa hubiera tenido éxito, habría dos arcángeles más fuera de la ecuación.
Y eso debilitaría a la Cátedra y daría pie a una maniobra que Convertiría a un psicópata en un arcángel.
—Necesito inspeccionar el terreno —dijo, obligándose a dejar a un lado la aborrecible naturaleza del acto, a desechar la sangre de Sam que le cubría las manos y la ropa—. Existe la posibilidad de que el vampiro se marchara de aquí a pie.
Illium sacó su espada.
—Vamos.
Los vampiros de Michaela olían a muchas cosas: clavo y eucalipto, borgoña y agaragar... Había notas base tan distantes entre sí como el sándalo y el más siniestro de los besos con sabor a cereza. Sin embargo, no había ni el más mínimo rastro de cítricos, de naranjas recubiertas de chocolate.
—Nada —dijo más de media hora después, tras inspeccionar una zona de más de treinta metros de radio alrededor de la casa.
Era muy consciente de su silenciosa audiencia. Unos cuantos vampiros habían salido de sus escondrijos, y sus ojos brillaban mientras la seguían. Uno de ellos incluso había sonreído. Elena se alegraba a más no poder de estar armada hasta los dientes.
—¿Quieres realizar un barrido desde el aire?
—Vale. —Aunque no albergaba muchas esperanzas, no después del tiempo que había pasado.
Illium sobrevoló la propiedad varias veces, pero al final Elena negó con la cabeza.
—No. —No hablaron más hasta que el ángel aterrizó con suavidad sobre un pequeño edificio blanco que armonizaba a la perfección con la fina capa de nieve—. ¿Es el hospital?
Un breve gesto de asentimiento.
—Lo llamamos la Galena.
Elena caminó hacia el interior... y estuvo a punto de caer al vacío. Illium la atrapó cuando intentaba retroceder.
—Maldita sea... —murmuró ella con el corazón desbocado—. ¡Tengo que acordarme de esto!
—Con el tiempo te resultará tan natural como respirar.
Elena se frotó la cara y miró hacia abajo. Las alas bloqueaban su visión. Había centenares de ellas, todas con tonos diferentes y diseños únicos. Con todo, no podía ver el final de aquel cavernoso espacio; lo que significaba que más de las tres cuartas partes del edificio estaban bajo tierra.
—¿Esta es la sala de espera?
—Todos están aquí por Sam —dijo Illium al tiempo que deslizaba los brazos (musculosos y ya familiares) alrededor de su cintura en una cálida caricia—. Vamos, te llevaré con él.
Eso no sería necesario. De pronto, Elena se alejó del saliente en brazos de un arcángel. Apoyó las palmas sobre el pecho masculino cuando él dejó atrás la maraña de alas para dirigirse hacia el amplio espacio del fondo.
—¿Has podido rastrear al vampiro más allá de la casa de Michaela?
—No. Parece que su cómplice ángel lo llevó hasta la casa y luego lo sacó de allí. —No había dejado de pensar en la búsqueda, ya que no soportaba pensar en Sam. El pobre niño debía de haber pasado muchísimo miedo—. La cuestión es la siguiente: ¿cómo consiguieron entrar en la casa en primer lugar? La seguridad es impresionante.
—Sí, pero ¿son todos sus hombres leales? —Palabras cargadas de la más intensa de las furias pronunciadas mientras se adentraban en una zona en la que reinaba un silencio absoluto. Tal vez Riker fuera un incondicional, pero Michaela no los había puesto a prueba a todos—. Vamos, debes conocer a Keir.
Elena quiso responder, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta.
—Sam. —El recinto acristalado que tenía delante estaba iluminado por una suave luz blanca. El cuerpecillo frágil de Sam yacía inconsciente sobre una cama enorme situada en la parte central, y sus alas habían sido enganchadas a una especie de marco de metal que las mantenía extendidas sobre las sábanas. Su madre estaba sentada a su lado, inclinada para abrazar a un ángel de amplios hombros con el cabello enredado. Sam estaba muy malherido, pero parecía estar mejor que cuando Elena lo sacó del baúl.
—¿Me lo estoy imaginando?
—No. —El sabor del viento y del mar, limpio y fresco. Un consuelo sin palabras—. Recuperó parte de su espíritu durante el vuelo hasta la Galena.
Elena tomó la mano de Rafael y se la apretó en un silencioso gesto de alivio. Justo en ese instante, un ángel dobló la esquina del otro extremo. Era un tipo de alrededor de un metro ochenta de estatura, con un cuerpo tan esbelto como el de un joven de dieciocho años. Sus ojos rasgados tenían un cálido color castaño, y el cabello negro enmarcaba un hermoso rostro moreno con cierto toque femenino. Tenía una mandíbula afilada y unos labios grandes. Lo que lo salvaba de parecer afeminado era el aplomo con el que se movía, que aseguraba que su masculinidad estaba allí.
—Tengo la impresión de que te conozco... —murmuró Elena, contemplando ese rostro que desafiaba cualquier clasificación. Podría haber nacido en Egipto, en Indonesia..., en un centenar de lugares diferentes.
Rafael le soltó la mano para rodearle el cuello.
—Keir cuidó de ti cuando estabas en coma.
—Y en ocasiones... —Una sonrisa en esa boca perfecta—... canté para ti. Aunque Illium siempre me rogaba que parara.
Palabras alegres, pero la sonrisa... era antigua, muy antigua. Los huesos de Elena suspiraron al comprender que, si bien su aspecto era el de un adolescente a punto de convertirse en adulto, Keir había visto más amaneceres de los que ella podría imaginar.
Los dedos de Rafael se tensaron sobre su piel.
—¿Alguna de las heridas causará daños a largo plazo?
Elena miró a través del cristal con expresión consternada.
—¿Es posible dañar tanto a los ángeles?
—Sí, si son muy jóvenes —respondió Keir—. Algunas heridas tardan siglos en sanar por completo. —Sus ojos castaños se clavaron en el rostro de Rafael—. Se precisa una voluntad de hierro para sobrevivir a tanto dolor, pero Sam no la necesitará. Todas sus heridas sanarán en menos de un mes.
Elena apretó la palma de la mano contra el cristal.
—No entiendo qué tipo de maldad puede llevar a alguien a hacer algo así.
Unos dedos masculinos acariciaron la parte de su cuello donde el pulso era más evidente. La furia de su arcángel era tan evidente que Elena se preguntaba cómo conseguía contenerla.
—Has visto a inocentes ahogados en sangre, ¿y aun así lo preguntas?
—Bill —dijo ella, nombrando al cazador que había asesinado a varios jóvenes antes de que Elena acabara con su vida— hizo lo que hizo a causa de la enfermedad mental que arrasó el alma del hombre que había sido. Pero esto ha sido un acto deliberado. —La marca de la mejilla de Sam, el más horrible de los abusos, había sido cubierta con una venda—. ¿Habrá desaparecido cuando despierte?
—Me aseguraré de ello. —El tono de Keir se volvió tan gélido que de pronto pareció otro ser, un ser que jamás había conocido la piedad de un sanador y que nunca lo haría—. Este es un suceso que amenaza con mancillar el Refugio para siempre.
Rafael observaba a través del cristal.
—¿Y su mente?
—Es joven. —Keir miró largo rato a Rafael—. Los jóvenes son resistentes.
—Pero las cicatrices permanecen.
—En ocasiones, las cicatrices son lo que nos hace ser quien somos.
Elena recordó las cicatrices que marcaban al hijo de dos arcángeles, y se preguntó si Rafael las compartiría con ella algún día. No lo presionaría, ya que sabía muy bien lo mucho que dolían esas heridas. Un año. Un siglo. El tiempo carecía de importancia en las cuestiones del corazón. Las cicatrices que se formaron en aquella cocina residencial cuando ella apenas tenía diez años la habían marcado para siempre. También habían marcado a su padre, aunque de una forma diferente. Jeffrey Deveraux había decidido enfrentarse a ellas borrando de su memoria a su esposa y a sus dos hijas mayores.
Se clavó las uñas en la palma de la mano.
—Voy a ver si puedo encontrar algún rastro del vampiro.
—La ciudad era enorme, pero tal vez tuviera suerte... Y eso era mejor que no hacer nada.
—Regresaré contigo —dijo Rafael—. Cuídate, Keir.
El otro ángel levantó la mano a modo de despedida cuando se marcharon.
—¿Vuestros sanadores tienen habilidades especiales? —quiso saber Elena.
—Alguno sí. Otros se parecen más a los terapeutas humanos. Han conocido muchos tratamientos, desde las sanguijuelas y las transfusiones hasta los trasplantes de órganos.