Read El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
—El sire te ha pedido que te quedes aquí.
En realidad, pensó Elena, había sido más bien una orden... que esperaba ser obedecida sin rechistar.
—Illium, hay algo que deberías saber si quieres que esta amistad prospere. Es muy poco probable que obedezca todas y cada una de las órdenes de Rafael.
El rostro de Illium se llenó de censura.
—Él tiene razón, Ellie. Aquí no estás segura.
—Soy una cazadora nata —le dijo con voz ronca—. Jamás he estado a salvo.
«Ay, mi pequeña cazadora... Mi dulce y deliciosa cazadora...»
Elena desechó ese recuerdo como si se tratara de un abrigo innecesario, pero sabía que volvería para acosarla una y otra vez. Empezó a caminar. Illium trató de impedírselo poniéndose delante, pero Elena tenía ventaja: sabía que él no le pondría un dedo encima.
Casi había olvidado a los ángeles que él había dejado en los jardines.
Parecían pájaros heridos, y su sangre salpicaba el suelo, convirtiendo el prado de flores en un matadero.
L
a sangre y el dolor impregnaban el aire con un perfume denso que parecía filtrarse por sus poros. De pronto, Elena echó de menos su apartamento, el cuarto de baño que había convertido en un refugio personal. Lo echó tanto de menos que empezó a temblar por dentro y su estómago se convirtió en una masa sólida y dolorosa.
—¿Durante cuánto tiempo permanecerán aquí? —se obligó a preguntar.
—Hasta que puedan moverse —respondió Illium, y cada palabra era como una daga—. O hasta que Michaela envíe a alguien a recogerlos.
Elena sabía muy bien que eso no ocurriría jamás. Tras darle la espalda a la masa de cuerpos, las alas cercenadas y las flores aplastadas, empezó a caminar despacio por el sendero.
—Espera. Mi libro.
—Lo recogeré cuando regrese Rafael.
Elena vaciló, pero sabía que no tenía fuerzas para darse la vuelta y meterse entre los cuerpos de nuevo.
—Gracias. —Solo había dado unos cuantos pasos más cuando las esencias de la lluvia y el viento inundaron sus sentidos.
Illium se retiró en silencio cuando Rafael comenzó a caminar a su lado. Elena esperaba una reprimenda por no haber cumplido sus órdenes, pero el arcángel no dijo nada hasta que estuvieron tras las paredes de su ala privada. Incluso entonces, se limitó a contemplar cómo se quitaba la ropa para meterse en la ducha.
La estaba esperando con una toalla enorme cuando salió, y la envolvió con una ternura que estuvo a punto de partirla en los. Elena alzó la vista para mirarlo a los ojos mientras él le apartaba el cabello húmedo de la cara.
—La violencia de nuestras vidas te abruma —dijo con voz tranquila.
Elena sentía los latidos fuertes y firmes del corazón masculino bajo la palma de su mano. Era un sonido de lo más humano, honesto y real.
—No es la violencia. —Ella había matado a su propio mentor cuando este se volvió loco y empezó a asesinar a chicos jóvenes como si fueran terneros—. Sino la falta de humanidad.
Rafael deslizó las manos por el cabello de Elena y extendió las alas para rodearla.
—Michaela fue a por ti por un motivo muy humano: los celos. Ahora eres el centro de atención, y ella no puede soportarlo.
—Pero la crueldad de sus ojos... —Elena se estremeció al recordarlo—. Disfrutaba haciéndome daño, lo disfrutaba tanto que me recordó a Uram. —El ángel nacido a la sangre le había dado una patada en el tobillo roto para hacerla gritar. Y luego había sonreído.
—Eran compañeros por una razón.
Otra caricia. Sentía el corazón masculino tan cálido y vibrante bajo su pecho que Elena se apretó más contra él. Sin embargo, ese también era la criatura que había castigado a un vampiro con tal frialdad que, desde entonces, los neoyorquinos evitaban ese lugar manchado de sangre de Times Square.
—¿Qué le has hecho a Michaela? —le preguntó. Se le heló la piel de repente al darse cuenta de que la humillación no sería suficiente para Rafael. No actuaba por capricho, pero cuando actuaba, el mundo se echaba a temblar.
Una brisa de medianoche en su mente.
Te lo dije una vez, Elena. Jamás sientas lástima por Michaela. Ella utilizará ese sentimiento para arrancarte el corazón mientras aún late.
El corazón al que se refería dio un vuelco aterrado al recordar el dolor, la agonía.
—¿Cómo pudo hacerme eso? ¿Cómo pudo colarse en el interior de mi cuerpo de esa forma?
—Parece que Michaela ha estado ocultando un nuevo poder. —Su voz se volvió más grave—. No es casualidad que lo haya adquirido poco tiempo después de haber estado a punto de morir a manos de Uram.
—Estuvo con ella a solas durante bastante tiempo —dijo Elena, que recordaba el miedo que llenaba los ojos de Michaela cuando la rescataron. Aquella fue la primera vez que vio a un arcángel asustado, y la dejó impresionada—. ¿Crees que él la cambió de alguna forma?
—Su sangre cambió a esa otra mujer, Holly Chang. Ahora Holly no es ni vampiro ni mortal. Aún no sabemos cómo afectará a Michaela.
Elena se sintió avergonzada al darse cuenta de que había olvidado a la única víctima superviviente de los ataques de Uram.
—¿Holly? ¿Cómo está? —La última vez que la había visto, la joven estaba desnuda, con la piel cubierta de sangre y la mente casi destrozada.
—Viva.
—¿Y su mente?
—Dmitri insiste en que jamás volverá a ser la que era, pero aún no se ha vuelto loca.
Eso era más de lo que Elena habría podido esperar, aunque percibió que había algo que él no le había contado.
—Dmitri aún tiene a gente que la vigila, ¿no es así?
—El veneno de Uram la cambió a un nivel fundamental... Debemos saber en qué se convertirá.
Elena comprendió sin necesidad de preguntarlo que si Holly demostraba ser una de las criaturas de Uram, Dmitri le rebanaría la garganta sin vacilar. Su instinto protestó contra esa dura realidad, pero lo cierto era que no podían dejar que la maldad de Uram se extendiera.
—No has respondido a mi pregunta —dijo ella. Tenía la esperanza de que Holly Chang le escupiera a su atacante en la cara y se salvara—. ¿Qué le has hecho a Michaela?
—La dejé en un lugar público con tu daga clavada. El ojo ya se ha regenerado alrededor de la hoja.
—¿Qué significa eso?
—Que Michaela sufrirá dolor cuando se la saque, cuando se cure. —No había ningún tipo de piedad en él—. Los que atacaron a Noel dejaron esquirlas de cristal en sus heridas por esa misma razón.
Elena sabía que Rafael había relacionado esa perversa paliza con sus propios actos a propósito. Era un recordatorio más de quién era él, de lo que era capaz de hacer. ¿Esperaba que ella saliera huyendo? Si así era, estaba claro que aún debía aprender muchas cosas sobre su cazadora.
—Hiciste algo más.
Crees que me conoces muy bien, cazadora del Gremio.
Había hablado como el arcángel al que había conocido el primer día, el que la había obligado a cerrar la mano sobre la hoja de un cuchillo. Sus ojos carecían de piedad.
—Te conozco lo bastante bien como para saber que jamás dejarías que un insulto quedara sin respuesta. —Había confirmado esa característica suya cuando buscaban a los atacantes de Noel: su absoluta determinación decía a las claras que el ángel responsable podía darse por muerto.
—Durante los paseos por el Refugio, ¿has visto alguna vez una roca que casi alcanza el cielo al otro lado del cañón?
—Creo que sí. Es muy fina y puntiaguda... —La mente de Elena realizó la conexión con mucha facilidad—. La dejaste caer sobre esa roca, ¿verdad?
Te habría desgarrado el corazón. Me limité a devolverle el favor.
A Elena se le puso la piel de gallina al notar la frialdad de su voz. Aferró el tejido de su camisa y respiró hondo.
—¿Qué me harías si alguna vez hago algo que te enfade tanto?
—Lo único que puedes hacer para enfadarme tanto es acostarte con otro. —Una afirmación tranquila susurrada junto a su oreja—. Y tú no me harías eso, cazadora.
Elena sintió que se le encogía el corazón. Pero no por la cualidad siniestra de sus palabras, sino por su vulnerabilidad. Una vez más, se sintió desconcertada al saber el poder que ostentaba sobre ese ser magnífico, sobre ese arcángel.
—No —convino—. Yo jamás te traicionaría.
Sintió un beso en la mejilla.
—Tienes el cabello húmedo. Deja que te lo seque.
Elena permaneció inmóvil mientras él retrocedía para coger otra toalla. Le secó el pelo con la cuidadosa delicadeza de quien conoce muy bien su propia fuerza.
—Me has cerrado tu mente.
—Puede que ya no sea humana, pero aún soy la misma que se enfrentó a ti aquel primer día en la Torre. —Ahora que ese ser aterrador se había convertido en su amante, sabía que si cedía a sus demandas, la relación entre ellos se vería dañada de forma irrevocable—. No puedo permitir que invadas mi mente cuando te dé la gana.
—Se dice que Hannah y Elijah comparten un vínculo mental —le dijo al tiempo que bajaba la toalla y tiraba de su mano para llevarla al dormitorio—. De esa forma, siempre están juntos.
—Pero apuesto a que ese vínculo funciona en ambos sentidos. —Acarició el arco de su ala derecha, que se alzaba con elegancia desde la espalda. La camisa se ajustaba a la perfección a sus músculos, y la parte trasera estaba diseñada para adaptarse a las enormes alas masculinas—. ¿No es así?
—Con el tiempo... —dijo Rafael con una voz más profunda—, nosotros también tendremos eso.
Elena volvió a acariciarlo y besó la parte central de su espalda.
—¿Por qué pareces tan seguro cuando hay tantas cosas en los poderes angelicales que dependen del individuo?
Me hablas con la mente con la facilidad propia de alguien de doscientos años. Adquirirás ese poder.
—Es bueno saberlo. —Elena lo rodeó para poder mirarlo a la cara—. Pero hasta que lo haga, no permitiré el tráfico en un solo sentido.
Los ojos masculinos eran glaciales, tan azules que Elena sabía que ese color la perseguiría hasta en sueños.
—Si tu mente hubiera estado abierta —dijo él—, me habría enterado de la llegada de Michaela en el mismo momento que tú.
Vale, en eso tenía razón. Pero...
—Si me permitieras disfrutar de cierta intimidad, no tendría que llamarte a gritos cuando te necesitara.
Rafael colocó la mano sobre su mejilla en una caricia protectora, posesiva.
—Hoy no me has llamado.
—Me han pillado por sorpresa. —Sacudió la cabeza y respiró hondo—. No, voy a serte sincera. Aún no he aprendido a confiar en ti. Estoy acostumbrada a enfrentarme a estas cosas sola.
—Eso es mentira, Elena. —Deslizó el pulgar sobre su mejilla—. Llamarías a Sara para pedirle ayuda sin pensártelo dos veces.
—Sara es mi amiga desde que tenía dieciocho años. Es más una hermana que una amiga. —Alzó la mano para colocarla sobre la de él—. A ti no te conozco tanto como a Sara.
—En ese caso, pregunta, cazadora del Gremio. —Una orden del arcángel de Nueva York—. Pregunta lo que quieras saber.
R
afael estaba furioso. Sin embargo, pensó Elena, esa furia limpia e incandescente era algo que ella podía manejar. Cuando se convertía en el ser que había sido con Michaela, Elena temía por su alma.
—Háblame de tu infancia —le pidió—. Cuéntame cómo es crecer en un mundo de ángeles.
—Lo haré, pero primero te meterás en la cama y te traeré algo de comida.
Al darse cuenta de que esa era una batalla que no deseaba ganar, Elena se libró de la toalla y se puso una de las camisas de Rafael mientras él iba a la otra habitación a buscar la comida. Las aberturas de la espalda quedaban holgadas alrededor de sus alas, pero no encontró nada con lo que ceñírselas. Tras decidir que no merecía la pena molestarse en buscar las escurridizas hebillas, se sentó tranquilamente en la cama a esperar a que él regresara.
Rafael se detuvo unos instantes al verla.
—Me sorprende que hayas obedecido una orden.
—Soy una persona razonable... siempre que la orden lo sea.
Un brillo de diversión iluminó el azul ártico de sus ojos mientras el arcángel dejaba la bandeja de aperitivos en la parte del colchón que quedaba entre ellos. Luego colocó los vasos de agua sobre la mesita y se sentó en la diagonal opuesta a ella. Habían estado en esa posición otras veces, pero en esas ocasiones anteriores Rafael ocupaba el lugar en el que ahora se encontraba ella.
Muy consciente de la sutil distancia que los separaba, Elena cogió un diminuto sándwich relleno de lo que parecían rodajas de pepinillo.
—¿Y bien?
Pasó un buen rato antes de que Rafael empezara a hablar.
—Es una alegría crecer entre los ángeles. Por lo general, se mima y se consiente a los infantes. Ni siquiera Michaela dañaría el corazón de un pequeño.
A Elena le resultó difícil de creer. No obstante, Michaela se había levantado una vez de la cama para liberar lo que ella consideraba un pájaro atrapado. La arcángel no se comportaba siempre como la malvada bruja del oeste, por más que a Elena le hubiera gustado encasillarla en ese papel.
—Mi infancia fue de lo más normal, salvo por el hecho de que mi padre era Nadiel y mi madre, Caliane.
Elena dejó escapar un suspiro.
—¿Eres el hijo de dos arcángeles?
—Sí. —Rafael se volvió para contemplar las montañas, pero Elena sabía que no eran las cumbres nevadas ni el cielo estrellado lo que veía—. Aunque no es algo tan afortunado como podría parecer.
La cazadora permaneció en silencio, a la espera.
—Nadiel era casi contemporáneo de Lijuan. Tenía tan solo unos mil años más que ella.
Mil años. Y Rafael lo decía como si no fueran nada. ¿Qué edad tenía Lijuan?
—Era uno de vuestros ancianos.
—Así es. —Rafael se volvió hacia ella de nuevo—. Recuerdo las historias que contaba sobre batallas y asedios acaecidos mucho tiempo atrás, pero sobre todo recuerdo su muerte.
—Rafael...
—Y ahora sientes lástima por mí. —El arcángel sacudió la cabeza—. Ocurrió en los albores de mi existencia.
—Pero era tu padre.
—Sí.
Elena recorrió con la mirada ese rostro masculino e increíblemente hermoso antes de colocar la bandeja de comida en el suelo. Él la observó en silencio mientras apartaba las mantas para situarse frente a él y apoyarle la mano en el muslo.