Read El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
—No quería abrir viejas heridas. Lo siento.
Viejas heridas
.
Sí, pensó Rafael mientras inhalaba la esencia de su cazadora, la fiereza que su piel apenas lograba contener. Se preguntaba qué efecto tendría Elena en una raza de inmortales..., esa mortal que lo había convertido en un ser algo más «humano» mientras ella se hacía inmortal. Aunque lo cierto era que siempre lo había maravillado el efecto que tenía en él.
—Mi padre —dijo, aunque las palabras lo sorprendieron incluso a él mismo— murió hace mucho tiempo.
Llamas por todas partes, gritos furiosos de su padre, lágrimas de su madre. Sal en sus labios. Sus propias lágrimas. Había visto cómo su madre mataba a su padre, y había llorado. Por aquel entonces era un niño, un auténtico niño, incluso para los ángeles.
—Lo siento.
—Ocurrió hace una eternidad. —Y solo lo recordaba en los raros momentos en los que bajaba la guardia. Ese día, Elena lo había pillado desprevenido. Su mente se había visto inundada por las últimas imágenes que atesoraba, pero no de su padre, sino de su madre. Imágenes de pies delicados que caminaban sobre la hierba manchada con la sangre de su propio hijo. Incluso al final, mientras canturreaba por encima del cuerpo destrozado de Rafael, su belleza había eclipsado la del sol.
«Calla, cariño. Chsss.»
—¿Rafael?
Dos voces femeninas: una que la atraía hacia el pasado y otra que lo anclaba al presente.
De haber tenido la posibilidad un año atrás, lo habría hecho en los cielos de Nueva York, mientras la ciudad yacía derruida a sus pies. En esos momentos aprovechó la ocasión y apretó los labios contra el hombro de Elena para disfrutar de su calidez, de esa calidez tan mortal que derretía el hielo de su memoria.
—Creo que ya llevas demasiado tiempo en el agua.
—No quiero moverme.
—Te llevaré de vuelta volando.
Ella emitió una débil protesta cuando la cogió en brazos para sacarla del agua. Su cuerpo seguía siendo muy frágil.
—No te muevas, cazadora. —Le secó las alas con cuidado y se puso los pantalones. Luego la contempló mientras se vestía, con el corazón lleno de una mezcla de satisfacción, posesión y un terror que no había conocido antes. Si Elena cayera desde el cielo, si fuera arrojada sobre el durísimo suelo, no sobreviviría. Era demasiado joven, una inmortal recién nacida.
Cuando la cazadora se acercó a él para rodearle el cuello con los brazos y darle un beso en el pecho, Rafael se estremeció. Luego, después de encerrarla entre sus brazos, se elevó hacia el resplandor anaranjado de un cielo habilidosamente pintado por los rayos del sol del ocaso. En lugar de ascender a mucha altura, por encima de la capa de nubes, se mantuvo más abajo, consciente de que ella aún sentía el frío.
De haber sabido con lo que se encontrarían, su elección habría sido otra, pero puesto que no lo sabía, fue Elena quien vio el horror en primer lugar.
—¡Rafael! ¡Para!
Frenó en seco al detectar la urgencia de su tono, y sobrevoló la frontera que trazaba el límite entre su territorio y el de Elijah. Incluso en el Refugio había fronteras. Tácitas y sin marcar, pero fronteras al fin y al cabo. Un poder no podía permanecer al lado del otro. No sin originar una destrucción de tal magnitud que acabaría con los de su raza.
—¿Qué pasa?
—Mira.
Al seguir la dirección que indicaba su brazo, vio un cuerpo que reflejaba un centenar de tonalidades cobre bajo la luz del sol. Yacía en un pequeño rincón cuadrado, en su lado de la frontera. Rafael tenía una vista excelente, mejor que la de un halcón, pero aun así no pudo distinguir ningún tipo de movimiento, ninguna señal de vida. Lo que sí vio fue lo que le habían hecho a la criatura. La furia estalló en su interior.
—Llévame abajo, Rafael. —Palabras distraídas. Elena tenía la vista clavada en el cuerpo, que se había doblado sobre sí mismo en un desesperado intento por aplacar la brutalidad de sus heridas—. Aunque no haya un rastro vampírico que seguir, sé muy bien cómo se rastrea.
Él permaneció donde estaba.
—Todavía no te has recuperado.
Elena levantó la cabeza de golpe y lo miró con esos ojos que parecían mercurio líquido.
—No te atrevas a pedirme que deje de ser lo que soy. No te atrevas. —Había algo antiguo en esas palabras, en esa furia. Algo que parecía haber envejecido con ella.
Rafael se había apoderado de su mente en dos ocasiones desde que despertara, ambas veces para evitar que se hiciera daño a sí misma. Ese día, los mismos instintos primarios lo animaban también a desdeñar sus órdenes. Tal vez fuera una cazadora nata, pero todavía no estaba lo bastante fuerte como para hacerse cargo de aquello.
—Sé lo que estás pensando —dijo Elena, cuya tensión quedaba patente en cada palabra—, pero si te apoderas de mi mente, si me obligas de nuevo a ir en contra de mis instintos, jamás te lo perdonaré.
—No estoy dispuesto a ver cómo mueres otra vez, Elena. —La Cátedra la había elegido porque era la mejor, una cazadora implacable cuando seguía el rastro de su presa. No obstante, en aquel entonces también era prescindible. Ahora, sin embargo, era esencial para su existencia.
—Durante dieciocho años... —Palabras sombrías y una expresión agobiada—... intenté ser lo que mi padre quería que fuera. Intenté rechazar mi naturaleza de cazadora. Y eso me mató un poco cada día.
Rafael nunca había dudado de lo que era. Jamás había cuestionado su propia capacidad. Y sabía que si doblegaba a aquella mujer, se despreciaría durante el resto de la eternidad.
—Harás exactamente lo que yo te diga.
Un asentimiento inmediato.
—Estamos en territorio desconocido... No quiero que me pillen desprevenido.
Descendió con movimientos suaves y aterrizó con delicadeza a unos pasos de distancia del cuerpo, a la sombra de un edificio de dos plantas que mostraba la leve pátina de la edad. Elena se aferró a él durante un par de segundos, como si intentara recuperar el control de sus músculos, antes de arrodillarse frente al vampiro destrozado. Rafael se agachó a su lado y extendió la mano para colocar los dedos en la sien del vampiro. El pulso no siempre era un buen indicador para evaluar si un Converso seguía o no con vida.
Tardó varios segundos en detectar el eco tenue de la mente del vampiro, una señal de lo próximo que estaba a la verdadera muerte.
—Está vivo.
Elena dejó escapar un suspiro.
—Dios bendito... Está claro que alguien deseaba hacerle mucho daño. —El vampiro había recibido una paliza tan brutal que había quedado reducido a un amasijo de carne y huesos. Tal vez hubiera sido apuesto; era lo más seguro, a juzgar por la sensación de antigüedad que ella sentía en la piel, pero ya no quedaba lo bastante de su rostro como para asegurarlo.
Tenía un ojo cerrado e hinchado. El otro... La cuenca vacía había sido destrozada con tan perversa meticulosidad que resultaba imposible saber si allí había habido un ojo o no. No se sabía dónde terminaba la mejilla y dónde empezaban los párpados. Sus labios, por extraño que pareciera, estaban intactos. Por debajo del cuello, la ropa se había mezclado con la carne, una señal que hablaba de patadas fuertes y repetidas. Y sus huesos... sobresalían del cuerpo: ensangrentados, como ramas rotas ensartadas en lo que una vez fueron unos pantalones vaqueros.
A Elena le dolía verlo, saber lo mucho que debía de haber sufrido. No era fácil dejar inconsciente a un vampiro... Y, dada la brutalidad del ataque, apostaba a que sus atacantes le habían dado la patada final en la cabeza. De esa forma, habría estado consciente durante la mayor parte del calvario.
—¿Sabes quién es? —le preguntó a Rafael.
—No. Su cerebro está demasiado dañado. —El arcángel deslizó los brazos bajo el vampiro con tanta delicadeza que Elena sintió un vuelco en el corazón—. Necesito llevarlo al médico.
—Esperaré y... —Cuando el arcángel reacomodó el cuerpo para sujetarlo mejor, vio algo que la dejó paralizada—. Rafael...
De pronto, el aire se llenó de escarcha.
—Ya lo veo.
Había un cuadrado de piel intacta sobre el esternón del vampiro, como si lo hubieran dejado sano a propósito. Sintió un retortijón en el estómago al pensar en la sangre fría necesaria para propinar semejante castigo. Ahora ya no le cabía duda de que lo último que habían destrozado había sido el cerebro.
—¿Qué es eso? —Porque aunque la piel del vampiro no tenía cardenales ni heridas, había un símbolo grabado a fuego en la carne. Un rectángulo alargado, ligeramente acampanado en la parte de abajo, situado sobre una curva invertida que a su vez cubría un pequeño cuenco. Bajo todo eso había una línea larga y fina.
—Es un sekhem, el símbolo de poder de una época en la que los arcángeles reinaban como faraones y eran considerados descendientes de los dioses.
Elena sintió que su rostro se ruborizaba, tanto de furia como de miedo.
—Alguien quiere ocupar el lugar de Uram.
Rafael se abstuvo de decirle que no debía sacar conclusiones precipitadas.
—Inicia el rastreo. Illium te vigilará hasta que yo vuelva.
Elena alzó la vista cuando el arcángel se elevó, pero no pudo distinguir las alas azules de Illium contra el luminoso resplandor del sol del ocaso. Por suerte, sus piernas solo empezaron a temblar cuando Rafael se había marchado ya. Por lo visto, ese día su arcángel se había dignado a escucharla por fin: tenía la impresión de que Rafael se lo pensaría dos veces antes de volver a obligarla a actuar en contra de su voluntad.
Sin embargo, nada habría impedido que la cogiera en brazos y la metiera en la cama si hubiera descubierto lo agotada que estaba. Tenía la sensación de que sus alas pesaban mil kilos, y los músculos de sus pantorrillas parecían gelatina. Dejó escapar un suspiro, sacó energías de una parte desconocida de su cuerpo y empezó a trazar un círculo en torno al área en la que habían encontrado el cuerpo. Se alegró de que la zona, aunque no estuviera deshabitada, fuera tranquila, ya que eso impedía que hubiera cientos de esencias que enturbiaran el rastro.
El árbol del rincón, una especie de cedro con las ramas inclinadas por el peso del follaje, no reducía el aroma otoñal de los pinos, cuyas agujas llenaban el suelo. Y esa esencia de pino pertenecía al vampiro a quien habían dejado convertido en una papilla irreconocible. Pero aunque lo intentó con todas sus fuerzas, Elena no logró encontrar la esencia de nadie más.
Tampoco había evidencias de actividad sobre el suelo: los adoquines estaban limpios a excepción de unas cuantas briznas de paja y algunas manchas de sangre que había cerca de la zona oscura donde habían encontrado el cuerpo. Tras examinar el escenario con muchísimo cuidado (para no comprometer ningún tipo de posible rastro), Elena confirmó que las salpicaduras ocupaban un radio de unos treinta centímetros.
—Lo arrojaron desde el cielo, aunque no desde demasiada altura —le dijo a Rafael cuando el arcángel aterrizó a su lado—. Y puesto que este lugar está plagado de alas... —Se tambaleó un poco.
Rafael la sujetó entre sus brazos de hierro en un abrir y cerrar de ojos.
—En ese caso, no puedes hacer nada. Hablaremos con el vampiro cuando se despierte.
—¿Y el escenario? Hay que procesarlo, por si las moscas.
—Dmitri viene de camino con un equipo.
Elena no estaba acostumbrada a rendirse sin pelear, pero su cuerpo se desmoronaba y sus alas amenazaban con arrastrarla hasta el suelo.
—Quiero saber lo que dice la víctima. —Las palabras fueron confusas. Lo último que pensó Elena fue que lo más probable era que alguien tan cruel como para marcar a un ser vivo a fin de dejar un mensaje no sería mucho mejor que Uram.
Sire
.
Tras apartarse en silencio de la cama en la que menos de una hora antes había dejado a Elena, quien ahora yacía boca abajo con las alas extendidas en un despliegue de los tonos de la medianoche y el amanecer, Rafael se puso los pantalones para reunirse con Dmitri en el pasillo.
El rostro del vampiro carecía de expresión alguna, pero Rafael lo conocía desde hacía siglos.
—¿Qué descubriste?
—Illium lo reconoció.
—¿Cómo?
—Al parecer, llevaba un anillo que le ganó a Illium en una partida de póquer.
Rafael no había visto los dedos del vampiro. La mayoría estaban tan destrozados que no eran más que un amasijo de pedazos aplastados dentro de un saco de piel. Con todo, esa piel no estaba rota. Semejante nivel de brutalidad precisaba tiempo y una despiadada concentración.
—Se llama Noel. Es uno de los nuestros.
Rafael notó que su furia se transformaba en granito. No permitiría que nadie hiciera una carnicería con su gente. Sin embargo, antes de que pudiera hablar, Dmitri añadió:
—¿Por qué no me dijiste que lo habían marcado? —La pregunta cayó como una bomba entre ellos, una costra que ocultaba una herida todavía abierta.
—L
a marca de la quemadura se curará. —Rafael miró al vampiro a los ojos—. Desaparecerá.
Dmitri no dijo nada durante unos momentos. Luego tomó una honda bocanada de aire.
—Los sanadores encontraron algo dentro de la caja torácica de Noel. Los que lo atacaron lo abrieron en canal y luego le permitieron sanar lo suficiente como para ocultar el objeto.
Un nuevo ejemplo de la naturaleza metódica de la paliza.
—¿Qué era?
Dmitri sacó una daga de uno de sus bolsillos. Tenía una pequeña aunque inconfundible «G» en la empuñadura, el símbolo del Gremio de Cazadores. Una ira gélida y afilada empezó a recorrer las venas de Rafael.
—Su plan es acceder a la Cátedra destruyendo lo que otro arcángel ha creado.
Los antiguos veían a Elena exactamente como lo que era: la creación de Rafael, su posesión. No entendían que ella era dueña de su corazón, que lo aferraba con tanta fuerza que no había nada que él no estuviera dispuesto a hacer, ningún límite que no estuviera dispuesto a atravesar para mantenerla a salvo.
—¿Encontraste algo en la escena del crimen que te sirviera para identificar al que está detrás de esto?
—No, pero no hay muchos que se atrevan a desafiarte —replicó Dmitri antes de volver a guardarse la daga en el bolsillo—. Y hay menos aún que crean que pueden salir indemnes después de algo así.
—Nazarach está en el Refugio —señaló, consciente de que ese ángel era lo bastante antiguo como para resultar peligroso—. Averigua quién más se considera un aspirante al puesto.