En esa situación se hallaban los investigadores ante los monumentos mayas de la jungla americana. Sin embargo, pronto pudieron indicar cuántos años más antiguos eran, por ejemplo, los monumentos de Copan con relación a los de Quiriguá, pero ni siquiera podían sospechar en qué siglo de la cronología europea fueron construidas ambas ciudades.
Era evidente, pues, que su tarea inmediata consistía en establecer la correlación existente entre la cronología maya y la nuestra. Pero cuando se hubo llevado a cabo la parte esencial en tal labor de correspondencia de fechas, cada vez más exactas, se planteó un nuevo problema, uno de los fenómenos más enigmáticos de la historia de un gran pueblo, con el misterio de las ciudades abandonadas.
Explicar el método empleado para establecer de una manera satisfactoria la relación de ambas cronologías saldría del marco de nuestra obra y obstaculizaría nuestro relato.
Sin embargo, hemos de mencionar un descubrimiento, aunque esto cree una nueva dificultad para comprender este problema, ya de por sí difícil, porque nos conduce directamente a una parte viva de la historia maya de los últimos tiempos, y con ello, dando un nuevo rodeo, a ese mismo misterio de las ciudades muertas.
En distintos lugares del Yucatán fueron hallados en el pasado siglo los llamados «libros de Chilam Balam». Trátase de anotaciones hechas después de la conquista, pero muy animadas y llenas de anécdotas políticas; su valor reside en la relación que guardan, al menos en parte, con documentos mayas originales.
El manuscrito más importante fue descubierto hacia el año 1860, en Chumayel, y entregado al obispo e historiador Crescencio Carrillo y Ancona. Más tarde, la Universidad de Filadelfia publicó una reproducción fotográfica del mismo. Fallecido el obispo, el manuscrito pasó a la Biblioteca Cepeda de Mérida, de donde desapareció en el año 1916 en condiciones bastante misteriosas. Dicho libro constituye una curiosidad notable —lo conocemos merced a la reproducción fotográfica— y está escrito en caracteres latinos adaptados al idioma maya, con influencia del español. Pero los sacerdotes mayas no tuvieron en cuenta la separación de las palabras ni la puntuación; muchas palabras aparecen cortadas a capricho; otras, sin embargo, se hallan unidas en rarísimos grupos de sílabas. En este curioso documento ciertos sonidos mayas, que no tenían en español, se representan con la unión de varios caracteres latinos y desconocemos su valor exacto. Desde luego se comprenderá lo muy difícil que era descifrar un texto así, que además unía una intencionada confusión en el texto por su carácter religioso.
El manuscrito, por muy valioso que fuese, constituía un rompecabezas, ya que en los «libros del Chilam Balam» aparecía una cronología distinta a la del antiguo Imperio de los mayas, el llamado «Katum-Count».
Esta tarea secundaria, un tanto enojosa, adquirió gran interés por el detalle de que cuanto más próxima se veía la solución, más aumentaban los conocimientos del último período de la historia maya, que no solamente adquiría vida, sino que, en especial, permitía fijar fechas.
Todo lo que hasta entonces se sabía del antiguo pueblo maya era confuso y lejano, fríamente fijado en una arquitectura incomprensible; pero ahora, por lo menos, esta última parte de su historia no parecía tan distinta a la de todos los demás pueblos que conocemos; era ya una sucesión de invasiones, guerras, traiciones y revoluciones; en suma, una historia humana.
En ella se cita a las familias de los Xiu y de los Itzá, que se disputaban el poder; el esplendor de la metrópoli de Chichén Itzá, de sus palacios, cuya grandeza y estilo, comparados con las ciudades más antiguas situadas al sur del Yucatán, acusaban una extraña influencia extranjera; de Uxmal, cuya sencillez monumental daba la impresión de un renacimiento del Antiguo Imperio; y de Mayapán, donde coexistían ambos estilos. También sabemos de la alianza entre las ciudades de Mayapán, Chinchen Itzá y Uxmal; pero la traición rompe dicha alianza y el ejército de Chinchen Itzá ataca a una tropa de Mayapán; mas Hunac Ceel, dueño de ésta, recluta mercenarios toltecas y conquista Chinchen Itzá, lleva a sus príncipes como rehenes a la corte de Mayapán, y éstos, más tarde, sólo tienen categoría de virreyes. La alianza entre ambas ciudades se ha quebrantado. En 1441, los derrotados organizaron una revuelta dirigida por la dinastía de los Xiu, de Uxmal. Los insurrectos conquistan a su vez Mayapán, con lo cual no sólo se rompe otra vez la ficticia alianza entre las ciudades, sino que también se cuartea el propio Imperio de los mayas.
Los Xiu fundaron aún otra ciudad, llamada Maní, que, según algunos, quiere decir «ha pasado». Cuando llegaron los españoles, conquistaron el Imperio maya mucho más fácilmente que Cortés el Imperio azteca de México.
Tal visión de la historia con fecha del Nuevo Imperio era, en muchos aspectos, emocionante. Con el fin de no dar una falsa impresión respecto a estas investigaciones, antes de entrar en la parte más enigmática de la historia maya, insistamos en que los resultados de las investigaciones no adquirían una trabazón lógica, sino que el investigador, que penosamente iba descifrando los «libros del Chilam Balam», tuvo que recurrir, para poder llegar a una conclusión, a los apuntes de un colega que había realizado trabajos de excavaciones treinta años antes y de otro filólogo cuyos estudios le habían llevado al desciframiento de los calendarios hacía diez años. Y en la difícil labor de descubrir esta cultura sumergida, los conocimientos no se sucedieron, hasta nuestros días, de manera lógica y normal, sino que cada descubrimiento modificaba las conclusiones anteriores.
Así se llegó a completar también el esquema de un proceso histórico que no tiene parangón en el mundo, y que aún hoy día no está explicado tan diáfanamente para que todos hayan de convenir en la solución dada. Quedan muchos enigmas por resolver en este terreno.
Acabamos de emplear por vez primera las expresiones Nuevo Imperio y Antiguo Imperio, con lo cual nos hemos adelantado. Pero después de haber sabido algo de Mayapán, de Chichén Itzá y de Uxmal, por citar sólo las ciudades más importantes del Nuevo Imperio, veamos lo que dicen los investigadores que se ocuparon de la cronología maya.
¿Por qué llaman Nuevo Imperio a estas fundaciones del norte del Yucatán?
A lo que ellos nos contestan: porque estas ciudades fueron fundadas más tarde, aproximadamente entre los siglos VII y X de nuestra era, y porque este Nuevo Imperio se distingue netamente del Antiguo en cuanto a sus características, tanto en la arquitectura como en la escultura o en el calendario.
Y empleamos la palabra «fundaciones» aludiendo a que en este caso no se trata de un nuevo aspecto surgido de una forma antigua, sino que tal caso normal no se da aquí, ya que el Nuevo Imperio consistía efectivamente en una fundación en plena selva virgen, es decir, que los mayas creaban auténticas ciudades completamente nuevas. Ya aclararemos algo más este fenómeno social tan curioso. El Antiguo Imperio se hallaba en el sur de la península del Yucatán, en las actuales tierras de Honduras, Guatemala, Chiapas y Tabasco.
Luego, ¿debe ser considerado el Nuevo Imperio como colonia del Antiguo, erigido por emigrantes colonizadores?
Los investigadores dicen: no, no es precisamente eso; sino que los fundadores de las nuevas ciudades eran los habitantes del Imperio maya.
A lo cual replicaremos, sin duda con extrañeza: ¿Quieren decir con esto que el pueblo maya ha abandonado su bien organizado Imperio, sus plazas fuertes y su territorio para edificar un nuevo Imperio más al Norte, en medio de la inseguridad de una comarca virgen?
Y ahora los investigadores replican sonriendo: sí, esto es justamente lo que queremos decir. Nosotros mismos sabemos que parece completamente inverosímil, y, sin embargo, tal fenómeno es una realidad, ya que…
Y aquí nos presentan una serie de fechas que nos hace recordar lo ya dicho sobre cómo el pueblo que logró desarrollar el mejor calendario del mundo se había convertido en esclavo del mismo. Los mayas no construían sus grandes edificios cuando los necesitaban, sino cuando el implacable calendario se lo ordenaba, con rigor cronológico, o sea cada cinco, diez o veinte años, y en cada nuevo edificio ponían la fecha de su fundación.
A veces reforzaban una pirámide antigua con una nueva capa cuando una nueva intercalación en el calendario exigía que fuera eternizada. Esto lo hicieron durante siglos con una regularidad absoluta, como lo demuestran las fechas cinceladas. Y esta regularidad sólo podía ser interrumpida por una catástrofe o por una emigración.
Por lo tanto, cuando vemos que en una ciudad cesaban las construcciones en una fecha determinada, y aproximadamente en la misma época empezaban en otra ciudad, llegamos a esta conclusión: la población de la primera lo abandonaba de repente todo y emigraba para fundar otra ciudad.
Todo esto, aunque nos plantea una serie de problemas, podría explicarse de diversas maneras. Pero un hecho acaecido aproximadamente en el año 610 deshace estas primeras hipótesis.
Todo un pueblo, los habitantes todos de importantes ciudades, abandonaron sus sólidas viviendas para emigrar al Norte, despoblado y cubierto de exuberante vegetación. Ninguno de aquellos emigrantes regresó a las ciudades de origen, que quedaron desiertas, y la jungla penetró de nuevo en sus calles; la hierba creció en las escaleras y en los muros de los palacios, las semillas del bosque penetraron en las hendiduras de las piedras, que se cubrieron de tierra, y la vegetación tropical surgida en los cimientos de las mismas murallas las abatió. Jamás volvió el pie de un ser humano a hollar el empedrado de aquellos patios y calles ni a subir por las altivas escalinatas de sus pirámides.
Para que podamos darnos cuenta de lo extraño e incomprensible de tal suceso, imaginemos, por ejemplo, que todo el pueblo francés, después de haber vivido una historia milenaria, emigrase de pronto a Marruecos para fundar allí una nueva Francia; que abandonase sus catedrales y sus grandes urbes, que repentinamente los habitantes de Marsella, Toulouse, Burdeos, Lyon, Nantes y París emigraran.
Y no sólo esto, sino que al llegar a Marruecos empezaran inmediatamente a construir nuevas ciudades y catedrales idénticas a las que abandonaron en Francia.
Con este ejemplo que hemos puesto de los franceses es quizá más fácil imaginarlo en relación a los mayas.
Cuando se averiguó tal cosa, las interpretaciones se atropellaban. Lo más natural era suponer que eran extranjeros invasores quienes habían arrojado de su país a los mayas; pero ¿qué invasores podían haber sido? Los mayas estaban entonces en el apogeo de una evolución histórica y nadie podía competir con ellos en fuerza militar; por otra parte, a la luz de los descubrimientos arqueológicos, esa explicación es insuficiente, ya que en las ciudades abandonadas no se encontraban huellas de lucha ni saqueo de conquistadores.
¿Había motivado tal emigración una catástrofe de la Naturaleza? Imposible. ¿Dónde están las huellas? y, además, ¿qué catástrofe natural puede impulsar a un pueblo a reconstruir un nuevo Imperio en otro lugar en vez de regresar a sus lares?
¿Habían padecido los mayas una epidemia terrible? No hay indicios de que fuera un pueblo numéricamente reducido el que emprendiera la gran emigración; al contrario, el que construyó nuevas y poderosas ciudades como Chichén Itzá debía de ser muy fuerte.
¿Sería un cambio de clima lo que hiciera imposible seguir viviendo en aquellas regiones? No es probable cuando la distancia en línea recta del centro del Antiguo Imperio al centro del Nuevo no es superior a 400 kilómetros. Un cambio de clima, del que faltan indicios, capaz de haber producido efectos tan revolucionarios en la estructura de un Imperio, también habría afectado a la comarca del nuevo emplazamiento.
¿Qué explicaciones nos quedan, pues?
En los últimos decenios se encontró la que parece más acertada y es cada vez mayor el número de investigadores que la adoptan. Es la tesis del profesor americano Sylvanus Griswold Morley, quien, para demostrarla, nos invita a echar una ojeada a la historia y a la estructura social del Imperio maya. Con tal digresión tendremos nuestra recompensa, pues ello nos permitirá conocer otra particularidad de aquel pueblo extraño. De todas las grandes civilizaciones del mundo, la de los mayas es la única que no conoce el arado.
Bosquejemos ahora la historia de los mayas. Por razones de método y por motivos cronológicos suele dividirse el llamado Antiguo Imperio maya en tres partes.
ANTIGUO IMPERIO MAYA
Según la correlación, calculada por S. G. Morley, de las fechas grabadas en las construcciones mayas con la era cristiana, aquéllas duraron desde una época aún indeterminada hasta el año 610 de nuestra era. Otras tesis se hallan expuestas en la tabla cronológica.
PERÍODO ANTIGUO
Sin fechas conocidas hasta el 374 de nuestra era, la ciudad maya más antigua de las halladas parece ser la de Uaxactún, situada en la frontera norte de la actual Guatemala.
Después, no muy lejos de allí, surgieron Tikal y Naranjo.
Mientras tanto, se había fundado en la actual Honduras la ciudad de Copan, y posteriormente, Piedras Negras, en el río Usumacinta.
PERÍODO MEDIO
Desde el 374 hasta el 472. En estos casi cien años se fundaron las ciudades de Palenque, situada en la frontera de Chiapas; Tabasco, construida entre el período antiguo y el medio, aunque suele ser atribuida al antiguo; la de Menché, en Chiapas, y por último, la de Quiriguá, en Guatemala.
GRAN PERÍODO
Desde el 472 hasta el 610. En él surgieron las ciudades de Seibal, Ixkúr, Flores y Benque Viejo. A finales de este gran período tuvo efecto la emigración.
Conviene que el lector que nos sigue con interés consulte el mapa y la cronología que se hallan al final del libro, pues así podrá apreciar otro fenómeno muy notable.
Si estudiamos el espacio geográfico en que se hallaban comprendidas estas ciudades del Antiguo Imperio, vemos que dicho espacio forma un triángulo cuyos vértices están determinados por Uaxactún, Palenque y Copan. Vemos también que en los lados, o ya dentro del triángulo, se hallan las ciudades de Tikal, Naranjo y Piedras Negras, y observamos igualmente, con la única excepción de Benque Viejo, que todas las ciudades que se fundaban en último lugar, y cuya vida fue más breve, están en el interior y son Seibal, Ixkúr y Flores.