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Authors: Adolfo Bioy Casares

Tags: #Otros, #Biografía, #Memorias

Descanso de caminantes (30 page)

BOOK: Descanso de caminantes
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Mis padres permitían que yo opinara sobre decisiones de la familia. Cuando fuimos a los Estados Unidos, en 1930, por decisión mía fuimos a Los Ángeles (y no a San Francisco), a Detroit, donde nos alojamos, también por pedido mío, en el Hotel Book Cadillac, y en Nueva York, por preferencia mía, reservamos cuartos en el Savoy Plaza (y no en el Plaza, que tal vez hubiera sido mejor elección, o, si lo pienso más detenidamente, no, porque en el Plaza yo no hubiera conocido a Kathleen: un amor vale más que un hotel, sobre todo en el recuerdo).

Entre mis padres y yo las influencias fueron recíprocas. Nunca olvidé una conversación entre ellos, que oí casualmente, en una estación de París, de dónde partía el tren que nos llevaría a Inglaterra. Creo que mi padre comentó:

—El que está contento es Adolfito. Es muy partidario de Inglaterra.

A continuación se lamentaron de no poder transmitirme su amor por Francia, amor que nació en mí en ese preciso instante, sin duda de un sentimiento de compasión, combinado de uno de vergüenza por mi necedad: un sentimiento que el tiempo fortaleció invenciblemente, y que largas experiencias de vida cotidiana confirmaron.

Creo que de muy chico un snobismo cuyos orígenes no vale la pena rastrear me inclinaba a favor de Inglaterra, en contra de Francia. Además, en mis primeras temporadas en París, estuve bastante tristes: mis padres salían de noche y, en un cuarto de hotel de una ciudad desconocida y gris, me sentía solo. En aquellos cuatro primeros viajes nos alejamos de Buenos Aires durante mis vacaciones y la feria judicial mi padre, para encontrarnos en invierno en el hemisferio norte.

Idiomáticas
.
Uso ambiguo de este
.
Este
, seguido del nombre de un día de la semana, puede significar el actual, el presente, el que estamos pasando o el próximo. «Este domingo, a las 22, verán ustedes…» puede ser anuncio de lo que se verá hoy, si se dice un domingo, o el próximo, si se dice en otro día de la semana.

Otra guerra del cerdo, cuya probable ventaja sería la de enterrar en el olvido las enemistades entre jóvenes y viejos y ¿por qué no?, entre Oriente y Occidente, capitalismo y socialismo, derecha e izquierda sería la de heterosexuales y homosexuales.

En este país, un hombre lúcido declaró que ganan las elecciones sus adversarios porque en el gobierno, después de dos o tres años nadie se salva del descrédito. Justificadamente, lo que es peor.

Idiomáticas
. «Qué va a trabajar, a casarse», etcétera: «No trabajará, no se casara…». También dícese «que va» sólo, sin otro verbo:

—¿Habla bien francés?

—Qué va.

Es decir «qué va a hablar», «no habla».

Filo de se
. Latín inglés, Literalmente: felonía contra sí mismo. Significación: suicidio.

Quienes rechazan una opinión o un razonamiento por no ser moderno, intelectualmente se descalifican.

Los chicos son muy inteligentes, pero:

A una chica de 8 años, que me dijo que Perón vivió hace mucho tiempo, quizá cuando Napoleón Bonaparte gobernaba en Francia, traté de explicarle que desde la muerte de Perón hasta ahora cabían los años de un chico y que desde la muerte de Napoleón, las vidas de dos viejos. El resultado no fue brillante: creyó que Perón era un chico y que había dos viejos que se llamaban Napoleón.

Uno de o años de edad, no solamente es inteligente, sino que habla como una persona adulta. Los otros días le dijo a su tía:

—Es muy curioso. Tomás [su hermano, de nueve años] y yo no tenemos los mismos recuerdos. Tomás siempre habla de un cumpleaños, que yo no recuerdo, tal vez porque entonces era muy chico. Yo, en cambio, recuerdo una ola que de pronto inundó la playa en Mar del Plata, y se llevó una cantidad de cosas. Tomás no la recuerda…

La tía distraídamente le preguntó:

—¿Tomás estaba con vos?

El sobrino contestó:

—No, Tomás estaba en Mar del Plata.

En la época peor de mis lumbagos, solía preguntarme qué me los provocaría. Llegué a atribuirlos a causas aparentemente absurdas. Por ejemplo, al largo de las uñas de los pies. Noté que si una semana no me las cortaba me venía el lumbago. Para no equivocarme, fijé un día para cortarlas, el sábado, y semana tras semana, cumplía puntualmente con esa operación, hasta que me dejé pasar un sábado y quizá dos.

—¿Y tuvo un ataque de lumbago?

—No. Una uña encarnada.

El Caribe asoma a nuestra televisión:

—¿De qué tanto hablaron?

El
Times Literary Supplement
mantiene su prestigioso formato, pero su contenido lo nivela con cualquier periódico de este mundo en decadencia.

Por televisión vi y oí a Salk, el descubridor de la vacuna contra la polio. Carrizo le preguntó: «¿Sus vacunas apuntan a destruir el mundo de los virus? El mundo de los virus, de los microbios, de las bacterias, es enemigo del nuestro, pero como el nuestro, fue creado por Dios, y todo lo que hace Dios es para bien»… Por lo menos un oyente sintió vergüenza.

Vecindario de Quintana, en los años 20
. Empezando por nosotros: en el 174 estaba nuestra casa, con jardín al frente, por un lado y atrás. A nuestra derecha, estaba la casa de los Navarro Viola; la siguiente, por la misma vereda, era la casa de bermejo, presidente de la Corte de Justicia. Por el fondo lindábamos con la casa que arrendaba Germán de Elizalde, con su mujer la flaca y alta Andrée y sus hijos; en la casa contigua a la nuestra, por el lado izquierdo vivía la novia pálida de Julio Menditeguy; en la esquina había un convento de monjas. En la esquina de enfrente (Quintana y Montevideo) vivían don Julio Menditeguy, su mujer Rosa y sus hijos, nuestros amigos (nuestros: míos y de Drago) Julio y Charlie; la casa contigua, a continuación (hacia Cinco Esquinas) era de una modista (el hijo, d'Aris, jugó después al tenis en el Buenos Aires), que tenía muchas operarias: una de ellas durmió conmigo, en casa, una noche de ausencia de mis padres; la casa siguiente, con el mismo rumbo, era un conventillo, donde vivían las hermanas conocidas por «las Siete Calzones»: Susana, que me citó con señas, me enamoró y desapareció, y Helena, que trabajaba en la tintorería Los Mil Colores, de Posadas y Montevideo; yo la sacaba a pasear por Palermo en taxi; la besaba, le acariciaba las piernas morenas (¡Era hermana de Susana, pero eso no bastaba!); la casa siguiente fue la de los Balcarce, después de la embajada alemana y después oficinas de alguna repartición pública; la siguiente, de Saavedra Lamas, famoso por sus altísimos cuellos de celuloide y por su aspecto, no excesivamente limpio. En Montevideo, entre avenida Quintana y avenida Alvear, a mitad de cuadra, en la vereda más próxima a la Recoleta, había un tambo; en la esquina de Montevideo y Quintana (números impares), había primero un taller de bicicletas, después un electricista; por Quintana, del lado de los números impares, hacia Rodríguez Peña, había el negocito del diariero sin nariz (famoso, en el barrio, por su colección numismática), una caballeriza (me parece que oigo el ruido de los cascos contra el empedrado cuando entraban los caballos entre paredes en las que se apilaban fardos de alfalfa y afrecho).

Confesión
. Cuando murió Mallea, Silvina y yo, por falta de coraje, no fuimos a la casa. Para nosotros, nuestro pobre amigo había muerto años atrás. Se sobrevivía recluido con su mujer; no reconocía a los amigos que lo visitaban y de vez en cuando les preguntaba: «¿Quién es usted, señor?». En cuanto a la mujer, que fue siempre desequilibrada, había perdido la cabeza hacía tiempo, y sin mucha justificación pasaba de la cordialidad a la furia. Silvina ni siquiera fue al entierro; yo, sí. Meses después, Helenita, la mujer, me llamó para agradecernos: me dijo que si no se había ocupado de nosotros en el velorio, no lo hizo por falta de afecto, sino por turbación, y que por favor la perdonáramos. Conmovido y avergonzado le aseguré que no tenía de qué disculparse y omití decirle que no habíamos ido a su casa la noche aquella.

Nota histórica
. Los hechos fueron así, pero la situación real era la inversa. Me acostaba con mi amante, únicamente cuando ella tenía quejas contra el marido.

Idiomáticas
.
Cantar
. Dictar. «Tomó papel y lápiz y me dijo: '¿Por qué no me canta?».

Caribe
. —¿Qué tan lejos de aquí está la costa del mar?

—Ocho kilómetros, más o menitos.

Bioy
. Tuve siempre mi nombre por bearnés. Los vascos (y Jean Bioy, el que se fue a Hesparren) me dicen que es vasco y que el valle donde está Oloron Sainte Marie, nuestro pueblo natal, también lo fue. Los bearneses opinan que mi nombre puede significar
bonito
; espero que se equivoquen. La opinión de los vascos es más categórica y más voluble. Según unos, significa
Uno contra todos
; ojalá que acierten. Según otro,
dos cadenas
, y según otros,
dos robles
. En el acto de la Fundación Vasco-argentina, un especialista me dijo:

—¿Bioy? Dos lechos.

Le contesté:

—No tengo nada contra la poligamia.

Los interlocutores de hoy no recuerdan el verso

en una de fregar cayó caldera

que todo el mundo conocía en tiempo de mi bachillerato. Sospecho que el verso es de Quevedo y si no me equivoco está seguido de

transposición se llama esta figura&hellip
;

Como ignoro cómo continúa propongo:

En una de fregar cayó caldera
:

transposición se llama esta figura
.

Si vuelve la frase un tanto oscura

oculta tu pobreza de sesera
.

Cómo soy
. Porque su marido estaba enfermo, sentenciado o poco menos por el médico que lo operó, mi amante pasó unos días de ansiedad y tristeza. Porque la quiero y también porque imaginaba la situación de ese hombre, la soledad del que ya nadie puede auxiliar, yo también estaba preocupado, y cuando ella, jubilosa, me anunció que los temores del médico resultaron infundados, que su marido estaba mejor, que no corría peligro, tuve una gran alegría. Me propuse que celebráramos las buenas noticias con un almuerzo… Como estaba contento empecé a desearla. Al rato imaginé que la celebración se extendería a una siesta a la que imaginativamente enriquecí con diversas situaciones eróticas. Esto puede parecer una incoherencia de conducta y sentimientos. A mí la alegría me impulsa al amor físico.

Noche del miércoles 30 al jueves 31 agosto 1983
. Después de un día en que sentí a las mujeres aún menos hospitalarias que de costumbre, tuve sueños agradables: una larga cabalgata en el campo, en la que descubrí que me había olvidado del lumbago, y dos mujeres, extraordinariamente afables, que me mimaban, que se recostaban en mis pudenda, no con el propósito de excitarme, sino porque me querían y porque nuestras caricias, nuestras recíprocas entregas, eran lo consabido, lo natural entre nosotros.

4 septiembre 1983
. Un aviso de Emecé, en
La Nación
de hoy, anuncia la cuarta edición de
Dormir al sol
(cuarenta y tantos mil ejemplares). No está mal.

José Bianco. Me dice:

—¿Qué te parece la Barrenechea?

—Menos inteligente que simpática.

—¿Te parece simpática?

—Nada.

—Menosprecia a todos los escritores aceptados y exalta supuestos méritos de escritores mínimos como Felisberto Hernández y Oliverio Girondo. Ésos son los grandes escritores para ella.

No le dije que Pezzoni está preparando un artículo sobre Felisberto Hernández. Bianco reflexionó con tristeza:

—¡Qué estúpidos son los profesores!

Me habló de una revista literaria.

—¿Sabés quién va a ser el secretario?

—No.

—Tu joven vecino.

—¡Qué raro el amor de ese muchacho por la literatura! No lo lleva a leer… Además, ¿por qué dedicarse a una actividad para la que no se tiene aptitudes? Es como si yo me dedicara al box.

Una consulta al médico de cabecera
.

BIANCO: Tengo que ver a un otorrinolaringólogo.

FLORÍN: ¿Para qué?

BIANCO: Estoy sordo de un oído.

FLORÍN: ¿A quién vas a ver?

BIANCO: Creo que a Zubizarreta.

FLORÍN: Un momento (consulta con otro médico). ¿Qué tal es Zubizarreta? (Después de un momento a Bianco). Podés ver a cualquiera.

La fama
. Yo era cliente del lustrador que trabajaba en las arcadas del hotel Alvear. Un día me esperó en casa y me pidió unos pesos prestados. Se los di. A los pocos días lo encontré de nuevo en la puerta de mi casa.

—Me ha pasado una cosa muy desagradable —me explicó—. El encargado del edificio me dijo que va a dar a otro el permiso de lustrar ahí. Me lo dijo hoy y ni siquiera me permitió que trabajara el resto del día. Le vengo a decir esto porque no quisiera que usted pase por ahí y al no verme piense que me fui a otra parte para no devolverle lo que le debo.

Le contesté:

—Nunca pienso mal de un amigo.

Le gustó mucho la frase. Al rato me dejó entender que ni siquiera tenía plata para comprar lo necesario para seguir lustrando. Contra toda cordura (tal vez) le di unos pesos más.

A los pocos días me devolvió parte de la deuda. Según me contó, en el Club Francés dijo que me conocía y le propusieron que lustrara en la peluquería del club. Estaba muy contento.

—Mi señora y mi hija le mandan un beso —me dijo—. Me pidieron que las disculpe de no venir a dárselo personalmente, pero como vivimos en Merlo y todavía estamos un poco cortos de fondos van a dejar el viaje para más adelante. Es increíble lo que hoy día cuesta viajar. Yo soy casi analfabeto, no me avergüenzo de decirlo, pero ellas leen y me pidieron que le diga que el libro que más les gusta es
Héroes y tumbas
.

10 septiembre 1983
. Con mucha pena leo en el diario que murió Bruno Quijano.

Mi joven vecino habla de nueva novia:

—No me molesta nada.

—¿Y cómo es?

—Muy linda, pero casi no habla. Me gustaría que hablara más.

—Entonces tal vez fuera molesta.

—Tenés razón.

—¿Qué hace?

—Es traductora.

—¿Va a traducir tus cuentos?

—Así lo espero.

Descanso de Caminantes

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