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Authors: Adolfo Bioy Casares

Tags: #Otros, #Biografía, #Memorias

Descanso de caminantes (13 page)

BOOK: Descanso de caminantes
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Una chica estudiante, bastante culta, me aseguró que sobre ningún tema podía hablar, sin prepararse especialmente, más de un minuto o dos.

Los médicos nos engañan como pueden
.

Después de un año o dos de tratamiento, el clínico me dijo:

—Podés hacer lo que quieras. Te operás o no. Es claro que si no te operás vas a tener que tomas las pastillitas toda la vida. Lo malo es que a la larga te van a debilitar el corazón.

Me operé. Después el clínico me dijo:

—Estás sano y bueno. Eso sí: tenés que tomar dos pastillitas con el desayuno.

—¿Las mismas de siempre?

—Las mismas.

—¿Cuánto tiempo?

—Toda la vida.

Fue condecorado cuando se comprobó que había logrado que la nación enemiga se pertrechara con Balas Inofensivas Devillier (fabricadas por la Sociedad Le Pistolet) (Ver «Inventos Útiles» en
Caras y Caretas
del 1.º de noviembre de 1902).

Una señora decía en rueda de amigas: «Si alguna vez quieren darse una panzada, vayan a Israel y visiten un
kibbutz
de muchachos. No es necesario hablar. Lo que es yo, me di la panzada de padre y señor nuestro».

Me tocó vivir en tiempos en que debíamos conquistar a las mujeres. Ahora se dan sin que uno las busque: se dan a otros, porque un viejo como yo las repele.

Durante años concluyó el rezo de todas las noches con la misma frasecita: «Recuerda: quiero ser viuda». Dios, en su misericordia, la llevó al cielo. En el cielo llaman viudo al cónyuge que llegó antes.

Jactancia lícita
. Tengo una amiga para acostarnos cada vez que quiere.

La felicitamos: en poco tiempo se había convertido en una verdadera porteña. Para confirmar nuestro aserto, cantó un tango. Insistentemente repitió el estribillo (con una ligera variante, que yo no sabría decir por qué me molestaba):

Hoy te quiero más que ayer
,

pero menos como mañana
.

La Canguela
. Sin conocer el significado de la palabra, me gustaba la estrofa:

Es la Canguela
,

la que yo canto
,

la triste vida

que yo pasé
,

cuando paseaba

mi bien querido

por el Rosario

de Santa Fe
.

En la revista de
La Nación
del domingo 23 de septiembre de 1979, leo un reportaje a Homero Expósito. Cuando le preguntaron «¿Qué es la canguela?», contestó: «Hay una letra de alrededor de 1890 que decía: 'es la canguela, la que yo canto, la vida mala, que yo pasé'. La canguela es la mishiadura, cuando uno la pasa muy mal». La explicación de Expósito echa una nueva luz sobre la abandonada por el paseandero, y su relación con él.

En mis últimos sueños no soy protagonista, ni siquiera participo en la acción; ésta ocurre ante mí. Yo sigo el relato como espectador o lector.

Sueño
. Alguien tenía el poder de convertir a cualquiera en sapo. Lo convirtió a Sabato, que esa mañana, ante el espejo, se llevó la consiguiente sorpresa. Matilde llamó a un médico.

—Estas cosas, tratadas a tiempo, no son nada —explicó.

Sabato estaba furioso con ella. No quería que nadie, ni siquiera el médico, lo viera. No salía de la casa; tenía la esperanza, desde luego sin fundamento, de que se curaría solo. A la espera de algún signo de esa mejoría, que no llegaba, dejó de concurrir a los lugares que frecuentaba habitualmente.

—Lindo día —le digo al custodio del tercer piso.

—Lindo —contesta— pero ya era hora de que el tiempo se aclimatara.

—Voy al cine temprano. A la salida del cine, haría cualquier cosa con tal de no volver a casa, pero no tengo dónde meterme y vuelvo nomás —dice mi amiga.

—A mí me pasa lo mismo —le digo.

Pienso: «Cuando era joven todo era distinto. Ha de haber tres épocas: La juventud, cuando uno siempre encontraba cómo pasar el rato y volvía tarde; la edad madura, en que uno quisiera pasar un rato pero no encuentra con quién y vuelve temprano; la vejez, cuando ya no sale».

Sueño comprometedor
. Soñé con una adivina, de palidez de momia, cara de piel roja, muy vieja y adusta. Iban a llevarla a la sala del trono, donde ella predecía el porvenir y acaso administraba justicia. La tomaron por el tobillo, la llevaron a la rastra, de una pierna. La cabeza, a los tumbos por la tierra seca, levantaba una leve polvareda.

Cansado de esperar muchachas que nunca llegaban, me decidí por una vieja. Nos abrazamos en el cuartito, oscuro, de un rancho de barro. Cuando la vieja se fue, me quedé con su camisón, que estaba sucio. Como tenía vergüenza de que me vieran con el camisón en ese estado, traté de doblado, ocultando la suciedad. La operación resultaba difícil, porque el camisón era enorme y de un hilo muy leve. Estaba entregado a esa tarea cuando vi que en varios lugares del piso había fuego; temí que alguna llama alcanzara el camisón.

Idiomáticas
. Lo, en el sentido de
en casa de
, del
chez
francés. «Pasé por lo de Menditeguy». También refiriéndose (como el
chez
) a tiendas y otros negocios. «Estuve en lo de Harrods en lo de Thompson (mueblería), en lo de Finney (almacén), en lo de Mitchell (librería inglesa), en lo de Cabezas (tienda)». No se dijo nunca «en lo de El Águila, en lo del Bazar Colón»; siempre antes de un nombre propio de persona (apellido). Ya (1979) casi no se usa; en mi juventud, todo el mundo lo usaba.

Idiomáticas. Coche por automóvil
. Cuando yo era chico, «gente bien» no decía auto; decía
automóvil
o
coche
.

Las mujeres son como las venéreas de antes: por un corto placer, una larga mortificación.

El lado inconfesable de la vida
. Me cuentan que una señora —inglesa, de 78 u 80 años, paralítica— los otros días trató de suicidarse. La hija, que es muy religiosa, interrumpió las oraciones al ver que la madre volvía en sí, y con voz transida por el dolor, le preguntó: «¿Por qué lo hiciste, mamá? ¡Nosotros te queremos tanto! ¿Por qué lo hiciste?». La señora contestó: «I can't screw». El médico, que estaba con ellas, no perdió la serenidad. Gravemente contestó: «Nunca puede uno decir eso. Hay muchas maneras de hacerlo».

El destituido Shah del Irán enferma de cáncer. Al enterarse, el ayatollá Khomeni le pide a Dios que la noticia se confirme, que el Shah tenga cáncer. En Nueva York musulmanes arrodillados frente al hospital rezan a Dios que el enfermo muera.

Comentario de taxista, señalando a una muchacha: «Se creen que porque son lindas no las vamos a pisar. Las pisamos igual».

Girri afirma que Radaelli cambiaría por una voz normal esa voz rarísima que tiene si comprara camisas de cuello holgado.

Idiomáticas
.
Hacer rancho aparte
. En una reunión o una fiesta, aislarse con una o varias personas amigas. «No había casi gente conocida y abundaban los guarangos, así que yo hice rancho aparte con las de Larumbe».

Idiomáticas. O sea
. Muletilla de aplicación imprecisa contemporánea de
¿viste
?, muy difundida en Buenos Aires, alrededor de 1970. «Vi la cola del
Fausto criollo
. O sea, con la cola nomás no podés saber si una película es buena».

Cuando yo era chico me deslumbraba, por sus altas y finas «ruedas de alambre» y por su andar silencioso, el automóvil Manchester de Exequiel (sic) Ramos Mexía (sic).

El «Negro» Zorraquín me contó que un taxista le confesó que debía dos muertes; de la explicación resultaba que el hombre era un verdadero asesino. El «Negro» le preguntó: «¿Usted cree que volverá a matar?». El hombre le dijo que no, que había quedado lleno de angustia. «¿Por los muertos?», preguntó el «Negro». «No, por mi —aseguró el hombre—. Ellos me tienen sin cuidado».

Mi amiga me contó que en el 72 o 73 estuvo en una reunión de personas que se autotitulaban «la bella gente» y «las personas más inteligentes de Buenos Aires». Había, sobre todo, psicoanalistas que mencionaban a sus pacientes con nombres y apellidos y que se reían de lo que esos «tarados» les había contado. Como ella no conocía a nadie y había allí un olor inmundo, se levantó y se fue. En la calle tomó el primer taxi. El hombre le conversó, al principio normalmente, después de un modo que le pareció molesto; le decía que la vida en la ciudad era tan dura que uno debía aprovechar cualquier posibilidad de escapada que se ofreciera; la llamaba
hermana
. Mi amiga no contestaba. Al rato el hombre le dijo: «Está muy callada. ¿Qué pasa?». Ella contestó: «O usted me habla como corresponde o yo me bajo en seguida». El hombre se disculpó; la llevó a su casa; le descontó parte del precio del viaje, porque, según él, se había extraviado y habían andado de más. Se despidió con las palabras: «No se preocupe, señora. No pasó nada». Al otro día mi amiga contó a otro taxista lo que le había sucedido. El colega le dijo: «Vos debías de tener olor a marihuana. El taxista seguramente era un policía: muchos lo son. Trató de que le ofrecieras un cigarrillo de marihuana, o que le dijeras que venías de una fumata, para llevarte presa».

Sueño
. Iba en automóvil a Vicente Casares. Estaba seguro de no extraviarme en ese camino tantas veces recorrido en mi juventud. Es claro que desde mi juventud pasaron muchos años. Donde entonces había campo ahora había fábricas y barrios. En vano buscaba unas arboledas, unos portones, un almacén, que yo me conocía de memoria y que me servirán de puntos de referencia. Habían desaparecido: todo a su alrededor había cambiado y resultaba irreconocible. Mientras mantuvieran el rumbo Sur no podía equivocarme, pensé, y en ese mismo instante advertí que el camino de cemento blanco por donde navegaba —parecía el lecho de un canal— se desviaba un poco hacia el este. A esta altura del sueño, yo andaba a pie. Ante mí se abría la boca de un túnel. Para probarme que no tenía miedo, me interné en la oscuridad. Cuando por fin salí a la luz, me encontré en un bajo muy extenso, un parte inundado. Entre los pantanos de agua verdosa había chozas, vivía gente. Yo estaba demasiado cansado para desandar a pie el largo y confuso camino. Caía la noche; iba a extraviarme aún más; al primer descuido me asaltarían. Lo mejor sería preguntar si por ahí no había nadie que me acercara en un taxi, o en un camión, hasta el camino a Cañuelas. Al proceder así me pondría en manos de esa gente. Pensándolo bien, quizá fuera el único modo de evitar el asalto. Si no el asalto, por lo menos la sorpresa.

Ya sabemos: en la vida privada los hombres raramente son tan crápulas como en la vida pública. Lo extraño es que los políticos se muestran crápulas para lograr el apoyo del pueblo. La conclusión, harto melancólica, sería que el pueblo es vil; tal vez que el hombre es vil. Para encontrar explicación a todo esto quizá debamos preguntarnos si la vida no es tan horrible que el hombre, desesperación, se vuelve ruin.

Rico, pero&hellip
;

—La quiero mucho —me dijo.

—Hay que ver lo que te cuesta esa chica —repliqué.

—No me cuesta nada.

—Te cuesta plata. Mucha.

—Mientras no me cueste más que plata, no importa —dijo.

—¡Un momento, que estoy en paños menores! —digo, y me quedo pensando: «¡Qué tipo anticuado soy!» (también por la frase empleada).

Tercera semana de diciembre, 1979.

No leo ni escribo. Nada o poco hago
.

El centro de mi vida es el lumbago
.

Pedir
. Primer y último recurso del que desea algo. No es eficaz. Únicamente se logra lo que no se pide; más aún, lo que no se desea.

Tarde del 22 de diciembre 1979
. No es posible vivir sin las mujeres. No es posible vivir con las mujeres.

Con el amaneramiento propio de su oficio, me preguntó: —¿Cómo se llama su pareja?

Con la pedantería propia del mío, le contesté: —
Tedium Vitae
.

El taxista, después de jactarse de no ser machista, aventura: «Me pregunto si el advenimiento de las mujeres al escenario político no será un paso atrás en el regreso de la civilización. Quiero decir: ¿no será una segunda avalancha como la de los negros?».

En la Sociedad Argentina de Escritores se encuentran José Bianco y Fernando de Elizalde. En el momento de la despedida, se estrechan la mano y Fernando de Elizalde dice:

—Un abrazo.

Comenta Bianco después:

—¿Qué creerá que signfica
abrazo
? ¡Qué idiota!

Como yo era chico, en Vicente Casares, nuestras cabalgatas más prolongadas llegabanhasta las estancias de McClymont, de Hogg, y la Recoleta de Ezcurra. Ahora leo en
Bases documentales para la historia de Cañuelas
el episodio en que perdió la vida un McClymont (en el libro citado el nombre aparece con dos grafías: MacClymont y McClymont; no sé cuál será la correcta; en el
Dictionary of National Biography
no figura ningún personaje de este nombre). Parece que hubo dos hermanos McClymont, Guillermo y Roberto; probablemente uno de ellos participó (o quizá participaron ambos) en la Sociedad Pastoril de Merinos, de la que un Bell fue socio, y también los Martínez de Hoz. Por último, mi bisabuela, María Ignacia Martínez de Hoz de Casares, se quedó con ella y el campo (La Pastoril), con la casa con una torre, donde murió un Murga, que después la habitó como fantasma) se unió a San Martín en Cañuelas, de los Casares.

Parece que Guillermo McClymont, en 1883, siendo hacendado en Cañuelas, compró un campo en la frontera, en Trenque Lauquen, y decidió ir a recorrerlo y a poblado con caballos (tenía la intención de llevar después hacienda vacuna). Con dos amigos con los que había venido de Escocia, don Andrés Parvis y don Alejandro MacPhail (habría que descubrir quiénes eran), con sus peones, y con un baqueano llamado Juan Negrette, se fue a Trenque Lauquen. De Negrette dice que «es un hombre en toda regla; es cristiano, pero por mucho tiempo ha estado entre indios. Es cuñado de Pincén y era la mejor lanza que tenía el cacique, quien respetaba a Negrette mucho y hasta tenía miedo a su valor y a su musculatura. Jamás salía de Lavalle sin su lanza, que por primera vez dejó cuando fue baqueano del señor McClymont». «El 20 de abril de 1883, a cuatro leguas antes de llegar a Trenque Lauquen, y como a las siete de la mañana, sintieron los peones de McClymont un ruido al parecer de gente en un islote (seco) cercano». Sé adelantaron Negrette y Urquiza (Dios sabe quién sería) y descubrieron que dentro del monte había indios. McClymont y sus compatriotas atacaron, pero los indios, entre los que había dos armados con Remingtons, eran tanto más numerosos que el combate fue desigual. D; los diez hombres que formaban el grupo de McClymont, sólo dos escaparon con vida; otros dos, Negrette y el indio Ignacio, desaparecieron. El cadáver de McClymont fue encontrado boca abajo, con un brazo destrozado y ocho lanzazos en el cuerpo. También murieron los señores Parvis y MacPhail. Los tres cadáveres estaban destrozados. Los llevaron hasta el Bragado, más de ciento cincuenta leguas en un carro, arrastrado por una tropilla de caballos cansadímos, en medio de un continuo temporal de lluvia y viento. Llegaron por último al cementerio inglés (¿el de Buenos Aires?) donde fueron sepultados, «lejos de su Escocia natal, en la tierra que ellos habían elegido para vivir y querer».

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