Read Desahucio de un proyecto político Online
Authors: Franklin López Buenaño
El
sistema socio-político-económico es producto del camino recorrido, un orden
espontáneo nacido de la acción humana, no diseñado por nadie. Como dice
Santiago Jervis, ex director del diario
El
Comercio
, en una misiva personal: “La historia es la misma, los principios
básicos no varían en lo esencial, porque a la final la historia está hecha por
los mismos seres humanos en eterno conflicto entre el bien y el mal, sin jamás
alcanzar la armonía perfecta....” Es de sentido común que, si se trataran sólo
los síntomas: pobreza, desigualdad, poco se avanzaría en el mejoramiento de las
condiciones de los pobres. Hay que ir a las causas para poder encontrar los
remedios.
Continúa Jervis:
«La historia de la humanidad con respecto a la
forma de convivir y gobernarse, es una lucha eterna entre quienes se inclinan
por respetar la diversidad y la individualidad contra los visionarios que
aspiran a modificar la conducta humana con leyes y regulaciones que la harán
perfecta, por designio y vigilancia de líderes iluminados. Es una utopía
inalcanzable. Siempre los ensayos por esa vía han fracasado porque implican
aplicación de normas forzadas con supresión de libertades, aplastamiento de las
iniciativas de invención y, por ende, florecimiento de la corrupción y
empobrecimiento colectivo.
»Es probable que los caudillos populistas y sus
seguidores tengan el sincero propósito de superar, con sus métodos, las
imperfecciones de un sistema abierto y democrático, en el cual hay espacio para
abusos por parte de quienes quebrantan la ley y desequilibrios en los niveles
de riqueza. Pero lo que obtienen es lo opuesto.
»El principal tropiezo para los utopistas es el
mercado. Lo aborrecen, acaso porque no lo comprenden. Le atribuyen todos los
males de un sistema libre y quieren abolirlo. No lo logran, por cierto. A lo
sumo lo pretenden controlar mediante regímenes autocráticos que a un tiempo
legislan, gobiernan y juzgan. El resultado es caótico, porque consustancial al
mercado es la libre competencia que desaparece con el monopolio estatal. El
mercado no es una entelequia externa impuesta por unos pocos para su beneficio
exclusivo de ellos y de sus asociados. Es algo inherente a la naturaleza
humana. Nace y permanece con el hombre hasta su muerte. Es el deseo innato de
relacionarse unos con otros, de dialogar, de intercambiar pensamientos y
sucedáneamente de ideas, bienes y servicios. Las fuerzas del mercado son
invisibles e impredecibles, como lo aseguraba Adam Smith. Tratar de
encasillarlas, encauzarlas y gobernarlas por la voluntad de unos pocos, por
sabios que fueren, es como tratar de asir y guiar con las manos a una masa de
mercurio. O como pretender modificar a voluntad las variaciones climáticas
porque a veces disgustan los calores, fríos, lluvias o sequías excesivas.
»La cultura ecuatoriana es muy proclive al caudillismo
por el antecedente de la dominación incásica y luego española. El sistema del
Inca en poblaciones del área ahora ecuatoriana fue férrea, rígida, esclavista.
La situación no mejoró con la llegada de los conquistadores hispanos, pese a la
dualidad de leyes sabias y su perpetuo incumplimiento. El problema, dicho de
modo sumario, fue que el español venido a esta parte de América trasplantó el
sistema monárquico feudal de la Península. La mayoría carecía allá de poder
económico y social. Quiso adquirirlo en el Nuevo Mundo, pero no por esfuerzo
propio, sino el de los indios.
»En países como el Ecuador, la opresión y
represión al indígena fue brutal y pasiva, salvo esporádicas rebeliones. El
indio pasó a ser semoviente en las haciendas de los blancos y muchas de las
indias usadas para procrear una nueva etnia, la del mestizo. El Ecuador, sin
duda, no podrá superar su estancamiento si no supera esa mentalidad
servil/hacendaria. Correa, el gobernante autoritario de hoy, no es el origen
del problema, aunque lo ha agravado.
»Fenómeno distinto ocurrió en la América del
Norte. Los peregrinos huían del feudalismo y ansiaban mayor libertad para
trabajar, ejercer su religión y prosperar para si mismos, no para el señor
feudal. Y tuvieron que enfrentarse a poblaciones indígenas hostiles y
guerreras, que entendieron que las muestras iniciales de hospitalidad eran
infructuosas. En los Estados Unidos no hubo mestizaje y a la postre las
poblaciones indígenas rebeldes fueron sojuzgadas y recluidas en “reservaciones”
semi autónomas. En lo nacional, surgió un sistema de gobierno que aunque
innovador, incorporó lo más valioso de la cultura del Reino Unido,
singularmente su organización jurídica y parlamentaria.
»Los fundadores de los EEUU comprendieron que hay
que respetar las libertades individuales por sobre toda otra consideración. Si
bien cualquier sociedad, para marchar de modo armónico debe delegar poder a
determinados ciudadanos para que legislen, ejerzan justicia y gobiernen, era
preciso, sin embargo, prevenir los excesos a los que es proclive todo ser
humano con poder en cualquiera de las tres funciones. Entre estas libertades y
derechos, el de la propiedad es prioritario. En todos los órdenes, así material
como intelectual, junto con el derecho a la utilidad o lucro en las
transacciones. El “construccionista” detesta al empresario que tiene éxito, que
ahorra y reinvierte. Quiere limitar y redistribuir sus ganancias que considera
excesivas y debidas a la explotación.
»Es allí cuando interviene e interfiere en el
mercado, para someterlo al control estatal. Para tratar de igualar resultados,
no oportunidades. Las consecuencias, aparte de una lucha de clases fomentada
desde arriba por la envidia, son el desestimulo, la desinversión, la extinción
de empresas y su reducción, aumento del desempleo, generalización de la
pobreza, más gasto fiscal y explosión sin límites del endeudamiento».
A
diferencia de otras perspectivas racionalistas (por ejemplo, la de la economía
neoclásica), la del orden espontáneo se enfoca a describir los procesos
económicos y políticos más que a proscribir políticas particulares. Esta visión
reconoce la falibilidad humana y las dificultades que encarna la naturaleza del
conocimiento, es decir, el ser humano —en busca de mejorar su condición— no
puede conocer con certidumbre lo que le espera en el futuro, y eso le lleva
unas veces a lograr sus objetivos y otras, a cometer errores. Esta visión
reconoce también la naturaleza social del ser humano que, para sobrevivir y
progresar, debe necesariamente cooperar con otros. El interés propio y la
cooperación llevan a interacciones cuyos resultados no son predecibles ni
intencionados. El orden social surge de
la acción humana, no del diseño humano
.
Este corolario es la base de nuestra crítica al
proyecto político
forjado en la Constitución de Montecristi y que
se está llevando a cabo con el nombre de
Revolución
Ciudadana.
La etiqueta
socialista
Sin
desmerecer que la situación de los pobres es a menudo, más que precaria,
dolorosa, la
izquierda
—llámese
socialdemocracia, socialista o comunista— ha logrado convencer a gran mayoría
de que, para poder progresar (por eso, se autotitulan también “progresistas”),
se hace necesario que el Gobierno intervenga con el expreso propósito de
derrotar la pobreza
redistribuyendo
riqueza o ingresos, para lo cual es indispensable disponer de un
plan
general de acción gubernamental.
Está
muy claro que el Gobierno de Alianza País busca instaurar un modelo socialista
que sacrifique las libertades con la promesa de justicia social. Es por estas
razones que el proyecto político de la Revolución Ciudadana se puede calificar
como
socialista
, además de que Hugo
Chávez, Rafael Correa, Evo Morales y Daniel Ortega proclaman serlo.
El mito
del construccionismo es creer que funcionaría mejor la sociedad si se dieran
tres condiciones:
mejor gente
,
mejor paga
y
mejor plan.
Un líder con carisma, con buenas intenciones, con
equipo, con planes, con más recursos, y resuelto el problema de la pobreza. ¿No
es esta creencia la que llevó al poder a Rafael Correa?
El
problema no está en la falta de líderes, sino en la de líderes con visión
distinta; no está en la falta de
cuadros de Gobierno, sino en la orientación ideológica estatista de nuestra “
inteligentsia
”; no está en una
burocracia sin preparación, sino en los incentivos que dan origen a
comportamientos “perversos”, como el nepotismo, la corrupción, la pérdida de
tiempo y el desperdicio de recursos. En definitiva, el problema no está en la
gente, sino en la cultura (las creencias y valores colectivos) de la gente.
Todos
creemos que con más recursos se podrían hacer maravillas. Pregunte en cualquier
dependencia pública o privada qué se necesitaría para mejorar el servicio, y la
respuesta será la misma: más plata. Y la triste realidad es que
no se puede tener todo lo que se quiere
.
La gran diferencia entre el sector privado y el sector público es que, en el
privado, los recursos son propios y, por eso, se tiende a utilizarlos con más
cuidado. Los construccionistas que no están en el poder aseguran que, si lo
tuvieran, no desperdiciarían los recursos pero, en cuanto llegan al poder, se
comportan igual y a veces peor que aquellos a quienes sustituyeron.
El
tercer componente de la trilogía es el plan. Desde las regulaciones y
ordenanzas más modestas hasta los planes quinquenales más sofisticados, se
sufre de la miopía fatal de la arrogancia, de estar diseñados por gente que
cree saber más que el resto.
El
Gobierno de Correa concibe la planificación como un instrumento importante para
llevar adelante su “Revolución Ciudadana”. El Código de Planificación evaluará
los planes de desarrollo de los municipios y las regiones. Si no cumplen con el
plan general, serán devueltos para su revisión. También decidirá temas sobre la
educación, la salud, la política monetaria y el endeudamiento fiscal y un
sector privado bajo las órdenes de una secretaría técnica, operados por
“iluminados” burócratas planificadores.
La fantasía de la redistribución
No hay
duda de que un gran obstáculo al desarrollo económico del país radica en el
enorme porcentaje de pobres que se deriva de una clara desigualdad en la
distribución de la propiedad. Tampoco hay duda de que hay grupos privilegiados
con acceso a los centros de poder para beneficio propio.
Cuando se
cree que el alto porcentaje de pobres es el
principal
obstáculo al
“crecimiento”, no tiene sentido “crecer primero y redistribuir después”, aunque
nunca va a haber suficiente para distribuir. Pero cuando un país se afana por
redistribuir la riqueza, lo único que se logra es una sociedad más igualitaria
pero mucho más pobre que antes. Redistribuir los pocos recursos aumenta el
número de pobres, un resultado contradictorio al propuesto. Es más, quitar a
los que tienen para dar a los que no tienen ofende también sentimientos de
moralidad y justicia.
El
proceso de redistribución tiene también graves fallas para el desempeño
económico. Primero, debilita el derecho a la propiedad privada. Segundo, genera
incentivos perversos que, al final, menoscaban los propósitos de equiparar la
riqueza porque simplemente crean
nuevos
ricos.
Y tercero, cuando el derecho a la propiedad privada se atenúa, como
pretende el proyecto político de la Revolución Ciudadana, se da paso al
autoritarismo y a silenciar a los medios de comunicación porque, cuando son
independientes
del sector público, son
la mejor y tal vez la última barrera al abuso del poder.
El debilitamiento del derecho a la propiedad
Profundizando
en el tema, el problema de la distribución radica en que los pobres no tienen
propiedades; cuando tienen propiedad, es informal y bajo condiciones muy
precarias. Un sistema que proteja los derechos a la propiedad privada
favorecería más a los pobres que a otros porque, como no tienen poder político,
ni contactos ni palancas, ni recursos para sobornar a los burócratas corruptos,
les es más fácil guardar su plata bajo el colchón y mantener sus actividades
económicas al margen de la Ley y en la informalidad. Los ciudadanos más
vulnerables a los abusos de poder de los grupos enquistados en el Gobierno son
los que menos tienen y, cuando son dueños de algo, no hay nadie que defienda
sus derechos.
El
totalitarismo tiene sus raíces en sistemas
patrimoniales
,
en los cuales la soberanía y la propiedad están vinculadas. Si los medios de producción
—entre ellos, los de comunicación— estuvieran en manos de la “sociedad”, quien
quiera que ejerza el control de estos medios tendría completo control sobre los
“súbditos”.
Los incentivos y los grupos de poder
Aun
más, las mayores propiedades no están en manos del sector privado, sino en
manos del Estado. “Todo” el subsuelo y la mayor extensión de tierras son
propiedad del Gobierno, no digamos las empresas más “ricas” del país, como las
de comunicación, las empresas eléctricas, bancos, etc. La experiencia, a nivel
mundial, es que el Estado es mal administrador y las empresas estatales son un
botín apetecido por los que tienen acceso al poder.
Muchas
de las tierras agrícolas no están delimitadas ni titularizadas en los registros
de la propiedad. A los bosques, todos tienen acceso. A los que tienen
conexiones políticas, se les concede privilegios de talar; a los pobres, el
carbón y la ceniza.