Fue una mera vuelta de tuerca la que me llevó de la gloria a la caída, trata de convencer el Midas McAlister a Agustina. Empezó con un va y viene de chismes y secretos por los salones, los vestieres y los baños del Aerobic’s, uno de esos complots que se van hinchando bajo tierra hasta que hacen erupción y vuela mierda al zarzo, y yo sospecho que el detonante fue una tal Alexandra, que tiene un físico de diosa y un ánimo muy destemplado, pero no sé, en realidad no estoy seguro de que haya sido ella, esta Alexandra lleva años asistiendo a mi Aerobic’s para mantenerse en forma y al principio fue novia mía y tal, ya te dije que las más bonitas se me meten en la cama y ésta no fue la excepción, así que tuve con ella algo así como un affaire pero me zafé rapidito porque como te digo, es una nena de cuerpo glorioso y mente infernal, y pensándolo bien tal vez sea paranoico por parte mía echarle la culpa de lo que vino a ocurrirme tanto tiempo después, a la hora de la verdad pudo haber sido cualquiera; cualquiera pudo leer El Espacio y traer el chisme hasta acá, aunque es raro, Agustina mi linda, es bien raro que alguien de este lado de la ciudad repare en ese pasquín escandaloso y populachero, simplemente porque no es el perfil; por lo general mi clientela cree que no hay que perder el tiempo con malas noticias, y menos si son sobre gente que uno no conoce, y si acaso se animan a leer, pues leen El Tiempo, que les cuenta el paseo como a ellos les gusta oírlo. Pero quiso mi estrella nefasta que se abriera camino hasta el Aerobic’s Center una noticia publicada en El Espacio sobre la desaparición misteriosa de una enfermera, incidente anodino si los hay, de esos que pasan desapercibidos en este país, porque si nadie protesta cuando roban y desmantelan un hospital entero, quién se va a despelucar porque se refunda una sola enfermera, y sin embargo mira lo que es la suerte cuando decide torcerse, El Espacio se le apunta a la crónica de la enfermera fantasma y divulga declaraciones del novio según las cuales la vio por última vez entrando a un gimnasio del norte de la ciudad. Hasta ahí la cosa va maluca pero tolerable, bella Agustina, pero al día siguiente El Espacio amplía la noticia y ¡bingo!, especifica que el gimnasio en cuestión es el Aerobic’s Center del Midas McAlister, y publica la foto de una Dolores viva y sonriente, digamos que una Dolores más joven y menos cascada que la que yo conocí, pero que a todas luces es la Dolores, aunque El Espacio no la llama así sino Sara Luz Cárdenas Carrasco, y no la presenta como una puta especializada en S&M que murió cumpliendo con su legítimo destino de comemierda profesional, sino como una enfermera graduada de quien sus compañeras de trabajo aseguran no haber vuelto a saber, y está también ese testimonio de quien dice ser su novio y llamarse Otoniel Cocué, que como ya habrás adivinado, Agustina encantadora, quién va a ser si no el proxeneta de marras, aunque oculte ese dato y se autoacredite en cambio como contador, porque desde luego no puede esclarecer la índole de su triste oficio ilegal, y por tanto sus denuncias no pasan de ser verdades a medias, meros pataleos de ahogado, por ejemplo asegura que la enfermera Sara Luz, su prometida, hacía gimnasia en el Aerobic’s Center, donde entró una noche para no salir nunca más. Pero de todo eso se enteran las de súper rumba de las 7 a.m., a través de esa Alexandra según mis sospechas, y se lo comentan a los de spinning del mediodía, y ésos a los de spinning de las cinco de la tarde y de ahí a los de las ocho y a las de masajes y cámara bronceadora, o sea que a la noche la película ya ha adquirido proporciones hollywoodenses y cuando me ven pasar, unas se callan y se hacen las locas, otros se ríen, los más audaces se acercan a preguntarme qué fue lo que pasó y no falta la coqueta que me suelte de frente que se ofrece para ser la próxima víctima si el Barba Azul soy yo. Se vuelven populares ciertos juegos como asustar, escuchar quejidos, descubrir al asesino o señalar sospechosos, y así va rodando la bola y el Aerobic’s se llena de rumores, de temores, de fantasmas, de chacota y burleteo, y una cosa va llevando a la otra según la inexorable ley de las consecuencias hasta que me llega también la Policía con orden de interrogatorio e inspección, pero como es de esperarse, mi linda niña pálida, ni encuentra nada ni yo suelto prenda, Aquí entran diariamente muchísimas mujeres, sargento, le digo a un teniente que enseguida me recuerda su rango, Desde luego, teniente, se disculpa el Midas, le estaba informando que diariamente entran unas trescientas por esa puerta, y que por esa puerta las trescientas vuelven a salir, y entonces el teniente cumple rutinariamente con algunos trámites, como revisar los registros de asistencia para verificar que en efecto no haya inscrita ninguna Sara Luz, y yo muy tranquilo le paso confiado el libro de registro, Adelante, teniente, busque si quiere, y en este punto prepárate, muñeca Agustina, porque la narración va a virar un poco más hacia lo surrealista, cuál no sería mi sorpresa cuando veo que el tal teniente encuentra que en un renglón, con letra pomposa y tinta de estilográfico azul, está la firma de una Sara Luz Cárdenas Carrasco, con todas las letras incluyendo tildes y mayúsculas; el Midas le jura a Agustina que casi se va de para atrás cuando vio semejante cosa, tuvo que ser la mensa de la Dolores la noche de su debut de penoso desenlace, la muy zoqueta debió ver ese libro con las firmas de las asistentes a las clases y encontró muy guau o muy trendy echarse su firmita ella también, a fin de cuentas por qué no, se creyó artista o modelo, especula el Midas, o soñó con inmortalizarse consagrando en mi libro su autógrafo, así que tuve que arreglar el impasse explicándole a mi teniente que nada tenía de raro que alguien asistiera a una sesión gratis de las de promoción, Éste es un lugar público, teniente, cualquiera puede entrar, a lo mejor esa muchacha sí pasó por aquí pero eso no quiere decir absolutamente nada, le aseguró varias veces, pero además y sobre todo le untó la mano con una suma suficiente para que el hombre aceptara hacerse el loco y se retirara dejándolo en paz, O relativamente en paz porque todo aquel asunto se me ha incrustado en los nervios y al enredo montado ya no hay quién lo desmonte, y si no te cuento lo que sigue en detalle, Agustina corazón, es porque al fin y al cabo no trajo para mí más repercusiones policiales o judiciales que esa visita protocolaria de inspección que terminó con el consabido soborno a la autoridad; el problema duradero fue de índole más bien subjetiva, o emotiva si prefieres, porque la clientela del gimnasio no se quería bajar de la película y la iba magnificando y poniéndola al día a punta de imaginación, que si anoche fulana pasó por enfrente y vio las luces prendidas, que si los vecinos escucharon la música hasta tarde, que llanto de mujer emparedada, que movimiento de automóviles a la entrada, que en esta sala asustan, que quién habrá sido la pobre desdichada, en fin, Agustina bonita, no te aburro más, la verdad monda y lironda es que el fantasma de la Dolores, o Sara Luz según se llama ahora, empezó a crecer y a asfixiarme y a regar a los cuatro vientos una fama pésima para el Aerobic’s, si hasta yo mismo, cada vez que me fumaba un bareto para relajarme un tris, me desbocaba en fantasías de lo más desagradables en las que mi propio gimnasio aparecía transformado en cámara inquisitorial y mis máquinas consentidas en potros de tortura y la Dolores en la crucificada de la Nautilus 4200, Qué vaina, pensaba yo, ésta es la venganza de esa mujer, e intentaba mediante el diálogo llegar a algún tipo de negociación, Yo te prometo, alma bendita de la Dolores, que tan pronto baje un poco el escándalo le voy a mandar dinero a tu John Jairo, o Henry Mario o como se llame tu niño, para que pueda estudiar, Te aseguro, mi estimada Sara Luz, que si tú me ayudas a apaciguar al cotarro, yo soy capaz de financiarle en el futuro una carrerita tecnológica a tu William Andrés. Para colmo de males, a todas éstas iba corriendo el tiempo y se pasó la fecha en que según Misterio, Pablo había prometido devolvernos la inversión, así que ya te imaginarás, mi niña Agustina, cómo me cayeron la Araña Salazar y el Ronald Silverstein, que si ya, que si qué, que qué diablos sucedió, y yo reconociendo culpas y pidiendo perdones para apagar este segundo incendio, Te comprendo, Arañita querida, qué vaina, viejo Silver, ambos tienen toda la razón, cagado ese pedacito, reconozco que ese pedacito de la demora está medio cagado pero ya verán que todo se va a solucionar; eso les decía yo, mi reina Agustina, pero la verdad era que no tenía idea de qué podía estar pensando Escobar, si el Misterio ni siquiera me cumplía las citas, horas de horas me pasaba yo esperándolo en el cementerio a ver si por fin aparecía con el dinero, o con una parte del dinero, o al menos con una explicación, pero nada, pasaban los días y nada. Muévete Midas, le ordenó la Araña en tono perentorio, busca a Pablo y déjale saber que la demorita nos tiene en aprietos, Quédate tranquilo, viejo Araña, que tan pronto aparezca su emisario le mando la queja, Nunca me habías confesado, Midas my boy, que no tenías contacto directo con Escobar, Bueno, sí, mejor dicho, bueno no, antes sí tenía pero ahora la situa ha cambiado un poco, trata de comprender, Araña, viejo man. Esa semana nuestra cena de los jueves en L’Esplanade resultó de lo más estresante por esa razón, como la Araña y el Silver no podían hacerme reclamos delante de Joaco y de Ayerbe, que no estaban enterados del enredo, se las arreglaban para chuzarme con cuchufletas y yo me estaba sintiendo fatal, al punto de que pedí mi plato favorito, perdices en salsa de castañas y chocolate pero no las pude ni probar, y es que no estaba mi estómago para festejos, con la jodencia de los amigos, el acoso de la Dolores, la crisis en el Aerobic’s, la demora de Pablo y para rematar, esa mano al cuello que eran los préstamos que había tenido que mover para conseguirle el dineral aquel. Eso fue un jueves, reinita Agustina, y justo al otro día, ¡bum!, estalló la bomba en L’Esplanade y todos nos quedamos de una sola pieza, bueno, los que no estábamos en el restaurante porque los que sí estaban quedaron de varias piezas; me salvé por veinticuatro horas, muñeca bonita, tuve la cojonuda suerte de que la bomba estallara el viernes, que si estalla un día antes yo no estaría aquí para contarte el cuento. Aquello fue una descarga bravía y por los aires volaron comensales, cocineros, el franchute Courtois y su cava de vinos espléndidos, las señoras de bolso de piel de cocodrilo y la piel del cocodrilo y hasta el gato, y cuando Escobar reivindicó el atentando, todos se preguntaron qué motivos tendría para romper la tregua con la oligarquía bogotana, clavando un bombazo bestial en un restaurante de ricos en plena zona residencial del norte. Unos decían que estaba fúrico y ensoberbecido porque le habían echado bolas negras en un club social, o porque la DEA lo estaba apretando, o por las amenazas de extradición, o por el veto de su nombre en las listas electorales o porque el gobierno no cumplía los pactos que tenía con él, o todas las anteriores, el asunto fue que los del norte se echaron a temblar porque hasta ese momento habían creído que contra ellos no era la guerra de Pablo, pero ahí estaban los muertos y los heridos y los escombros de L’Esplanade para demostrar lo contrario. Lo que le pasa a Escobar, intentaba yo explicarles pero no les convenía entender, es que se cansó del efecto balancín, que consiste en que con una mano recibimos su dinero y con la otra lo tratamos de matar. Y la Araña, cual tábano sobre noble caballo, se mantenía a toda hora encima de mí, Explícame esto, Miditas hijo, ahora que Pablo se chifló, ¿qué coños va a pasar con nuestra inversión?, ¿quién me responde a mí?, y otro tanto el Rony Silver, dele que dele, y el Misterio perdido en el ídem, hasta que el Midas entró en una de esas etapas de melancolía profunda que le dan a veces, y según le cuenta a Agustina, se replegó solitario a su dormitorio a prender y a apagar cuanta vaina con el control remoto desde la cama y a dormir doce y catorce horas corridas con los blinds cerrados en una sola noche apacible y prolongada, Y ahí a oscuras en mi cuarto, princesa Agustina, con el teléfono desenchufado, me dio por pensar en Pablo, por recordar el segundo y último encuentro que tuve con él, que ya no fue en su hacienda Nápoles ni tuvo garotas ni jirafas ni piscina olímpica ni un cuerno, sino que aquello fue en una casa feúcha que olía a madriguera de tigre criminal, nunca supe en cuál de las comunas populares de Medellín porque hasta allá me llevaron con los ojos vendados, en cualquier caso el escondite del Patrón esta vez no contaba sino con unas cuantas sillas y algunas camas y ahí estaba él en camiseta y cachucha y más gordo que antes, y me hizo reír porque me mostró una foto que se había tomado pocos meses atrás, ¿a que no adivinas dónde, Agustina bonita? Pues ni más ni menos que frente a la Casa Blanca en Washington, porque según me dijo entraba y salía de los Estados Unidos cuando le daba la gana. La foto era realmente inverosímil, Pablo Escobar, el criminal más buscado de la historia, de camisa blanca y cara al descubierto, ni gafa negra, ni gorro, ni barba postiza ni cirugía plástica, simplemente ahí, tal como es, recostado cual turista contra la reja de la White House, que aparecía detrás con la columnata jónica y el frontispicio triangular de su fachada norte, así que mirando esa foto, Agustina mía, le dije Increíble, don Pablo, el presidente Reagan buscándolo por todo el planeta y usted en la propia reja de su residencia, y él me contestó, El problema que tiene Reagan conmigo, amigo Midas, es que el que está enrejado, es él. Y sin embargo a Pablo le había cambiado la película desde esa tarde sin contratiempos en la capital del Imperio, porque en este lugar desmantelado y oscuro que ahora le servía de covacha ciertamente no lo vi en forma, incluso hubo un detalle tonto que me hizo pensar que se estaba acercando a su final, y fue una caja de cartón con los restos de pescado frito que había dejado después de comer, seguro se lo habían comprado en algún merendero criollo los pistoleros que lo custodiaban y hasta ahí todo bien; lo que no entendí, mi reina Agustina, fue por qué Pablo no ordenaba que se llevaran de allí esos restos grasientos y fríos, no sé si me sigues, no fue nada en realidad, sólo susceptibilidades mías, yo tiendo a interpretar descuidos de esa naturaleza como señales de decadencia. Pablo no
pierde el tiempo, va rápido al grano, en veinte minutos precisamos las cuatro cosas que teníamos pendientes con respecto al negocio y pasó a hacerme preguntas sobre la que siempre ha sido su gran preocupación: quería saber qué se tramaba en Bogotá con respecto al Tratado de Extradición de narcotraficantes a Estados Unidos, y cuando le comenté que era casi seguro que el Congreso lo hiciera entrar en vigencia, lo vi temblar de ira santa y le escuché decir una frase tremenda, la frase que tiempo después retumbó en mi memoria a raíz de la bomba de L’Esplanade, y esa frase es la siguiente, mi reina Agustina, toma atenta nota porque fue la proclamación histórica de su venganza: voy a invertir mi fortuna en hacer llorar a este país. ¿Cachas las resonancias de la cosa, muñeca? Como Pablo es ave fénix y tiene las nueve vidas del gato, al poco tiempo había remontando ese capítulo adverso por el que atravesaba al momento de nuestro segundo encuentro y era de nuevo el amo del universo, y venga otra vez con garotas y ejércitos de sicarios y orgías de sangre por todo el territorio nacional, y reuniones con ex presidentes de la República y jirafas y avionetas y piscinas olímpicas, y en ésas pasaron dos años desde que le oí pronunciar la amenaza aquella, y luego la otra noche, cuando estalló la bomba de L’Esplanade, me acordé de la vaina y pensé: nos llegó la hora, carajo. Voy a invertir mi fortuna en hacer llorar a este país, así me había dicho Pablo, Agustina bonita, y su fortuna debe ser la más grande del mundo, y si por cada dólar el hombre consigue arrancarnos una lágrima, calcula cuánto nos falta por llorar.