Ésa fue una mañana alegre, dice Aguilar, la alegría sopla cuando menos la esperas. Lo lamento por Marta Elena, que debió quedar enredada en ese amago de esperanza por un instante consentida y en seguida quebrada, pero en cuanto a nosotros, nosotros salimos de su casa contentos, había en la cara de Agustina una expresión liviana que para mí fue pura vida, y Aguilar les anunció, a ella y a la tía Sofi, que no regresarían por el momento al apartamento sino que saldrían ya mismo hacia Sasaima por la autopista a Medellín: Bogotá, Fontibón, Mosquera, Madrid, Facatativá, Albán y Sasaima, Esa carretera está tomada por la guerrilla, objetó la tía Sofi, Sí, pero sólo a partir de las tres de la tarde, Aguilar había estado averiguando, según parece por la tarde empieza la guerrilla a bajar del monte y a esa hora hasta la gente de los retenes cierra y se larga, pero durante la mañana hay algún tráfico de camiones, si vamos y regresamos antes de las tres no pasa nada; Agustina, que viajaba en el asiento de atrás, no dijo ni preguntó ni puso problema, aparentemente aprobaba el viaje a Sasaima cualquiera que fuera el motivo, la tía Sofi en cambio quiso saber cuál era mi propósito, Echarle mano a esos diarios de los abuelos y a esas cartas que usted misma me ha dicho que allí se encuentran, le aclaró Aguilar, Sí, pero también te he dicho que están bajo llave, siempre han permanecido entre un armario cerrado con candado y la llave la guarda Eugenia, ¿Sabe para qué sirve un hacha, tía Sofi?, sirve para destrozar a hachazos los armarios cerrados, aunque a la hora de la verdad no hizo falta ningún hacha porque bastó con darle un buen empujón con el hombro a la doble puerta para que la cerradura cediera y escarbar un poco entre la ropa guardada para que aparecieran el diario del abuelo Portulinus, el de la abuela Blanca y un atado de cartas, pero eso sería después, cuenta Aguilar, por lo pronto apenas íbamos saliendo de Bogotá y en el primer retén me confirmaron lo que ya había escuchado, que el ejército patrullaba más o menos hasta las tres o cuatro de la tarde, se retiraba para ponerse a resguardo y a esa hora bajaba la guerrilla, que campeaba por allí hasta poco antes de clarear el alba. Un tiquete de ida y vuelta a Sasaima, le pidió Aguilar a la mujer del peaje, Van bajo su propia responsabilidad, advirtió ella, de todos modos les aconsejo que estén de regreso antes de la media tarde. Por el camino la tía Sofi me siguió hablando de lo ocurrido en la casa de La Cabrera el día de la patada que le dio en la espalda el señor Londoño a su hijo menor, y por primera vez conversamos abiertamente delante de Agustina sin que pasara nada, dice Aguilar, yo iba vigilando cada uno de sus gestos por el espejo retrovisor y no detectaba cambios, Agustina o no escuchaba o aparentaba no hacerlo, parecía más bien absorta en los puestos de venta de fruta que abundaban a lo largo de la carretera, en la aparición de los grandes gualandayes sobre los últimos filos de la tierra fría, en los abismos de niebla que bordean el descenso de la montaña, Por lo general, dice la tía Sofi, cuando Carlos Vicente grande le pegaba a Carlos Vicente chico, el niño se encerraba en su cuarto a llorar y sólo a Agustina le abría la puerta porque era ella quien lograba consolarlo, pero esta vez no fue así. Entonces Agustina, que iba callada en la silla trasera del auto, preguntó si ya estábamos atravesando Mosquera y como asentí, quiso que nos detuviéramos donde la viejita decapitada a comer obleas y la tía Sofi, que sonrió al escuchar su petición, dijo Siempre parábamos ahí a comer obleas camino a Sasaima, antes de que asesinaran a la dueña y también después, cuando la hija retomó el negocio, Así que lo hicimos, cuenta Aguilar, el lugar se llama Obleas Villetica y tiene a la entrada un antiguo filtro de piedra cubierto de musgo del que se puede tomar agua pura, y junto a ese filtro decapitaron hace muchos años a la dueña, una viejita que no mataba una mosca, nunca nadie supo por qué la asesinaron de esa manera brutal pero sí que el hecho marcó el renacer de la violencia en la zona y por eso todos lo recordamos, Parqueamos enfrente, entramos y la hija, que durante el par de décadas transcurridas desde la desgracia se había vuelto tan vieja como la madre, nos preguntó si les añadía a las obleas crema o mermelada y Agustina contestó por los tres, No gracias dijo, sin nada de eso, las queremos así no más, sólo con arequipe como las de antes, y luego al salir, cuando pasábamos frente al filtro de piedra, dijo Aquí decapitaron a la viejita, pero lo dijo serena, como repitiendo una frase que hubiera pronunciado o escuchado muchas veces, en ese mismo lugar, durante su infancia. De nuevo entre el auto la tía Sofi cuenta que boca arriba sobre la mesa habían caído aquellas fotos que le había tomado desnuda Carlos Vicente Londoño, Yo me había desentendido de ellas porque él me juraba que las mantenía guardadas entre la caja fuerte de su oficina, pero allí estaban ahora sobre la mesa ante los ojos de mi hermana Eugenia y de los tres niños y no había excusa ni escapatoria, y si esa tarde quise estar muerta cuando el padre le dio la patada al niño, ahora deseaba estar además enterrada y lo único que se me ocurría era salir de esa casa, tomar un taxi y decirle que me llevara a cualquier lado y para siempre, la tía Sofi le confiesa a Aguilar que se apoderó de ella la certeza devastadora de que hasta ahí le había llegado la vida, Acababa de perder cuanto tenía, amor, hijos, techo, hermana, y sin embargo sólo atinaba a pensar en un cuento que me contaban de niña sobre un cerdito que construía su casa de paja y soplaba el viento y se la llevaba; ahí parada frente a mi hermana yo era ese cerdito, yo había construido mi casa de paja y ahora el ventarrón no me dejaba ni el rastro, yo no pronunciaba palabra, en realidad creo recordar que nadie allí abría la boca, pero mentalmente la tía Sofi le dijo a su hermana Está bien, Eugenia, todo es tuyo, es tu marido, son tus hijos, es tu casa, Pero en seguida me di cuenta de que no era cierto porque a la hora de la verdad tampoco mi pobre hermana tenía gran cosa, esas fotos y sobre todo ese hijo golpeado eran el testimonio de que la casa de ella también estaba hecha de paja. Enseguida la tía Sofi miró al Bichi, el muchacho que permanecía parado en medio de la sala después de haber destapado el juego, todas las partículas de su cuerpo en tensión y a la espera de los resultados, Carlos Vicente lo va a rematar, pensó la tía Sofi, ahora sí lo va a rematar a golpes por atreverse a hacer lo que hizo, y entonces mi cabeza dio un giro, le cuenta a Aguilar, me dije a mí misma, pues si quiere volver a golpear al niño tendrá que pasar por encima de mi cadáver, fue curioso, Aguilar, si en un primer momento la revelación de esas fotos me despojó de todo, en un segundo impulso la balanza se inclinó hacia el otro lado y sentí que recuperaba la fuerza que me habían quitado tantos años de vida secreta y de amores escondidos, Ya que lo mío se jodió, pensó la tía Sofi, ahora sí puedo sacar la cara por este niño, pero no hizo falta, Aguilar, el niño estaba sacando la cara por sí mismo, bien parado sobre sus piernas poderosas y preparado para lo que fuera, nunca antes lo vimos tan alto, adulto por fin, mirando de una manera retadora bajo los rizos revueltos que le velaban los ojos, era imposible no darse cuenta de que si el padre se atrevía a ponerle la mano encima, esta vez la respuesta del cachorro iba a ser inclemente y a muerte. Así que el padre se contuvo ante la recién adquirida fiereza del hijo, dice Aguilar, Tal vez, responde la tía Sofi, o tal vez tanto Carlos Vicente padre como Carlos Vicente hijo sólo estaban pendientes de la reacción de la madre, en manos de ella había quedado la definición del juego, todas las miradas estaban puestas sobre Eugenia, Y qué hizo ella, pregunta Aguilar, Hizo la cosa más desconcertante, dice la tía Sofi volteando la cabeza hacia atrás para mirar a Agustina, que se hace la que no escucha. Recuperando la calma y ocultando cualquier señal de dolor o sorpresa, Eugenia recogió las fotos una a una, como quien recoge las cartas de una baraja, las guardó entre la bolsa de su tejido, encaró a su hijo Joaco y le dijo, textualmente te voy a repetir lo que le dijo porque es cosa que no puede creerse, parecería invento mío, le dijo Vergüenza debería darte, Joaco, ¿esto es lo que has hecho con la cámara fotográfica que te regalamos de cumpleaños, retratar desnudas a las muchachas del servicio?, y enseguida completó su parlamento dirigiéndose al marido, Quítale la cámara a este muchacho, querido, y no se la devuelvas hasta que no aprenda a hacer buen uso de ella, Cómo así, pregunta Aguilar, ¿Eugenia de verdad creyó que las fotos las había tomado Joaco? No seas ingenuo, Aguilar, si era evidente que el fotógrafo era Carlos Vicente por el formato inconfundible de esa cámara Leica que no usaba sino él, y qué dudas podían caber de que la fotografiada era yo, Eugenia estaba fingiendo con pasmosa sangre fría y voz imperturbable para defender su matrimonio, yo llevo trece años, Aguilar, dándole vueltas a los posibles significados de esa reacción de mi hermana y llego una y otra vez a la misma conclusión, ella ya lo sabía, siempre lo supo y no le preocupaba demasiado con tal de que se mantuviera oculto y eso fue precisamente lo que hizo en ese instante, improvisar un acto magistral para garantizar que pese a las evidencias, el secreto siguiera siéndolo, lo que quiero decirte, le dice a Aguilar la tía Sofi, es que ella sabía que su matrimonio no se iba a terminar porque Carlos Vicente me retratara desnuda sino porque se supiera que Carlos Vicente me retrataba desnuda, y ni siquiera por eso, más bien porque se admitiera que se sabía. ¿Está segura de lo que dice, tía Sofi? No, no estoy para nada segura, a veces saco la conclusión contraria, que a Eugenia sí la tomaron por sorpresa esas fotos y que fueron para ella un golpe tan duro como la patada para el Bichi, pero que tuvo el valor de minimizar los hechos y de actuar como actuó, y más sorprendente aún fue el papel de Joaco, créeme, Aguilar, cuando te digo que esa tarde quedó sellada para siempre la alianza entre Joaco y su madre, Aguilar pregunta qué hizo Joaco, Joaco miró a los ojos a su madre y le dijo la siguiente frase, tal como te la voy a repetir, Perdón, mamá, no lo vuelvo a hacer. ¿Te imaginas, Aguilar?, que Eugenia después de toda una vida de práctica conociera el código de las apariencias es cosa comprensible, pero que Joaco a los veinte años de edad ya lo dominara a la perfección, que lo agarrara al vuelo, eso sí es asombroso. Todo se había venido abajo por una mentira, la mía, la de mis amores clandestinos con mi cuñado, y ahora mi hermana intentaba reconstruir nuestro mundo con otra mentira y dejarlo todo tal como estaba antes del remezón, su matrimonio, la buena reputación de su casa, incluso la posibilidad de mi permanencia en ella pese a todo, mentira mata mentira, dime si no es como para volverse loco. ¿El precio de todo aquello, aparte de la insondable confusión en la cabeza de Agustina?, pregunta Aguilar y él mismo responde, el precio fue la derrota del hijo frente al padre: el hijo destapó una verdad con la que encaró al padre, y la madre, desmintiéndola, quebró al hijo y salvó al padre. Casi, pero no del todo, lo contradice la tía Sofi, porque el Bichi se guardaba el último as entre la manga, el de su propia libertad. Cuando vio que en su casa todo estaba perdido, que el marasmo de la mentira se los tragaba enteros, el Bichi salió por la puerta principal así tal como estaba, con un suéter, unas medias y unas botas sobre la piyama y se encaminó calle abajo para no volver más, y yo, dice la tía Sofi, yo salí tras él y tampoco volví nunca. Ya habíamos avanzado mucho carretera abajo, dice Aguilar, en ese momento pasábamos bajo un pequeño puente de cemento y Agustina anunció desde su silla de atrás, Éste es el primer puente, quítense ya los sacos porque dentro de ocho minutos, cuando crucemos el segundo, van a empezar de golpe el calor y el olor a tierra templada, y lo que pronosticó resultó exacto, dice Aguilar, a los ocho minutos por reloj cruzamos el segundo puente y en ese mismo instante, como una vaharada que se nos colara por las ventanas y por las narices, nos llegó el calor con todo su olor a verde, a húmedo, a cítricos, a pasto yaraguá, a lluvia a cántaros, a vegetación arrebatada; ya estábamos en tierra templada y nos faltaba poco para llegar a Sasaima.
Durante unos quince minutos me dediqué sólo a temblar, dice el Midas, te juro nena Agustina que esa llamada me dejó literalmente temblando, ahí desnudo y desvalido como un recién nacido, hasta que volvió a sonar el teléfono y pensé Ahora sí es Rorro, pero de nuevo me equivoqué, esta vez se trataba de una llamada del señor Sánchez, uno de los celadores del Aerobic’s, que me hablaba a borbotones y no hallaba las palabras para describirme la situación, Están aquí, están aquí, don Midas, y están buscando, están levantando todo el piso del gimnasio, ya destrozaron el entablado y siguen buscando, Lo primero que al Midas se le vino a la cabeza fue que después del escándalo que armó Agustina en la tarde, la policía debía estar allanando el Aerobic’s y arrasando con él para encontrar el cadáver de la Dolores, así que le preguntó al celador, ¿Quiénes están ahí, señor Sánchez, los de la policía? No don Midas, no es la policía, son los guardaespaldas del señor Araña, el Paco Malo, el Chupo y otros seis, y el señor Araña se encuentra afuera con el señor Silver, esperando entre un automóvil. El Midas, que todavía no comprendía, atinó a averiguarle ¿Buscando qué?, Porque de verdad me sorprendió la vaina y me agarró fuera de base, Agustina mía, porque si se trataba de los matones de la Araña entonces no sería a la Dolores a la que buscaban, si a fin de cuentas ellos eran los únicos que sabían a qué baldío habían tirado sus despojos mortales, así que el Midas volvió a interrogar a Sánchez ¿Qué mierda están buscando en mi Aerobic’s los hombres de la Araña a estas horas de la noche? Pues billetes, don Midas, dicen que aquí tiene que estar escondido un billetal que usted le… ¿cómo le digo?, yo le repito lo que dicen y usted me perdona, don Midas, están buscando un dinero que según ellos usted dizque le robó a don Araña y a don Silver, lo estoy llamando para avisarle, don Midas, dicen que si aquí no encuentran nada, salen enseguida para allá, para su apartamento, esa gente está emberriondada, don Midas, son muchos y están sumamente enfurecidos, dicen que si esa plata no está aquí, pues tiene que estar allá, y disculpe el vocabulario, jefe, yo me limito a repetirle respetuosamente lo que les oigo, están diciendo que si tienen que colgarlo a usted de las pelotas para que cante dónde escondió eso, pues que lo van a colgar. Te preguntarás, Agustina bonita, cómo me las arreglé para pensar y reaccionar en medio de ese viaje intergaláctico de Santa Marta Golden que hacía que mis neuronas, blandas y esponjosas como marshmallows, rebotaran mansamente en el recinto alfombrado de mi cerebro, y yo te respondo que el susto debe obrar milagros, o que el doble golpe de adrenalina que me produjeron las dos llamadas me fue despejando la modorra, porque por fin até cabos y deduje cuánto eran dos más dos, o sea que concatené la secuencia de sucesos del último mes según te la presento a continuación: Uno, las primas de Pablo se presentan en mi Aerobic’s a solicitar ingreso y yo las rechazo de plano, sin miramientos y sin calcular las consecuencias de mi actitud; dos, Pablo Escobar se entera y resuelve darme una lección; tres, Pablo me monta la celada cuando a través de Misterio me ordena pedirle una excesiva cantidad de dinero al Rony Silver y a la Araña Salazar; cuatro, Pablo se hace el loco con el dinero y jamás lo devuelve; cinco, y de este quinto paso yo no tenía confirmación pero lo deduje por lógica, a través de alguien Pablo se comunica con Rony y con la Araña y les miente, les hace creer que el dinero sí lo devolvió, en la fecha convenida y con las ganancias acordadas, y que me lo entregó en su totalidad para que yo a mi vez les pasara su parte a ellos dos; sexto y último, mientras yo armaba mentalmente el mapa de los cinco puntos anteriores, el Rony y la Araña se dirigían hacia mi apartamento con su patota de matones a caparme con cortaúñas y arrancarme hasta las pestañas para que les dijera dónde tenía escondido el dinero que supuestamente les birlé, así que ahí tienes expuesto el panorama, nena mía, en seis pasos distintos y una sola movida verdadera; blanco es, gallina lo pone y frito se come, la adivinanza ha sido resuelta y ante nuestros ojos aparece, redondo y completo, el huevo. El Midas reconoce ante Agustina que siempre se ha portado con ella como un cafre, pero le pide que le contabilice un punto a favor: En medio del pánico y del sálvese quien pueda que tomó posesión de mi persona, Agustina de mis cuitas, yo me acordé de ti, increíble pero cierto, me acordé de ti, sabía que si huía de mi apartamento ya nunca recibiría la llamada en que el Rorro debía informarme de tu situación, y es verdad que me preocupaba no estar al tanto del desenlace de tu psicoepisodio, pero es verdad también que hasta ahí me llegó el altruismo heroico con respecto a ti, porque tampoco era cosa de quedarme quieto esperando noticias tuyas hasta que el Chupo y su pandilla de animales llegaran a volverme picadillo, así que con el dolor de mi alma y deseándote desde lejos la mejor de las suertes posibles, puse pies en polvorosa con la consecuencia de que no volví a saber nada de ti, bueno, ni de ti, ni del Rorro ni de la Araña ni de las bonitas que se metían entre mi cama ni de nadie absolutamente hasta hoy, cuando ha querido la suerte que te vea ni más ni menos que a ti, de resto nunca más, kaput, sanseacabó, bloqueo radical, cortados todos los cables de comunicación; Es como si el Midas McAlister ya se hubiera desprendido de todo y se hubiera instalado en el más allá; con el paso de sus días de encierro se afianza más y más en la impresión de que nunca existió realmente esa otra vida que obstinada y sistemáticamente se empeñó en construir en el aire, ahora que cuenta con infinita cantidad de tiempo libre le ha dado por filosofar, Me he vuelto un bicho especulativo, le confiesa a Agustina, me gusta darle vueltas y vueltas a esa frase que dice que todo en la vida es sueño y los sueños, sueños son, no sé de qué poeta viene pero la he convertido en mi lema de cabecera, muñeca Agustina, y quisiera saber de quién es, hazme el favor de preguntárselo a tu marido, el profesor Aguilar, él debe tener el dato, o acaso no es experto en esas cosas. Tu hermano Joaco, el paraco Ayerbe, la Araña impotente, mi apartamento suntuoso, el Aerobic’s con todas sus anoréxicas, la Dolores con su muerte atroz, hasta mi amada BMW R-100-RT, para mí son todos fantasmas, actores y escenarios de una obra que ya terminó, y vinieron los utileros y alzaron con todo y ya cayó el telón, hasta el mismísimo Pablo un fantasma, y fantasmal por completo este país; si no fuera por las bombas y las ráfagas de metralla que resuenan a distancia y que me mandan sus vibraciones hasta acá, juraría que ese lugar llamado Colombia hace mucho dejó de existir. El Midas McAlister le cuenta a Agustina cómo transcurrieron sus últimos minutos en el mundo de allá: después de recibir las llamadas telefónicas de la prima de Pablo y del celador del gimnasio, arrojó al fuego la chicharra de marihuana, se puso cualquier pantalón, la primera camisa que encontró, su cachucha de Harvard y unos Nikes suela de aire rojos con negro, agarró el maletín con efectos personales que había preparado esa mañana para llevar a la finca de los Londoño, que por jugarretas del destino seguía listo y a mano aunque para un viaje distinto al previsto, se cargó al hombro una talega de golf en la que por precaución mantenía embutida y bien apretada una buena cantidad de dólares, y sin detenerse siquiera a manipular el control remoto para apagar las luces o la chimenea, bajó al garaje a buscar su moto y sólo al llegar recordó que la había dejado en el gimnasio, así que por un instante hizo un alto en su estampida y se concedió un atisbo de melancolía para despedirse por siempre de su BMW, como también de su jacuzzi, de su ducha de doble chorro, de su suave colcha de vicuña nonata, de su preciosa colección de discos y su ultraequipo de sonido Bose, salió a la avenida cargando su maletín y su talega de golf y tomó el primer taxi que pasó, se cercioró de que nadie lo siguiera y se dirigió, por primera vez en los últimos catorce años, hacia el apartamento de su madre, en el barrio San Luis Bertrand. No sabes, mi niña Agustina, el tropel de sentimientos encontrados que pasaron por mi cabeza durante ese viaje nocturno de forzado regreso al útero, o utilitario reencuentro con los orígenes, absoluta vuelta atrás o reivindicación de mi madrecita noble y santa a la que por tanto tiempo mantuve escondida por cuenta de esos nudos que se hace en las medias de nylon, no sé si cachas la paradoja, bonita mía, pero resulta que el territorio materno, sistemáticamente mantenido en secreto y herméticamente aislado de mi mundanal ruido, de buenas a primeras se me presentaba como salvación, como refugio sin rastro ni sospecha, y eso debido a una rara ley del destino que consiste en que vuelve sobre sí mismo para morderse la cola, cómo te dijera, Agustina encantadora, esa noche entre ese taxi, bien abrazado a mi talega de golf, me sentía regresando al único rincón posible de redención, y de aquí no me he movido hasta el día de hoy, quieto en primera base y casi sin respirar para que nadie descubra que estoy aquí, y según parece no me moveré tampoco en lo que me resta de vida sobre el planeta, porque como habrás visto publicado en los diarios, dulce Agustina mía, o quién sabe porque tú diarios nunca lees, el Congreso ha aprobado la puesta en práctica del Tratado de Extradición y la DEA —léase Ronald Silverstein, mi amigo el Rony Silver, el 007, el buena gente o el buen agente— ha presentado un amplio expediente contra mí en el que se me acusa de lavado de dólares con pruebas suficientes y contundentes, y aquí donde me ves, reinita mía, en pantuflas y sin afeitar y tomándome a tu lado este chocolatico caliente que con tanta devoción nos ha preparado mi madre, soy criminal solicitado en extradición por el gobierno de los Estados Unidos y buscado en este preciso momento por tierra, mar y aire por cuanto organismo de seguridad, buró de inteligencia y policía internacional. Pero desde luego, nada va a pasarle al Midas mientras permanezca encerrado en casa de su madre, Mi madrecita nutricia y proveedora, más eficiente que el control remoto que dejé abandonado porque con ella ni siquiera tengo que apretar un botón, ella me adivina los deseos aun antes de que yo mismo alcance a formulármelos y corre a darme gusto pese a lo coja que está; sentados en el sofacito de la sala-comedor, mi mamá y yo nos vemos todas las telenovelas y comemos arroz con lentejas y rezamos el rosario al atardecer, te imaginarás, Agustina corazón, que dado nuestro humilde tren de gastos, con los dólares que me traje entre la talega de golf podemos mantenernos por toda la eternidad y más. Porque el Midas sabe a ciencia cierta que no hay en el universo soplón ni espía ni marine, ni sicario de Pablo ni guardaespaldas de la Araña Salazar que pueda dar con su escondite mientras permanezca aquí, guarecido en el regazo materno, Me he convertido en un oso en hibernación perpetua, en un estilita encaramado en lo alto de su columna, un monje tibetano recluido cien años en una ermita, un san Francisco de Asís; apuesto a que te sorprende, mi niña hermosa, ver a tu amigo Midas transformado en filósofo de pacotilla, en resignado profeta del fin de los tiempos, amén. Sólo tú, Agustina chiquita, entre toda la gente del orbe sólo tú sabías que si yo había desaparecido sin dejar huella, era aquí donde me podrías encontrar, y has venido a que te cuente qué fue lo que te pasó aquel sábado fatídico, y como tienes todo el derecho a saberlo pues ya está, te he mostrado sin tapujos mi tajada del pastel, supongo que ahora serán otros los que tengan que revelarte el resto, mi linda niña clarividente y ciega a la vez. De verdad me alegra verte tan bonita y tan bien, te juro que en estas circunstancias eres la última persona que esperaba encontrar, sé que seguirás guardándome el secreto del San Luis Bertrand con la misma lealtad de siempre y por lo pronto no se me ocurre qué más comentarte, bueno, lo que ya sabes, que aquí tengo todo el tiempo del mundo para pensar en ti, que es lo que suelo hacer cuando no quiero pensar en nada.