—¿Becca?
La psicóloga sonrió fríamente.
—Todo es pura especulación. La procedencia de los animales originales, un juego del Arca de Noé, sugiere un significado religioso. La Biblia describe el diluvio como el juicio de Dios sobre un mundo maligno, igual que las acciones del Buen Pastor representan su propio juicio sobre este mundo. Además, el Buen Pastor solo empleaba un animal de cada pareja. Tal vez, el romper las parejas de ese modo podría tener un significado. Su forma de «seleccionar el rebaño». Desde una perspectiva freudiana, podría reflejar un deseo infantil de romper el matrimonio de sus padres, quizá de matar a uno de ellos. Pero, insisto, es especular por especular.
Bullard asintió lentamente, como si estuviera tratando de asimilar una idea profunda.
—¿Y la pistola tan grande? Desde la perspectiva freudiana, sería un pene muy grande.
—No es tan sencillo —contestó Holdenfield.
—Ah —dijo Bullard—, me lo temía. Justo cuando creo que lo estaba entendiendo… —Se volvió hacia Gurney—.
¿Cuál es su lectura de la pistola grande y los animalitos?
—Creo que su propósito era generar esta conversación.
—¿Cómo?
—Creo que lo de la pistola y los animales son formas de distraer la atención.
—¿Distraer de qué?
—De su pragmatismo. Están concebidas para sugerir una capa subyacente de motivación neurótica o incluso de locura.
—¿El Buen Pastor quiere que pensemos que está loco?
—Bajo las razones superficiales que impulsan a un asesino en serie que se mueve por una misión, siempre hay una capa de motivación neurótica o psicótica. Es la fuente inconsciente de la energía homicida lo que impulsa la «misión» consciente. ¿Correcto, Rebecca?
Holdenfield no hizo caso de la pregunta.
—Creo que el asesino es plenamente consciente de ello —continuó Gurney—. En mi opinión, la pistola y los animales eran los toques finales de un manipulador genial. Los
profilers
esperarían encontrar cosas como esas, así que él mismo se las proporcionó. Ayudaron a hacer creíble el concepto de «misión». La única hipótesis que el asesino no quería que se investigara era que estaba perfectamente cuerdo y que sus crímenes podrían tener un motivo práctico. Un móvil de asesinato tradicional. Eso habría llevado la investigación en una dirección completamente diferente y tal vez lo habría expuesto con bastante rapidez.
Trout suspiró con impaciencia, dirigiéndose a Bullard.
—Ya hemos discutido todo esto con el señor Gurney. Sus teorías todavía no son más que teorías. No se sustentan en pruebas. La verdad, la repetición cansa. La hipótesis aceptada es más que coherente, la única explicación congruente y racional del caso que se ha presentado. —Cogió uno de sus ejemplares del mensaje del Buen Pastor—. Además, esta nueva comunicación concuerda completamente con el manifiesto original y ofrece una explicación más que creíble de por qué atacó a la viuda de Harold Blum.
—¿Qué opina de ello, Rebecca? —dijo Gurney, señalando el papel en la mano de Trout.
—Me gustaría tener más tiempo para estudiarlo, pero, ahora mismo, desde mi experiencia profesional, diría que lo escribió el mismo individuo que compuso el documento original.
—¿Qué más?
Holdenfield frunció los labios y pareció contemplar diversas formas de continuar su exposición.
—Está articulando el mismo resentimiento obsesivo, pero que ahora se ha agravado por la emisión de
Los huérfanos del crimen
. Su nueva queja, el factor motivador que desencadenó su ataque sobre Ruth Blum, es que ese programa de televisión glorifica de un modo indecente a una gente despreciable.
—Todo eso tiene sentido —se entrometió Trout— y refuerza la teoría principal del caso, la que se ha seguido desde el principio.
Gurney no hizo caso de la interrupción y permaneció concentrado en lo que decía Holdenfield.
—¿Cómo de enfadado diría que estaba?
—¿Qué?
—¿Cómo de enfadado estaba el hombre que lo escribió? Aquella pregunta pareció sorprenderla. Cogió su copia y la releyó.
—Bueno… Emplea un lenguaje emotivo e imágenes frecuentes. Palabras tales como sangre…, malvados…, mácula…, castigo…, muerte… veneno…, monstruos…, expresan una ira de connotaciones religiosas.
—Sí, pero lo que vemos en este documento ¿es ira o una descripción de lo que es la ira?
Hubo un minúsculo movimiento en la comisura de la boca de Holdenfield.
—¿Esta distinción sería…?
—Me gustaría saber si se trata de un hombre furioso que expresa su ira o si estamos ante un hombre calmado que escribió lo que imagina que un hombre furioso expresaría en tales circunstancias.
—¿Qué sentido tiene…? —interrumpió de nuevo Trout.
—Bueno, es bastante elemental —respondió Gurney—. Me pregunto si la doctora Holdenfield, una psicoterapeuta muy perspicaz, tiene la impresión de que el autor de este mensaje estaba expresando una emoción auténtica, propia, o si, digámoslo así, puso palabras en boca de un personaje de ficción que él mismo se inventó y al que bautizó con el nombre del Buen Pastor.
Trout miró a Bullard.
—Teniente, no podemos pasarnos todo el día dándole vueltas a esta suerte de teorización excéntrica. Esta es su reunión. Le insto a ejercer cierto control sobre ella.
Gurney continuó sosteniendo la mirada de la psicóloga.
—Una pregunta sencilla, Rebecca. ¿Qué opina?
Ella se tomó su tiempo antes de responder.
—No estoy segura.
Gurney percibió, por fin, cierta honradez en su mirada y en su respuesta.
Bullard parecía preocupada.
—David, hace un par de minutos ha utilizado la expresión «puramente práctico» en relación con el Buen Pastor. ¿Qué clase de motivo «puramente práctico» podría impulsar a un asesino a elegir seis víctimas que solo comparten entre sí el hecho de conducir coches de lujo?
—Mercedes de color negro —la corrigió Gurney más para sí mismo que para ella.
El hombre del paraguas negro
le vino otra vez a la cabeza. Referirse a la trama de una película durante la discusión de un crimen real era arriesgado, sobre todo en compañía no demasiado amigable, pero Gurney decidió seguir adelante. Contó de nuevo cómo los francotiradores se sintieron frustrados cuando perseguían al hombre del paraguas y este se mezcló con una multitud de gente con paraguas similares.
—¿Qué demonios de relación tiene esta historia con lo que estamos hablando aquí? —dijo Daker, que hasta entonces había permanecido en silencio.
Gurney sonrió.
—No lo sé. Solo tengo la sensación de que la tiene. Quizás haya alguien en la sala lo bastante perceptivo para detectarla.
Trout puso los ojos en blanco.
Bullard recogió el mensaje de correo en el que Gurney había escrito su lista de preguntas sobre los asesinatos. Se detuvo hacia la mitad de la página y leyó en voz alta:
—«¿Son todos igual de importantes?» —Miró a su alrededor—. Esta me parece una pregunta interesante en relación con la historia del paraguas.
—No veo la relevancia —dijo Daker.
Los ojos de Bullard estaban pestañeando otra vez, como si eliminara posibilidades.
—Supongamos que no todas las víctimas fueran objetivos primarios.
—Y las que no lo eran, ¿qué eran? ¿Errores? —La expresión de Trout era de incredulidad.
Gurney ya había explorado esa vía con Hardwick. No le había conducido a ningún sitio.
—Errores no —dijo Gurney—, pero, en cierto modo, secundarios.
—¿Secundarios? —repitió Daker—. ¿Qué diablos significa eso?
—Todavía no lo sé. Es solo una idea.
Trout dejó caer las manos ruidosamente en la mesa.
—Solo diré esto una vez: en toda investigación llega un momento en el que hay que dejar de cuestionarse lo básico y concentrarse en la persecución del culpable.
—Aquí el problema es que ni siquiera nos hemos empezado a cuestionar las cosas seriamente —respondió Gurney.
—Vale, vale —dijo Bullard, que levantó las palmas de las manos—. Quiero hablar de qué debemos hacer ahora.
Se volvió hacia Clegg, que estaba sentado a su izquierda.
—Andy, haznos un breve resumen de lo que está pasando.
—Sí, teniente. —El chico sacó un pequeño dispositivo digital del bolsillo de la chaqueta, marcó unas cuantas teclas y estudió la pantalla—. El equipo técnico ha abierto la escena del crimen. Los indicios físicos han sido etiquetados, embolsados e introducidos en el sistema. Han llevado el ordenador al grupo de informática forense. Las huellas se han procesado en el sistema IAFIS. El informe preliminar del forense está entregado. El informe de la autopsia y el análisis toxicológico completo estarán disponibles dentro de setenta y dos horas. Las fotos de la escena del crimen y de la víctima se han introducido en el sistema, y lo mismo el atestado. El informe del CJIS, tercera actualización, está en el sistema. Estado de la investigación puerta a puerta: cuarenta y ocho completadas; proyectado un total de sesenta y seis hasta el final del día. Las transcripciones están disponibles y pronto tendremos los resúmenes. A partir de las declaraciones de dos testigos que dijeron ver un Humvee o un vehículo estilo Hummer cerca del lugar, Tráfico está compilando listas de propietarios de vehículos similares registrados en el centro del estado de Nueva York.
—¿Qué utilidad tendrían esas listas? —preguntó Trout.
—Se crea una base de datos en la cual podamos cotejar los nombres de cualquiera que sea identificado como sospechoso —dijo Clegg.
Trout parecía escéptico, pero no dijo nada más.
Gurney se sentía incómodo: ya conocía la respuesta que Clegg estaba buscando. Era partidario de actuar con la máxima franqueza, pero temía que ahora solo sirviera para que la atención se centrara en Clinter: una pérdida de tiempo. Al fin y al cabo, él no podía ser el Buen Pastor. Era peculiar, posiblemente estaba loco, pero desde luego no era un asesino.
No obstante, Gurney tenía otra razón para guardar silencio, un motivo menos objetivo: no deseaba mostrarse demasiado próximo a Clinter. No quería salir perjudicado con aquella asociación. En Branville, Holdenfield le había tirado encima el diagnóstico del TEPT. Y en cierta ocasión Max Clinter también había recibido un diagnóstico de estrés postraumático. No le gustaba el efecto eco.
Clegg estaba acabando con su informe.
—Se están procesando las impresiones de neumático en el aparcamiento de Lakeside Collision, se han enviado fotos a Forense de Vehículos en busca de posibles coincidencias con equipamiento original y de segunda mano. Tenemos una doble impresión horizontal decente. Crucemos los dedos para que dé una medida única de anchura de eje. —Levantó la mirada de la pantalla del dispositivo—. Eso es todo lo que tengo en este momento, teniente.
—¿Han dicho cuándo tendrán el análisis físico del mensaje del Buen Pastor: tinta, papel, marca de impresora, huellas en el sobre, en el sobre interior, etcétera?
—Dentro de una hora puede que tengan más información.
Bullard asintió.
—¿Y las notificaciones?
—El proceso acaba de empezar. Tenemos una lista preliminar de familiares, a partir del material proporcionado por el agente Daker. Creo que se está contactando ahora mismo con la señorita Corazon para que proporcione una lista actualizada de números de teléfono, a sugerencia del señor Gurney. Carly Madden, de Información Pública, está ayudando a formular un mensaje apropiado.
—¿Entiende el objetivo de la comunicación (alerta seria sin provocar el pánico) y la importancia de redactarlo bien?
—Se le ha hecho saber.
—Bien. Me gustaría ver el borrador antes de que empiecen con las llamadas. Hay que tenerlo lo antes posible.
Gurney estaba convencido de que aquella mujer devoraba el estrés como si fueran vitaminas. Su trabajo era posiblemente su única adicción. «Lo antes posible» era sin duda la manera en que quería que ocurriera todo. A sus enemigos más les valía andarse con cuidado.
Miró a su alrededor.
—¿Preguntas?
—Parece que está tocando muchas teclas al mismo tiempo —dijo Trout.
—Qué novedad.
—Lo que estoy diciendo es que hay un punto en el que todos necesitamos ayuda.
—Sin duda. No dude en llamarme si alguna vez se encuentra en tal posición.
Trout rio, un sonido tan cálido y musical como el arranque de un coche con una batería que está en las últimas.
—Solo quería recordarle que los federales tenemos algunos recursos de los que puede que no dispongan en Auburn o en Sasparilla. Y la cuestión es que cuanto más claro sea el vínculo entre este nuevo homicidio y el antiguo caso del Buen Pastor, más presión institucional habrá sobre todos nosotros para poner en juego los recursos del FBI.
—Eso podría ocurrir mañana. Pero hoy es hoy. Vayamos paso a paso.
Trout sonrió, una expresión mecánica coherente con su risa.
—No soy un filósofo, teniente. Solo soy realista y le digo cómo son las cosas y dónde va a terminar este caso. Supongo que puede elegir no hacer caso hasta el momento en que ocurra, pero necesitamos establecer algunas directrices y líneas de comunicación a partir de ahora mismo.
Bullard miró su reloj.
—De hecho, lo que empieza ahora es un descanso para comer. Son las doce en punto. Sugiero que nos volvamos a reunir dentro de cuarenta y cinco minutos para discutir sobre esto. Quizá luego nos podamos ocupar del trabajo real si las directrices lo permiten. —Su sarcasmo quedó suavizado por una sonrisa—. Las máquinas de café y de aperitivos de este edificio son bastante lamentables. Gente de Albany, ¿necesitan alguna recomendación de un sitio para comer?
—No hace falta, estamos bien —respondió Trout.
Holdenfield parecía pensativa, inquieta, muy lejos de estar bien.
Daker daba la impresión de no sentir nada en absoluto, más allá de un deseo general de infligir mucho dolor y exterminar a todos los que se encargaban de causar problemas en este mundo.
• • •
Bullard y Gurney estaban sentados en el reservado en forma de herradura de un pequeño restaurante italiano. El local tenía una barra y tres pantallas de televisión de las que no se podía huir.
Cada uno de ellos tenía un pequeño
antipasto
delante y estaban compartiendo una pizza. Clegg se había quedado en la unidad para comprobar el progreso en las múltiples iniciativas que se habían puesto en marcha. Bullard había permanecido en silencio desde que habían llegado. Estaba apartando las guindillas en el borde de su plato de ensalada. Una vez hubo descubierto y apartado la última de ellas, clavó su mirada en Gurney.