Cuentos del planeta tierra (28 page)

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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción, Cuento

BOOK: Cuentos del planeta tierra
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Brayldon descargó algunos instrumentos y herramientas de los caballos y empezó a examinar la superficie del Muro. Pronto descubrió que ningún taladro ni instrumento cortante podría mellarlo, y llegó a la misma conclusión que Shervane. El Muro no sólo era inexpugnable sino que resultaba imposible establecer contacto con él.

Contrariado, cogió una regla de metal totalmente recta y aplicó su borde contra la pared. Mientras Shervane sostenía un espejo para reflejar la débil luz de Trilorne a lo largo de la línea de contacto, Brayldon observó la regla desde el otro lado. Tal como había imaginado, entre las dos superficies había una estrechísima raya de luz.

Brayldon miró pensativo a su amigo.

—Shervane —dijo—, no creo que el Muro esté hecho de materia según el concepto que tenemos de ella.

—Entonces tal vez eran ciertas las leyendas que señalaban que no había sido construido sino creado tal como lo vemos ahora.

—También yo pienso lo mismo —convino Brayldon—.

Guardó sus herramientas inservibles y empezó a montar un sencillo teodolito portátil.

—Ya que no puedo hacer nada más —dijo con una sonrisa forzada—, al menos podré saber exactamente su altura.

Cuando miraron atrás para echar un último vistazo al Muro, Shervane se preguntó si volvería a verlo. Nada más podía averiguar: debía olvidar para siempre al absurdo sueño de que un día podría descubrir su secreto. Tal vez no había ningún secreto; tal vez la Tierra de la Sombra se extendía más allá del Muro y seguía la curva del mundo hasta volver a encontrar la misma barrera. Esto parecía lo más probable. Pero si era así, ¿porqué había sido construido el Muro, y qué raza lo había hecho?

Hizo un esfuerzo extraordinario por apartar estas cuestiones de su mente y cabalgó hacia la luz de Trilorne, pensando en un futuro en que el Muro no jugaría más papel que el que tenía en las vidas de otros hombres.

Pasaron por tanto dos años antes de que Shervane pudiese regresar a su casa. En dos años pueden olvidarse muchas cosas, sobre todo cuando se es joven; incluso la más próximas al corazón pierden su diafanidad y no es posible recordarlas con claridad. Cuando Shervane pasó por las últimas estribaciones de las montañas y se halló de nuevo en la tierra de su infancia, el gozo del regreso a casa estuvo mezclado con una extraña tristeza. ¡Había olvidado tantas cosas que pensaba que siempre recordaría!

Se tenía noticia de su regreso y pronto vio un grupo de caballos que galopaban hacia él por la carretera. Espoleó ansiosamente su montura, preguntándose si Sherval habría salido a recibirle, y se sintió un poco desilusionado al ver que era Grayle quien iba al frente de la comitiva.

Shervane se detuvo cuando el viejo llegó junto a él. Entonces Grayle apoyó una mano en su hombro, pero volvió la cabeza y estuvo un rato sin poder hablar.

Shervane se enteró entonces de que las tormentas del año anterior habían destruido algo más que el viejo puente: un rayo había arruinado completamente su casa. Años antes de lo previsto, todas las tierras que poseía Sherval habían pasado a manos de su hijo. E incluso mucho más, pues toda la familia se hallaba reunida en la casa grande, siguiendo la costumbre anual, cuando el fuego descendió sobre ella. Todo lo que había entre las montañas y el mar había pasado a su poder en un instante. Era el hombre más rico que había conocido su país durante generaciones, pero lo habría dado todo por poder mirar de nuevo los ojos grises y tranquilos del padre, a quien nunca volvería a ver.

Trilorne había salido y se había puesto muchas veces en el cielo desde que Shervane se había despedido de su infancia en la carretera que bordeaba las montañas. La tierra había prosperado en los años transcurridos, y las propiedades que Shervane poseía de pronto habían aumentado continuamente de valor. El las había administrado bien, y ahora volvía a tener tiempo para soñar. Más aún, tenía riquezas suficientes para hacer que sus sueños se convirtiesen en realidad.

Con frecuencia habían llegado noticias, desde el otro lado de las montañas, del trabajo que estaba haciendo Brayldon en el este, y aunque los dos amigos no habían vuelto a encontrarse desde su juventud, habían intercambiado mensajes con regularidad. Brayldon había realizado sus ambiciones: no sólo había diseñado los dos edificios más grandes levantados desde los antiguos tiempos, sino que había proyectado toda una nueva ciudad, aunque no podría verla terminada en vida. Al conocer estas cosas, Shervane recordaba las aspiraciones de su propia juventud, y su pensamiento volaba a través de los años al día en que los dos habían llegado al pie del majestuoso Muro. Durante mucho tiempo luchó contra sus ideas, temiendo revivir viejos afanes que no podrían ser saciados. Pero al fin tomó su decisión y escribió a Brayldon, porque ¿de qué servían la riqueza y el poder si no podían emplearse para llevar a cabo sus sueños?

Mientras esperaba la respuesta se preguntó si Brayldon habría olvidado el pasado en los años que le habían dado fama. No tuvo que esperar mucho: Brayldon no podía venir enseguida, pues tenía que terminar obras importantes, pero cuando estuviesen concluidas se reuniría con su viejo amigo. Shervane le había lanzado un desafío digno de él, un desafío que, si salía triunfante le daría más satisfacción que todo lo que había hecho hasta entonces.

Vino a principios del verano siguiente, y Shervane fue a recibirlo a la carretera, al pie del puente. Eran unos muchachos cuando se habían despedido, y ahora se acercaban a la edad madura; sin embargo, al saludarse, los años parecieron desvanecerse y uno y otro se alegraron interiormente al ver lo bien que había tratado el Tiempo al amigo que recordaba.

Pasaron muchos días hablando de los planes que había diseñado Brayldon. La obra era enorme y tardaría muchos años en realizarse, pero para un hombre tan rico como Shervane era factible llevarla a cabo. Antes de prestar su conformidad definitiva, llevó a su amigo a ver a Grayle.

El viejo llevaba viviendo algunos años en la casita que Shervane había construido para él. Durante mucho tiempo no había desempeñado un papel activo en el cuidado de las grandes fincas, pero siempre estaba a punto para dar un consejo, que era invariablemente acertado.

Grayle sabía por qué había venido Brayldon a esta tierra, y no mostró sorpresa cuando el arquitecto le mostró sus planos. El dibujo más grande representaba el Muro, con una gran escalera subiendo a su lado desde el llano. A seis intervalos iguales, la rampa que ascendía lentamente se detenía en amplias plataformas, la última de las cuales estaba a poca distancia de lo alto, del Muro. Sobresaliendo de la escalera, en una veintena de puntos a lo largo de ella, había unos contrafuertes volantes que Grayle consideró al principio muy frágiles y delicados para el trabajo que tenían que hacer. Pero entonces se percató de que la gran rampa se sostendría en gran parte por sí sola y que, en un lado, todo el impulso lateral sería soportado por el propio Muro.

Miró en silencio el plano durante un rato, y después observó pausadamente:

—Siempre has conseguido salirte con la tuya, Shervane. Tenía que haber sospechado que esto ocurriría algún día.

—Entonces, ¿crees que es una buena idea? —preguntó Shervane.

Nunca había obrado contra los consejos del viejo y estaba ansioso por conocerlos ahora. Como de costumbre, Grayle fue directamente al grano.

—¿Cuánto costará? —preguntó.

Cuando Brayldon dio la cifra, se produjo un impresionante silencio.

—Esto incluye —añadió apresuradamente el arquitecto—. La construcción de una buena carretera a través de la Tierra de la Sombra y la de una pequeña población para los trabajadores. La escalera propiamente dicha se hará con un millón de bloques idénticos que serán ensamblados para formar una estructura rígida. Espero que podamos hacerlos con los minerales que encontraremos en la Tierra de la sombra. —Suspiró suavemente—. Me habría gustado construirla con varillas de metal soldadas, pero esto aún habría costado más porque habrían tenido que traerse del otro lado de las montañas.

Grayle examinó más atentamente el plano.

—¿Por qué te has detenido antes de lo alto del Muro? —preguntó.

Brayldon miró a Shervane, que contestó la pregunta un poco confuso.

—Quiero ser el único que haga la ascensión final —declaró—. La última fase será una máquina elevadora sobre la plataforma más alta. Puede ser peligroso, y por eso iré solo.

No era la única razón, pero sí buena. Grayle había dicho que detrás del Muro estaba la locura. Si esto era verdad, no hacía falta que nadie más lo viese.

Grayle prosiguió en su tono pausado y soñador:

—En este caso, lo que hagas no será bueno ni malo ya que sólo te afectará a ti. Si el Muro fue construido para impedir que algo pase a nuestro mundo, seguirá siendo infranqueable desde el otro lado.

Brayldon asintió con la cabeza.

—Ya había pensado en eso —dijo con un poco de orgullo—. En caso necesario la rampa podrá ser destruida al instante por explosivos colocados en sitios adecuados.

—Está muy bien —comentó el viejo—. Aunque yo no creo en esas historias, conviene estar preparados. Espero que cuando quede terminada la obra aún esté aquí. Y ahora intentaré recordar lo que oí sobre el Muro cuando era tan joven como eras tú. Shervane, cuando me preguntaste por vez primera sobre esto.

Antes de que llegase el invierno, se había trazado la carretera del Muro y se había comenzado los cimientos de la población provisional. La mayoría de los materiales que necesitaba Brayldon no eran difíciles de encontrar, porque la Tierra de la Sombra era rica en minerales. Brayldon también había observado el Muro y elegido el lugar para levantar la escalera. Cuando Trilorne empezó a hundirse en el horizonte, Brayldon estaba muy satisfecho del trabajo realizado.

El verano siguiente se habían tallado a satisfacción de Brayldon los primeros de los innumerables bloques, y antes de que llegase el invierno ya tenían varios miles y habían puesto parte de los cimientos. Brayldon dejó a un ayudante de confianza al cuidado de la producción para él poder reanudar su trabajo interrumpido. Cuando se hubiesen elevado los bloques suficientes, volvería para supervisar la construcción, pero hasta entonces no sería necesaria su presencia.

Shervane cabalgaba dos o tres veces al año hasta el Muro para ver cómo se apilaba el material en grandes pirámides, y cuatro años más tarde Brayldon volvió con él. Las hileras de piedra empezaron a trepar junto al flanco del Muro, y los delicados contrafuertes comenzaron a arquearse en el espacio. Al principio la escalera crecía lentamente, pero al acercarse a lo alto del Muro lo hacía cada vez con más rapidez. Durante una tercera parte de cada año había que suspender el trabajo. Durante el largo invierno, Shervane se acercaba al límite de la Tierra de la Sombra, y escuchaba las tormentas que retumbaban al sumirse en la resonante oscuridad. Pero Brayldon había construido bien y su obra aparecía ilesa cada primavera, como si tuviese que sobrevivir al propio Muro.

A los siete años del comienzo de la obra se colocaron los últimos bloques. Desde un kilómetro de distancia, para poder ver enteramente la estructura, Shervane recordó con admiración cómo todo esto había surgido de los primeros planos que Brayldon le había mostrado hacía años, y comprendió la emoción que debe sentir el artista cuando sus sueños se hacen realidad. Y recordó también el día en que, siendo un muchacho y al lado de su padre, había contemplado por primera vez el Muro en la lejanía, contra el cielo oscuro de la Tierra de la Sombra.

Había una barandilla alrededor de la plataforma superior, pero a Shervane no le importó acercarse al borde. El suelo estaba a una distancia vertiginosa, por lo que trató de olvidar la altura en que se hallaba para ayudar a Brayldon y a los trabajadores a montar la pequeña grúa que lo elevaría los cinco metros que restaban. Cuando estuvo preparada, entró en la máquina y se volvió a su amigo con todo el aplomo que le fue posible.

—Sólo estaré ausente unos pocos minutos —informó con forzada naturalidad—. Encuentre lo que encuentre, volveré enseguida.

No podía imaginar entonces lo inexacta que era su presunción.

Grayle estaba ahora casi ciego y no conocería otra primavera. Pero reconoció las pisadas que se acercaban y saludó a Brayldon por su nombre antes de que el visitante tuviese tiempo de hablar.

—Me alegro de que hayas venido —dijo—. He estado pensando en todo lo que me dijiste y creo que al fin sé la verdad. Tal vez también tú la hayas adivinado.

—No —declaró Brayldon—. He tenido miedo de pensar en ello.

El viejo sonrió ligeramente.

—¿Por qué hay que tener miedo de algo, sólo porque es extraño? El Muro es maravilloso, sí, pero no hay nada terrible en él para quienes se enfrenten sin vacilar con su secreto.

»Cuando yo era un muchacho, mi viejo maestro me dijo una vez que el tiempo nunca podía destruir la verdad, que sólo podía ocultarla entre leyendas. Tenía razón. De todas las historias que se han urdido sobre el Muro, ahora puedo elegir las que son parte de la Historia.

»Hace mucho tiempo, cuando la Primera Dinastía estaba en su apogeo, Trilorne era más cálido que ahora y la Tierra de la Sombra era fértil y estaba habitada, como tal vez lo estarán las Tierras de Fuego cuando Trilorne sea viejo y débil. Los hombres podían ir libremente hacia el sur porque no había un Muro que les cerrase el camino. Muchos debieron de hacerlo, buscando nuevas tierras en las que se asentarse. Lo que le ha ocurrido a Shervane les ocurrió también a ellos y debió trastornar muchas mentes; tantas, que los científicos de la Primera Dinastía construyeron el Muro para impedir que la locura se extendiese por toda la tierra. No puedo creer que esto sea verdad, pero la leyenda afirma que se construyó en un solo día, sin trabajo, de una nube que cercaba el mundo.

Se quedó ensimismado, y Brayldon permaneció en silencio. Su mente estaba lejos, en el pasado, imaginando su mundo como un globo perfecto flotando en el espacio mientras sus antiguos pobladores levantaban la franja de oscuridad alrededor del ecuador. Por falsa que pudiese ser esta imagen en su detalle más importante, nunca pudo borrarla por entero de su mente.

Al pasar lentamente los últimos metros del Muro por delante de sus ojos, Shervane necesitó hacer acopio de todo su valor para no pedir a gritos que la bajasen. Recordó algunas terribles historias de las que se había reído, pues procedía de una raza que estaba singularmente libre de supersticiones. Pero ¿y si aquellas historias fuesen verdad y el Muro se hubiese construido para salvar al mundo de algún horror?

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