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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción, Cuento

Cuentos del planeta tierra (35 page)

BOOK: Cuentos del planeta tierra
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Ningún ser humano controlaba a aquella máquina. Era tan automática como los otros robots de la ciudad, pero, a diferencia de ellos y de todos los demás robots que no conocía el mundo, tenía voluntad y conciencia propias.

6. La pesadilla

Mientras contemplaba con ojos muy abiertos la máquina que tenía delante, Peyton sintió un escalofrío en la piel, no a causa del miedo sino de la misma intensidad de su excitación. Su búsqueda había sido recompensada: el sueño de casi mil años estaba aquí, delante de sus ojos.

Hacía tiempo que las máquinas habían conseguido una inteligencia limitada. Ahora al fin habían alcanzado el objetivo de la conciencia misma. Este era el secreto que Thordarsen habría revelado al mundo, el secreto que el Consejo había sofocado por miedo a las consecuencias que podía originar.

La fría voz habló de nuevo:

—Me alegro de que comprendas la verdad. Esto hará más fáciles las cosas.

—¿Puedes leer mi mente? —preguntó Peyton con voz entrecortada.

—Naturalmente. Lo he estado haciendo desde el momento en que llegaste.

—Sí, lo imaginaba —dijo tristemente Peyton—. ¿Y ahora qué piensas hacerme?

—Debo impedir que causes daños en Comarre.

Peyton pensó que esto era bastante razonable.

—Supón que me marchase ahora. ¿Estarías de acuerdo?

—Sí. Sería una buena cosa.

Peyton no pudo contener la risa. El Ingeniero no era más que un robot, aunque pareciera un ser humano. Era incapaz de poseer malicia, y tal vez esto le daba ventaja a Peyton. Debía intentar engañarlo para que le revelase sus secretos. Pero el robot leyó de nuevo su mente.

—No lo permitiré. Ya has aprendido demasiado. Debes marcharte enseguida. En caso necesario, utilizaré la fuerza.

Peyton decidió ganar tiempo. Al menos podía descubrir los límites de inteligencia de aquella sorprendente máquina.

—Antes de que me vaya, dime una cosa. ¿Por qué te llaman el Ingeniero?

El robot respondió casi al instante.

—Si se producen serias averías que no pueden ser reparadas por los robots, yo me encargo de ello. En caso necesario, podría reconstruir Comarre. Normalmente, cuando todo funciona como es debido, me estoy quieto.

Peyton pensó en lo extraña que era la idea de «quietud» para una mente humana. Le hacía gracia la distinción que había hecho el Ingeniero entre él mismo y «los robots». Hizo la pregunta obligada:

—¿Y si eres tú el que sufre una avería?

—Somos dos. El otro está inactivo ahora. Cada uno puede reparar al otro. Esto fue necesario una vez, hace trescientos años.

Era un sistema infalible. Comarre estaba a salvo de accidentes durante millones de años. Los constructores de la ciudad habían montado estos eternos guardianes mientras ellos iban en busca de sus sueños. No era extraño que Comarre siguiese cumpliendo su extraño objetivo, mucho después de morir sus creadores.

¡Qué tragedia, pensó Peyton, que este genio hubiese sido malgastado! Los secretos del Ingeniero podrían revolucionar la tecnología del robot, podrían dar origen a un mundo nuevo. Ahora que se habían construido las primeras máquinas inteligentes, ¿había algún límite en lo que vendría después?

—No —dijo inesperadamente el Ingeniero—. Thordarsen me dijo que los robots serían un día más inteligentes que el hombre.

Era extraño que la máquina hubiese pronunciado el nombre de su artífice. ¡Así que éste había sido el sueño de Thordarsen...! Todavía no acababa de comprender su inmensidad. Aunque estaba algo preparado para comprenderlo, no podía aceptar las conclusiones. A fin de cuentas, había un abismo enorme entre el robot y la mente humana.

—No mayor del que hay entre el hombre y los animales de los que procede, según dijo una vez Thordarsen. Tú, hombre, no eres más que un robot muy complicado. Yo soy más sencillo pero más eficaz. Esto es todo.

Peyton consideró con mucho cuidado esta afirmación. Si el hombre no era más que un complejo robot, una máquina compuesta de células vivas en vez de alambres y tubos al vacío, podrían fabricarse un día robots todavía más complicados. Y cuando llegase este día, la supremacía del hombre habría terminado. Las máquinas seguirían siendo sus esclavas, pero serían más inteligentes que su amo.

Todo estaba muy tranquilo en la gran estancia revestida de estantes de analizadores y paneles de relés. El Ingeniero observaba atentamente a Peyton, con los brazos como tentáculos ocupados en su trabajo de reparación.

Peyton empezaba a desesperarse. Como era característico en él, la oposición le hacía más obstinado que nunca. Tenía que descubrir, de alguna manera, cómo estaba construido el Ingeniero. Si no lo conseguía, se pasaría toda la vida tratando de igualar el genio de Thordarsen.

Era inútil. El robot estaba fuera de su alcance.

—No puedes hacer planes contra mí. Si intentas escapar por aquella puerta, arrojaré esta unidad de energía a tus piernas. A esta distancia, mi margen de error es de menos de medio centímetro.

Era imposible eludir los analizadores de pensamiento. El plan apenas estaba medio formado en la mente de Peyton, pero el Ingeniero ya lo conocía.

Peyton y el Ingeniero se sorprendieron por igual de aquella interrupción. Hubo un súbito destello de oro rojizo, y media tonelada de huesos y tendones chocó a una velocidad de ochenta kilómetros por hora contra el robot.

Se produjo una momentánea agitación de tentáculos. Después, con un fatídico chasquido, el Ingeniero cayó al suelo. Leo, lamiéndose reflexivamente las patas, se sentó sobre la máquina caída.

No podía comprender del todo al brillante animal que había estado amenazando a su amo. Su piel era la más dura que había conocido desde un desafortunado incidente con una rinoceronte, hacía muchos años.

—¡Buen chico! —gritó alegremente Peyton—. ¡No dejes que se levante!

El Ingeniero se había roto algunos de los miembros más grandes, y los tentáculos eran demasiado débiles para causar daño. Una vez más, la bolsa de herramientas de Peyton fue de un valor incalculable. Cuando hubo terminado, el Ingeniero no podía moverse, aunque Peyton no había tocado ninguno de sus circuitos neurales. En cierto modo, eso casi habría sido un asesinato.

—Ahora puedes irte, Leo —dijo, una vez terminada su tarea.

El león obedeció de mala gana.

—Lamento haber tenido que hacer esto —se disculpó Peyton con ironía—, pero espero que comprenderás mi punto de vista. ¿Aún puedes hablar?

—Sí —respondió el Ingeniero—. ¿Qué piensas hacer ahora?

Peyton sonrió. Cinco minutos antes, había sido él quien había hecho esta pregunta. Se preguntó cuánto tiempo tardaría en llegar el hermano gemelo del Ingeniero. Aunque Leo podía resolver la situación, si se trataba de una prueba de fuerza, el otro robot habría sido advertido y podía ponerles la cosa difícil. Por ejemplo, podía apagar las luces.

Los tubos fluorescentes se apagaron y reinó la oscuridad. Leo lanzó un gruñido de contrariedad. Peyton, bastante irritado, sacó su linterna y la encendió.

—En realidad, esto me importa poco —dijo—. Ya puedes volver a encenderlas.

El Ingeniero no dijo nada. Pero los tubos fluorescentes volvieron a encenderse.

¿Cómo diablos se podía luchar contra un enemigo que podía leer tus pensamientos e incluso observar cómo te preparabas para defenderte?, pensó Peyton. Tenía que evitar cualquier idea que pudiese provocar una reacción contraproducente para él, como por ejemplo... Se detuvo justo a tiempo. Bloqueó por un instante sus pensamientos tratando de integrar la función omega de Armstrong en su cabeza. Después volvió a poner la mente bajo control.

—Mira —dijo al fin—. Haré un trato contigo.

—¿Qué es eso? No conozco esta palabra.

—No importa —repuso apresuradamente Peyton—. Lo que propongo es esto: deja que despierte a los hombres que están atrapados aquí, dame tus circuitos fundamentales y me marcharé sin tocar nada. Habrás cumplido las órdenes de tus constructores y no se habrá causado ningún daño.

Un ser humano habría discutido el asunto, pero no el robot. Su mente tardaba tal vez una milésima de segundo en valorar cualquier situación, por complicada que fuese.

—Muy bien. Leo en tu mente que piensas cumplir tu palabra. Pero ¿qué significa «chantaje»?

Peyton se puso colorado.

—No tiene importancia —se apresuró a decir—. No es más que una expresión humana vulgar. Supongo que tu..., que tu colega llegará dentro de un momento, ¿no?

—Está esperando fuera desde hace un rato —respondió el robot—. ¿Quieres decir a tu perro que se esté quieto?

Peyton se echó a reír. Que un robot entendiese de zoología, habría sido esperar demasiado.

—Entonces..., tu león —dijo el robot, corrigiéndose al leer en la mente de Peyton.

Éste dirigió unas pocas palabras a Leo y, para estar más seguro, enredó los dedos en la melena del león.

Antes de ser invitado a hacerlo, el segundo robot entró silenciosamente en la habitación. Leo se puso a gruñir y trató de soltarse, pero Peyton lo calmó.

Ingeniero II era exactamente igual que su colega. Mientras se acercaba a él, ya había penetrado en la mente de Peyton de aquella manera desconcertante a la que éste no podía acostumbrarse.

—Veo que quieres ir a ver a los que sueñan —dijo—. Sígueme.

Peyton estaba cansado de que le diesen órdenes. ¿Por qué los robots no decían nunca «por favor»?

—Sígueme, por favor —indicó ahora la máquina, recalcando lo menos posible la expresión.

Peyton lo siguió.

Se encontró de nuevo en el pasillo con cientos de puertas con el signo de la amapola... o en otro corredor parecido. El robot lo condujo a una puerta que no se distinguía en nada de las demás, y se detuvo delante de ella.

La plancha metálica se deslizó sin ruido, y Peyton entró, no sin cierta aprensión, en el cuarto a oscuras.

Había un hombre viejo en la cama. A primera vista, parecía muerto. Su respiración era tan lenta que casi no se percibía. Peyton lo miró fijamente durante un instante, y después dijo al robot:

—Despiértalo.

En alguna parte de las profundidades de la ciudad, se detuvo la corriente de impulsos a través de un proyector de pensamiento. Un universo que nunca había existido se derrumbó en ruinas.

Desde la cama, dos ojos febriles miraron a Peyton con el brillo de la locura. Miraron a través de él y más allá, y brotó de sus labios un torrente de palabras confusas que Peyton apenas podía distinguir. El viejo gritaba una y otra vez nombres que podían ser de personas o de lugares del mundo de los sueños del que había sido arrancado. Era horrible y patético a la vez.

—¡Basta! —le gritó Peyton—. Ahora has vuelto a la realidad.

Los ojos brillantes parecieron verle por primera vez. El viejo se incorporó con un tremendo esfuerzo.

—¿Quién eres —preguntó con voz temblorosa. Y entonces, antes de que Peyton pudiese responder, prosiguió con voz entrecortada—: Esto debe ser una pesadilla... Vete, vete. ¡Deja que me despierte!

Dominando su repulsión, Peyton apoyó una mano en el hombro huesudo.

—No temas, estás despierto. ¿No te acuerdas?

El hombre pareció no oírle.

—Sí, debe ser una pesadilla..., ¡tiene que serlo! Pero ¿por qué no me despierto? Nyran, Cressidor, ¿dónde estáis? ¡No puedo encontraros!

Peyton aguantó lo máximo posible, pero nada de lo que hacía podía atraer de nuevo la atención del viejo. Con corazón afligido, se volvió al robot.

—Duérmele de nuevo.

7. El Tercer Renacimiento

Poco a poco cesó el delirio. El débil cuerpo se quedó inmóvil en la cama y la cara arrugada volvió a convertirse en una máscara inexpresiva.

—¿Están todos tan locos como éste? —preguntó Peyton.

—Éste no está loco.

—¿Que no está loco? ¡Claro que lo está!

—Ha estado muchos años en trance. Supón que te fueses a una tierra lejana y que cambiases completamente tu estilo de vida, olvidando todo lo que conociste en tu vida anterior. En definitiva, no tendrías más conocimiento de ella que el que tienes de tu primera infancia.

»Si por algún milagro fueses enviado de pronto al tiempo anterior, te comportarías exactamente de esta manera. Recuerda que su vida soñada es completamente real para él y que ahora la ha vivido ya durante muchos años.

Esto era verdad. Pero ¿cómo podía ser tan perspicaz el Ingeniero? Peyton se volvió hacia él, asombrado, pero como de costumbre no tuvo necesidad de hacer la pregunta.

—Thordarsen me dijo esto el otro día, cuando aún estábamos construyendo Comarre. Algunos de los durmientes ya llevaban veinte años en trance.

—¿El otro día?

—Tú dirías hace unos quinientos años.

Estas palabras suscitaron una extraña imagen en la mente de Peyton. Pudo imaginarse el genio solitario, trabajando aquí entre sus robots, tal vez sin ningún compañero humano. Todos los demás habrían ido hacía tiempo en busca de sus sueños.

Pero Thordarsen debió de quedarse hasta terminar su obra, pues el deseo de creación lo ligaba todavía al mundo. Los dos Ingenieros, su mayor logro y tal vez la hazaña electrónica más maravillosa que se había producido en el mundo, eran sus últimas obras maestras.

Peyton se sintió abrumado. Puesto que el genio había derrochado su vida, decidió que su obra no pereciera sino que fuera entregada al mundo.

—¿Son todos los soñadores como éste? —preguntó al robot.

—Todos, salvo los más recientes. Éstos aún pueden recordar sus vidas anteriores.

—Llévame hasta uno de ellos.

La habitación en la que entraron era idéntica a la anterior, pero el cuerpo que yacía en la cama era el de un hombre que no tendría más de cuarenta años.

—¿Cuánto tiempo lleva aquí? —preguntó Peyton.

—Llegó hace pocas semanas; fue el primer visitante que tuvimos durante muchos años, antes de que vinieses.

—Despiértalo, por favor.

Los ojos del durmiente se abrieron muy despacio. No había locura en ellos; sólo asombro y tristeza. El hombre debió recordar algo y se incorporó. Sus primeras palabras fueron completamente racionales.

—¿Por qué me has llamado? ¿Quién eres?

—Acabo de escapar de los proyectores de pensamiento —le explicó Peyton—. Quiero liberar a todos los que aún pueden salvarse.

El hombre se echó a reír amargamente.

—Salvarse... ¿de qué? Yo tardé cuarenta años en escapar del mundo, y ahora tú quieres arrastrarme de nuevo a él... ¡Vete y déjame en paz!

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