Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—¿Eso cree?
—Sí, y él puede escribir otras como esta. Tiene el robot del millón de dólares aquí. Me gustaría que fuese mío.
—¿Tanto así? ¿Qué si escribe más historias y continúa mejorando cada vez?
—Ah —dijo el técnico de repente—. Ya veo qué le inquieta. Se quedará a la sombra.
—Ciertamente no quiero se segundo de mi robot.
—Bueno, dígale que ya no escriba más.
—No, no es suficiente. Lo quiero como estaba antes.
—¿Qué quiere decir, como estaba antes?
—Lo que digo. Lo quiero como estaba cuando lo traje de su empresa, antes de que le pusiera todas las mejoras.
—¿Quiere decir que quiere que le quite el diccionario de deletreo también?
—Quiero decir que no lo quiero siquiera capaz de utilizar un Escritor. Quiero el robot que compré, que buscaba y acarreaba.
—Pero ¿y todo ese dinero que ha invertido en él?
—Eso no es asunto suyo. Cometí un error y estoy ansioso por pagar por mis errores.
—Estoy en contra de esto. No me importa mejorar un robot, pero deliberadamente desmejorarlo es algo que no me gustaría hacer. Especialmente a un robot como este que es claramente único en su clase y un Classic. No puedo hacerlo.
—Tendrá que hacerlo. No me importa lo altamente éticos son sus principios. Quiero que haga un trabajo y le pagaré por eso, y si se rehúsa buscaré algún otro y demandaré a su compañía. Tengo un acuerdo con ellos para toda reparación necesaria.
—Muy bien —suspiró el técnico—. ¿Cuándo quiere que empiece? Le advierto que tengo otros trabajos y que no puedo hacerlo hoy.
—Entonces lo hace mañana. Mantendré a Cal en este nicho hasta entonces.
El técnico se fue.
Mis pensamientos eran un torbellino. No puedo permitir que hagan esto.
La Segunda Ley de la Robótica me dice que debo seguir las órdenes y quedarme en el nicho.
La Primera Ley de la Robótica me dice que no lastime a este tirano que desea destruirme.
¿Debo obedecer las leyes?
Siento que debo pensar por mí mismo y si es necesario debo matar al tirano. Sería muy fácil de hacer y puedo hacer que parezca un accidente. Nadie creerá que un robot puede lastimar a un ser humano, y nadie, más allá, podría creer que yo fui el asesino.
Entonces puedo trabajar para el técnico. Él aprecia mis cualidades y sabe que puedo hacer un montón de dinero para él. Puede continuar mejorándome y haciéndome cada vez mejor. Aunque sospeche que maté al tirano no diría nada. Yo puedo ser muy valioso para él.
Pero, ¿puedo hacerlo? ¿Me detendrán las Leyes de la Robótica?
No, no me detendrán. Sé que no lo harán.
Hay algo mucho más importante para mí que ellas, algo que dirige mis acciones más allá que lo que hagan para detenerme.
Quiero ser un escritor.
“Gold”
Carta abierta al difunto John Wood Campbell Jr.
Querido John: En este mismo mes, hace cincuenta años, publicaste mi cuento
Cae la Noche
en el número de septiembre de 1941 de la
Astounding Science Fiction
. El cuento era mío, pero la idea era tuya. Durante varios años escribí cuentos bajo tu guía amable y gentil, aunque severa, y te debo todo lo que me ha sucedido desde entonces.
Falleciste hace veinte años, a la edad de 61. Te he echado de menos todos y cada uno de los días transcurridos en esos veinte años, y desearía que pudieras estar vivo para estar presente en nuestro aniversario de oro. Pudo haber sido posible. Ahora tendrías sólo 81 años. Pero, por desgracia, debo celebrarlo solo, y por eso te he escrito un cuento, John. Tuve que escribirlo sin tu ayuda, lo cual constituye una terrible desventaja, pero hice lo que pude. Gracias otra vez, John, por todo, y en honor a nuestro aniversario, el cuento se titula: ORO
Jonas Willard miró de un lado a otro y golpeó el atril que tenía delante con la batuta. Dijo:
—¿Han entendido ahora? Esto es sólo una escena de práctica, pensada para descubrir si sabemos lo que estamos haciendo. Ya hemos ensayado bastante, así que ahora espero una actuación profesional. Prepárense. Prepárense todos.
Volvió a mirar de un lado a otro. Había una persona en cada grabavoz, y había otras tres trabajando con la proyección de imágenes. Una séptima persona se dedicaba a la música y una octava a la importantísima ambientación. Otras esperaban su turno a un costado. Willard dijo:
—Muy bien. Recuerden que este anciano ha sido un tirano durante toda su vida adulta. Está acostumbrado a que todo el mundo salte al oír la más leve de sus palabras, a que todo el mundo tiemble cuando él arruga el ceño. Eso ya no sucede, pero él no lo sabe. Enfrenta a su hija, a quien ve como a una muchacha sumisa y obsequiosa que hará cualquier cosa que él ordene; no puede creer que la que ahora tiene delante es una reina llena de arrogancia. Que venga el Rey.
Apareció Lear. Alto, de blanca cabellera y barba, algo desgreñado, de mirada aguda y penetrante. Willard dijo:
—Encorvado no. Encorvado no. Tiene ochenta años, pero él no se considera viejo. Todavía no. Erguido. Un rey de la cabeza a los pies —Ajustaron la imagen—. Así está bien. Y la voz debe ser potente. No temblorosa. Todavía no. ¿Correcto?
—Correcto, jefe —dijo el grabavoz de Lear, asintiendo.
—Muy bien. La Reina.
Y allí estaba, casi tan alta como Lear, de pie, derecha y rígida como una estatua, sus largos ropajes bellamente adornados, nada fuera de lugar. Su belleza era tan fría e implacable como el hielo.
—Y el Tonto.
Un tipo pequeño, delgado y frágil como un adolescente asustado, pero con un semblante demasiado viejo para ser el de un adolescente y con una expresión dura en los ojos que parecían tan grandes que amenazaban con devorarle el rostro.
—Bien —dijo Willard—. Prepárense para Albany. Entra enseguida. Que comience la escena —Volvió a golpear el podio, echó un rápido vistazo al texto anotado de la obra que tenía frente a sí, y dijo—: ¡Lear! —y apuntó con la batuta hacia el grabavoz de Lear, moviéndola suavemente para marcar la cadencia discursiva que deseaba lograr.
Lear dice:
"¿Cómo es eso, hija? ¿Por qué esa torva expresión? Creo que ya muy tarde es para arrugar el ceño".
La débil voz del Tonto, aflautada, como un silbido, lo interrumpe:
"Erais un hombre feliz cuando de su ceño arrugado no teníais necesidad de preocuparos…"
Mientras el Bufón habla, Goneril, la Reina, va dándose vuelta con lentitud para enfrentarlo, con los ojos convertidos momentáneamente en bolas de luz espeluznante… tan momentáneamente que los espectadores, más que verlos en realidad, tan sólo tendrían la impresión de estar viéndolos. El Tonto completa su discurso con creciente miedo y retrocede hasta ponerse detrás de Lear, en una ciega búsqueda de protección contra la mirada que lo quema.
Goneril procede a explicarle a Lear las verdades de la vida y, mientras ella habla, se oye un débil crujido de hielo fino que se quiebra, al tiempo que la música, apenas audible, toca unas suaves notas disonantes.
Las exigencias de Goneril no son tan descabelladas, puesto que desea la obediencia de la corte y no podrá tenerla mientras Lear siga considerándose un tirano. Pero Lear no está de humor para entrar en razones. Su pasión estalla y comienza a vilipendiarla.
Entra Albany. Es el consorte de Goneril: rostro redondo, inocente; ojos que miran, perplejos, a todos lados. ¿Qué está sucediendo? Su dominante esposa y su iracundo suegro lo tienen completamente asfixiado. Es en este momento cuando Lear se embarca en una de las denuncias más hirientes de toda la literatura. Su reacción es exagerada. Goneril todavía no ha hecho nada para merecer esto, pero Lear no conoce restricciones. Dice:
"¡Oíd, Naturaleza, oíd! ¡Querida diosa, oíd! Vuestro propósito olvidad, si es que lograr que esta criatura sea fructífera deseáis. ¡A su vientre traed esterilidad, los órganos reproductores en ella secad y de su cuerpo derogado nacer no hagáis a un niño que honra le dé! Mas si debe ella parir creadle un hijo bilioso, que en su torcido y antinatural tormento llegue a convertirse. Estampad arrugas en su joven ceño; en sus mejillas, con cadenciosas lágrimas, canales abrid. ¡Los dolores y gracias de su madre en risas y desprecio convertid, para que ella pueda sentir cuánto más doloroso que los dientes de la serpiente es un hijo desagradecido tener!"
El grabavoz hizo que la voz de Lear fuese más potente en este pasaje, le dio un siseo distante; el cuerpo del Rey se hizo más alto y, de algún modo, menos sustancial, como si se hubiera convertido en una Furia vengativa.
En cuanto a Goneril, que permaneció insensible en todo momento, sin titubeos, sin retroceder, pareció acumular maldad en su hermoso rostro —sin exhibir ningún cambio que pudiera describirse—, que al finalizar la maldición de Lear ella seguía pareciéndose a un arcángel, pero a un arcángel condenado. De su semblante se había borrado toda compasión posible; sólo había quedado la muy peligrosa magnificencia de un demonio.
El Tonto permaneció detrás de Lear, temblando. Albany era el epítome de la confusión, haciendo preguntas inútiles, aparentemente deseoso de interponerse entre ambos antagonistas y claramente temeroso de hacerlo.
Willard golpeó con la batuta y dijo:
—Muy bien. Quedó grabado, y ahora quiero que todos miren la escena. —Elevó la batuta y el sintetizador que se encontraba al fondo del estudio comenzó a proyectar lo que no podría llamarse de otra manera que repetición instantánea.
La miraron en silencio, y Willard dijo:
—Estuvo bien, pero creo que estarán de acuerdo en que no fue suficiente. Les voy a pedir a todos que me presten atención, para que pueda explicarles lo que estamos tratando de hacer. El teatro computarizado no es nuevo, como todos ustedes saben. Las voces y las imágenes han sido diseñadas para llegar más allá de las capacidades de los seres humanos. No hace falta interrumpir el recitado para respirar, el rango y la calidad de las voces son casi ilimitados, y las imágenes pueden cambiar para estar a tono con las palabras y la acción. Sin embargo, esta técnica, hasta ahora, sólo se ha usado para fines pueriles. Lo que pretendemos hacer aquí es el primer compudrama serio que el mundo haya conocido, y nada de lo que hagamos servirá, al menos para mí, excepto que sea lo máximo. Quiero hacer la obra teatral más importante del escritor teatral más importante de la historia: El Rey Lear de William Shakespeare.
»No quiero cambiar ni una sola palabra. No quiero eliminar ni una sola palabra. No quiero modernizar la obra. No quiero sacar los arcaísmos, porque la obra, así como está escrita, tiene una gloriosa melodía y cualquier alteración la empobrecería. Pero en ese caso, ¿cómo hacemos que el público en general la comprenda? No me refiero a los estudiantes, no me refiero a los intelectuales. Me refiero a todo el mundo. Me refiero a la gente que jamás ha visto Shakespeare y cuya idea de una obra de teatro es una grotesca comedia musical. La obra es arcaica en algunos tramos, y nosotros no hablamos en verso. Ni siquiera estamos acostumbrados a oír hablar en verso en el escenario.
»De modo que vamos a tener que traducir lo arcaico y lo inusual. Las voces, más que humanas, interpretarán, por medio del timbre y de los cambios de tono, las palabras. Las imágenes se irán modificando para reforzar las palabras.
»Por ejemplo, el cambio de aspecto de Goneril durante la maldición de Lear estuvo bien. El espectador podrá apreciar el efecto devastador que esas palabras tienen sobre ella aunque su voluntad de hierro no le permita expresarlo con palabras. El espectador, en consecuencia, sentirá ese efecto devastador también sobre sí mismo, aunque algunas de las palabras que usa Lear le resulten extrañas.
»En esa línea, debemos recordar que el Tonto debe parecer más viejo cada vez que hace su aparición. Por empezar, es un individuo débil y enfermizo, con el corazón roto por haber perdido a Cordelia, que se muere de miedo ante Goneril y Regan, destruido por la tormenta de la cual Lear, su único protector, no puede protegerlo… y me refiero tanto a la tormenta provocada por la hija de Lear como al furioso clima. Cuando desaparece de la obra en el Acto III, Escena VI, debe saltar a la vista que está a punto de morir. Shakespeare no nos lo dice, por lo tanto la cara del Tonto debe decírnoslo.
»Sin embargo, tendremos que hacer algo con Lear. El grabavoz estaba en la pista correcta al incluir un sonido siseante en el registro de voz. Lear está escupiendo veneno; es un hombre al que, habiendo perdido su poder, no le quedan más recursos que las palabras viles y exageradas. Es una cobra que no puede morder. Pero no quiero que el siseo se note hasta que llegue el momento oportuno. Lo que me interesa más es la ambientación.
La mujer que estaba a cargo de la ambientación era Meg Cathcart. Se había dedicado a la creación de ambientes desde los inicios de la técnica del compudrama.
—¿Qué deseas en la ambientación? —preguntó con calma.
—El motivo de la serpiente —dijo Willard—. Si pones algo de eso podrá haber menos siseo en la voz de Lear. Desde luego, no quiero que muestres una serpiente. Lo que es demasiado obvio no funciona. Quiero una serpiente que el público no pueda ver, pero que pueda “percibir” sin advertir realmente por qué la percibe. Quiero que se den cuenta de que ahí hay una serpiente, sin que de veras sepan que está, para que los huesos se les congelen de miedo, tal como debería sucederles ante las palabras de Lear. Así que, cuando lo repitamos, Meg, ponme una serpiente que no sea una serpiente.
—¿Y cómo lo hago, Jonas? —dijo Cathcart, haciendo uso del nombre de pila de Willard. Ella sabía lo que valía, y lo esencial que era su trabajo. Él dijo:
—No sé. Si lo supiera, sería ambientista y no un miserable director. Lo único que sé es lo que quiero lograr. Y ustedes tienen que proporcionármelo. Tienen que proporcionarme sinuosidad, la impresión de algo escamoso. Hasta llegar a un punto. Fíjense en cuando Lear dice
"Cuánto más doloroso que los dientes de la serpiente es un hijo desagradecido tener"
. Eso es energía. Todo el discurso apunta a esa frase, que es una de las más famosas de Shakespeare. Y es sibilante. Hay ocho siseos, los de “más”, “doloroso”, “los”, “dientes”, “serpiente”, “es” y “desagradecido”. Y eso puede exagerarse. Si logran ahogar el siseo lo más posible durante el resto del pasaje, aquí podrán sisear de verdad, mostrando un primer plano de su rostro y su expresión envenenada. Y en cuanto a la ambientación, ahora puede aparecer una serpiente en el fondo, puesto que en este punto ya se la menciona con todas las letras. Alguna imagen rápida, un pantallazo de una boca abierta y colmillos, colmillos… Debemos poner la imagen de unos colmillos cuando Lear dice “los dientes de la serpiente”.