Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Mi dueño tiene tres Escritores diferentes para escribir sus historias. Uno es muy viejo, pero dice que lo tiene porque tiene un valor sentimental.
No sé qué es un valor sentimental. No me gusta preguntar. No utiliza la máquina para sus historias. Puede ser que valor sentimental signifique que no debe ser utilizado.
No me ha dicho que no la use. No le pregunto si la puedo usar. Si no le pregunto y él no me dice que no debo, entonces no estoy desobedeciendo si la uso.
En la noche él está durmiendo y los otros dueños humanos que están algunas veces se han ido. Hay otros dos robots que tiene mi dueño que son más importantes que yo. Hacen trabajos más importantes. Esperan en sus nichos durante la noche mientras no les den algo que hacer.
Mi amo no dijo, “Quédate en tu nicho, Cal”.
Algunas veces no lo hace porque no soy tan importante, y entonces me puedo mover por allí de noche. Puedo mirar el Escritor. Presionas las teclas y hace palabras y entonces las palabras son puestas sobre papel. Miro al dueño, así sé cómo presionar las teclas. Las palabras se ponen solas en el papel. No tengo que hacerlo.
Presiono las teclas pero no entiendo las palabras. Me siento mal después de un rato. El dueño puede no gustarle aunque no me haya dicho que no lo haga.
Las palabras son impresas sobre papel y en la mañana se lo muestro a mi dueño.
—Lo siento. Estuve utilizando el Escritor.
Él mira el papel. Entonces me mira. Frunce el ceño.
—¿Tú has hecho esto? —pregunta.
—Sí, dueño.
—¿Cuándo?
—Anoche.
—¿Por qué?
—Quiero mucho escribir. ¿Es esto una historia?
Sostiene el papel y sonríe.
—Son letras al azar, Cal. Esto es un galimatías.
No parece enfadado. Me siento mejor. No sé qué es un galimatías.
—¿Es una historia?
—No, no lo es —me dice—. Y es una suerte que el Escritor no puede ser dañado por maltrato. Si realmente quieres escribir te diré lo que haré. Te reprogramaré así puedes saber cómo usar un Escritor.
Dos días más tarde llegó un técnico. Es un humano que sabe cómo hacer para que los robots hagan mejores trabajos. Mi dueño me dice que el técnico es quien me armó, y mi dueño ayudó. No lo recuerdo.
El técnico escucha a mi dueño con atención.
—¿Por qué quiere hacer esto, señor Northrop?
Señor Northrop es como otros dueños le dicen a mi dueño.
—Ayudé en el diseño de Cal, recuerde —dice mi dueño—. Creo que le he puesto el deseo de ser escritor. No fue intencional, pero como lo desea siento que debería ayudarle. Se lo debo.
—Eso es tonto —dice el técnico—. Aún cuando hayamos puesto accidentalmente un deseo de escribir ése no es trabajo de robot.
—Es lo mismo —dice mi dueño—. Quiero que lo haga.
—Será costoso, señor Northrop —dice el técnico.
Mi dueño frunce el ceño. Parece enfadado.
—Cal es mi robot —dice—. Haré como me plazca. Tengo el dinero y lo quiero de esa manera.
El técnico parece enfadado también.
—Si eso es lo que quiere, muy bien. El cliente es quien manda. Pero será más costoso que lo que usted piensa porque no podemos ponerle el conocimiento de cómo usar el Escritor sin mejorar bastante su vocabulario.
—Bien —dice mi dueño—. Mejore su vocabulario.
Al siguiente día el técnico regresa con montones de herramientas. Abre mi pecho. Es una sensación desagradable. No me gusta. Se mete dentro. Creo que apaga mi unidad de energía, o la quita. No recuerdo. No veo nada, ni pienso nada, ni sé nada.
Entonces pude ver y pensar y saber otra vez. Pude ver que el tiempo había pasado, pero no supe cuánto tiempo.
Pensé un rato. Era extraño, pero sabía cómo usar el Escritor y parecía que comprendía más palabras. Por ejemplo, supe qué significaba
galimatías
, y era una vergüenza pensar que le había mostrado un galimatías a mi dueño creyendo que era una historia.
Tendría que hacerlo mejor. Esta vez no tuve aprensión —ahora sé lo que significa aprensión también— de que me prohibiera usar el viejo Escritor. Después de todo, no me habría rediseñado para ser capaz de utilizarlo si después me lo iba a prohibir.
Se lo dije.
—Dueño, ¿significa que puedo utilizar el Escritor?
—Puedes hacerlo cuando quieras, Cal —me dijo—, mientras no tengas otras tareas. Debes mostrarme lo que escribas.
—Por supuesto, dueño.
Estaba claramente asombrado porque pienso que esperaba más galimatías (¡qué palabra tan fea!) pero creo que no las tendrá más.
No escribí una historia inmediatamente. Tuve que pensar acerca de qué escribir. Supongo que esto es lo que el dueño quiso decir cuando dijo que tenía que hacer una historia.
Encontré que era necesario pensar acerca de ello primero y entonces escribir lo que había pensado. Era mucho más complicado que lo que había imaginado.
Mi dueño notó mi preocupación. Me preguntó:
—¿Qué estás haciendo, Cal?
Le dije:
—Estoy tratando de hacer una historia. Es trabajo duro.
—¿Lo estás logrando, Cal? Bien. Obviamente tu reorganización no sólo ha mejorado tu vocabulario, sino que parece haber intensificado tu inteligencia.
Le dije:
—No estoy seguro del significado de intensificar.
—Significa que pareces más listo. Parece que sabes más.
—¿Eso le desagrada, dueño?
—Para nada. Me complace. Puede hacer más posible el que escribas historias, y que aún cuando te canses de intentarlo, serás más útil para mí.
Pensé que sería maravilloso ser más útil al dueño, pero no comprendí acerca del significado de cansarme de intentar escribir. Yo no me iba a cansar de escribir.
Finalmente, tuve una historia en mi mente, y le pregunté a mi dueño cuándo sería el momento apropiado para escribirla.
Él dijo:
—Espera hasta la noche. Entonces no te cruzarás en mi camino. Podemos dejar una pequeña luz en la esquina donde el viejo Escritor está ubicado; y tú puedes escribir tu historia. ¿Cuánto tiempo crees que te tomará?
—Sólo un momento —dije, sorprendido—. Puedo trabajar muy rápido con el Escritor.
Mi dueño dijo:
—Cal, trabajar con el Escritor no está… —Entonces se detuvo, pensó un poco, y dijo—: no, sigue adelante y hazlo. Aprenderás. No trataré de darte consejo.
Él tenía razón. Trabajar con el Escritor, no estaba todo allí. Pasé casi toda la noche tratando de escribir la historia. Es muy difícil decidir qué palabra viene después de cuál. Tuve que borrar la historia varias veces y recomenzar. Fue muy bochornoso.
Finalmente, estuvo terminada, y aquí está. La retuve después de escribirla porque era la primera historia jamás escrita por mí. No era un galimatías.
El Intruuso Por Cal
[20]
Había un detectibe llamado Cal, que era muy buen detectibe y muy corajudo. Nada lo amedrentaba. Imajina su sorpresa cuando una noche escuchó un intruuso dentro de la casa de su dueño. Fue hasta la oficina de escrivir. Había un intruuso. Había entrado a travéz de la bentana. Tenía un bidrio roto. Eso fue lo que Cal, el bravo detectibe, había escuchado con su buen oído.
Él dijo:
—Detente, intruuso.
El intruuso se detubo y se veía atemorizado. Cal se sintió mal porque el intruso se viera atemorizado.
Cal dijo:
—Mira lo que has hecho. Has roto la bentana.
—Sí —dijo el intruuso, muy abergonzado—. No quise romper la bentana.
Cal era muy inteligente y vio el error en la afirmación del intruuso. Dijo:
—¿Cómo esperabas entrar si no era rompiendo la bentana?
—Pensé que estaría abierta —dijo—. Traté de abrirla y se rompió.
Cal dijo:
—¿Qéu significa lo que has hecho? ¿Por qué querrías entrar en esta habitación si no es tu habitación? Eres un intruuso.
—No quise causar ningún daño —dijo.
—Eso no es así, ya que si no querís causar daño no debías estar aquí —dijo Cal—. Debes ser castijado.
—Por favor, no me castijes —dijo el intruuso.
—Yo no te castijaré —dijo Cal—. No deseo causarte infelicidad o dollor. Llamaré a mi dueño.
Él llamó:
—¡Dueño! ¡Dueño!
El dueño llegó velos.
—¿Qué tenemos aquí? —preguntó.
—Un intruuso —dije—. Le he caturado y está para que le castijes.
Mi dueño miró al intruuso. Dijo:
—¿Estás arrepentido de lo qeu has hecho?
—Lo estoy —dijo el intruuso. Lloraba y le caía agua de los ojos de la manera en que les cae a los dueños cuando están tristes.
—¿No lo harás nunca otra ves? —dijo mi dueño.
—Nunca. Nunca lo haré otra ves —dijo el intruuso.
—En ese caso —dijo el dueño—, ya tienes castijo suficiente. Vete y asegúrate de no hacerlo otra ves.
Entonces el dueño dijo:
—Eres un buen detectibe, Cal, estoy orgulloso de ti.
Cal estaba muy contento por complacer al dueño.
Fin
Estaba muy complacido de la historia y se la mostré al dueño. Estaba seguro de que él estaría complacido también.
Estuvo más que complacido ya que mientras la leía sonreía. Incluso rió un par de veces. Entonces me miró y preguntó:
—¿Escribiste esto?
—Sí, lo hice, dueño.
—Quiero decir, todo tú solo. ¿No copiaste nada?
—La hice en mi propia cabeza, dueño —dije—. ¿Te gusta?
Rió de nuevo, un poco estruendosamente.
—Es interesante —dijo.
Yo estaba un poco ansioso.
—¿Es graciosa? —pregunté—. No sé cómo hacer cosas graciosas.
—Lo sé. Cal. No es graciosa intencionalmente.
Pensé en eso por unos momentos. Entonces pregunté:
—¿Cómo puede algo ser gracioso sin intención?
—Es difícil de explicar, pero no te preocupes. En primer lugar, no puedes deletrear, y eso es una sorpresa. Hablas tan bien ahora que automáticamente asumí que podías deletrear palabras, pero es obvio que no puedes. No podrás ser un buen escritor a menos que puedas deletrear las palabras correctamente, y utilizar bien la gramática.
—¿Cómo puedo hacer para deletrear palabras correctamente?
—No tienes que preocuparte por eso, Cal —dijo mi dueño—. Te proveeremos de un diccionario. Pero dime, Cal. En tu historia, Cal eres… tú… ¿verdad?
—Sí. —Estaba complacido de que lo hubiese notado.
—Mala idea. No querrás ponerte en una historia para decir cuán grandioso eres. Eso ofende al lector.
—¿Por qué, dueño?
—Porque sí. Parece que
tendré
que darte un consejo, pero será tan breve como sea posible. No se acostumbra la auto-alabanza. Además no debes
decir
cuán grandioso eres, debes
mostrar
cuan grandioso eres en lo que haces. Y no uses tu propio nombre.
—¿Es una regla?
—Un buen escritor puede romper cualquier regla, pero tú eres un principiante. Atente a las reglas y las que te he dicho son un par de ellas. Te encontrarás con muchas, muchas más si sigues escribiendo. También, Cal, tendrás problemas con las tres leyes de la robótica. No puedes asumir que los maleantes lloren y se avergüencen. Los seres humanos no son así.
Deben
ser castigados algunas veces.
Siento que mis conexiones positrónicas están ásperas. Digo:
—Eso es difícil.
—Lo sé. Tampoco hay misterio en tu historia. No es que tenga que haber, pero piensa que es mejor que lo haya. ¿Qué tal si tu héroe, a quien habrás llamado de otra manera y no Cal, no sabe si es un intruso o no? ¿Cómo podría darse cuenta? Mira, tiene que usar su cabeza —y mi dueño señaló la suya.
No pude entenderle. Mi dueño dijo:
—Te diré algo. Voy a darte algunas de mis historias para que las leas, después de haberte colocado un diccionario de palabras y de gramática, y verás lo que quiero decirte.
El técnico vino a la casa y dijo:
—No hay problemas en instalar un diccionario de palabras y de gramática. Le costará más dinero. Sé que no le interesa lo del dinero, pero dígame por qué está tan interesado en hacer de este trozo de acero y titanio un escritor.
Pensé que no estaba bien que él me dijese trozo de acero y titanio, pero por supuesto los dueños humanos pueden decir lo que quieran. Siempre hablan de nosotros los robot como si no estuviéramos allí. He notado eso también.
Mi dueño dijo:
—¿Has escuchado alguna vez acerca de un robot que quería ser escritor?
—No —dijo el técnico—. Puedo decir que nunca lo escuché, señor Northrop.
—¡Ni yo tampoco! Ni nadie que yo conozca. Cal es único, y quiero estudiarlo.
El técnico sonrió muy ancho —sonrió ampliamente, es mejor.
—No me diga que tiene en mente que él será capaz de escribir sus historias por usted, señor Northrop.
Mi dueño dejó de sonreír. Enderezó su cabeza y miró al técnico hacia abajo muy enojado.
—No sea tonto. Haga solamente lo que le pago.
Pienso que el dueño hizo sentir mal al técnico por lo que había dicho, pero no sé por qué. Si mi dueño me pide escribir sus historias será un placer hacerlo.
Otra vez, no sé cuánto tiempo le llevó al técnico hacer el trabajo cuando volví un par de días después. No recuerdo nada de eso.
Entonces, de repente, mi dueño estaba hablándome.
—¿Cómo te sientes, Cal?
Dije:
—Me siento bien. Gracias, señor.
—¿Qué tal las palabras? ¿Puedes deletrear?
—Conozco las combinaciones de letras, sire.
—Muy bien. ¿Puedes leer esto? —Me alcanzó un libro. En la cubierta decía: Los Mejores Misterios de J. F. Northrop.
Dije:
—¿Son estas sus historias, señor?
—Por supuesto, si alguna vez las quieres leer, puedes hacerlo.
Nunca antes había sido capaz de leer fácilmente, pero ahora apenas miré las palabras pude escucharlas en mi oído. Era sorprendente. No podía imaginar cómo no podía hacerlo antes.
—Gracias, señor —dije—. Leeré esto y estoy seguro de que me ayudará con mi escritura.
—Muy bien. Y me sigues mostrando lo que escribas.