Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
El venusiano murmuró algo para sí y se arrodilló, palpando la rendija con sus delicados dedos.
—Ayúdame, Karl. Me parece que nos costará abrir esta puerta. Por lo menos no recuerdo que existiera, y conozco las ruinas de Ash-taz-zor mejor que cualquier otro de mi pueblo.
Los dos ejercieron presión contra el trozo de pared, que cedió crujiendo con desgana, abriéndose de repente como si quisiera catapultarlos en el diminuto y casi vacío cubículo que había al otro lado. Se pusieron de nuevo en pie y miraron con asombro a su alrededor.
El terrícola señaló las marcas de herrumbre, rotas e irregulares, que cubrían el suelo, y el lugar donde la puerta se unía a la pared.
—Tu pueblo parece haber sellado esta habitación muy eficazmente. Sólo la herrumbre de los eones ha permitido que la abriéramos. Parece como si tuvieran un secreto guardado aquí.
Antil movió su cabeza verde.
—La última vez que estuve aquí no había trazas de ninguna puerta. Sin embargo… —levantó la lámpara de atomita y examinó rápidamente la habitación—, parece que, de cualquier modo, aquí no hay nada.
Tenía razón. Aparte de un indescriptible cofre alargado que reposaba sobre seis gruesas patas, el lugar no contenía más que increíbles cantidades de polvo y el sofocante olor a moho de las tumbas cerradas durante largo tiempo.
Karl se acercó al cofre, e intentó separarlo del rincón donde estaba. No se movió, pero la tapa se deslizó bajo la presión de sus dedos.
—La tapa es movible, Antil. ¡Mira! Señaló un compartimiento interior poco profundo, que contenía una gruesa lámina cuadrada, de cierta sustancia cristalina y cinco cilindros de quince centímetros de longitud, parecidos a plumas estilográficas.
Antil prorrumpió en gritos de entusiasmo al ver estos objetos, y por primera vez desde que Karl le conocía, se perdió en el sibilante idioma venusiano.
Sacó la lámina de cristal y la examinó detalladamente. Karl, excitada su curiosidad, hizo lo mismo. Estaba cubierta con puntos de varios colores, muy poco separados entre sí, pero eso no parecía razón suficiente para la extrema alegría de Antil.
—¿Qué es, Antil?
—Es un documento completo en nuestro antiguo lenguaje de ceremonial. Hasta ahora nunca habíamos conseguido más que fragmentos inconexos. Esto es un gran hallazgo.
—¿Puedes descifrarlo? —Karl contempló el objeto con más respeto.
—Creo que sí. Es una lengua muerta y no tengo más que escasas nociones de ella. Verás, es una lengua de colores. Cada palabra está designada por una combinación de dos, y a veces tres puntos coloreados. Sin embargo, los colores están sutilmente diferenciados y un terrícola, aunque poseyera la clave del lenguaje, tendría que recurrir a un espectroscopio para leerlo.
—¿Puedes descifrarlo ahora?
—Creo que sí, Karl. La lámpara de atomita se parece mucho a la luz del día, y no creo que tenga problemas con ella. Sin embargo, es posible que me lleve mucho tiempo; así que quizá sea mejor que tú continúes investigando. No hay peligro de que te pierdas, siempre que permanezcas dentro de este edificio.
Karl se fue, llevándose una segunda lámpara de atomita, y dejando a Antil, el venusiano, inclinado sobre el manuscrito y descifrándolo lenta y penosamente.
Transcurrieron dos horas antes de que el terrícola regresara. Cuando lo hizo, Antil apenas había cambiado de posición. Pero, ahora, había una mirada de horror en el rostro del venusiano que antes no existía. El mensaje «de color» yacía a sus pies, abandonado. La ruidosa entrada del terrícola no hizo impresión en él. Como si se hubiera petrificado, permaneció inmóvil, con una mirada de espanto en sus ojos.
Karl corrió a su lado.
—Antil, Antil, ¿qué ha sucedido?
La cabeza de Antil se movió lentamente, como si girara a través de un líquido viscoso, y sus ojos se fijaron en su amigo sin verle. Karl le agarró por los delgados hombros y le sacudió bruscamente.
El venusiano volvió a la realidad. Desasiéndose del abrazo de Karl, se puso en pie de un salto. Sacó los cinco objetos cilíndricos del cofre del rincón, cogiéndolos con una especie de renuencia extraña y metiéndolos en su morral. También cogió de igual forma la lámina que había descifrado.
Una vez hecho esto, volvió a colocar la tapa sobre el cofre y precedió a Karl fuera de la habitación.
—Ahora debemos irnos. Ya nos hemos quedado demasiado tiempo. —Su voz tenía una extraña entonación de miedo que hizo sentirse incómodo al terrícola.
Retrocedieron silenciosamente sobre sus pasos hasta pisar de nuevo la mojada superficie de Venus. Todavía era de día, pero el crepúsculo estaba cerca. Karl sentía un hambre creciente. Tendrían que apresurarse si querían llegar a Afrodópolis antes de que se hiciera de noche. Karl levantó el cuello de su impermeable, se cubrió la cabeza con la capucha y se pusieron en marcha.
Recorrieron kilómetro tras kilómetro y la ciudad abovedada volvió a surgir en el horizonte gris. El terrícola comía unos húmedos bocadillos de jamón y deseaba con impaciencia el seco ambiente de Afrodópolis. A lo largo de todo el camino, el venusiano, normalmente amigable, mantuvo un cerrado silencio, sin dignarse conceder ni una sola mirada a su compañero.
Karl aceptó la situación con filosofía. Profesaba hacia los venusianos una consideración mucho mayor que la de la gran mayoría de los terrícolas, pero seguía experimentando un débil desprecio hacia el carácter hiperemotivo de Antil y los de su clase. Este amargo silencio no era más que la manifestación de sentimientos que en Karl sólo hubieran provocado un suspiro o un fruncimiento de cejas. Sabiendo esto, el humor de Antil apenas le afectó.
Sin embargo, el recuerdo del inquietante espanto reflejado en los ojos de Antil despertó en él una tenue intranquilidad. Su angustia se había producido al descifrar aquella extraña lámina. ¿Qué secreto podían haber revelado aquellos antiguos científicos en aquel mensaje?
Con cierta timidez, Karl se decidió finalmente a preguntar:
—¿Qué ponía en la lámina, Antil? Considero que debe ser interesante, puesto que te la has llevado.
La contestación de Antil fue un simple gesto de apresuramiento, y el venusiano se precipitó en la creciente oscuridad apresurando el paso, Karl estaba sorprendido y bastante ofendido. No hizo ningún otro intento de entablar conversación durante el resto del viaje.
Sin embargo, cuando llegaron a Afrodópolis, el venusiano rompió su silencio. Su rostro arrugado, ojeroso y demacrado, se volvió hacia Karl con la expresión de alguien que ha llegado a una penosa decisión.
—Karl —dijo—, hemos sido amigos, de modo que deseo darte un consejo amistoso. La semana próxima te irás hacia la Tierra. Sé que tu padre ocupa un alto puesto junto al presidente de los planetas. Probablemente, tú mismo serás un personaje de importancia en un futuro no muy lejano. Por lo tanto, te ruego que emplees toda tu influencia para lograr una moderación en la actitud de la Tierra hacia Venus. Yo, por mi parte, siendo un noble hereditario de la mayor tribu de Venus, haré lo posible para reprimir todos los intentos de violencia.
El otro frunció el ceño.
—Parece haber algo detrás de todo esto. No he comprendido absolutamente nada. ¿Qué intentas decirme?
—Sólo esto: a menos que las condiciones sean mejoradas, y pronto, Venus se rebelará. En ese caso, yo no tendré otra elección más que poner mis servicios a sus pies, y entonces Venus dejará de estar indefensa.
Estas palabras sólo sirvieron para divertir al terrícola.
—Vamos, Antil, tu patriotismo es admirable, y tus quejas justificadas, pero el melodrama no va conmigo. Soy, por encima de todo, realista.
Había una terrible seriedad en la voz del venusiano cuando dijo:
—Créeme, Karl, si te digo que no hay nada más real que lo que te estoy diciendo ahora. En caso de una revuelta venusiana, no puedo garantizar la seguridad de la Tierra.
—¡La seguridad de la Tierra! —La enormidad de esta afirmación aturdió a Karl.
—Sí —continuó Antil—, porque puedo verme forzado a destruir la Tierra. Ya lo sabes.
Con esto, dio media vuelta y se internó en la maleza para regresar al poblado venusiano que había fuera de la gran cúpula.
Pasaron cinco años…, años de turbulenta inquietud, y Venus se despertó de su sueño como un volcán en actividad.
Los poco perspicaces gobernantes de Afrodópolis, Venusia y otras ciudades abovedadas hicieron casi omiso de todas las señales de peligro con inconsciente alegría. Cuando se dignaban pensar en los pequeños venusianos verdes, lo hacían con un gesto de desdén que significaba: «¡Oh, esas cosas!»
Pero «esas cosas» fueron tratadas más allá de lo soportable y las nacionalistas Bandas Verdes hicieron oír cada vez más su voz. Después, en un día gris, no distinto de los precedentes, multitud de nativos cayeron sobre las ciudades en una rebelión organizada.
Las bóvedas más pequeñas, cogidas por sorpresa, sucumbieron. En rápida sucesión, se tomaron Nueva Washington, Monte Vulcano y Saint Denis, junto con todo el continente oriental. Antes de que los aturdidos terrícolas se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo, la mitad de Venus había dejado de pertenecerles.
Los habitantes de la Tierra, sobresaltados y sorprendidos por esta súbita emergencia —que, naturalmente, debía haber sido prevista— enviaron armas y suministros a los terrícolas de las ciudades que seguían sitiadas y comenzaron a equipar una gran flota espacial para la recuperación del territorio perdido.
Los terrícolas estaban molestos, pero no asustados, pues sabían que el terreno perdido por sorpresa podía recuperarse fácilmente con tiempo, y el que aún no estaba perdido nunca lo estarla. O, por lo menos, ésta era la creencia.
Es fácil de imaginar la estupefacción de los gobernantes de la Tierra cuando el avance de los venusianos prosiguió sin cesar. La ciudad de Venusia había sido ampliamente abastecida de armas y alimentos; sus defensas exteriores estaban alzadas, los hombres en sus puestos. Un diminuto ejército de desnudos y desarmados nativos se acercó y exigió una rendición incondicional Venusia rehusó altivamente, y los mensajes a la Tierra fueron joviales al referirse a los nativos desarmados que el éxito había vuelto tan temerarios.
Después, repentinamente, no se recibieron más mensajes y los nativos ocuparon la ciudad.
Los sucesos de Venusia se repitieron, una y otra vez, en lo que debían haber sido fortalezas inexpugnables. Incluso la misma Afrodópolis, con una población de medio millón de habitantes, cayó ante el triste número de quinientos venusianos. Esto, a pesar de que todas las armas conocidas en la Tierra estaban a disposición de los defensores.
El Gobierno terrícola ocultó los hechos y la misma Tierra siguió sin recelar de los extraños acontecimientos ocurridos en Venus. Pero en los consejos interiores, los hombres de estado fruncían el ceño al oír las extrañas palabras de Karl Frantor, hijo del ministro de Educación.
Jan Heersen, ministro de la Guerra, se levantó con ira al concluir el informe.
—¿Acaso pretende que tomemos en serio la impensada afirmación de un verdoso medio loco y firmemos la paz con Venus bajo sus propios términos? Esto es definitiva y absolutamente imposible. Lo que estos malditos animales necesitan es la fuerza bruta. Nuestra flota les borrará del universo, y ya es tiempo de hacerlo.
—Quizá borrarlos no sea tan fácil, Heersen —dijo el canoso y más anciano de los Frantor, apresurándose a defender a su hijo—. Muchos de nosotros siempre hemos sostenido que la política del Gobierno hacia los venusianos estaba equivocada. ¿Quién sabe los medios de ataque que han descubierto y lo que, para vengarse, harán con ellos?
—¡Cuentos de hadas! —exclamó Heersen—. Usted habla de los verdosos como si fueran personas. Son animales y deberían estar agradecidos por las ventajas de la civilización que les hemos hecho conocer. Recuerde que los estamos tratando mucho mejor de lo que fueron tratadas algunas razas de la Tierra en nuestra primera historia, los indios americanos, por ejemplo.
Karl Frantor volvió a interrumpir con voz agitada:
—¡Debemos investigar, señores! La amenaza de Antil es demasiado grave como para ignorarla, no importa lo absurda que parezca… y, a la luz de las conquistas venusianas, no parece nada absurda. Propongo que me envíen con el almirante Von Blumdorff, en calidad de representante. Déjenme llegar hasta el fondo de todo esto antes de atacarles.
El taciturno presidente de la Tierra, Jules Debuc, habló ahora por primera vez:
—Por lo menos, la proposición de Frantor es razonable. Debe realizarse. ¿Hay alguna objeción?
No hubo ninguna, aunque Heersen frunció el ceño y resopló con indignación. Así pues, una semana más tarde, Karl Frantor acompañó a la armada espacial de la Tierra cuando ésta despegó hacia el planeta interior.
Fue un extraño Venus el que dio la bienvenida a Karl tras sus cinco años de ausencia. Seguía teniendo su vieja naturaleza mojada, su vieja melancólica monotonía de blanco y gris, sus diseminadas ciudades abovedadas… pero, sin embargo, ¡qué diferente!
Donde antes se habían movido los altivos terrícolas con un esplendor desdeñoso entre los venusianos sometidos, ahora los nativos ejercían un dominio indiscutible. Afrodópolis era una ciudad enteramente nativa, y en el despacho del antiguo gobernador se encontraba… Antil. Karl le contempló dudosamente, sin saber apenas qué decir.
—Nunca creí que pudieras convertirte en su dirigente —articuló al fin—. Tú…, el pacifista.
—La elección no fue mía. Las circunstancias me obligaron —repuso Antil—. ¡Pero tú! No esperaba que tú fueras el portavoz de tu planeta.
—Fue a mí a quien lanzaste tu absurda amenaza años atrás, y por eso yo era el más pesimista en cuanto a vuestra rebelión. Vengo, ya lo ves, pero no solo. —Su mano se alzó vagamente hacia arriba, donde las naves espaciales permanecían inmóviles e intimidantes.
—¿Has venido para amenazarme?
—¡No! Para oír tus propósitos y términos.
—Esto es fácil. Venus exige su independencia y promete amistad, junto con un comercio libre e ilimitado.
—Y esperáis que aceptemos todo eso sin luchar siquiera.
—Espero que así lo hagáis… por el propio bien de la Tierra.
Karl frunció el ceño y se recostó en el sillón con disgusto.
—Por el amor de Dios, Antil, el tiempo de las insinuaciones y duendes ya ha pasado. Descubre tu juego. ¿Cómo lograsteis conquistar Afrodópolis y las demás ciudades tan fácilmente?