Cuentos completos (210 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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—Las cosas van muy bien, Mike. Ahora siéntate y espérame. No sé cuánto voy a tardar, pero regresaré. ¿Dónde está el radiador de calor?

—¿Pero qué vas a hacer? —preguntó Shea mientras le pasaba el equipo.

Moore hizo una pausa antes de ajustarse el casco.

—¿No me escuchaste decir adentro que teníamos agua suficiente como para tirar? Bien, lo he estado pensando y la idea no es tan mala. La voy a tirar. Sin otra explicación se metió en la compuerta, dejando tras de sí a un muy intrigado Mike Shea.

Con el corazón palpitando aceleradamente Moore esperó a que se abriese la puerta externa. Su plan era de una simpleza extraordinaria, pero tal vez difícil de llevar acabo.

Hubo ruido de engranajes y chirrido de ruedas; con un suspiro huyó el aire. La puerta, luego de correr unas pulgadas se atascó, y por un instante el descorazonado Moore pensó que no llegaría a abrirse, pero después de un breve forcejeo cedió.

Colocó el garfio magnético y con extrema cautela sacó un pie al vacío. Torpemente y a tientas llegó al costado de la nave. Nunca había salido al espacio, y dominado por un enorme miedo se adhirió como un mosca a su precario asidero. Por un momento lo dominó el vértigo, obligándolo a cerrar los ojos, y a permanecer cinco minutos aferrado a la superficie lisa de lo que fuera el
Silver Queen
. El garfio magnético lo sostuvo firmemente, y cuando abrió de nuevo los ojos fue para descubrir que en cierta medida la confianza en sí mismo había retornado.

Una mirada en torno le permitió ver estrellas en lugar de la visión de Vesta que les permitía el ojo de buey. Ansiosamente buscó ese pequeño punto blancoazulado que era la Tierra, y recordó la frecuencia con que le había divertido eso de que lo primero que buscaban los viajeros del espacio al mirar las estrellas era la Tierra. Sin embargo, en ese momento, la situación no le pareció divertida, y su búsqueda resultó infructuosa pues desde donde se encontraba no se veía la Tierra, oculta sin duda junto al Sol detrás de Vesta.

Con todo había mucho más que no podía dejar de notarse; Júpiter a la izquierda, a simple vista un globo brillante del tamaño de una pequeña arveja. También Saturno, un planeta igualmente brillante, de magnitud negativa, rivalizando con Venus vista desde la Tierra.

Moore había supuesto que podría ver un buen número de asteroides —atascados como ellos en el cinturón del asteroide— pero encontró el espacio sorprendentemente vacío. Por un momento creyó ver pasar un cuerpo a unas millas de distancia, pero tan rápida fue la impresión que no hubiese podido jurar que no fuera un producto de su fantasía.

Y, por supuesto, allí estaba Vesta, casi debajo suyo, un globo llenando casi un cuarto del cielo; un globo flotante, blanco como la nieve, hacia el cual se iban sus ojos plenos de intensa esperanza. Y pensó que una fuerte patada contra el costado de la nave, un fuerte envión, podría tal vez impulsarlo hacia Vesta donde quizá lograra aterrizar sano y salvo para buscar ayuda para los otros. Pero las posibilidades de que sólo conseguiría colocarse en nueva órbita en torno a Vesta eran demasiado grandes, y descartó la idea en aras de algo mejor.

Recordó entonces que no tenía tiempo para perder; e hizo una revisión visual del flanco de la nave, buscando el tanque de agua, pero lo único que vio fue una selva de paredes retorcidas. Luego de un instante de vacilación decidió que la solución residía en llegar hasta el ojo de buey iluminado de su pieza, y desde allí al tanque. Con cuidado se arrastró a lo largo de la pared, pero cuando aún faltaban unos cinco metros para llegar a la compuerta se encontró de improviso con un enorme boquete que reconoció como perteneciente a la que fuera la habitación contigua al extremo del corredor. Un frío le corrió por todo el cuerpo al encarar otra nueva posibilidad: la de encontrarse en uno de los cuartos con el cadáver entumecido de algún pasajero, a la mayoría de los cuales conocía personalmente. Pero logró dominarse, obligándose a continuar el precario viaje hacia el objetivo.

Y aquí se encontró con la primera dificultad práctica. El cuarto en sí, en muchas de sus partes, estaba hecho de materiales no-ferrosos sobre los cuales era nula la acción del garfio magnético, creado para ser utilizado solamente sobre el casco exterior, y mientras pensaba en esto Moore se vio repentinamente flotando hacia abajo, precisamente por culpa de la acción nula del garfio. Boqueando se agarró de la primera saliente que halló a su paso, y lentamente fue saliendo de su precaria situación. Descansó un momento, casi sin aliento. Teóricamente, vista la acción negativa de Vesta, su peso en el espacio tendría que equivaler a cero, pero el Gravitador regional bajo su pieza estaba funcionando, y sin el equilibrio de los otros Gravitadores tendía a colocarlo bajo tensiones variables y, repentinamente, mutables conforme iba cambiando su posición. Si de buenas a primeras dejaba de funcionar el garfio podría verse despedido de la nave, ¿y entonces qué…? Evidentemente la cosa iba a resultar más difícil de lo pensado.

Adelantó por pulgadas, tanteando cada punto para comprobar si se aferraba el garfio. Por momentos se veía obligado a emprender largos rodeos para lograr avanzar unos pocos pies, y en otros a trepar y resbalar sobre pequeños trozos de material no-ferroso. Y constantemente sentía el tirón fatigante del Gravitador, cambiando de sentido a medida que progresaba, colocando pisos horizontales y paredes verticales en ángulos inverosímiles.

Con cuidado fue investigando cada objeto que encontró, pero en vano. Todo artículo suelto, sillas y mesas, habían sido despedidos al primer encontronazo, y eran ahora cuerpos independientes del sistema solar. Sin embargo, logró rescatar unos pequeños prismáticos y una pluma de fuente, los que metió en su bolsillo. En el momento carecían de todo valor, pero de alguna manera parecían conferir mayor realismo al macabro viaje a través del flanco de una nave muerta.

Durante quince minutos, veinte, media hora, adelantó lentamente hacia donde pensó que debería encontrarse el ojo de buey, sintiendo el sudor que le llenaba los ojos y convertía sus cabellos en una masa de esparto. Sintió que sus músculos comenzaban a dolerle a causa de la desacostumbrada tensión, y que su mente, ya tensa por efecto de los acontecimientos de la víspera, comenzaba a vacilar y a tenderle pequeñas celadas.

Su esfuerzo comenzó a parecerle eterno, algo que siempre existió y existiría siempre, haciendo que el objetivo se le antojase carente de importancia. El momento en que estuvo con Brandon y Shea, una hora atrás, parecía perdido en un lejano y nebuloso pasado, y los momentos normales de dos días antes totalmente olvidados. Sólo tenía conciencia de la necesidad de seguir moviéndose, y únicamente las paredes retorcidas, únicamente la vital necesidad de llegar a un incierto destino, tenían cabida en su mente alterada. Agarrándose, forzándose, tirando, buscando la aleación ferrosa; entrar y salir de cavidades que fueron cuartos… Tentar y tirar… tentar y tirar… y de pronto… una luz.

Se detuvo. De no haber estado aferrado a la pared hubiese caído. La luz, que resultó ser el ojo de buey, en cierta forma aclaraba las cosas. El ojo de buey… no los muchos oscuros y silenciosos que había pasado en su viaje, sino un ojo de buey vivo y alumbrado. Detrás estaba Brandon. Respiró profundamente y se sintió mejor; la mente despejada.

Ahora el camino se mostraba claro, y se arrastró hacia esa chispa de vida. Más, más, y más cerca hasta que pudo tocarlo. ¡Había llegado!

Sus ojos absorbieron el cuarto familiar, exento de felices asociaciones en su mente, pero real, casi natural. Brandon dormía, tirado en la litera, el rostro, cansado y arrugado, surcado de tanto en tanto por una sonrisa.

Alzó el puño para golpear. Sentía un urgente deseo de hablar con alguien, así fuese por signos, pero en el último momento se contuvo. Tal vez el chico estuviese soñando con su casa. Era joven y sensible y había sufrido mucho. Decidió dejarlo dormir. Tiempo habría para despertarlo cuando —y siempre y cuando— su plan se concretara.

Localizó la pared dentro del cuarto tras la cual estaba ubicado el tanque de agua, y después procuró ubicarla desde afuera. No resultó difícil. La pared se destacaba visiblemente, y Moore no pudo menos que maravillarse del hecho de que no hubiese resultado dañada. ¡Tal vez el destino no había sido tan cruel como pensaron!

Pese a encontrarse al otro lado de los restos del
Silver Queen
no tuvo dificultad en llegar. Lo que fue un corredor lo condujo directamente. Antes, cuando la nave estaba intacta, ese corredor había sido nivelado y horizontal, pero ahora bajo la atracción dispareja del Gravitador regional semejaba una ladera empinada. Sin embargo el camino resultó fácil, y dado que el material era aceroberilo, Moore no tuvo problemas para agarrarse a medida que se deslizaba por los pocos metros que lo separaban del tanque.

Y llegó la crisis; el último tramo. Pensó que le convendría descansar, pero la excitación que crecía con cada instante le dijo que era ahora o nunca. Consiguió ubicarse sobre la pequeña plataforma que formaba el piso del corredor, en el centro de la base del tanque, y comenzó a trabajar.

‘Lástima, se dijo, que la cañería principal apunta en dirección contraria. Si hubiese estado bien ahorraría mucho trabajo, pero, en fin…‘ Suspiró y se concentró en el trabajo. Ajustó el radiador de calor al máximo, y las emanaciones invisibles se concentraron sobre un punto más o menos a un pie del piso del tanque. Poco a poco comenzaron a notarse los efectos del rayo sobre las moléculas de la pared. Un redondel del tamaño de una moneda empezó a brillar inciertamente bajo el punto de foco del arma, brillando un momento y apagándose al siguiente mientras Moore procuraba afirmar su brazo cansado. Finalmente lo apoyó sobre el filo de la plataforma con lo cual obtuvo mejor resultado.

Lentamente se coloreó el círculo. El rojo profundo y agresivo del primer momento se convirtió en cereza, y a medida que el calor iba haciendo su efecto, la brillantez pareció irradiar en círculos semejantes a los del blanco de un polígono de tiro, cada rojo más y más profundo. La pared en torno se volvió incómodamente caliente, y Moore debió cuidarse de tocarla con el metal de su traje. A poco se calentó también la plataforma, y debió recurrir a maldiciones, en especial contra los fabricantes de trajes espaciales, para calmarse. ¿Por qué —se preguntó— no pueden hacer trajes que
rechacen
el calor de la misma manera que lo
retienen
? Pero salió a relucir lo que Brandon había llamado el Optimista Profesional, y con el sabor de la sal en la boca se dedicó a consolarse a sí mismo mientras apretaba los dientes y trabajaba. Supongo que podría haber sido peor. Por lo menos estas dos pulgadas de pared no representan un gran obstáculo. ¿Qué hubiese pasado si el tanque estuviera contra el casco en sí, y hubiese tenido que perforar a través del grosor de un pie de esto?

Llegó el momento en que el color del círculo alcanzó el amarillonaranja, y comprendió que el punto en que se derrite la aleación de aceroberilo estaba próximo, y de allí en adelante sólo pudo observar los progresos a intervalos bien espaciados y de escasísima duración. Entonces sacó la conclusión de que si quería culminar su obra era imprescindible actuar con rapidez. En primer lugar el radiador de calor no estaba cargado al máximo cuando empezó, y al ritmo al cual había generado energía durante los últimos diez minutos, lógico era suponer que estaba próximo a agotarse, y justo cuando estaba llegando al término de la parte plástica de la pared. Dominado por la impaciencia metió la punta del rayo en el centro del agujero para retirarlo de inmediato. Una profunda depresión se había formado en el metal blando, pero aún no se había logrado la perforación. Con todo, el resultado le satisfizo. Estaba llegando. De haber habido aire entre él y la pared sin duda hubiese oído el murmullo y el silbido del agua hirviendo. La presión aumentaba, ¿pero cuánto aguantaría aún esa pared debilitada?

Entonces, repentinamente sin que Moore se percatara de ello, llegó el final feliz. Una pequeña fisura se formó al fondo del agujerito hecho por el rayo, y en un santiamén el agua burbujeante encontró su salida. El blando metal cedió y del orificio del tamaño de un guisante, silbando y rugiendo, emergió una nube de vapor que envolvió a Moore, y a través de esa niebla vio cómo el vapor se condensaba casi de inmediato, para convertirse en bolitas de hielo que desaparecían rápidamente. Durante quince minutos miró salir el vapor, hasta que percibió que una suave presión lo estaba alejando de la nave. Una alegría indescriptible lo dominó al darse cuenta de que esto obedecía a una aceleración de la nave, y que sólo su propia inercia lo retenía. Había terminado su trabajo exitosamente, y ese chorro de vapor estaba haciendo las veces de cohete propulsor. Inició el regreso.

Si grandes fueron los horrores y los peligros del viaje de ida, mayores debieron haber sido los del regreso. Estaba muchísimo más cansado, le dolían los ojos al extremo de que se encontraba casi ciego, y al loco tironear del Gravitador se agregaba la fuerza inducida por la creciente aceleración de la nave. Sin embargo nada de eso le molestó, y más adelante ni siquiera recordaba el doloroso viaje.

Nunca supo cómo logró desandar el camino y llegar a salvo. La mayor parte del tiempo estuvo perdido en un vaho de felicidad, casi sin percatarse de lo que estaba sucediendo. Un único pensamiento ocupaba su mente: regresar deprisa para divulgar la feliz noticia de su liberación.

De pronto se encontró frente a la compuerta, casi sin darse cuenta de que era la compuerta. Sin comprender por qué tocó el botón de señal. Algún secreto instinto le dijo que eso era lo que debía hacer. Lo esperaba Mike Shea.

Sintió un crujido y otros ruidos, y la puerta externa comenzó a abrirse, se trabó en el mismo lugar que cuando la abrieron, pero una vez más lograron zafarla de su atascadura. Se cerró detrás de sus espaldas, se abrió la puerta interior y cayó en brazos de Mike Shea. Como en sueños se sintió medio levantado y medio arrastrado hasta su habitación. Le arrancaron el traje. Sintió que un líquido abrasador le quemaba la garganta; se atragantó, tragó y sintió que renacía. Mike Shea puso la botella a buen recaudo.

Las imágenes difusas y oscilantes de Brandon y Shea cobraron cuerpo, y Moore limpió la traspiración de su cara con mano temblorosa y ensayó una débil sonrisa.

—No —protestó Brandon— no digas nada. Tienes que descansar. Estás medio muerto.

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