Cuentos completos (161 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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El juez parecía estar de acuerdo. Se volvió hacia el defensor y preguntó con severidad:

—¿Cuáles son sus razones para esta solicitud?

—Alegaremos que el robot EZ-27 no pudo, por la naturaleza de su constitución, haberse comportado tal como se dice que se comportó. Será necesario efectuar algunas demostraciones.

—No tiene objeto, señoría —rechazó el fiscal—. Las demostraciones realizadas por empleados de Robots y Hombres Mecánicos tienen escaso valor testimonial cuando es la propia compañía la acusada.

—Señoría —replicó el defensor—, a usted, no al fiscal, le corresponde decidir la validez de una prueba. Al menos, eso tengo entendido.

Al quedar en juego sus prerrogativas, el juez Shane se vio obligado a decir:

—Entiende usted bien. No obstante, la presencia de un robot en la sala suscita importantes cuestiones legales.

—Señoría, seguramente no será nada que prevalezca sobre los requerimientos de la justicia. Si el robot no está presente, se nos impide presentar nuestra única defensa.

El juez reflexionó.

—Está también el problema de transportar el robot.

—La compañía se ha enfrentado a menudo con ese problema. Tenemos un camión aparcado frente al juzgado, construido según las leyes que rigen el transporte de robots. El robot EZ-27 se encuentra en una caja de embalaje bajo la vigilancia de dos hombres. Las puertas del camión están bien aseguradas y se han tomado todas las precauciones necesarias.

—Parece usted seguro —dijo el juez, de mal talante— de que la decisión de este tribunal será en su favor.

—En absoluto, señoría. En caso contrario, simplemente nos llevaremos el camión. No he hecho ningún supuesto en cuanto a las decisiones de su señoría.

El juez movió la cabeza afirmativamente.

—Ha lugar la solicitud de la defensa.

Metieron la caja en un gran carro, y los dos hombres que la empujaban la abrieron. La sala estaba sumida en un profundo silencio.

Susan Calvin esperó que quitaran las gruesas láminas de celuforme y estiró una mano.

—Ven, Easy.

El robot extendió su gran brazo metálico. Le llevaba más de medio metro de altura, pero la seguía dócilmente, como un niño a su madre. Alguien se rió nerviosamente y la doctora Calvin le clavó una mirada fulminante.

Easy se sentó cuidadosamente en una gran silla que le acercó el ujier, la cual crujió pero resistió.

—Cuando sea necesario, señoría —habló el defensor—, demostraremos que éste es EZ-27, el robot que estuvo trabajando en la Universidad del Noreste durante el periodo que nos ocupa.

—Bien —aprobó el juez—. Eso será necesario, pues yo, al menos, no tengo ni idea de cómo distinguir un robot de otro.

—Y ahora —añadió el defensor—, quisiera llamar a mi primer testigo. El profesor Simon Ninheimer, por favor.

El escribiente titubeó y miró al juez. El juez Shane preguntó, visiblemente sorprendido:

—¿Llama usted al querellante como testigo?

—Sí, señoría.

—Espero que recuerde que, mientras él sea testigo de la defensa, no se le permitirá a usted el margen de libertad del que podría disfrutar si interrogara a un testigo de la fiscalía.

—Mi único propósito es llegar a la verdad. Sólo será preciso hacer unas cuantas preguntas corteses.

—Bien —aceptó el juez, dubitativamente—, es usted quien lleva el caso. Llame al testigo.

Ninheimer se sentó en el estrado y fue informado de que estaba aún bajo juramento. Parecía más nervioso que el día anterior, casi atemorizado.

Pero el abogado lo miró benévolamente.

—Vamos a ver, profesor Ninheimer, usted le pide a mi cliente la suma de setecientos cincuenta mil dólares.

—Esa es la…, mmm…, cantidad. Sí.

—Es mucho dinero.

—He sufrido muchos perjuicios.

—No tantos, seguramente. El texto puesto en cuestión se refiere exactamente a unos pocos pasajes de un libro. Tal vez fueran pasajes desafortunados, pero, a fin de cuentas, a veces se publican libros con curiosos errores.

Ninheimer hinchó sus fosas nasales.

—Señor, este libro tenía que haber sido la cumbre de mi carrera profesional. Por el contrario, me presenta como un investigador incompetente, alguien que tergiversa las opiniones de honorables amigos y colegas, y un apologista de perspectivas ridículas y…, mmm…, obsoletas. ¡Mi reputación está irremisiblemente destruida! Nunca podré comparecer con orgullo en ninguna…, mmm…, asamblea de especialistas, sea cual sea el resultado de este juicio. Con toda seguridad, no podré continuar mi carrera, que ha constituido toda mi vida. El auténtico objetivo de mi vida ha sido…, mmm…, abortado y destruido.

El abogado no intentó interrumpir la perorata, sino que se limitó a mirarse distraídamente las uñas.

—Pero, profesor Ninheimer —dijo, en un tono muy tranquilo—, a su edad, usted no puede aspirar a ganar más de…, seamos generosos…, más de ciento cincuenta mil dólares durante el resto de su vida. En cambio, le pide a este tribunal que le otorgue el quíntuple de esa cifra.

En un arrebato emocional aún más vehemente, Ninheimer alegó:

—No sólo se me ha destruido en vida. No sé durante cuántas generaciones los sociólogos me acusarán de…, mmm…, necio o maniático. Mis verdaderos logros quedarán sepultados e ignorados. No sólo se me ha destruido hasta el día de mi muerte, sino para toda la eternidad, pues siempre habrá personas que no se creerán que un robot insertó esos textos…

El robot EZ-27 se puso de pie. Susan Calvin no intentó impedírselo. Sin inmutarse, siguió mirando hacia delante. El abogado defensor suspiró.

La melodiosa voz de Easy resonó claramente:

—Me gustaría explicarles a todos que yo, en efecto, inserté en las galeradas ciertos pasajes que parecían en abierta contradicción con lo que allí se decía al principio…

Hasta el fiscal parecía tan anonadado ante el espectáculo de un robot de más de dos metros, levantándose para hablarle al tribunal, que no fue capaz de impedir lo que evidentemente constituía un procedimiento de lo más irregular.

Cuando logró reaccionar, era ya demasiado tarde, pues Ninheimer se levantó con el rostro demudado y bramó:

—¡Maldita sea! ¡Se te ordenó que mantuvieras la boca cerrada.,.!

Se interrumpió de golpe. Easy también se calló.

El fiscal estaba de pie, exigiendo que se declarase nulo el juicio. El juez Shane golpeó desesperadamente con su maza.

—¡Silencio! ¡Silencio! Por supuesto que hay excelentes razones para declarar nulo el juicio, pero en bien de la justicia me gustaría que el profesor Ninheimer concluyera su declaración. He oído claramente que le decía al robot que se le había ordenado que mantuviera la boca cerrada. En su testimonio, profesor Ninheimer, no se mencionaba que al robot se le hubiera ordenado que guardara silencio sobre nada. —Ninheimer miró atónito al juez—. ¿Le ordenó usted al robot EZ-27 que guardara silencio sobre algo? En tal caso, ¿sobre qué?

—Señoría… —comenzó Ninheimer con voz ronca, pero no pudo continuar.

El juez agudizó la voz:

—¿Ordenó usted que se insertaran esos textos en las galeradas y le ordenó luego al robot que guardara silencio sobre esa participación que había tenido usted?

El fiscal presentó una enérgica protesta, pero Ninheimer gritó:

—¡Oh, no vale la pena! ¡Sí, sí!

Abandonó el estrado a todo correr y en la puerta lo detuvo el ujier. Se desplomó desesperado en un asiento y hundió la cabeza entre las manos.

—Es evidente que la presencia del robot EZ-27 ha sido una artimaña —manifestó el juez Shane—. Si no fuera por el hecho de que dicha artimaña ha servido para impedir un grave error, declararía al abogado de la defensa en desacato. Ahora me resulta claro, más allá de toda duda, que el querellante ha cometido un fraude inexplicable, pues aparentemente arruinó su carrera a sabiendas…

La sentencia, desde luego, favoreció a la parte acusada.

La doctora Susan Calvin se hizo anunciar en el piso de soltero que el profesor Ninheimer ocupaba en la universidad. El joven ingeniero que conducía el coche se ofreció a acompañarla, pero ella lo miró con desdén.

—¿Crees que me atacará? Aguarda aquí.

Ninheimer no tenía ánimos para atacar a nadie. Estaba recogiendo sus cosas a toda prisa, deseando marcharse de allí antes de que la adversa conclusión del juicio llegara a conocimiento de todo el mundo.

Miró a Calvin con aire desafiante.

—¿Viene a advertirme que presentarán una contrademanda? En tal caso, no obtendrán nada. No tengo dinero ni trabajo ni futuro. Ni siquiera puedo pagar las costas del juicio.

—Si busca compasión, no la va a encontrar conmigo —replicó fríamente Calvin—. Este asunto fue responsabilidad suya, únicamente. Pero no habrá una contrademanda ni contra usted ni contra la universidad. Más aún, haremos lo posible para impedir que lo encarcelen por falso testimonio. No somos vengativos.

—Ah, ¿es por eso por lo que no me han arrestado? Me lo estaba preguntando. Pero a fin de cuentas no tienen razones para ser vengativos. Han conseguido lo que deseaban.

—En parte, sí. La universidad conservará a Easy por una tarifa bastante más elevada. Además, la publicidad extraoficial relacionada con el juicio nos permitirá colocar más modelos EZ en otras instituciones, sin peligro de que este problema se repita.

—¿Y por qué ha venido a verme?

—Porque yo aún no he conseguido todo lo que quiero. Quiero saber por qué odia tanto a los robots. Aunque hubiera ganado el juicio, su reputación estaría destruida. El dinero que hubiese obtenido no le habría bastado como compensación. ¿Se hubiera contentado con desahogar su odio hacia los robots?

—¿Le interesan las mentes humanas, doctora Calvin? —preguntó Ninheimer, con un tono sarcástico.

—En la medida en que sus reacciones afectan al bienestar de los robots, sí. Por esa razón he aprendido un poco de psicología humana.

—¡Lo suficiente como para engañarme!

—Eso no me fue difícil —apostilló la doctora Calvin—. Lo difícil fue hacerlo de un modo que no dañara a Easy.

—Es típico de usted preocuparse más por una máquina que por un humano.

Ninheimer la miró con feroz desprecio, pero Calvin no se inmutó.

—Sólo parece que es así, profesor Ninheimer. Únicamente preocupándonos por los robots podemos preocuparnos por el hombre del siglo veintiuno. Usted lo entendería si fuera robotista.

—¡He leído bastante sobre robótica para saber que no quiero ser robotista!

—Disculpe, pero no ha leído más que un libro sobre robótica. Y no le ha servido de nada. Usted aprendió lo suficiente para saber que podía ordenarle a un robot que hiciera muchas cosas, incluso falsificar un libro, si lo hacía correctamente. Aprendió lo suficiente para saber que no podía ordenarle que olvidara algo del todo sin arriesgarse a que lo detectaran, pero pensó que era más seguro ordenarle simplemente que guardara silencio. Se equivocó.

—¿Adivinó usted la verdad a partir de su silencio?

—No se trata de adivinar. Usted es un aficionado y no supo borrar sus rastros. Mi único problema era demostrarlo ante el juez, pero tuvo usted la amabilidad de ayudarnos con su ignorancia.

—¿Esta conversación tiene sentido? —preguntó Ninheimer, con aire cansado.

—Para mí sí, porque quiero que entienda que ha juzgado muy mal a los robots. Hizo callar a Easy diciéndole que si le contaba a alguien que había tergiversado el libro perdería usted el empleo. Eso configuró un potencial en Easy para el silencio, el cual tenía la fuerza suficiente para resistir nuestros esfuerzos de quebrantarlo. Si hubiéramos insistido, le habríamos dañado el cerebro. En el estrado, sin embargo, configuró usted un contrapotencial más elevado. Dijo que, como la gente pensaría que usted, no un robot, había escrito los pasajes controvertidos, perdería mucho más que su empleo. Perdería su reputación, su prestigio, su respeto, su razón para vivir. Se perdería el recuerdo de usted después de su muerte. Usted mismo configuró así un potencial nuevo y más elevado, y eso hizo que Easy hablara.

—Por Dios —exclamó Ninheimer, desviando la cabeza.

Calvin fue inexorable:

—¿Comprende usted por qué habló? ¡No fue para acusarlo, sino para defenderlo! Se puede demostrar matemáticamente que estaba díspuesto a asumir la culpa por ese delito en su lugar, a negar que usted tenía algo que ver. La Primera Ley se lo exigía. Iba a mentir, a dañarse a sí mismo, causando un perjuicio monetario a la compañía. Para él, todo eso significaba menos que salvarle a usted. Si entendiera algo sobre robots y robótica, profesor, le habría dejado hablar. Pero no sabe usted nada. Yo estaba segura de que así era, y eso le aseguré al abogado defensor. En su odio por los robots, usted pensó que Easy actuaría como un ser humano y se defendería a expensas de usted. Así que reaccionó contra él, presa del pánico, y se destruyó a sí mismo.

—¡Ojalá algún día sus robots se vuelvan contra usted y la liquiden! —exclamó Ninheimer con vehemencia.

—No diga bobadas. Y ahora me gustaría que me explicase por qué ha hecho todo esto.

Ninheimer sonrió amargamente.

—¿He de diseccionar mi mente en beneficio de su curiosidad intelectual y a cambio de mi inmunidad ante una acusación de falso testimonio?

—Puede expresarlo así si quiere —contestó fríamente Calvin—. Pero explíquese.

—¿Para que usted pueda repeler futuros ataques contra los robots con mayor eficacia, con mayor conocimiento?

—En efecto.

—Se lo diré, pero sólo para darme el gusto de ver que no le sirve de nada. Usted no comprende la motivación humana; sólo puede comprender a esas condenadas máquinas porque usted misma es una máquina, recubierta de piel. —Respiraba entrecortadamente y no vacilaba al hablar, no buscaba palabras precisas. Era como si la precisión ya no le interesara—. Durante doscientos cincuenta años, la máquina ha reemplazado al hombre y ha destruido al artesano. Las piezas de alfarería se hacen con moldes y prensas. Las obras de arte se han reemplazado por baratijas catalogadas en moldes. Tal vez usted lo considere un progreso. El artista está limitado a las abstracciones, restringido al mundo de las ideas. Debe diseñar algo con la mente, y luego la máquina hace el resto. ¿Cree usted que el alfarero se contenta con la creación mental? ¿Cree que sólo la idea es suficiente? ¿Cree que no hay nada en el contacto con la arcilla, en observar cómo el objeto crece mientras la mano y la mente trabajan juntos? ¿Cree que el crecimiento no actúa como realimentación para modificar y mejorar la idea?

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