Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
El experimento falló, sin embargo, pues no detectamos radiactividad. Lo atribuimos a la inexperiencia, pues ninguno de nosotros era experto en isótopos, lo cual fue una lástima porque ese fallo resultó ser muy significativo y el no advertirlo nos costó varias semanas.
La auremoglobina se demostró inútil como portadora de oxígeno, pero sólo abarcaba un 0,1 % de la hemoglobina total de los glóbulos rojos, de modo que no había interferencia con la respiración de la Gallina.
La pregunta acerca del origen del oro seguía en pie, y fue Nevis quien hizo la sugerencia decisiva.
—Quizás —aventuró, en una reunión que celebramos la noche del 25 de agosto de 1955—, la Gallina no reemplace el hierro con oro. Tal vez transmute el hierro en oro.
Antes de conocer personalmente a Nevis ese verano, yo lo conocía ya por sus publicaciones (se especializa en química biliar y función hepática) y siempre lo había considerado una persona lúcida y cauta. Tal vez excesivamente cauta. Nadie lo consideraría capaz de hacer una afirmación tan ridícula.
Eso demuestra la desesperación y la desmoralización que reinaban en el Proyecto Gallina.
La desesperación procedía de que no había ningún sitio de donde pudiera venir el oro. La Gallina excretaba oro a razón de 38,9 gramos diarios y lo llevaba haciendo desde hacía meses. Ese oro tenía que venir de alguna parte o, de no ser así, debía hacerse a partir de algo.
La desmoralización que nos indujo a examinar la segunda alternativa se debía al hecho de que nos enfrentábamos a la Gallina de los Huevos de Oro. Todo era posible. Todos vivíamos en un mundo de cuento de hadas y eso nos llevaba a perder el sentido de la realidad.
Finley consideró seriamente esa posibilidad:
—La hemoglobina entra en la sangre y sale un poco de auremoglobina. La cáscara de oro de los huevos tiene una sola impureza, el hierro. La yema del huevo no contiene más que dos elementos en cantidad elevada: oro y hierro. Tiene sentido, aunque de un modo descabellado. Necesitaremos ayuda, caballeros.
La necesitábamos, e implicaba una tercera etapa de la investigación. La primera de ellas consistió en mi intervención; la segunda fue el grupo de bioquímicos; y la tercera, la mejor, la más importante, suponía la intrusión de físicos nucleares.
El 5 de septiembre de 1955 llegó John L. Billings, de la Universidad de California. Traía equipo, y en las semanas siguientes llegaron más aparatos. Se estaban construyendo más estructuras prefabricadas. Comprendí que al cabo de un año tendríamos un instituto de investigacíones construido en torno de la Gallina.
Billings se reunió con nosotros la noche del día 5. Finley lo puso al corriente:
—Hay muchos problemas serios en esta idea del hierro que se transforma en oro. Por lo pronto, la cantidad total de hierro de la Gallina sólo puede estar en el orden del medio gramo, pero produce cuarenta gramos de oro al día.
Billings tenía una voz clara y aguda.
—Hay un problema peor —dijo—. El hierro se encuentra en el fondo de la curva de aglomeración. El oro está mucho más elevado. Para convertir un gramo de hierro en un gramo de oro se requiere tanta energía como la que se produce en la fisión de un gramo de uranio 235.
Finley se encogió de hombros.
—Dejaré ese problema en sus manos.
—Lo pensaré.
No se limitó a pensar en ello. Aisló nuevas muestras de hemo de la Gallina, las transformó en cenizas y envió el óxido de hierro a Brookhaven para que efectuaran un análisis isotópico. No había razones específicas para hacer tal cosa; fue sólo una de las muchas investigaciones, pero fue también la que produjo resultados.
Cuando recibimos las cifras, Billings dio un respingo.
—No hay Fe 16 —dijo.
—¿Y qué pasa con los demás isótopos? —preguntó Finley.
—Todos están presentes en las proporciones relativas apropiadas, pero no se detecta Fe 16.
Tendré que dar otra explicación. El hierro natural se compone de cuatro isótopos. Estos isótopos son variedades de átomos que difieren de otros en su peso atómico. Los átomos de hierro con un peso atómico de 56 (Fe 16) constituyen el 91,6% de todos los átomos del hierro. Los demás átomos tienen pesos atómicos de 54, 57 y 58.
El hierro del hemo de la Gallina estaba compuesto sólo por Fe 51, Fe'' y Fe 5$. La consecuencia era obvia. El Fe56 desaparecía, mientras que los demás isótopos no; y esto significaba que se estaba produciendo una reacción nuclear. Una reacción nuclear podía tomar un isótopo y dejar tranquilos a los demás. Una reacción química común, cualquier reacción química, tendría que disponer de todos los isótopos en forma equitativa.
—Pero es energéticamente imposible —objetó Finley.
Lo dijo con un ligero sarcasmo, teniendo en cuenta el comentario inicial de Billings. Como bioquímicos, sabíamos que en el cuerpo acontecían muchas reacciones que requerían una entrada de energía, y esto se resolvía acoplando la reacción que demandaba energía con una reacción que generaba energía.
Sin embargo, las reacciones químicas despedían o consumían pocas kilocalorías por mol; las reacciones nucleares despedían o consumían millones. Suministrar energía para una reacción nuclear que consumiera energía requería, pues, una segunda reacción nuclear, productora de energía.
No vimos a Billings en dos días. Cuando regresó nos dijo:
—Miren esto. La reacción productora de energía debe producir tanta energía por nucleón involucrado como la que absorbe la reacción consumidora de energía. Si produce un poco menos, la reacción general no funciona. Si produce un poco más, considerando la cantidad astronómica de nucleones involucrados, la energía excedente producida vaporizaría a la Gallina en una fracción de segundo.
—¿Y? —preguntó Finley.
—Pues que el número de reacciones posibles es muy limitado. He conseguido descubrir un solo sistema probable. El oxígeno 18, si se convierte en hierro 56, produce energía suficiente para transformar el hierro 56 en oro 197. Es como bajar por un lado de una montaña rusa y luego por el otro. Tendremos que verificarlo.
—¿Cómo?
—Podemos verificar primero la composición isotópica del oxígeno de la Gallina.
El oxígeno está integrado por tres isótopos estables, y casi todo es O18. El O18 constituye un solo átomo de oxígeno de cada 250.
Otra muestra de sangre. El contenido acuoso fue destilado en el vacío y se sometió una parte al espectrógrafo de masa. Había 018, pero sólo un átomo de oxígeno por cada 1.300. El 80% del O1$ que esperábamos no se encontraba allí.
—Esto lo corrobora —afirmó Billings—. El oxígeno 18 se consume. Se suministra constantemente en el agua y en la comida que le damos a la Gallina, pero aun así se consume. Se produce así el oro 197. El hierro 56 es un intermediario y, como la reacción que consume hierro 56 es más rápida que la que lo produce, no puede alcanzar una concentración significativa, y el análisis isotópico muestra su ausencia.
No estábamos satisfechos, así que probamos de nuevo. Durante una semana alimentamos a la Gallina con agua enriquecida con O'8. La producción de oro se elevó casi en seguida. Al final de una semana producía 45,8 gramos, pero el contenido de O'8 del agua de su cuerpo no era más alto que antes.
—No cabe la menor duda —dijo Billings. Rompió su lápiz y se puso en pie—. Esa Gallina es un reactor nuclear viviente.
La Gallina era obviamente una mutación.
Una mutación sugería radiación, entre otras cosas, y la radiación nos recordó las pruebas nucleares realizadas en 1952 y en 1953 a cientos de kilómetros de la granja de MacGregor. (Si alguien piensa que nunca se realizaron pruebas nucleares en Tejas, eso sólo indica dos cosas: que yo no estoy contándolo todo y que ustedes no lo saben todo.)
Dudo que en ningún momento de la historia de la era atómica la radiación de fondo se haya analizado tan exhaustivamente ni que el contenido radiactivo del suelo se haya examinado con tanto rigor.
Se estudiaron documentos previos, sin importar lo secretos que fueran; a esas alturas, el Proyecto Gallina tenía la mayor prioridad que jamás se hubiera concedido.
Incluso analizamos informes meteorológicos para seguir la conducta de los vientos en la época de las pruebas nucleares.
Aparecieron dos elementos.
Primero: la radiación de fondo de la granja era un poco más alta de lo normal. Nada dañino, me apresuro a añadir. Había indicios, sin embargo, de que en el momento del nacimiento de la Gallina la granja había estado en las inmediaciones de, por lo menos, dos precipitaciones radiactivas. Nada dañino, insisto.
Segundo: la Gallina era la única de su especie, la única de todas las criaturas de la granja que pudimos analizar, humanos incluidos, que no revelaba radiactividad. Mirémoslo así: todo muestra vestigios de radiactividad; eso es lo que significa radiación de fondo. Pero la Gallina no mostraba ninguno.
Finley envió un informe el 6 de diciembre de 1955, una parte del cual era como sigue:
«La Gallina es una mutación extraordinaria, nacida en un ámbito de alta radiactividad que alentaba mutaciones en general y que hizo de esta mutación en particular una mutación beneficiosa.
»La Gallina tiene sistemas enzimáticos capaces de catalizar varias reacciones nucleares. Ignoramos si el sistema enzimático contiene una enzima o más. Tampoco sabemos nada sobre la naturaleza de las enzimas en cuestión. Tampoco se puede formular ninguna teoría en cuanto a cómo una enzima puede catalizar una reacción nuclear, pues éstas involucran interacciones con fuerzas que superan en cinco órdenes de magnitud a las involucradas en las reacciones químicas comunes que las enzimas suelen catalizar.
»El cambio nuclear general es de oxígeno 18 a oro 197. El oxígeno 18 abunda en este ámbito, pues se halla en gran cantidad en el agua y en todos los alimentos orgánicos. El oro 197 es excretado a través de los ovarios. Un intermediario conocido es el hierro 56, y el hecho de que se forme auremoglobina nos induce a sospechar que la enzima o enzimas pueden tener al hemo como grupo protésico.
»Se ha reflexionado bastante sobre el valor que este cambio nuclear podría revestir para la Gallina. El oxígeno 18 no es nocivo y el oro 197 resulta difícil de eliminar, es potencialmente venenoso y causa esterilidad. Su formación podría ser un medio de evitar un peligro mayor. Este peligro…»
Pero la mera lectura del informe, amigo lector, crea una impresión de placidez reflexiva. En realidad, nunca he visto un hombre tan cerca de la apoplejía como lo estaba Billings cuando oyó hablar de esos experimentos con oro radiactivo que mencioné antes; los experimentos en los que no detectamos ninguna radiactividad en la Gallina, por lo cual los desechamos.
Nos preguntó una y otra vez que cómo podíamos haberle quitado importancia a la pérdida de radiactividad.
—Son ustedes como un periodista novato al que se envía a cubrir una boda de sociedad y, al regresar, dice que no hay artículo porque el novio no se ha presentado. Le dieron oro radiactivo y se perdió. No sólo eso, sino que no detectaron ustedes radiactividad natural en la Gallina; ni carbono 14; ni potasio 40. Y a eso lo llamaron fracaso.
Comenzamos a alimentar a la Gallina con isótopos radiactivos. Al principio, con cautela; pero, antes del fin de enero de 1956, le dábamos montones de ellos.
La Gallina permanecía sin radiación.
—Lo que ocurre —explicó Billings— es que este proceso nuclear catalizado por enzimas logra convertir todo isótopo inestable en un isótopo estable.
—Eso es provechoso —comenté ya.
—¿Provechoso? ¡Es una cosa hermosa! Se trata de la defensa perfecta contra la era atómica. Escuchen, la conversión de oxígeno 18 en oro 197 libera ocho positrones y una fracción por cada átomo de oxígeno. Eso significa ocho rayos gamma y una fracción en cuanto cada positrón se combina con un electrón. Tampoco hay rayos gamma. La Gallina debe de ser capaz de absorber rayos gamma sin sufrir daño alguno.
Rociamos a la Gallina con rayos gamma. Al elevarse el nivel, tuvo una fiebre leve e interrumpimos la operación, asustados. Pero era sólo fiebre, no enfermedad por radiación. Pasó un día, la fiebre bajó y la Gallina estaba perfecta.
—¿Ven ustedes lo que tenemos? —preguntó Billings.
—Una maravilla científica —respondió Finley.
—¡Hombre!, ¿es que no ve las aplicaciones prácticas? Si pudiéramos descubrir el mecanismo y reproducirlo en el tubo de ensayo, tendríamos un método perfecto para eliminar cenizas radiactivas. El mayor obstáculo para promover una economía atómica en gran escala es el contratiempo de qué hacer con los isótopos radiactivos generados durante el proceso. Y bastaría con pasarlos por un preparado enzimático en grandes toneles. Si descubriéramos ese mecanismo, caballeros, podríamos dejar de preocuparnos de las precipitaciones radiactivas; hallaríamos una protección contra la enfermedad por radiación. Si alteramos el mecanismo, podemos tener gallinas que excreten cualquier elemento que necesitemos. ¿Qué les parece huevos de uranio 235? ¡El mecanismo! ¡El mecanismo!
Y todos nos quedamos mirando a la Gallina.
Si se pudiera empollar esos huevos… Si pudiéramos conseguir una bandada de gallinas semejantes a reactores nucleares…
—Debe de haber ocurrido con anterioridad —observó Finley—. Las leyendas sobre estas gallinas debieron de originarse de algún modo.
—¿Quiere usted esperar? —preguntó Billings.
Si tuviéramos un grupo de esas gallinas podríamos comenzar a diseccionar algunas; estudiaríamos sus ovarios; prepararíamos muestras de tejido y homogenatos de tejido.
Tal vez no sirviera de nada. El tejido de una biopsia de hígado no reaccionaba con el oxígeno 18 en ninguna de las condiciones que probamos.
Pero quizá pudiéramos rociar un hígado intacto. Podríamos estudiar embriones intactos y observar si alguno desarrollaba el mecanismo.
Pero con una sola Gallina no podíamos hacer nada de eso.
No nos atrevíamos a matar a la Gallina de los Huevos de Oro. El secreto estaba en el hígado de esa gorda Gallina.
¡Vaya paté de hígado que nos habían servido! La frustración era realmente indigesta.
—Necesitamos una idea —dijo Nevis pensativamente—. Un enfoque radicalmente distinto. Un pensamiento crucial.
—Con hablar no ganamos nada —refunfuñó Billings, abatido.
Y en un malogrado intento de bromear, yo dije:
—Podríamos hacerlo público en los periódicos. —Y eso me dio una idea y exclamé—: ¡Ciencia ficción!