Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Muy en serio. Hágalo, por favor.
—No soy un jugador de pelota, pero creo que puedo arrojar una —dijo Modine—. Hasta es posible que la coja cuando baje.
Al lanzar la pelota hacia arriba, ésta describió una curva parabólica y Modine se encontró flotando hacia adelante primero, y corriendo después, para poder cogerla. La pelota cayó y él no logró alcanzarla.
—No la lanzó recta, hacia arriba, señor Modine —dijo Baranova.
—Sí que lo hice —replicó Modine jadeando.
—Ya, pero sólo de acuerdo con las normas de la Tierra —repuso Baranova—. El problema reside en que estamos ante lo que denominamos fuerza de Coriolis. En la superficie interna de Cinco, nos movemos bastante deprisa, describiendo un gran círculo alrededor del eje. Si lanza la pelota hacia arriba, ésta se acerca más al eje, donde las cosas describen un círculo menor y se mueven con más lentitud. Sin embargo, la pelota conserva la velocidad que llevaba aquí abajo, por eso avanza, y por eso usted no logró cogerla. Si hubiera querido hacerlo, tendría que haberla lanzado arriba y hacia atrás, en cuyo caso, la pelota habría girado en el aire y regresado hasta usted como un bumerang. En Cinco, las normas del movimiento son distintas de las de la Tierra.
—Supongo que uno se acostumbra —comentó Modine pensativo.
—No del todo. Habitamos en las regiones ecuatoriales de nuestro pequeño cilindro. Allí es donde el movimiento es más rápido, y donde conseguimos el efecto normal de gravedad. A medida que nos desplazamos hacia el eje, por los casquetes terminales y hacia los polos, el efecto gravitacional disminuye rápidamente. Con frecuencia, tenemos que ir hacia arriba o bien hacia el eje, y cuando lo hacemos, hay que tener en cuenta el efecto de Coriolis. Contamos con pequeños monorraíles que han de moverse en espiral hacia cualquiera de los polos; hay una línea de ida y otra de vuelta. Durante el viaje nos sentimos perpetuamente inclinados a un lado. Lleva mucho tiempo acostumbrarse a ello y algunos jamás aprenden dónde está el truco. Por ese motivo a nadie le gusta vivir aquí.
—¿No se puede hacer nada para evitar ese efecto?
—Si redujéramos la velocidad de rotación, disminuiríamos el efecto de Coriolis, pero al mismo tiempo disminuiríamos también la sensación de gravitación, y eso es imposible.
—O sea que hagan lo que hagan, se condenan.
—No exactamente. Podríamos vivir con menos gravedad, siempre y cuando hiciéramos gimnasia; pero para ello habría que hacer gimnasia cada día durante periodos considerables. Sería divertido. Pero la gente no se dedicará a la calistenia diaria si ésta resulta difícil o aburrida. Pensábamos que volar sería la respuesta. Cuando viajamos a las regiones de baja gravedad, cerca de los polos, nos volvemos casi ingrávidos. Podemos elevarnos en el aire con sólo mover los brazos. Si a cada brazo ajustamos unas alas ligeras de plástico, atiesadas con varillas flexibles, y si esas alas se pliegan y se extienden al ritmo justo, la gente podrá volar como los pájaros.
—¿Y eso serviría de ejercicio gimnástico?
—Oh, sí. Le aseguro que volar es un trabajo muy duro. Los músculos del brazo y del hombro quizá no deban esforzarse mucho para mantener a flote a la persona, pero han de estar en permanente uso para permitirle maniobrar correctamente. Volar mantiene el tono muscular y el nivel de calcio de los huesos, si se hace con regularidad. Pero la gente no lo hará.
—Se diría que tendría que encantarles volar.
Baranova suspiró y repuso:
—Les encantaría si fuera lo bastante fácil. El problema es que exige una hábil coordinación de los músculos para mantenerse firmes. Los errores más nimios producen vuelcos y giros y una náusea casi inevitable. Hay quienes logran aprender a volar con gracia, como esas personas que vio en los holovídeos, pero son los menos.
—Los pájaros no se marean.
—Los pájaros vuelan en campos de gravedad normal. La gente de Cinco, no.
Modine frunció el ceño y se tornó pensativo.
—No le prometo que logre dormir —le dijo Baranova—. Normalmente les ocurre a todos los que pasan sus primeras noches en una colonia espacial. De todos modos, inténtelo, y mañana iremos a las zonas de vuelo.
Modine comprendió lo que Baranova había querido decirle al calificar de desagradable a la fuerza de Coriolis. El diminuto vagón del monorraíl que los condujo hacia el polo daba la impresión de deslizarse constantemente hacia la izquierda; las entrañas de Modine experimentaban el mismo efecto. Se aferró de los pasamanos con fuerza, hasta que los nudillos le quedaron blancos.
—Lo lamento —dijo Baranova en tono comprensivo—. Si fuéramos más despacio, no sería tan terrible, pero tal y como están las cosas, entorpecemos el tráfico.
—¿Se acostumbra uno a esto? —gimió Modine.
—Algo. Pero no lo bastante.
Finalmente, cuando se detuvieron, Modine se alegró, pero le duró poco. Le costó acostumbrarse al hecho de estar flotando. Cada vez que intentaba moverse, se tambaleaba: y cada vez que se tambaleaba no caía sino que salía flotando lentamente hacia adelante o hacia arriba, para regresar gradualmente al mismo sitio. Su reacción inmediata de lanzar coces no hacía más que empeorar las cosas.
Baranova le dejó hacer durante un instante, luego lo sujetó y lo hizo regresar lentamente.
—Hay quien disfruta con esto —le comentó.
—Pues yo no —jadeó Modine angustiado.
—A muchos les ocurre igual. Por favor, coloque los pies en estos estribos que hay en el suelo, y no haga movimientos bruscos.
En el cielo, había cinco personas con alas que estaban volando.
—Esos cinco pájaros —le informó Baranova—, vienen aquí casi todos los días. En total, son unos cuantos centenares los que vienen de vez en cuando. Podríamos albergar, tanto aquí como en el otro polo, y a lo largo del eje, algo así como cinco mil voladores a la vez. Basta para mantener en condiciones los treinta mil habitantes de Cinco. ¿Qué hacemos?
Modine hizo un ademán y su cuerpo se balanceó hacia atrás.
—Tienen que haber aprendido a hacerlo. Me refiero a aquellos pájaros de allá arriba. No nacieron siendo aves. ¿Acaso los demás no pueden aprender también?
—Los de allá arriba tienen una coordinación natural.
—¿Qué puedo hacer yo entonces? Soy diseñador de moda. No sé crear coordinación natural.
—Carecer de coordinación natural no es un impedimento absoluto. Sólo implica que habrá que trabajar más, practicar durante más tiempo. ¿Hay alguna forma que le permita hacer de este proceso algo más… a la moda? ¿Podría diseñarnos un traje de vuelo o sugerirnos una campaña psicológica que impulsara a la gente a venir aquí? Si lográsemos crear unos programas adecuados para mantener la forma física, se podría reducir la velocidad de rotación de Cinco, debilitar el efecto de Coriolis y convertir este sitio en un hogar.
—Quizá pida usted un milagro. ¿Podría decirles que se acercaran?
Baranova les hizo señas, uno de los pájaros la vio y bajó en picado hacia ellos dibujando una curva larga y agraciada. Era una mujer joven. Se quedó flotando en el aire a unos tres metros de altura; sonreía al tiempo que agitaba ligeramente la punta de las alas.
—Hola —les gritó—. ¿Qué ocurre?
—Nada —repuso Baranova—. Mi amigo quiere ver cómo maneja usted las alas. Muéstrele cómo funcionan.
La joven sonrió y, plegando primero un ala y después la otra, realizó un lento salto mortal. Se enderezó y torciendo las alas del revés se detuvo, luego se elevó despacio; los pies le colgaban y las alas se movían lentamente. El aleteo se hizo más rápido, tomó velocidad y se alejó de ellos.
Al cabo de un rato, Modine dijo:
—Se parece al ballet, pero las alas son feas.
—¿De veras lo son?
—No hay duda —repuso Modine—. Se parecen a las del murciélago. Todas las asociaciones de ideas están equivocadas.
—Pues díganos qué debemos hacer. ¿Deberíamos recubrirlas de plumas? ¿Atraería eso a los voladores y les haría esforzarse más por aprender?
—No —repuso Modine, y se quedó pensativo—. Tal vez logremos facilitar todo el proceso.
Sacó los pies de los estribos, cogió impulso y flotó en el aire. Movió los brazos y las piernas en distintas formas, para ir probando, y se balanceó erráticamente. Intentó revolverse para regresar a los estribos, y Baranova extendió los brazos para bajarlo.
—Le diré una cosa —comentó Modine—, le diseñaré algo, y si alguien de aquí puede ayudarme a construirlo según el diseño, yo mismo intentaré volar. Jamás había hecho nada parecido. Acaba de ver usted como me mantenía en el aire, y ni siquiera logré hacerlo. Pues bien, si uso mi diseño y puedo volar, entonces, todos podrán.
—Ya lo creo, señor Modine —repuso Baranova, en un tono que estaba a medio camino entre el escepticismo y la esperanza.
Al promediar la semana, Modine comenzaba a sentir que la Colonia Espacial Cinco era como un hogar. Mientras permanecía a nivel del suelo, en las regiones ecuatoriales, donde la fuerza gravitacional era normal, el efecto de Coriolis no le molestaba y se sentía rodeado de un ambiente similar al de la Tierra.
—La primera vez que salga —dijo—, no quiero que me vea la población en general, porque quizá resulte más difícil de lo que creo, y no quiero que la cosa tenga un mal comienzo. Pero me gustaría que me vieran algunos funcionarios de la Colonia, por si logro volar.
—Creo que antes deberíamos intentarlo en privado —sugirió Baranova—. Si falláramos la primera vez, por más excusas que diésemos…
—Pero si tuviéramos éxito sería muy impresionante.
—¿Cuáles son las probabilidades de éxito? Sea usted razonable.
—Tenemos buenas probabilidades, señora Baranova. Créame. Todo lo que han hecho hasta ahora estaba mal. Volaban ustedes en el aire, como los pájaros, y eso resulta difícil. Usted misma lo dijo. En la Tierra, los pájaros cuentan con la gravedad. Pero aquí, los pájaros carecen de ella, de modo que todo ha de diseñarse con un criterio distinto.
Como siempre, la temperatura estaba perfectamente ajustada. Igual que la humedad. Igual que la velocidad del viento. La atmósfera era tan perfecta que parecía no existir. A pesar de ello, Modine transpiraba y se encontraba bajo los efectos de un ataque agudo de pánico. También jadeaba. En las regiones ingrávidas, el aire era más enrarecido que en las zonas ecuatoriales, aunque no demasiado, pero lo bastante enrarecido como para que le resultara difícil respirar cuando el corazón le latía con tanta fuerza.
En el aire no había pájaros humanos; el público estaba formado por unos pocos: el Coordinador, el Secretario de Sanidad, el Comisionado de Seguridad y otras personalidades. También había una docena de hombres y mujeres. Sólo conocía a Baranova.
Le habían colocado un pequeño micrófono, e intentaba que su voz no vacilase.
—Volamos sin gravedad, por lo que ni los pájaros ni los murciélagos constituyen un buen modelo para nosotros —dijo—. Ellos vuelan en presencia de la gravedad. Ahora bien, en el mar es distinto. En el agua existe una escasa gravedad efectiva, pues el empuje del fluido nos mantiene a flote. Cuando volamos a través de agua ingrávida no hacemos otra cosa que nadar. En la Estación Espacial Cinco, concretamente en esta región que carece de gravidez, el aire es para nadar, no para volar. Debemos imitar al delfín, y no al águila.
Se lanzó al aire al tiempo que hablaba, ataviado con un gracioso traje de una pieza que no se adhería a la piel, pero tampoco se inflaba. En seguida comenzó a caer, pero con sólo estirar un brazo activó un pequeño cartucho de gas. De la columna vertebral le salió una aleta suavemente curvada, al tiempo que una quilla poco profunda le marcaba la línea del abdomen. Y se dejó caer.
—Sin gravedad —dijo—, esto basta para estabilizar el vuelo. Uno puede ladearse y girar, pero siempre bajo control. Al principio, quizá no lo haga bien, pero no necesitaré practicar demasiado.
Estiró el otro brazo y de repente, cada pie y cada codo quedaron equipados con una aleta.
—Estas aletas nos dan la fuerza de propulsión —explicó—. No hace falta mover los brazos. Bastarán unos movimientos suaves para todo, pero será preciso doblar el cuerpo y arquear el cuello para girar y cambiar de dirección: Habrá que combarse y alterar el ángulo de brazos y piernas. Todo el cuerpo participa en el proceso, pero de forma suave, no violenta. Lo cual es mucho mejor, porque se usan todos los músculos del cuerpo, y se puede seguir así durante horas, sin cansarse.
Notó que sus movimientos iban adquiriendo mayor seguridad y gracia, y que volaba más deprisa. De pronto comenzó a subir y subir; el aire pasaba a toda velocidad y sintió pánico de no poder aminorar la marcha. Pero dobló los talones y los codos casi instintivamente y notó que comenzaba a girar y a detenerse.
Vagamente, a través de los latidos de su corazón, oyó el aplauso.
—¿Cómo logró descubrirlo cuando nuestros técnicos fueron incapaces de hacerlo? —inquirió Baranova, con admiración.
—Los técnicos comenzaron a trabajar asumiendo que inevitablemente debían usar alas, como las de los pájaros y los aviones, y diseñaron las más eficaces posible. Ésa es la función de los técnicos. La función de un diseñador de moda consiste en ver las cosas como un todo artístico. Noté que las alas no se ajustaban a las condiciones de la colonia espacial. Es mi trabajo, nada más.
—Fabricaremos los trajes de delfín y haremos que la población se lance al aire. Ahora estoy segura de que podremos. A continuación haremos planes para comenzar a disminuir la velocidad de rotación de Cinco.
—O detenerla del todo —sugirió Modine—. Sospecho que todo el mundo querrá pasarse el día nadando en vez de caminar —dijo y se echó a reír—. Es posible que no deseen volver a caminar. Es posible que yo no desee volver a hacerlo.
Le extendieron el sustancioso cheque que le habían prometido, y Modine, al ver la cifra, sonrió y dijo:
—Las alas son para los pájaros.
“Death of a Foy”
Era extremadamente raro que un foy estuviera agonizando en la Tierra. Constituían la clase social más alta de su planeta (cuyo nombre, en la mejor aproximación que las gargantas terrestres pueden efectuar de sus sonidos, se pronunciaba algo así como Sortibackenstrete), y eran virtualmente inmortales.
Todos los foys, por supuesto, llegaban finalmente a la muerte voluntaria, y este en particular había alcanzado tal extremo a causa de un desgraciado asunto amoroso, si puede llamarse asunto amoroso al hecho que cinco individuos mantengan un contacto mental de un año de duración, con fines reproductivos. Aparentemente, él no había conseguido seguir manteniendo el contacto después de varios meses de intentarlo, y eso había roto su corazón…, o sus corazones, puesto que tenía cinco.