Cruzada (38 page)

Read Cruzada Online

Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Cruzada
8.24Mb size Format: txt, pdf, ePub

Ahora estaban a menos de un kilómetro de distancia, unas siluetas indeterminadas poniéndose en posición a lo largo de la línea que marcaba la salida de la bahía. Dos de las rayas descendían en espiral para obstaculizar el fondo. Nuestros sensores no eran mejores que los suyos, pero nosotros veíamos cinco blancos alineados en el agua y contra las rocas, mientras que ellos buscaban uno en medio de la oscuridad, El
Meridian
parecía estar avanzando hacia el mar abierto, quizá para maniobrar con mayor facilidad.

―La raya no tiene torpedos ―dijo Sagantha un momento más tarde―. Sólo un par de cañones, armas navales comunes hace unos veinte años. No podemos tomar la iniciativa contra ellos. Cuando os dé la orden, quiero que disparéis un arco hacia el barro unos cincuenta metros en dirección a esos dos blancos del fondo.

Aún concentrado en los sensores de la raya, mantuve las manos sobre los controles, observando las imágenes de éter. Los cañones estaban dispuestos bajo nuestros pies y, como era habitual, apuntaban hacia la misma dirección en la que avanzaba la nave.

Sagantha movió la raya bruscamente a babor.

―Estamos separándonos de la corriente ―indiqué, sintiéndome menos seguro a medida que escapábamos de la protección del agua dulce.

―Lo sé.

Mientras, puntos brillantes partieron de las rayas que custodiaban el nivel superior, y distinguimos trazas de fuego anaranjadas atravesando el agua en dirección a nosotros. Las armas de las rayas eran, debido a su tamaño y a las limitaciones de sus motores, más pequeñas que las de las grandes mantas. Todavía estábamos demasiado lejos, pero los disparos dejaron trazas de vapor que comenzaron a elevarse de inmediato y nublaron los sensores.

―¡Ahora! ―ordenó Sagantha.

Hice fuego tal como él me había indicado, disparos de nuestro cañón abriéndose paso en medio del barro y revolviéndolo. Sagantha hizo doblar la raya de manera que una cortina de vapor y barro bloqueó por completo los sensores en todo el perímetro de la entrada de la bahía.

―Seguid disparando. Volvemos a descender.

Yo disparaba directamente hacia la ruta que íbamos a recorrer, y, tras un par de segundos, los sensores quedaron inutilizados y nos sumergimos en las nubes generadas por el fondo revuelto.

Entonces respondieron a nuestros disparos, aunque no pude ver cuál de las rayas nos atacaba. Calculé que estaríamos a apenas unos cuarenta metros de la bocana de la bahía, aunque no podía determinarlo exactamente. Sagantha parecía estar acelerando todo lo que podía aunque la velocidad se veía limitada en la medida en que yo seguía disparando.

―Detén el fuego.

Obedecí, y la nube comenzó a disiparse de inmediato. Conseguí incluso volver a ver la silueta de las dos rayas situadas a menos profundidad. Una permanecía inmóvil en la entrada de la bahía, mientras que la otra iba de aquí para allá en un intento por mejorar su visión.

Más disparos, ahora demasiado cercanos para mi gusto, y, con la explosión, el fondo marino a babor volvió a convertirse en una nube de barro. Pensé por un momento en el tesoro Oceanográfico que estábamos destruyendo al matar tantas criaturas con nuestros disparos, pero ahora lo fundamental era nuestra propia supervivencia.

―Las rayas que están cerca de la superficie tienen una mejor visión de lo que sucede ―explicó Sagantha―. El barro no llega hasta ellas, por eso pueden hacerse una idea de nuestra ubicación. Las dos del fondo no cuentan por ahora. Mantente listo para volver a disparar cuando te lo diga y, esta vez, apunta a la roca.

Las dos rayas superiores parecían saber en efecto qué estábamos haciendo y la retahíla de disparos se tornaba desagradablemente cercana. Teníamos cierta protección: una capa de éter rodeaba la raya absorbiendo energía. Sin embargo, pasado un tiempo acabaría saturándose. Como la mayoría de las rayas, la nuestra poseía el motor más pequeño que era posible construir (debido al arco calórico medía algo menos de dos metros de diámetro) y, por lo tanto, una capacidad de éter muy limitada.

Sagantha elevó de pronto el morro de la nave y yo caí hacia atrás en el asiento, con las manos casi fuera de los controles de éter. Durante un instante quedé descolocado, mitad dentro, mitad fuera de los controles. Fue entonces cuando me ordenó que volviese a hacer fuego.

Sujeté los controles con fuerza y disparé una vez más el cañón, aunque sin saber muy bien por qué apuntábamos a la roca. Los cañonazos se dirigían hacia la cima de una cumbre separada de la masa de tierra central por un estrecho espacio (en aquel punto exacto, poco más de tres metros). Ahora nos movíamos a lo ancho, haciendo un rodeo para llegar a la entrada de la bahía desde un ángulo más empinado. El ataque de las rayas nos seguía a cada paso.

Entonces se produjo una serie de fuertes impactos en el techo y las luces empezaron a parpadear. Nos habían dado.

―Mantente firme ―me advirtió Sagantha― y sigue disparando hasta que te diga.

Nuestras municiones estaban minando la cumbre, situada ahora a unos cien metros frente a nosotros. De pronto dejamos de recibir ataques: estábamos demasiado cerca de la roca y se veían forzados a dar un rodeo.

―Se acerca otra raya desde abajo ―anuncié tras distinguir una vaga forma doblando justo en el exterior de la entrada. Una vez que alcanzase la cumbre rocosa, o la cruzase, se encontraría en una posición perfecta para abrir fuego. Pero todavía no había llegado allí.

―¡Ahora! ―ordenó Sagantha. Su voz mostraba todavía seguridad, que contrastaba con los tensos sonidos que emitía nuestra raya. Al inclinarnos de pronto a babor para atravesar los doce metros del estrecho canal central, mi cuerpo se deslizó hacia un lado del asiento y quedé sujeto sólo por el cinturón de seguridad.

Sagantha pilotaba ahora la raya a la máxima velocidad, y cruzamos el canal en pocos segundos. Los sensores se despejaron bastante y conseguí ver delante de nosotros las formas abruptas e irregulares de la costa de la Perdición, descendiendo hacia el abismo del océano abierto.

Pero ahí estaba el
Meridian,
obstaculizando el camino, una hermosa y brillante silueta recortada contra la plateada superficie gris. Se hallaba a alrededor de dos kilómetros de distancia, maniobrando hacia nosotros con letal elegancia, preparándose para lanzarnos la carga fulminante de su armamento. Al contrario que las rayas, una manta podía abarcar varios frentes de fuego; de hecho, era un buque de guerra thetiano diseñado con ese propósito.

―¿
Ahora? ―dije esperando la orden.

―No podemos ni enfrentar ni superar en velocidad a un buque de guerra imperial con una nave tan débil como ésta ―respondió Sagantha con una sonrisa intrigante―. Sin embargo, si estáis dispuestos a afrontar algún daño, podríamos vencer al
Meridian.

―¿
Cuánto daño?

―El suficiente para perder nuestra protección de éter, quizá más todavía. No tengo tiempo para explicároslo. Tendréis que confiar en mí.

―No me parece una buena idea ―objetó Ravenna―. Sagantha, confiar en alguien ya es de por sí una idea bastante mala, y si se trata de confiar en ti, peor aún.

―Emplea tu magia como último recurso, si es que resulta imprescindible. Debemos actuar con rapidez.

―Entonces adelante ―acepté con cautela―. Pero ¿por qué nos ayudas? Todo el mundo anda diciendo que somos eternos perdedores. No consigo imaginar por qué te tomas la molestia... A menos, por cierto, que nos estés llevando a una trampa.

―¿Tan poca fe tenéis en mí? ―espetó Sagantha mientras volvía a acelerar la raya, orientándola a babor, casi en la dirección opuesta al rumbo que llevaba el
Meridian.
Eso nos haría ganar sólo unos segundos, y me pregunté por qué lo haría.

―¿No se supone que no podemos escapar de ellos con esta nave? ―preguntó Ravenna.

―Podremos durante un rato, pero no tenemos suficiente potencia para mantener tanta velocidad demasiado tiempo. Y mucho menos en la costa de la Perdición.

―Eso podría ser una ventaja ―señalé―. La manta es más grande, pero nosotros podemos sumergirnos en la costa de la Perdición y ellos no.

―No con tanta facilidad, al menos ―admitió―. Pero pueden impedir nuestra salida el tiempo suficiente para obligarnos a negociar.

El
Meridian
había completado ya su giro con la intención de ir detrás de nosotros. Por el momento no estábamos en su punto de mira, pero la manta tenía armamento de guerra, lo que incluía numerosas armas más destructivas que cualquiera que hubiera en la raya, quizá incluso cargas de presión que podrían hacernos estallar. Además, pensé mientras las luces de alerta de la temperatura parpadeaban ante mí, tenía un motor más del doble de grande que el nuestro y mucho menos propenso a recalentarse.

Para haber sido criado por los ignorantes haletitas, Eshar demostraba un enorme entusiasmo por la tecnología thetiana y se había asegurado de que su marina estuviese bien equipada.

―¿Cuánto tiempo podremos llevarles la delantera? ―le pregunté a Sagantha, que estaba fijando la dirección para mantenernos a estribor a una distancia prudente de las rocas. En aquel punto, los acantilados eran relativamente rectos y verticales, pero un poco más allá podía verse el comienzo de la Costa de la Perdición propiamente dicha: salientes dentados, islas hundidas, cavernas... el lugar ideal para una nave pequeña.

―Yendo a toda velocidad, no mucho más. Quizá dos o tres horas.

―Entonces pongámonos en acción, a menos que existan muy buenas razones para no hacerlo.

―Cuanto más esperemos, más improbable será que mi plan tenga éxito.

―Explícalo primero ―exigió Ravenna.

―¿Quién está al mando aquí?

―Sé que eres el experto, pero quiero conocer el plan antes de intentarlo.

Sagantha estaba demasiado ocupado pilotando la raya para dirigirle una mirada. Por un instante no dijo nada.

Comprendí lo que pretendía un segundo antes de que ocurriese, pero para entonces ya era demasiado tarde. La raya se volteó de repente a babor y un inmenso oleaje me impidió ver nada más. Caí hacia atrás en la silla con la espantosa sensación de tener fuego en los brazos, de tener el cuerpo en llamas. Y entonces la quemazón dejó lugar a profundos pinchazos, un dolor similar a ser apuñalado a la vez por mil pequeñas agujas.

Se oyó un crujido seco y un zumbido procedente de la popa, lo bastante alto y agudo para resultar doloroso. El murmullo del motor cambió súbitamente de tono: estábamos perdiendo velocidad.

Miré a Sagantha un momento, incapaz de hacer nada. Movió una palanca, y una barrera metálica descendió sobre la puerta de nuestra cabina, sellando la conexión entre nosotros y la cabina de Ravenna, situada detrás. Tras un instante, la barrera empezó a brillar, pues Sagantha la había rodeado de una doble capa de éter.

―Tenemos que estar preparados para cualquier cosa ―dijo con calma mientras cogía dos de los brazaletes inhibidores de magia que yo conocía tan bien y me los colocaba en las muñecas, asegurándome luego los brazos al asiento―. Es mejor así o darías demasiados problemas.

Entonces encendió el intercomunicador.

―Sagantha al
Meridian.
Los tengo controlados y seguros, pero he debido recalentar el motor para lograrlo. Deberán transcurrir unos minutos antes de que pueda volver a ponerme en marcha. Venid a recogernos. Enviad de regreso a las otras rayas: liberaron a un prisionero e ignoramos si hay más sueltos por ahí.

Poco después una voz respondió:

―Como ordene, señor.

―¿Por qué? ―pregunté, sobrecogido por la amargura de haber sido traicionado otra vez.

―No es lo que piensas ―advirtió Sagantha con una ligera sonrisa―. Y por otra parte... ¿no pensaréis que habría regresado sin que me lo hubieran permitido? Ahora debo realizar unas tareas domésticas....

Privado de los sensores de éter, incapaz de ver nada más que la oscuridad exterior de las ventanillas, sólo pude esperar inmerso en la más vana frustración mientras Sagantha se sentaba a esperar, concentrado en lo que fuese que estaba haciéndole a la nave. Yo me había comportado de un modo tan estúpido al no preverlo, al confiar en él... Quizá hubiese podido enviar al
Meridian
una ola de presión, alejándolo de nosotros.

No pasó mucho tiempo hasta que distinguí fuera las tenues luces, el brillo pálido de los faros inferiores del
Meridian,
que maniobraba para colocarse sobre nosotros.

―El compartimento está abierto y disponible, señor.
¿
Puede entrar?

Debían de haber liberado una de sus rayas salvavidas para hacer espacio.

―Estamos en posición de espera ―dijo Sagantha.

Un momento después se produjo un ominoso rugido y se diluyeron los campos de éter que cubrían la puerta. Me pregunté qué habría hecho con Ravenna. Los campos de éter podían absorber tanto la energía mágica como la de pulsaciones. Probablemente así había evitado Sagantha que Ravenna derrumbase la puerta...
¿o
había hecho algo más?

El rugido creció y creció en intensidad, y luego cedió.

―Tenemos un pequeño problema ―señaló Sagantha―. El recalentamiento ha causado un daño algo mayor de lo que pensaba. La temperatura del motor está ascendiendo. ¿Algún consejo técnico?

Hubo un momentáneo silencio, luego apareció otra voz en el intercomunicador.

―¿Señor?

Sagantha volvió a explicar el problema mientras nos adheríamos a la base del
Meridian.
Conseguí volver a moverme, aunque sólo en parte; el dolor empezaba a pasar. Una ola de energía semejante originada en una manta me hubiese matado, de modo que tenía que considerarme afortunado.

―Yo apagaría el motor. Os recogeremos manualmente. Mejor eso que fundir el motor.

―Muy bien. Lo apagaremos.

Se produjo entonces un largo silencio, seguido de otro rugido, esta vez más potente. ¿Qué estaba sucediendo? Mis conocimientos sobre manipulación de éter eran cuando menos escasos, pero Sagantha y el técnico parecían saber de qué estaban hablando.

―Sube la temperatura ―señaló Sagantha tras un instante―. Se fundirá el motor.

Una explosión sacudió la popa y la raya se tambaleó un poco, dejando la parte trasera por debajo del nivel del morro.

Eso no debería haber sucedido.

―Nos estamos alejando ―informó el técnico del
Meridian
mientras una corriente de burbujas cruzaba por delante de las ventanillas. Entonces pudimos ver el borde del compartimento abierto de la manta, moviéndose en paralelo con la trompa de la raya.

Other books

Beside a Burning Sea by John Shors
Holocaust by Gerald Green
Blessings From the Father by Michelle Larks
Mirror Image by Michael Scott
Analog SFF, March 2012 by Dell Magazine Authors
A Wedding Quilt for Ella by Jerry S. Eicher
Bet on Me by Mia Hoddell
The Nearest Exit by Olen Steinhauer
Love Letters, Inc. by Ec Sheedy
No Second Chances by Marissa Farrar