Ciudad de los ángeles caídos (18 page)

BOOK: Ciudad de los ángeles caídos
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Lupus
significa lobo —le explicó—. Y los pretorianos eran una unidad de élite de la milicia romana. Por lo que me imagino que la traducción debe de ser algo así como «guardianes lobo». —Hizo un gesto de indiferencia—. Los he oído mencionar alguna vez, pero son una organización bastante secreta.

—¿Y acaso no lo son los cazadores de sombras? —dijo Kyle.

—Tenemos buenas razones para que así sea.

—Y nosotros también. —Kyle se inclinó hacia adelante. Los músculos de sus brazos se flexionaron al apuntalar los codos sobre sus rodillas—. Existen dos tipos de seres lobos —explicó—. Los que nacen seres lobo, hijos de seres lobo, y los que se infectan de licantropía a través de un mordisco. —Simon lo miró sorprendido. Nunca habría pensado que Kyle, aquel remolón mensajero en bicicleta, conociera la palabra «licantropía», y mucho menos que supiera pronunciarla. Pero aquél era un Kyle muy distinto: centrado, resuelto y directo—. Para los que lo somos como consecuencia de un mordisco, los primeros años son clave. El linaje de demonios que causa la licantropía provoca un montón de cambios más: oleadas de agresividad incontrolable, incapacidad de controlar la rabia, cólera suicida y desesperación. La manada puede ser de ayuda en este sentido, pero muchos de los infectados no tienen la suerte de vivir en el seno de una manada. Viven por su propia cuenta, tratando de gestionar como pueden todos estos asuntos tan abrumadores para ellos, y muchos se vuelven violentos, contra los demás o contra ellos mismos. El índice de suicidios es muy elevado, igual que el índice de violencia doméstica. —Miró a Simon—. Lo mismo sucede con los vampiros, excepto que puede ser incluso peor. Un novato huérfano no tiene literalmente ni idea de lo que le ha sucedido. Sin orientación, no sabe cómo alimentarse como es debido, ni siquiera cómo mantenerse a salvo de la luz del sol. Y ahí es donde aparecemos nosotros.

—¿Para hacer qué? —preguntó Simon.

—Realizamos un seguimiento de los subterráneos «huérfanos», de los vampiros y seres lobo que acaban de convertirse y no saben todavía lo que son. A veces incluso de brujos, muchos de los cuales pasan años sin darse cuenta de que lo son. Nosotros intervenimos, intentamos incluirlos en una manada o en un clan, tratamos de ayudarlos a controlar sus poderes.

—Buenos samaritanos, eso es lo que sois. —A Jace le brillaban los ojos.

—Sí, lo somos. —Kyle intentaba mantener su tono de voz neutral—. Intervenimos antes de que el nuevo subterráneo se vuelva violento y se haga daño a sí mismo o dañe a otros seres. Sé perfectamente lo que me habría pasado de no haber sido por la Guardia. He hecho cosas malas. Malas de verdad.

—¿Malas hasta qué punto? —preguntó Jace—. ¿Malas por ilegales?

—Cállate, Jace —dijo Simon—. Estás fuera de servicio, ¿entendido? Deja de ser un cazador de sombras por un segundo. —Se volvió hacia Kyle—. ¿Y cómo acabaste presentándote a una audición para mi banda de mierda?

—No había caído en la cuenta de que sabías que era una banda de mierda.

—Limítate a responder a mi pregunta.

—Recibimos noticias de la existencia de un nuevo vampiro, un vampiro diurno que vivía por su cuenta, no en el seno de un clan. Tu secreto no es tan secreto como crees. Los vampiros novatos sin un clan que los ayude pueden resultar muy peligrosos. Me enviaron para vigilarte.

—¿Lo que quieres decir, por lo tanto —dijo Simon—, es no sólo que no quieres que me vaya a vivir a otro sitio ahora que sé que eres un hombre lobo, sino que además no piensas dejar que me largue?

—Correcto —dijo Kyle—. Es decir, puedes irte a otra parte, pero yo iré contigo.

—No es necesario —dijo Jace—. Yo puedo vigilar perfectamente a Simon, gracias. Es mi subterráneo neófito, del que tengo que burlarme y mangonear, no el tuyo.

—¡Cerrad el pico! —gritó Simon—. Los dos. Ninguno de vosotros estaba presente cuando alguien intentó matarme hoy mismo...

—Estaba yo —dijo Jace—. Lo sabes.

Los ojos de Kyle brillaban como los ojos de un lobo en la oscuridad de la noche.

—¿Que alguien ha intentado matarte? ¿Qué ha pasado?

Las miradas de Simon y de Jace se encontraron. Y entre ellos acordaron en silencio no mencionar nada sobre la Marca de Caín.

—Hace dos días, y también hoy, unos tipos en chándal gris me siguieron y me atacaron.

—¿Humanos?

—No estamos seguros.

—¿Y no tienes ni idea de lo que quieren de ti?

—Me quieren muerto, eso está claro —dijo Simon—. Más allá de eso, la verdad es que no lo sé, no.

—Tenemos algunas pistas —dijo Jace—. Aún hemos de investigarlos.

Kyle movió la cabeza de un lado a otro.

—De acuerdo. Acabaré descubriendo lo que quiera que sea que no me estáis contando. —Se levantó—. Y ahora, estoy derrotado. Me voy a dormir. Te veo por la mañana —le dijo a Simon—. Y tú —le dijo a Jace—, me imagino que ya te veré por aquí. Eres el primer cazador de sombras que conozco.

—Pues es una pena —dijo Jace—, ya que todos los que conozcas a partir de ahora serán para ti una decepción terrible.

Kyle puso los ojos en blanco y se fue, cerrando de un portazo la puerta de su habitación.

Simon miró a Jace.

—No piensas volver al Instituto —dijo—, ¿verdad?

Jace negó con la cabeza.

—Necesitas protección. Quién sabe cuándo intentarán matarte otra vez.

—Eso que te ha dado ahora por evitar a Clary ha tomado realmente un giro inesperado, ¿eh? —dijo Simon, levantándose—. ¿Piensas volver algún día a casa?

Jace se quedó mirándolo.

—¿Y tú?

Simon entró en la cocina, cogió una escoba y barrió los cristales de la botella rota. Era la última que le quedaba. Tiró los fragmentos en la basura, pasó por delante de Jace y se fue a su pequeña habitación, donde se quitó la chaqueta y los zapatos y se dejó caer en el colchón.

Jace entró en la habitación un segundo después. Miró a su alrededor enarcando las cejas, con expresión divertida.

—Vaya ambiente has creado aquí. Minimalista. Me gusta.

Simon se puso de lado y miró con incredulidad a Jace.

—Dime, por favor, que no estás pensando en instalarte en mi habitación.

Jace se encaramó al alféizar de la ventana y lo miró desde allí.

—Me parece que no has entendido bien lo del guardaespaldas, ¿verdad?

—No pensaba siquiera que yo te gustase tanto —dijo Simon—. ¿Tiene todo esto algo que ver con eso que dicen de mantener a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca aún?

—Creía que se trataba de mantener a tus amigos cerca para tener a alguien que te acompañe en el coche cuando vayas a casa de tu enemigo a mearte en su buzón.

—Estoy casi seguro de que no es así. Y eso de protegerme es menos conmovedor que espeluznante, para que lo sepas. Estoy bien. Ya has visto lo que sucede cuando alguien intenta hacerme daño.

—Sí, ya lo he visto —dijo Jace—. Pero la persona que intenta matarte acabará averiguando lo de la Marca de Caín. Y cuando llegue ese momento, lo dejará correr o buscará otra forma de acabar contigo. —Se apoyó en la ventana—. Y es por eso que estoy aquí.

A pesar de su exasperación, Simon no conseguía encontrar fallos en su argumento o, como mínimo, fallos lo bastante grandes como para preocuparse por ellos. Se puso bocabajo y se tapó la cara. Y en pocos minutos se quedó dormido.

«Tenía mucha sed. Estaba caminando por el desierto, por arenas ardientes, pisando huesos que se estaban blanqueando bajo el sol. Nunca había sentido tanta sed. Cuando tragó saliva, fue como si tuviera la boca llena de arena, la garganta revestida de cuchillos.»

El agudo zumbido del teléfono móvil despertó a Simon. Se puso boca arriba y tiró cansado de su chaqueta. Cuando consiguió sacar el teléfono del bolsillo, ya había dejado de sonar.

Miró quién le había llamado. Era Luke.

«Mierda. Seguro que mi madre ha llamado a casa de Clary buscándome», pensó, incorporándose. Tenía la cabeza confusa y adormilada, y tardó un momento en recordar que cuando se había quedado dormido, no estaba solo en su habitación.

Miró rápidamente hacia la ventana. Jace seguía allí, pero estaba dormido... Sentado, con la cabeza apoyada en el cristal de la ventana. La clara luz azul del amanecer se filtraba a través de él. Se le veía muy joven, pensó Simon. No había ni rastro de su expresión burlona, ni actitud defensiva, ni sarcasmo. Casi podía llegar a imaginarse lo que Clary veía en él.

Estaba claro que no se tomaba muy en serio sus deberes de guardaespaldas, pero eso había sido evidente desde el principio. Simon se preguntó, y no por primera vez, qué demonios pasaba entre Clary y Jace.

Volvió a sonar el teléfono. Se levantó de un brinco, salió a la sala de estar y respondió justo antes de que la llamada saltara de nuevo al buzón de voz.

—¿Luke?

—Siento despertarte, Simon. —Luke se mostró indefectiblemente educado, como siempre.

—Estaba despierto de todos modos —dijo Simon mintiendo.

—Necesito quedar contigo. Nos vemos en Washington Square Park en media hora —dijo Luke—. Junto a la fuente.

Simon se alarmó de verdad.

—¿Va todo bien? ¿Está bien Clary?

—Está bien. No tiene que ver con ella. —Se oyó un sonido de fondo. Simon se imaginó que Luke estaba poniendo en marcha su furgoneta—. Nos vemos en el parque. Y ven solo.

Colgó.

El sonido de la furgoneta de Luke abandonando el camino de acceso a la casa despertó a Clary de sus inquietantes sueños. Se sentó con una mueca de dolor. La cadena que llevaba colgada al cuello se le había enredado con el pelo y se la pasó por la cabeza, liberándola con cuidado de aquel enredo.

Dejó caer el anillo en la palma de su mano, y la cadena lo siguió, arremolinándose a su alrededor. Fue como si el pequeño aro de plata, con su motivo decorativo de estrellas, le guiñara el ojo con mofa. Recordó el día que Jace se lo había dado, envuelto en la nota que había dejado cuando partió en busca de Jonathan. «A pesar de todo, no soporto la idea de que este anillo se pierda para siempre, igual que no soporto la idea de abandonarte para siempre.»

De aquello hacía casi dos meses. Estaba segura de que él la amaba, tan segura que ni la reina de la corte de seelie había sido capaz de tentarla. ¿Cómo podía querer otra cosa, teniendo a Jace?

Aunque tal vez tener por completo a alguien fuera imposible. Tal vez, por mucho que ames a una persona, ésta puede deslizarse entre tus dedos como el agua sin que tú puedas evitarlo. Entendía por qué la gente hablaba de corazones «rotos»; en aquel momento, tenía la sensación de que el suyo estaba hecho de cristal rajado y que sus fragmentos eran como diminutos cuchillos que se clavaban en su pecho al respirar. «Imagínate tu vida sin él», le había dicho la reina seelie...

Sonó el teléfono, y por un instante Clary se sintió aliviada al pensar que algo, lo que fuera, interrumpía momentáneamente su desgracia. Pero luego pensó: «Jace». A lo mejor no podía contactar con ella a través del móvil y por eso la llamaba a casa. Dejó el anillo en la mesita y descolgó el auricular. Estaba a punto de decir algo, cuando se dio cuenta de que su madre ya había respondido al teléfono.

—¿Diga? —La voz de su madre sonaba ansiosa, y sorprendentemente despierta para ser tan temprano.

La voz que respondió era desconocida, con un débil acento.

—Soy Catarina, del hospital Beth Israel. Quería hablar con Jocelyn.

Clary se quedó helada. ¿El hospital? ¿Habría pasado alguna cosa, tal vez a Luke? Había arrancado a una velocidad de vértigo...

—Soy Jocelyn. —Su madre no parecía asustada, sino más bien como si hubiera estado esperando la llamada—. Gracias por devolverme tan pronto la llamada.

—No hay de qué. Me he alegrado mucho de saber de ti. No es muy frecuente que la gente se recupere de un maleficio como el que tú sufriste. —Claro, pensó Clary. Su madre había sido ingresada en estado de coma en el Beth Israel como consecuencia de la pócima que había ingerido para impedir que Valentine la interrogara—. Y cualquier amiga de Magnus Bane es también amiga mía.

Jocelyn habló entonces en un tono tenso:

—¿Has comprendido lo que decía en mi mensaje? ¿Sabes por qué te llamaba?

—Querías información sobre el niño —dijo la mujer del otro lado de la línea. Clary sabía que debería colgar, pero no podía hacerlo. ¿Qué niño? ¿Qué pasaba allí?—. El que abandonaron.

La voz de Jocelyn sonó entrecortada:

—S-sí. Pensé que...

—Siento comunicártelo, pero ha muerto. Murió anoche.

Jocelyn se quedó un instante en silencio. Clary percibió la conmoción de su madre al otro lado del teléfono.

—¿Muerto? ¿Cómo?

—No lo entiendo muy bien ni yo misma. El sacerdote vino anoche para bautizar al pequeño y...

—Oh, Dios mío. —A Jocelyn le temblaba la voz—. ¿Puedo... podría, por favor, ir a ver el cuerpo?

Se produjo un prolongado silencio. Al final, dijo la enfermera:

—No estoy segura. El cuerpo está ya en la morgue, esperando el traslado a las dependencias del forense.

—Catarina, creo que sé lo que le sucedió al niño. —Jocelyn habló casi sin aliento—. Y de poder confirmarlo, tal vez podría evitar un nuevo caso.

—Jocelyn...

—Llego en seguida —dijo la madre de Clary, y colgó el teléfono. Clary se quedó mirando el auricular con ojos vidriosos antes de colgar también. Se levantó, se cepilló el pelo, se puso unos vaqueros y un jersey y salió de su habitación justo a tiempo de pillar a su madre en el salón, garabateando una nota en la libretita que había junto al teléfono. Levantó la vista al ver entrar a Clary y adoptó una expresión de culpabilidad.

—Me iba corriendo —dijo—. Han salido algunos temas de última hora relacionados con la boda y...

—No te molestes en mentirme —dijo Clary sin más preámbulos—. He estado escuchando por el teléfono y sé exactamente adónde vas.

Jocelyn se quedó blanca. Dejó poco a poco el bolígrafo sobre la mesa.

—Clary...

—Tienes que dejar de intentar protegerme —dijo Clary—. Estoy segura de que tampoco le mencionaste nada a Luke sobre tu llamada al hospital.

Jocelyn se echó el pelo hacia atrás con nerviosismo.

—Me pareció injusto de cara a él. Con la boda al caer y todo...

—Sí. La boda. Tienes una boda. ¿Y por qué? Porque vosotros os casáis. ¿No crees que ya va siendo hora de que empieces a confiar en Luke? ¿Y a confiar en mí?

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