Ciudad de los ángeles caídos (13 page)

BOOK: Ciudad de los ángeles caídos
5.89Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Nos vemos, chico. —Maia se enderezó, le alborotó un poco el pelo a Simon y se marchó. Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Clary taladró a Simon con la mirada.

—Debes solucionar tu vida amorosa antes del sábado —dijo—. Hablo en serio, Simon. Si no se lo dices tú a ellas, lo haré yo.

Luke los miró con perplejidad.

—¿Decirle a quién qué?

Clary movió la cabeza en dirección a Simon.

—Estás jugando con fuego, Lewis. —Y después de esa declaración, dio media vuelta y echó a andar, levantándose la falda de seda. A Simon le hizo gracia ver que debajo del vestido seguía con sus zapatillas deportivas de color verde.

—Es evidente—dijo Luke— que aquí pasa algo de lo que no estoy al corriente.

Simon lo miró.

—A veces pienso que es el lema de mi vida.

Luke enarcó las cejas.

—¿Ha pasado algo?

Simon se quedó dudando. No podía contarle a Luke los detalles de su vida amorosa, pues Luke y Maia pertenecían a la misma manada y los integrantes de las manadas de seres lobo guardaban entre ellos una fidelidad mayor aún que la de los miembros de las bandas callejeras. Sería poner a Luke en una posición muy incómoda. Aunque la verdad era que Luke podía ser también un recurso. Como líder de la manada de lobos de Manhattan tenía acceso a todo tipo de información y conocía a la perfección la política de los subterráneos.

—¿Has oído hablar de una vampira llamada Camille?

Luke emitió un prolongado silbido.

—Sé quién es. Lo que me sorprende es que tú lo sepas también.

—Es la jefa del clan de los vampiros de Nueva York. Algo sé sobre ellos —dijo Simon, con cierta rigidez.

—No lo sabía. Creía que querías vivir como un humano en la medida de lo posible. —La voz de Luke no traslucía enjuiciamiento, sólo curiosidad—. Cuando el anterior líder me pasó el mando de la manada de la ciudad, Camille había delegado en Raphael. No creo que nadie supiera exactamente adónde se marchó después. Pero me parece que es más bien una leyenda. Una vampira extraordinariamente antigua, por lo que tengo entendido. Famosa por su crueldad y su ingenio. Podría darle incluso un buen baño a la comunidad de las hadas.

—¿La has visto alguna vez?

Luke negó con la cabeza.

—Creo que no. ¿A qué viene tanta curiosidad?

—Raphael la mencionó —respondió Simon con cierta vaguedad.

Luke arrugó la frente.

—¿Has visto a Raphael últimamente?

Pero antes de que a Simon le diera tiempo a responder, sonó de nuevo la campanilla de la puerta y, para sorpresa de Simon, apareció Jace. Clary no había mencionado que fuera a acudir allí.

De hecho, se dio cuenta entonces, Clary no había mencionado mucho a Jace en los últimos tiempos.

Jace miró a Luke primero, y a continuación a Simon. Dio la impresión de que le sorprendía un poco encontrarlos allí, aunque no era fácil asegurarlo. Pese a que Simon se imaginaba que cuando estaba a solas con Clary Jace le ofrecía una gama completa de expresiones faciales, la cara que ponía siempre que estaba con gente era de una inexpresividad terrible.

—Parece —le había comentado en una ocasión a Isabelle— como si estuviera pensando alguna cosa, pero que si fueras a preguntarle qué, te atizaría un puñetazo en la cara.

—Pues no le preguntes —le había dicho Isabelle, como si pensara que Simon decía una ridiculez—. Nadie ha dicho que tengáis que ser amigos.

—¿Está Clary por aquí? —preguntó Jace, cerrando la puerta. Se le veía cansado. Tenía ojeras y, a pesar de que el aire de otoño era fresco, ni siquiera se había molestado en ponerse una chaqueta. El frío ya no afectaba a Simon, pero ver a Jace con sus vaqueros y una camiseta térmica le produjo casi un escalofrío.

—Está ayudando a Jocelyn —le explicó Luke—. Pero puedes esperar aquí con nosotros.

Jace observó inquieto las paredes cargadas de velos, abanicos, tiaras y colas de vestidos de novia con perlas cultivadas incrustadas.

—Todo es... tan blanco.

—Pues claro que es blanco —dijo Simon—. Son cosas para bodas.

—Para los cazadores de sombras, el blanco es el color de los funerales —explicó Luke—. Pero para los mundanos, Jace, es el color de las bodas. Las novias visten de blanco para simbolizar su pureza.

—Creía que Jocelyn había dicho que su vestido no sería blanco —apuntó Simon.

—Bueno —dijo Jace—, supongo que eso ya es agua pasada.

Luke se atragantó con el café. Pero antes de que pudiera decir —o hacer— nada, Clary apareció de nuevo. Se había recogido el pelo con unos pasadores de brillantitos, dejando algunos rizos sueltos alrededor de su rostro.

—No sé —estaba diciendo mientras se acercaba a ellos—. Karyn se ha ocupado de mí y me ha arreglado el pelo, pero no tengo muy claro lo de estos pasadores...

Se interrumpió en cuanto vio a Jace. Su expresión dejó claro que tampoco ella lo esperaba. Abrió la boca, sorprendida, pero no dijo nada. Jace, por su lado, se había quedado mirándola, y por una vez en su vida Simon fue capaz de leer como un libro abierto la expresión de la cara de Jace. Era como si el mundo entero hubiera desaparecido, excepto Clary y él; la miraba con un anhelo y un deseo tan descarado que incluso incomodó a Simon, que tenía la sensación de haber interrumpido un momento de intimidad entre ellos.

Jace tosió para aclararse la garganta.

—Estás preciosa.

—Jace. —Clary estaba perpleja—. ¿Va todo bien? Tenía entendido que no podías venir debido a la reunión del Cónclave.

—Es verdad —dijo Luke—. Me he enterado de lo del cuerpo del cazador de sombras que encontraron en el parque. ¿Hay alguna novedad?

Jace negó con la cabeza, sin dejar de mirar a Clary.

—No. No es miembro del Cónclave de Nueva York, pero está todavía pendiente de identificación. De hecho, no han identificado ninguno de los cuerpos. Los Hermanos Silenciosos están ahora examinándolos.

—Eso está bien. Los Hermanos averiguarán quiénes son —dijo Luke.

Jace no contestó nada. Seguía mirando a Clary, y era una mirada extrañísima, pensó Simon, la mirada que dedicarías al ser amado que nunca, jamás, podría llegar a ser tuyo. Se imaginaba que Jace pudo sentirse en su día así respecto a Clary, pero ¿ahora?

—¿Jace? —dijo Clary, avanzando un paso hacia él.

Jace apartó la mirada.

—La chaqueta que te presté ayer en el parque —dijo él—. ¿La tienes aún?

Más perpleja si cabe, Clary señaló en dirección al respaldo de la silla donde estaba colgada la prenda en cuestión, una chaqueta de ante marrón de lo más normal.

—Está allí. Pensaba llevártela después de...

—De acuerdo —dijo Jace, cogiéndola e introduciendo rápidamente los brazos en las mangas, como si de repente tuviera prisa—, ya no tendrás que hacerlo.

—Jace —dijo Luke, con su característico tono de voz sosegado—, después iremos a cenar a Park Slope. Nos encantaría que nos acompañaras.

—No puedo —replicó Jace, subiéndose la cremallera—. Esta tarde tengo entrenamiento. Será mejor que vaya tirando.

—¿Entrenamiento? —repitió Clary—. Pero si ya entrenamos ayer.

—Hay quien tiene que entrenar a diario, Clary. —Jace no lo dijo enfadado, pero sí con cierta dureza, y Clary se sonrojó—. Nos vemos luego —añadió sin mirarla y se encaminó casi corriendo hacia la puerta.

Cuando se cerró a sus espaldas, Clary se arrancó enfadada los pasadores del pelo, que cayó en suaves ondas sobre sus hombros.

—Clary —dijo Luke cariñosamente. Se levantó—. Pero ¿qué haces?

—Mi pelo. —Se arrancó el último pasador, con fuerza. Tenía los ojos brillantes y Simon adivinó que estaba haciendo esfuerzos por no llorar—. No quiero llevarlo así. Parezco una niña tonta.

—No, en absoluto. —Luke le cogió los pasadores y los depositó sobre una de las mesitas auxiliares blancas—. Mira, las bodas ponen nerviosos a los hombres. No le des importancia.

—De acuerdo. —Clary intentó sonreír. A punto estuvo de conseguirlo, pero Simon sabía que no creía lo que acababa de decirle Luke. Y no la culpaba por ello. Después de la mirada que acababa de ver en la cara de Jace, Simon tampoco le creería.

A lo lejos, la iluminación del restaurante de la Quinta Avenida recordaba una estrella destacando sobre los matices azulados del crepúsculo. Simon caminaba por la avenida al lado de Clary; Jocelyn y Luke iban unos pasos por delante de ellos. Olvidado ya el vestido, Clary volvía a ir con sus habituales pantalones vaqueros y se había abrigado con una gruesa bufanda blanca. De vez en cuando, se llevaba la mano al cuello para juguetear con el anillo que llevaba colgado de la cadenita, un gesto nervioso del que, como Simon sabía, ni siquiera era consciente.

A la salida de la tienda, Simon le había preguntado qué le pasaba a Jace, pero ella no le había respondido. Había eludido el tema y le había empezado a formular preguntas, sobre cómo estaba, sobre si había hablado ya con su madre y sobre cómo llevaba lo de estar instalado en el garaje de Eric. Cuando le explicó que había empezado a compartir piso con Kyle, se quedó sorprendida.

—Pero si apenas lo conoces —dijo—. Podría ser un asesino en serie.

—Eso mismo pensé yo. Inspeccioné todo el apartamento, y si tiene por algún lado un depósito lleno de armas, no lo he visto aún. De todas maneras, me parece un tipo bastante sincero.

—¿Y cómo es el apartamento?

—Está muy bien para estar en Alphabet City. Tendrías que pasarte luego a verlo.

—Esta noche no —dijo Clary, un poco ausente. Volvía a juguetear con el anillo—. ¿Qué te parece mañana?

«¿Vas a ir a ver a Jace?», pensó Simon, pero no insistió en el tema. Si Clary no quería hablar al respecto, no pensaba obligarla.

—Ya hemos llegado. —Le abrió la puerta del restaurante y les sorprendió una oleada de cálido aroma a
souvlaki
.

Encontraron sitio en un reservado junto a una de las pantallas planas de televisión que llenaban las paredes. Se apretujaron en él mientras Jocelyn y Luke charlaban animados y sin parar sobre sus planes de boda. Al parecer, los miembros de la manada de Luke se habían sentido insultados por no haber sido invitados a la ceremonia —aun teniendo en cuenta que la lista de invitados era minúscula— e insistían en llevar a cabo su propia celebración en una fábrica reconvertida de Queens. Clary escuchaba, sin decir nada; llegó la camarera y les entregó unas cartas forradas con un plástico tan duro que podrían servir perfectamente a modo de armas. Simon dejó la suya sobre la mesa y miró por la ventana. En la acera de enfrente había un gimnasio y a través del cristal se veía a la gente haciendo ejercicio en el interior, en las cintas de correr, con los brazos balanceándose de un lado a otro y los cascos pegados a las orejas. «Tanto correr para no llegar a ningún lado —pensó—. La historia de mi vida.»

Intentó alejar sus pensamientos de aquellos rincones oscuros y casi lo consiguió. Estaba ante una de las escenas más frecuentes de su vida: un rincón tranquilo en un restaurante, él con Clary y su familia. Luke siempre había sido como de la familia, incluso antes de estar a punto de casarse con la madre de Clary. Simon tendría que haberse sentido como en casa. Intentó forzar una sonrisa, cuando se dio cuenta de que la madre de Clary acababa de preguntarle algo y él ni la había oído. Los sentados a la mesa lo miraban con expectación.

—Lo siento —dijo—. No... ¿Qué has dicho?

Jocelyn esbozó una paciente sonrisa.

—Clary me ha contado que tenéis un nuevo miembro en el grupo.

Simon sabía que se lo preguntaba por simple educación. Educación tal y como la entendían los padres cuando fingían tomarse en serio las aficiones de sus hijos. Con todo y con eso, la madre de Clary había asistido a alguna de sus actuaciones, aunque fuera sólo para llenar un poco el local. Se preocupaba por él; siempre lo había hecho. En los escondrijos más oscuros y recónditos de su mente, Simon sospechaba que Jocelyn siempre había comprendido sus sentimientos hacia Clary y se preguntó si no habría preferido que su hija se hubiese decantado por otro, por alguien a quien pudiera controlar. Sabía que Jace no era del todo de su agrado. Quedaba patente incluso en su manera de pronunciar su nombre.

—Sí —dijo—. Kyle. Es un tipo un poco raro, pero superagradable. —Invitado por Luke a ampliar el asunto de las rarezas de Kyle, Simon les explicó cosas sobre el apartamento de Kyle, obviando el detalle de que ahora era también su apartamento, sobre su trabajo como mensajero en bicicleta y sobre la gracia que le había hecho descubrir que en el buzón de correos de su casa sólo ponía «Kyle», sin apellido, como si fuera tan famoso como Cher o Madonna—. Y cultiva plantas raras en el balcón —añadió—. No es maría... lo he comprobado. Son unas plantas con hojas plateadas...

Luke frunció el ceño, pero antes de que le diera tiempo a decir nada, reapareció la camarera con una enorme cafetera plateada. Era joven, con el cabello decolorado recogido en dos trenzas. Cuando se inclinó para llenar la taza de Simon, una de las trenzas le rozó a él el brazo. Olió su sudor, y por debajo, su sangre. Sangre humana, el aroma más dulce del mundo. Sintió una tensión en el estómago que empezaba a resultarle familiar. Y una sensación gélida se apoderó de él. Estaba hambriento y lo único que tenía en casa de Kyle era sangre a temperatura ambiente que ya empezaba a separarse del plasma, una perspectiva nauseabunda, incluso para un vampiro.

«Nunca te has alimentado de un humano, ¿verdad? Lo harás. Y en cuanto lo hagas, ya no podrás olvidarlo.»

Cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, la camarera se había ido y Clary lo miraba con curiosidad desde el otro lado de la mesa.

—¿Va todo bien?

—Sí. —Cogió la taza de café. Temblaba. Por encima de ellos, la televisión seguía emitiendo el noticiario de la noche.

—Qué asco —dijo Clary, mirando la pantalla—. ¿Lo estáis oyendo?

Simon siguió su mirada. El reportero mostraba la expresión que los reporteros solían mostrar cuando informaban sobre algo especialmente lúgubre.

«Esta mañana ha sido encontrado un bebé abandonado en un callejón adjunto al hospital Beth Israel —decía—. Se trata de un recién nacido de raza blanca, sano y de tres kilos de peso. Fue descubierto atado a una sillita de bebé para coche detrás de un contenedor de basura —continuó el reportero—. Lo más perturbador del caso es la nota escrita a mano que ha sido hallada debajo de la mantita que cubría al niño suplicando a las autoridades hospitalarias que le realizaran la eutanasia al pequeño porque “no tengo fuerzas para hacerlo yo misma”. La policía informa de que es probable que la madre del bebé sea una vagabunda o una mujer mentalmente perturbada y afirma disponer ya de “pistas prometedoras”. Se ruega a quien pueda tener información sobre el bebé, se dirija al teléfono de urgencias de la policía...»

BOOK: Ciudad de los ángeles caídos
5.89Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Consumed by David Cronenberg
33 Snowfish by Adam Rapp
Sons of Angels by Rachel Green
The Viceroy's Daughters by Anne de Courcy
The Poison Oracle by Peter Dickinson
Season For Desire by Theresa Romain