Ciudad de los ángeles caídos (17 page)

BOOK: Ciudad de los ángeles caídos
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—No —dijo Simon—. ¿Por qué siempre andas tratando de que te maten?

—Es mi trabajo.

—Es un riesgo implícito en tu trabajo. O lo es al menos para la mayoría de los cazadores de sombras. Pero para ti es como si fuera el objetivo.

Jace hizo un gesto de indiferencia.

—Mi padre siempre decía... —Se interrumpió; su expresión se endureció—. Lo siento, quería decir Valentine. Por el Ángel. Cada vez que me refiero a él de este modo, tengo la sensación de estar traicionando a mi verdadero padre.

Simon, muy a pesar suyo, sintió lástima de Jace.

—Veamos, ¿durante cuánto tiempo has creído que era tu padre? ¿Dieciséis años? Eso no desaparece en un día. Y tienes que tener en cuenta que nunca conociste al que fue tu verdadero padre. Que además está muerto. Por lo tanto, no lo traicionas para nada. Considérate, simplemente, como alguien que durante un tiempo ha tenido dos padres.

—No se pueden tener dos padres.

—Claro que sí —dijo Simon—. ¿Quién dice que no se pueda? Te compraremos un libro de esos que venden para los niños.
Timmy tiene dos papás
. Aunque no creo que tengan ninguno titulado
Timmy tiene dos papás y uno de ellos era malo
. Esa parte tendrás que solucionarla tú solito.

Jace puso los ojos en blanco.

—Fascinante —dijo—. Conoces las palabras, sabes que están todas en inglés, pero cuando las unes para que formen frases, no tienen ningún sentido. —Tiró ligeramente de la cortina de la ventana—. No pretendía que lo entendieras.

—Mi padre está muerto —dijo Simon.

Jace se volvió hacia él.

—¿Qué?

—Ya me imaginaba que no lo sabías —dijo Simon—. Y sé que no ibas a preguntármelo, igual que también sé que no estás especialmente interesado en nada que tenga que ver conmigo. Pero sí. Mi padre está muerto. Ya ves, tenemos algo en común. —Agotado de repente, se recostó en el sofá. Se sentía enfermo, mareado y cansado, un agotamiento profundo que le calaba en los huesos. Jace, por otro lado, parecía poseído por una energía inagotable que a Simon le resultaba un poco inquietante. Tampoco le había resultado fácil verle comer aquella sopa de tomate. Le recordaba demasiado a la sangre como para sentirse cómodo.

Jace se quedó mirándolo.

—¿Cuánto tiempo hace que tú no... comes? Tienes mal aspecto.

Simon suspiró. No tenía otra opción, después de insistir tanto en que Jace comiera algo.

—Espera —dijo—. En seguida vuelvo.

Se levantó del sofá, entró en su habitación y cogió la última botella de sangre que le quedaba y que guardaba bajo la cama. Intentó no mirarla... la sangre separada del plasma daba asco. Agitó con fuerza la botella mientras volvía a la sala, donde Jace seguía mirando por la ventana.

Apoyado en la encimera de la cocina, Simon le quitó el tapón a la botella de sangre y le dio un trago. En condiciones normales, nunca bebía esa cosa delante de la gente, pero en ese caso se trataba de Jace, y le daba absolutamente igual lo que Jace opinara. Además, Jace ya le había visto beber sangre en otras ocasiones. Por suerte, Kyle no estaba en casa. Habría sido complicado explicarle aquello a su nuevo compañero de piso. A nadie le hacía gracia un tipo que guardaba sangre en la nevera.

En aquel momento lo miraban dos Jace: uno, el Jace de verdad; el otro, su reflejo en el cristal de la ventana.

—No puedes saltarte comidas, ¿lo sabías?

Simon se encogió de hombros.

—Ya estoy comiendo.

—Sí —dijo Jace—, pero eres un vampiro. Para ti, la sangre no es como comida. La sangre es... sangre.

—Muy ilustrativo. —Simon se dejó caer en el sillón que había delante del televisor; aunque en su día debió de estar tapizado con un terciopelo dorado claro, el tejido había acabado adquiriendo un sucio tono grisáceo—. ¿Sueles tener más pensamientos profundos de este estilo? ¿La sangre es sangre? ¿Una tostadora es una tostadora? ¿Un Cubo Gelatinoso es un Cubo Gelatinoso?

Jace hizo un gesto de indiferencia.

—Está bien. Ignora mi consejo. Ya te arrepentirás de ello.

Pero antes de que Simon pudiera replicar, oyó que se abría la puerta de entrada. Fulminó a Jace con la mirada.

—Es mi compañero de piso, Kyle. Compórtate.

Jace le lanzó una sonrisa encantadora.

—Yo siempre me comporto.

Simon no tuvo oportunidad de responderle como le habría gustado, pues un segundo después, Kyle entraba en la sala de estar, entusiasmado y lleno de energía.

—Tío, hoy he estado dando vueltas por toda la ciudad —dijo—. Casi me pierdo, pero ya sabes lo que dicen. Bronx arriba, Battery abajo... —Miró a Jace, dándose cuenta con retraso de que había alguien más allí—. Oh, hola. No sabía que estabas con un amigo. —Le tendió la mano—. Me llamo Kyle.

Jace no respondió de igual manera. Sorprendiendo a Simon, Jace se había quedado completamente rígido, con los ojos amarillo claro entrecerrándose, y el cuerpo entero exhibiendo aquel estado de vigilia de los cazadores de sombras que conseguía transformarlo de un adolescente normal en algo completamente distinto.

—Interesante —dijo—. ¿Sabes? Simon no me había mencionado que su nuevo compañero de piso fuera un hombre lobo.

Clary y Luke realizaron en silencio el viaje de regreso a Brooklyn en coche. Clary miraba por la ventanilla y veía Chinatown pasar de largo, y después el puente de Williamsburg alumbrado como una cadena de diamantes destacando sobre el cielo nocturno. A lo lejos, por encima de las aguas negras del río, se veía Renwick’s, iluminado como siempre. Daba la impresión de estar de nuevo en ruinas, ventanas oscuras y vacías como los huecos de los ojos en una calavera. La voz del cazador de sombras muerto susurraba en su cabeza:

«El dolor... Haz que pare el dolor».

Se estremeció y tiró de la chaqueta que llevaba sobre los hombros para cubrirse un poco más. Luke la miró de reojo, pero no dijo nada. No fue hasta que detuvo el vehículo delante de su casa y apagó el motor, que se volvió hacia ella y le dijo:

—Clary. Lo que acabas de hacer...

—Ha estado mal —dijo ella—. Sé que ha estado mal. Yo también estaba allí. —Se restregó la cara con la manga de la chaqueta—. Adelante, échame la bronca.

Luke miró por la ventanilla.

—No pienso echarte ninguna bronca. No sabías lo que iba a pasar. Joder, yo también creía que funcionaría. No te habría acompañado de no haberlo creído.

Clary sabía que aquellas palabras deberían hacerle sentirse mejor, pero no fue así.

—Si no le hubieses echado ácido a la runa...

—Pero lo hice.

—Ni siquiera sabía que podía hacerse. Destruir una runa de ese modo.

—Si consigues desfigurarla lo suficiente, puedes llegar a minimizar o destruir su poder. A veces, en el transcurso de una batalla, el enemigo intenta quemar o rebanar la piel del cazador de sombras para privarle del poder de sus runas —dijo Luke, sin prestar mucha atención a sus propias palabras.

Clary notó que le temblaban los labios y cerró la boca con fuerza para detener el temblor. A veces olvidaba los aspectos más angustiosos de la vida del cazador de sombras: «Esta vida de cicatrices y muerte», como Hodge había dicho en una ocasión.

—No volveré a hacerlo —dijo.

—¿Qué es lo que no volverás a hacer? ¿Crear esa runa en particular? No me cabe la menor duda de que no volverás a hacerlo, pero no estoy seguro de que eso solucione el problema. —Luke tamborileó con los dedos sobre el volante—. Posees un talento, Clary. Un talento enorme. Pero no tienes la menor idea de lo que ese talento significa. Careces por completo de formación. No sabes apenas nada sobre la historia de las runas, ni sobre lo que han significado para los nefilim a lo largo de los siglos. Eres incapaz de diferenciar una runa concebida para el bien de otra concebida para el mal.

—Pues bien contento que estabas por dejarme utilizar mi poder cuando creé la runa de alianza —dijo ella enfadada—. Entonces no me dijiste que no creara runas.

—No estoy diciéndote que no puedas utilizar tu poder. De hecho, creo que el problema es más bien que rara vez lo empleas. No se trata tampoco de que uses tu poder para cambiarte el color del esmalte de uñas o para que llegue el metro cuando a ti te convenga. Hay que utilizarlo tan sólo en estos ocasionales momentos de vida o muerte.

—Las runas sólo vienen a mí en esos momentos.

—A lo mejor es así porque nadie te ha enseñado aún cómo funciona tu poder. Piensa en Magnus: su poder es una parte más de él. Tú ves el tuyo como algo ajeno a ti. Como algo que te sucede. Pero no es así. Es una herramienta y tienes que aprender a utilizarla.

—Jace me dijo que Maryse quiere contratar a un experto en runas para que trabaje conmigo, pero parece que todavía no lo ha encontrado.

—Sí —dijo Luke—. Me imagino que Maryse tiene otras cosas en la cabeza. —Sacó la llave del contacto y permaneció un momento en silencio—. Perder un hijo del modo en que perdió a Max... —dijo—. Me cuesta imaginármelo. Tendría que perdonar su conducta. Si a ti te pasara algo, yo...

Se interrumpió.

—Tengo ganas de que Robert regrese ya de Idris —dijo Clary—. No entiendo por qué tiene que pasar todo este trago ella sola. Debe de ser horrible.

—Muchos matrimonios se rompen después de la muerte de un hijo. La pareja no puede evitar echarse la culpa de lo sucedido, o echarle la culpa a uno de los dos. Me imagino que la ausencia de Robert se debe precisamente a que necesita espacio, o a que Maryse lo necesita.

—Pero ellos se quieren —dijo Clary, atónita—. ¿No es eso el amor? ¿Estar allí para apoyar a tu pareja, pase lo que pase?

Luke miró en dirección al río, a las aguas oscuras que avanzaban lentamente bajo la luz de la luna otoñal.

—A veces, Clary —dijo—, el amor no es suficiente.

7

PRAETOR LUPUS

La botella se deslizó entre las manos de Simon y cayó al suelo, haciéndose añicos y proyectando fragmentos en todas direcciones.

—¿Que Kyle es un hombre lobo?

—Por supuesto que es un hombre lobo, retrasado —dijo Jace. Miró entonces a Kyle—. ¿No es cierto?

Kyle no dijo nada. La expresión jovial y relajada se había esfumado de su rostro. Sus ojos verdes parecían duros y planos como el cristal.

—¿Quién me lo pregunta?

Jace se apartó de la ventana. No había nada abiertamente hostil en su conducta, pero su imagen daba a entender una clara amenaza. Tenía los brazos colgando en sus costados, pero Simon recordó otras ocasiones en las que había vista a Jace entrar de manera explosiva en acción sin que sucediera aparentemente nada entre pensamiento y respuesta.

—Jace Lightwood —respondió—. Del Instituto Lightwood. ¿A qué manada has prestado juramento?

—¡Dios! —exclamó Kyle—. ¿Eres un cazador de sombras? —Miró a Simon—. Aquella pelirroja tan mona que estaba contigo en el garaje... también es cazadora de sombras, ¿verdad?

Simon, completamente desprevenido, asintió con la cabeza.

—Hay quien piensa que los cazadores de sombras no son más que un mito. Como las momias y los genios —dijo Kyle, sonriéndole a Jace—. ¿Puedes conceder deseos?

El hecho de que Kyle acabara de calificar de «mona» a Clary no sirvió precisamente para que se granjeara la simpatía de Jace, cuyo rostro se había tensado de manera alarmante.

—Eso depende —dijo—. ¿Deseas un puñetazo en la cara?

—Tranquilo, tranquilo —dijo Kyle—. Y yo que pensaba que últimamente estabais superentusiasmados por los Acuerdos...

—Los Acuerdos implican a vampiros y licántropos con alianzas claras —lo interrumpió Jace—. Dime a qué manada has prestado juramento o, de lo contrario, tendré que asumir que eres un mal bicho.

—De acuerdo, ya basta —dijo Simon—. Vosotros dos, dejad ya de actuar como si estuvierais a punto de pegaros. —Miró a Kyle—. Tendrías que haberme dicho que eras un hombre lobo.

—Vaya, no me había percatado de que tú me hayas contado que eres un vampiro. Tal vez pensara que no era asunto tuyo.

Simon experimentó una sacudida de pura sorpresa.

—¿Qué? —Bajó la vista hacia los cristales rotos y la sangre esparcida en el suelo—. Yo no... no...

—No te molestes —dijo Jace, sin alterarse—. Puede intuir que eres un vampiro. Igual que tú podrás intuir a los hombres lobo y a otros subterráneos cuando tengas un poco más de práctica. Lo sabe desde que te conoció. ¿Me equivoco? —Miró a Kyle, fijando la vista en sus gélidos ojos verdes. Kyle no dijo nada—. Y, por cierto, lo que cultiva en el balcón... es uva lupina. Ahora ya lo sabes.

Simon se cruzó de brazos y miró a Kyle.

—¿Qué demonios es todo esto? ¿Algún tipo de emboscada? ¿Por qué me pediste que viniera a vivir contigo? Los hombres lobo odian a los vampiros.

—Yo no —dijo Kyle—. Aunque a los de su especie no les tengo mucho cariño. —Señaló a Jace—. Se creen mejores que todos los demás.

—No —dijo Jace—. Yo me creo mejor que todos los demás. Una opinión respaldada por evidencias suficientes.

Kyle miró a Simon.

—¿Habla siempre así?

—Sí.

—¿Existe alguna cosa capaz de cerrarle la boca? Aparte de mandarlo a la mierda de una paliza, claro está.

Jace se apartó de la ventana.

—Me encantaría que lo intentaras.

Simon se interpuso entre ellos.

—No pienso permitir que os peléis.

—¿Y qué piensas hacer si...? Oh. —La mirada de Jace se fijó en la frente de Simon y sonrió a regañadientes—. ¿De modo que me amenazas con convertirme en algo que poder echarles a las palomitas si no hago lo que me ordenas?

Kyle estaba perplejo.

—¿Qué dices...?

—Simplemente pienso que vosotros dos deberíais hablar —lo interrumpió Simon—. Kyle es un hombre lobo. Yo soy un vampiro. Y tú tampoco puede decirse que seas exactamente el vecinito de al lado —añadió, dirigiéndose a Jace—. Propongo comprender qué sucede y continuar a partir de ahí.

—Tu idiotez no conoce límites —dijo Jace, pero se sentó en el alféizar de la ventana y se cruzó de brazos. Kyle tomó también asiento, en el sofá. No paraban de mirarse. Pero permanecían quietos, pensó Simon. Todo un avance.

—Muy bien —dijo Kyle—. Soy un hombre lobo que no forma parte de ninguna manada, pero tengo una alianza. ¿Habéis oído hablar del
Praetor Lupus
?

—He oído hablar del lupus —dijo Simon—. ¿No es una enfermedad de algún tipo?

Jace le lanzó una mirada fulminante.

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