Tuerce el labio al decir «novio».
—Sí. Vivimos juntos.
Es una verdad a medias. Bueno, en este momento sí es cierto, así que no es más que una mentira inocente. Espero que con eso baste para disuadirle.
—¿Se molestaría si fueras conmigo a tomar una copa rápida esta noche? Para celebrar todo el trabajo que has hecho.
—Tengo un amigo que vuelve a la ciudad esta noche, y saldremos todos a cenar.
Y estaré ocupada todas las noches, Jack.
—Ya veo. —Suspira, exasperado—. ¿Quizá cuando vuelva de Nueva York, entonces?
Levanta las cejas, expectante, y se le enturbia la mirada de forma sugerente.
Oh, no… Esbozo una sonrisa evasiva y reprimo un estremecimiento.
—¿Te apetece un café o un té? —pregunto.
—Café, por favor —dice en voz baja y ronca, como si estuviera pidiendo otra cosa.
Maldita sea. Ahora me doy cuenta de que no piensa rendirse. Oh… ¿qué hago?
Cuando salgo de su despacho respiro hondo, ya mucho más tranquila. Jack me pone muy tensa. Christian no se equivoca con él, y en parte me molesta que tenga razón.
Me siento a mi mesa y suena mi BlackBerry: un número que no reconozco.
—Ana Steele.
—¡Hola, Steele!
El alegre tono de Ethan me coge momentáneamente desprevenida.
—¡Ethan! —casi grito de alegría—. ¿Cómo estás?
—Encantado de haber vuelto. Estaba francamente harto de sol y de ponches de ron, y de mi hermana pequeña perdidamente enamorada de ese tipo tan importante. Ha sido infernal, Ana.
—¡Ya! Mar, arena, sol y ponches de ron recuerda mucho al «Infierno» de Dante —contesto entre risas—. ¿Dónde estás?
—En el aeropuerto, esperando a que salga mi maleta. ¿Qué estás haciendo tú?
—Estoy en el trabajo. Sí, tengo un trabajo remunerado —replico ante su exclamación de asombro—. ¿Quieres venir a buscar las llaves? Luego podemos vernos en el apartamento.
—Me parece estupendo. Nos vemos dentro de cuarenta y cinco minutos, una hora como mucho. ¿Me das la dirección?
Le doy la dirección de SIP.
—Nos vemos ahora, Ethan.
—Hasta luego, nena —dice, y cuelga.
¿Qué? ¿Ethan también? ¡No! Y caigo en la cuenta de que acaba de pasar una semana con Elliot. Rápidamente le escribo un correo electrónico a Christian.
De: Anastasia Steele
Fecha: 14 de junio de 2011 14:55
Para: Christian Grey
Asunto: Visitas procedentes de climas soleados
Queridísimo total y absolutamente EEE:
Ethan ha vuelto, y va a venir a buscar las llaves del apartamento.
Me gustaría mucho comprobar que está bien instalado.
¿Por qué no me recoges después del trabajo? ¿Podríamos ir al apartamento y después salir TODOS a cenar algo?
¿Invito yo?
Tuya
Ana x
Aún LS amp;I
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 14 de junio de 2011 15:05
Para: Anastasia Steele
Asunto: Cenar fuera
Apruebo tu plan. ¡Menos lo de que pagues tú!
Invito yo.
Te recogeré a las seis en punto.
x
P.D.: ¡¡¡Por qué no utilizas tu BlackBerry!!!
Christian Grey
Total y absolutamente enfadado presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 14 de junio de 2011 15:11
Para: Christian Grey
Asunto: Mandón
Bah, no seas tan rudo ni te enfades tanto.
Todo está en clave.
Nos vemos a las seis en punto.
Ana x
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Christian Grey
Fecha: 14 de junio de 2011 15:18
Para: Anastasia Steele
Asunto: Mujer exasperante
¡Rudo y enfadado!
Ya te daré yo rudo y enfadado.
Y tengo muchas ganas.
Christian Grey
Total y absolutamente más enfadado, pero sonriendo por alguna razón desconocida, presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.
De: Anastasia Steele
Fecha: 14 de junio de 2011 15:23
Para: Christian Grey
Asunto: Promesas, promesas
Adelante, señor Grey.
Yo también tengo muchas ganas.;D
Ana x
Anastasia Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
No contesta, pero tampoco espero que lo haga. Le imagino quejándose de las señales contradictorias, y al pensarlo sonrío. Fantaseo un momento sobre lo que puede hacerme, pero acabo revolviéndome en la silla. Mi subconsciente me mira con aire reprobatorio por encima de sus gafas de media luna: Sigue trabajando.
Al cabo de un momento, suena el teléfono de mi mesa. Es Claire, de recepción.
—Aquí hay un chico muy mono que viene a verte. Tenemos que salir juntas de copas algún día, Ana. Seguro que tú conoces a muchos tíos buenos —sisea a través del auricular en tono cómplice.
¡Ethan! Cojo las llaves de mi bolso, y corro al vestíbulo.
Madre mía… Cabello rubio tostado por el sol, bronceado espectacular y unos ojos almendrados que me miran resplandecientes desde el sofá de piel verde. En cuanto me ve, Ethan se pone de pie y viene hacia mí con la boca abierta.
—Uau, Ana. —Me mira con el ceño fruncido mientras se inclina para darme un abrazo.
—Estás estupendo —le digo sonriendo.
—Tú estás… vaya… diferente. Más moderna y sofisticada. ¿Qué ha pasado? ¿Te has cambiado el peinado? ¿La ropa? ¡No sé, Steele, pero estás muy atractiva!
Siento que me arden las mejillas.
—Oh, Ethan. Es solo la ropa que llevo para trabajar —le regaño medio en broma.
Claire, que nos está mirando desde su mostrador, arquea una ceja y sonríe con ironía.
—¿Qué tal por Barbados?
—Divertido.
—¿Cuándo vuelve Kate?
—Ella y Elliot vuelven el viernes. Parece que van bastante en serio —dice Ethan, alzando la mirada al cielo.
—La he echado de menos.
—¿Sí? ¿Cómo te ha ido con el magnate?
—¿El magnate? —Suelto una risita—. Bueno, está siendo interesante. Esta noche nos invita a cenar.
—Genial.
Ethan parece sinceramente encantado. ¡Uf!
—Toma. —Le entrego las llaves—. ¿Tienes la dirección?
—Sí. Hasta luego, nena. —Se agacha y me besa en la mejilla.
—¿Eso lo dice Elliot?
—Sí, por lo visto se pega.
—Pues sí. Hasta luego.
Le sonrío y él recoge la enorme bolsa que ha dejado junto al sofá verde y sale del edificio.
Cuando me doy la vuelta, Jack me está mirando desde el otro extremo del vestíbulo, con expresión inescrutable. Yo le sonrío, radiante, y me dirijo de vuelta a mi mesa, consciente en todo momento de que no me quita la vista de encima. Está empezando a crisparme los nervios. ¿Qué hago? No tengo ni idea. Tendré que esperar a que vuelva Kate. A ella se le ocurrirá algún plan. Pensar eso disipa mi inquietud, y cojo el siguiente manuscrito.
* * *
A las seis menos cinco, suena el teléfono de mi mesa. Es Christian.
—Ha llegado el malhumorado Rudo y Enfadado —dice, y sonrío.
Cincuenta sigue juguetón. La diosa que llevo dentro aplaude, feliz como una cría.
—Bien, aquí Loca por el Sexo e Insaciable. Deduzco que ya estás fuera —digo.
—Efectivamente, señorita Steele. Tengo ganas de verla —dice en tono cálido y seductor, y mi corazón empieza a brincar, frenético.
—Lo mismo digo, señor Grey. Ahora salgo.
Cuelgo.
Apago el ordenador y cojo el bolso y mi chaqueta beis.
—Me voy, Jack —le aviso.
—Muy bien, Ana. ¡Gracias por lo de hoy! Que lo pases bien.
—Tú también.
¿Por qué no puede ser así siempre? No le entiendo.
El Audi está aparcado junto al bordillo, y cuando me acerco Christian baja del coche. Se ha quitado la americana, y lleva esos pantalones grises que le sientan tan bien, mis favoritos. ¿Cómo puede ser para mí este dios griego? Y me encuentro sonriendo como una idiota ante su sonrisita tonta.
Lleva todo el día comportándose como un novio enamorado… enamorado de mí. Este hombre adorable, complejo e imperfecto está enamorado de mí, y yo de él. De pronto siento en mi interior un gran estallido de júbilo, y saboreo este fugaz momento en el que me siento capaz de conquistar el mundo.
—Señorita Steele, está usted tan fascinante como esta mañana.
Christian me atrae hacia él y me besa intensamente.
—Usted también, señor Grey.
—Vamos a buscar a tu amigo.
Me sonríe y me abre la puerta del coche.
Mientras Taylor nos lleva hacia el apartamento, Christian me habla del día que ha tenido, mucho mejor que el de ayer, por lo visto. Le miro arrobada mientras intenta explicarme el enorme paso adelante que ha dado el departamento de ciencias medioambientales de la WSU en Vancouver. Apenas comprendo el significado de sus palabras, pero me cautivan su pasión y su interés por ese tema. Quizá así es como será nuestra relación: habrá días malos y días buenos, y si los buenos son como este, no pienso tener ninguna queja. Me entrega una hoja.
—Estas son las horas que Claude tiene libres esta semana —dice.
¡Ah! El preparador.
Cuando nos acercamos al edificio de mi apartamento, saca su BlackBerry del bolsillo.
—Grey —contesta—. ¿Qué pasa, Ros?
Escucha atentamente, y veo que la conversación será larga.
—Voy a buscar a Ethan. Serán dos minutos —articulo en silencio, levantando dos dedos.
Él asiente; es obvio que está muy enfrascado en la conversación. Taylor me abre la puerta con una sonrisa afable. Yo le correspondo; incluso Taylor lo nota. Pulso el timbre del interfono y grito alegremente:
—Hola, Ethan, soy yo. Ábreme.
La puerta se abre con un zumbido y subo las escaleras hasta el apartamento. Caigo en la cuenta de que no he estado aquí desde el sábado por la mañana. Parece que haya pasado mucho más tiempo. Ethan me ha dejado la puerta abierta. Entro y, no sé por qué, pero en cuanto estoy dentro me quedo paralizada instintivamente. Tardo un momento en darme cuenta de que es porque hay una persona pálida y triste de pie junto a la encimera de la isla de la cocina, sosteniendo un pequeño revólver: es Leila, que me observa impasible.
Dios santo…
Está ahí, mirándome con semblante inexpresivo e inquietante, y con una pistola en la mano. Mi subconsciente es víctima de un desmayo letal, del que no creo que despierte ni aspirando sales.
Parpadeo repetidamente mirando a Leila, mientras mi mente no para de dar vueltas frenéticamente. ¿Cómo ha entrado? ¿Dónde está Ethan? ¡Por Dios…! ¿Dónde está Ethan?
El miedo creciente y helador que atenaza mi corazón se convierte en terror, y se me erizan todos y cada uno de los folículos del cuero cabelludo. ¿Y si le ha hecho daño? Mi respiración empieza a acelerarse y la adrenalina y un pánico paralizante invaden todo mi cuerpo. Mantén la calma, mantén la calma… repito mentalmente como un mantra una y otra vez.
Ella ladea la cabeza y me mira como si fuera un fenómeno de barraca de feria. Pero aquí el fenómeno no soy yo.
Siento que he tardado un millón de años en procesar todo esto, cuando en realidad ha transcurrido apenas una fracción de segundo. El semblante de Leila sigue totalmente inexpresivo, y su aspecto tan desaliñado y enfermizo como siempre. Sigue llevando esa gabardina mugrienta, y parece necesitar desesperadamente una ducha. Tiene el pelo grasiento y lacio pegado a la cabeza, y sus ojos castaños se ven apagados, turbios y vagamente confusos
Pese a tener la boca absolutamente seca, intento hablar.
—Hola… ¿Leila, verdad? —alcanzo a decir.
Ella sonríe, pero no es una sonrisa auténtica; sus labios se curvan de un modo desagradable.
—Ella habla —susurra, y su voz es un sonido fantasmagórico, suave y ronco a la vez.
—Sí, hablo —le digo con dulzura, como si me dirigiera a una niña—. ¿Estás sola aquí? ¿Dónde está Ethan?
Cuando pienso que puede haber sufrido algún daño, se me desboca el corazón.
A ella se le demuda la cara de tal modo que creo que está a punto de echarse a llorar… parece tan desvalida.
—Sola —susurra—. Sola.
Y la profundidad de la tristeza que contiene esa única palabra me desgarra el alma. ¿Qué quiere decir? ¿Yo estoy sola? ¿Está ella sola? ¿Está sola porque le ha hecho daño a Ethan? Oh… no… tengo que combatir el llanto inminente y el miedo asfixiante que me oprimen la garganta.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Puedo ayudarte?
Pese al sofocante ahogo que siento, mis palabras logran conformar un discurso atento, sereno y amable. Ella frunce el ceño como si mis preguntas la aturdieran por completo. Pero no emprende ninguna acción violenta contra mí. Sigue sosteniendo la pistola con gesto relajado. Yo no hago caso de la opresión que siento en el cerebro e intento otra táctica.
—¿Te apetece un poco de té?
¿Por qué le estoy preguntando si quiere té? Esa es la respuesta de Ray ante cualquier situación de crisis emocional, y me surge ahora en un momento totalmente inapropiado. Dios… le daría un ataque si me viera ahora mismo. Él ya habría echado mano de su preparación militar y a estas alturas ya la habría desarmado. De hecho, no me está apuntando con la pistola. A lo mejor puedo acercarme. Leila mueve lentamente la cabeza de un lado a otro, como si destensara el cuello.
Inspiro una preciada bocanada de aire para tratar de calmar el pánico que me dificulta la respiración, y me acerco hasta la encimera de la isla de la cocina. Ella tuerce el gesto, como si no entendiera del todo qué estoy haciendo, y se desplaza un poco para seguir plantada frente a mí. Cojo el hervidor con una mano temblorosa y lo lleno bajo el grifo. Conforme me voy moviendo, mi respiración se va normalizando. Sí, si ella quisiera matarme, seguramente ya me habría disparado. Me mira perpleja, con una curiosidad ausente. Mientras enciendo el interruptor de la tetera, no puedo dejar de pensar en Ethan. ¿Estará herido? ¿Atado?
—¿Hay alguien más en el apartamento? —pregunto con cautela.
Ella inclina la cabeza hacia un lado y, con la mano derecha —la que no sostiene el revólver—, coge un mechón de su melena grasienta y empieza a juguetear con él, a darle vueltas y a enrollarlo. Resulta evidente que es algo que hace cuando está nerviosa, y al fijarme en ese detalle, me impresiona nuevamente cuánto se parece a mí. Mi ansiedad está llegando a un nivel que casi me resulta insoportable, y espero su respuesta con la respiración contenida.