Cincuenta sombras más oscuras (57 page)

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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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—Más —musita, y también entreabre los suyos para que pueda verle la lengua. Ahogo un gemido, me muerdo el labio inferior, y luego hago lo que me dice.

Él inspira con fuerza; puedo oírle… no es tan inmune. Bien, empiezo a ganar terreno.

Sin dejar de mirarle a los ojos, me meto el espárrago en la boca y chupo… despacio… delicadamente la punta. La salsa holandesa está deliciosa. Doy un mordisco, emitiendo un suave y placentero gemido.

Christian cierra los ojos. ¡Sí! Cuando los vuelve a abrir tiene las pupilas dilatadas, y eso tiene un efecto inmediato en mí. Gimo y alargo la mano para tocarle el muslo. Y, para mi sorpresa, me agarra de la muñeca.

—Ah, no. No haga eso, señorita Steele —murmura bajito.

Se lleva mi mano a la boca y me acaricia delicadamente los nudillos con los labios, y yo me retuerzo de placer. ¡Por fin! Más, por favor.

—No me toques —me advierte con voz queda, y me coloca de nuevo la mano sobre la rodilla.

Ese contacto breve e insatisfactorio resulta de lo más frustrante.

—No juegas limpio —me quejo con un mohín.

—Lo sé.

Levanta su copa de champán para proponer un brindis, y yo le imito.

—Felicidades por su ascenso, señorita Steele.

Entrechocamos las copas y yo me ruborizo.

—Sí, no me lo esperaba —murmuro.

Él frunce el ceño, como si una idea desagradable le hubiera pasado por la mente.

—Come —ordena—. No te llevaré a casa hasta que te termines la comida, y entonces lo celebraremos de verdad.

Y su expresión es tan apasionada, tan salvaje, tan dominante, que me derrito por dentro.

—No tengo hambre. No de comida.

Él niega con la cabeza, disfrutando sin duda, aunque me mira con los ojos entornados.

—Come, o te pondré sobre mis rodillas, aquí mismo, y daremos un espectáculo delante de los demás clientes.

Sus palabras me llenan de inquietud. ¡No se atreverá! Él y esa mano tan suelta que tiene… Aprieto los labios en una fina línea y le miro. Christian coge otro tallo de espárrago y lo moja en la salsa.

—Cómete esto —murmura con voz ronca y seductora.

Obedezco de buen grado.

—No comes como es debido. Has perdido peso desde que te conozco —comenta en tono afable.

No quiero pensar en mi peso ahora; la verdad es que me gusta estar delgada. Me como el espárrago.

—Solo quiero ir a casa y hacer el amor —musito desconsolada.

Christian sonríe.

—Yo también, y eso haremos. Come.

Vuelvo a concentrarme en el plato y empiezo a comer de mala gana. ¿En serio me he quitado las bragas solo para esto? Me siento como una niña a la que no le dejan comer caramelos. Él es tan delicioso, provocativo, sexy, pícaro y seductor, y es todo mío.

Me pregunta sobre Ethan. Por lo visto, Christian tiene negocios con el padre de Kate y Ethan. Vaya por Dios, este mundo es un pañuelo. Me alivia que no mencione ni al doctor Flynn ni la casa, porque me está costando concentrarme en la conversación. Quiero irme a casa.

La expectación carnal entre ambos no para de crecer. Él es muy bueno en eso. En hacerme esperar. En preparar la situación. Entre bocados, coloca la mano sobre su muslo, muy cerca de la mía, pero sin tocarme, solo para incitarme más.

¡Cabrón! Por fin me termino la comida y dejo el tenedor y el cuchillo en el plato.

—Buena chica —murmura, y esas dos palabras suenan muy prometedoras.

Le miro con el ceño fruncido.

—¿Ahora qué? —pregunto con un pellizco de deseo en el vientre.

Oh, cómo ansío a este hombre.

—¿Ahora? Nos vamos. Creo que tiene usted ciertas expectativas, señorita Steele. Las cuales voy a intentar complacer lo mejor que sé.

¡Uau!

—¿Lo… mejor… que sabes? —balbuceo.

Dios santo.

Él sonríe y se pone de pie.

—¿No hemos de pagar? —pregunto, sin aliento.

Él ladea la cabeza.

—Soy miembro de este club, ya me mandarán la factura. Vamos, Anastasia, tú primero. —Se hace a un lado y yo me levanto para salir, consciente de que no llevo bragas.

Él me contempla con su turbia e intensa mirada, como si me desnudara, y yo me regodeo en resultarle sensual. Este hombre guapísimo me desea: eso hace que me sienta tan sexy… ¿Disfrutaré siempre tanto con esto? Me paro deliberadamente delante de él y me aliso el vestido por encima de los muslos.

Christian me susurra al oído:

—Estoy impaciente por llegar a casa.

Pero sigue sin tocarme.

Al salir le murmura algo sobre el coche al jefe de sala, pero yo no estoy escuchando; la diosa que llevo dentro arde de expectación. Dios, podría iluminar todo Seattle.

Mientras esperamos el ascensor, se unen a nosotros dos parejas de mediana edad. Cuando se abren las puertas, Christian me coge del codo y me lleva hasta el fondo. Yo echo un vistazo alrededor: estamos rodeados de espejos negros con los vidrios ahumados. Cuando entran las otras parejas, un hombre con un traje marrón muy poco favorecedor saluda a Christian.

—Grey —asiente educadamente.

Christian le devuelve el saludo, pero sin decir nada.

Las parejas se sitúan delante de nosotros de cara a las puertas del ascensor. Es obvio que son amigos: las mujeres charlan en voz alta, animadas y alborotadas después de la cena. Me parece que están un poco achispadas.

Cuando se cierran las puertas, Christian se agacha un momento a mi lado para anudarse el zapato. Qué raro: no lo tiene desatado. Discretamente me pone una mano sobre el tobillo, sobresaltándome, y cuando se levanta hace que esa mano ascienda rápidamente por mi pierna, deslizándola de un modo delicioso sobre mi piel —uau— hasta arriba. Y cuando la mano llega a mi trasero, tengo que reprimir un jadeo de sorpresa. Christian se coloca detrás de mí.

Ay, Dios. Me quedo boquiabierta mirando a las personas que tenemos delante, contemplando la parte de atrás de sus cabezas. Ellos no tienen ni idea de lo que estamos a punto de hacer. Christian me rodea la cintura con el brazo libre, colocándome en posición mientras sus dedos, me exploran. ¡Madre mía…!, ¿aquí? El ascensor baja con suavidad y se para en el piso cincuenta y tres para que entre más gente, pero yo no presto atención. Estoy concentrada en cada movimiento que hacen sus dedos. Primero en círculo… y luego avanzando, buscando, mientras nos ponemos en marcha otra vez.

Cuando sus dedos alcanzan su objetivo, reprimo otra vez un jadeo. Me retuerzo y gimo. ¿Cómo puede hacer esto con toda esa gente aquí?

—Estate quieta y callada —me advierte, susurrándome al oído.

Estoy acalorada, ardiente, anhelante, atrapada en un ascensor con siete personas, seis de ellas ajenas a lo que ocurre en el rincón. Desliza el dedo dentro y fuera de mí, una y otra vez. Mi respiración… Dios, resulta tan embarazoso. Quiero decirle que pare… y que continúe… que pare. Y me arqueo contra él, y él tensa el brazo que me rodea, y siento su erección contra mi cadera.

Nos paramos en el piso cuarenta y cuatro. ¿Oh… cuánto va a durar esta tortura? Dentro… fuera… dentro… fuera. Sutilmente, me aferro a su dedo persistente. ¡Después de todo este tiempo sin tocarme, escoge hacerlo ahora! ¡Aquí! Y eso me hace sentir tan… lujuriosa.

—Chsss —musita él, con aparente indiferencia cuando entran dos personas más.

El ascensor empieza a estar abarrotado. Christian nos desplaza a ambos más al fondo, de modo que ahora estamos apretujados contra el rincón; me coloca en posición y sigue torturándome. Hunde la nariz en mi cabello. Si alguien se molestara en darse la vuelta y viera lo que estamos haciendo, estoy segura de que nos tomaría por una joven pareja de enamorados haciéndose arrumacos… Y entonces desliza un segundo dedo en mi interior.

¡Ah! Gimo, y agradezco que el grupo de gente que tenemos delante siga charlando, totalmente ajeno.

Oh, Christian, qué estás haciendo conmigo… Apoyo la cabeza en su pecho, cierro los ojos y me rindo a sus dedos implacables.

—No te corras —susurra—. Eso lo quiero para después.

Pone la mano abierta sobre mi vientre, aprieta ligeramente, y sigue con su dulce acoso. La sensación es exquisita.

Finalmente el ascensor llega a la planta baja. Las puertas se abren con un tintineo sonoro y los pasajeros empiezan a salir casi al instante. Christian retira lentamente los dedos de mi interior, y me besa la parte de atrás de la cabeza. Me giro para mirarle y está sonriendo, volviendo a saludar con una inclinación de cabeza al señor del traje marrón poco favorecedor, que le devuelve el gesto y sale del ascensor con su esposa. Yo apenas soy consciente de todo ello, concentrada en mantenerme erguida y controlar los jadeos. Dios, me siento dolorida y desamparada. Christian me suelta y deja que me aguante por mi propio pie, sin apoyarme en él.

Me doy la vuelta y le miro fijamente. Parece relajado, sereno, con su compostura habitual… Esto es muy injusto.

—¿Lista? —pregunta.

Sus ojos centellean malévolos. Se mete el dedo índice en la boca y después el medio, y los chupa.

—Pura delicia, señorita Steele —susurra.

Y están a punto de darme las convulsiones del orgasmo.

—No puedo creer que acabes de hacer eso —musito, al borde de desgarrarme por dentro.

—Le sorprendería lo que soy capaz de hacer, señorita Steele —dice.

Alarga la mano y me recoge un mechón de pelo detrás de la oreja, con una leve sonrisa que delata cuánto se divierte.

—Quiero poseerte en casa, pero puede que no pasemos del coche.

Me dedica una sonrisa cómplice, me da la mano y me hace salir del ascensor.

¿Qué? ¿Sexo en el coche? ¿Y no podríamos hacerlo aquí, sobre el mármol frío del suelo del vestíbulo… por favor?

—Vamos.

—Sí, quiero hacerlo.

—¡Señorita Steele! —me riñe, fingiéndose escandalizado.

—Nunca he practicado el sexo en un coche —balbuceo.

Christian se para, me pone esos mismos dedos bajo la barbilla, me echa la cabeza hacia atrás y me mira fijamente.

—Me alegra mucho oír eso. Debo decir que me habría sorprendido mucho, por no decir molestado, que no hubiera sido así.

Me ruborizo y parpadeo sin dejar de mirarle. Pues claro: yo solo he tenido relaciones sexuales con él. Frunzo el ceño.

—No quería decir eso.

—¿Qué querías decir?

De pronto su voz tiene un matiz de dureza.

—Solo era una forma de hablar, Christian.

—Ya. La famosa expresión: «Nunca he practicado el sexo en un coche». Sí, es muy conocida.

¿Qué le pasa ahora?

—Christian, lo he dicho sin pensar… Por Dios, tú acabas de… hacerme eso en un ascensor lleno de gente. Tengo la mente aturdida.

Él arquea las cejas.

—¿Qué te he hecho yo? —me desafía.

Le miro ceñuda. Quiere que lo diga.

—Me has excitado. Muchísimo. Ahora llévame a casa y fóllame.

Él abre la boca y se echa a reír, sorprendido. En este momento parece muy joven y despreocupado. Oh, me encanta oírle reír, porque pasa muy pocas veces.

—Es usted una romántica empedernida, señorita Steele.

Me da la mano y salimos del edificio, donde nos espera el aparcacoches con mi Saab.

* * *

—¿Así que quieres sexo en el coche? —murmura Christian cuando pone en marcha el motor.

—La verdad es que en el suelo del vestíbulo también me habría parecido bien.

—Créeme, Ana, a mí también. Pero no me gusta que me detengan a estas horas de la noche, y tampoco quería follarte en un lavabo. Bueno, hoy no.

¡Qué!

—¿Quieres decir que existía esa posibilidad?

—Pues sí.

—Regresemos.

Se vuelve a mirarme y se ríe. Su risa es contagiosa, y no tardamos en romper a reír los dos con la cabeza echada hacia atrás, unas carcajadas maravillosas y catárticas. Él se inclina hacia mí y pone la mano en mi rodilla, y sus dedos expertos me acarician dulcemente. Dejo de reír.

—Paciencia, Anastasia —musita, y se incorpora al tráfico de Seattle.

* * *

Christian aparca el Saab en el parking del Escala y apaga el motor. De pronto, en los confines del coche, la atmósfera entre los dos cambia. Yo le miro anhelante, expectante, e intento contener las palpitaciones de mi corazón. Él se ha girado hacia mí y se ha apoyado en la puerta, con el codo sobre el volante.

Con el pulgar y el índice, tira suavemente de su labio inferior. Su boca me perturba, la quiero sobre mí. Me observa intensamente con sus oscuros ojos grises. Se me seca la boca. Él responde con una leve y sensual sonrisa.

—Follaremos en el coche en el momento y el lugar que yo escoja. Pero ahora mismo quiero poseerte en todas las superficies disponibles de mi apartamento.

Es como si me tocara por debajo de la cintura… la diosa que llevo dentro ejecuta cuatro
arabesques
y un
pas de basque
.

—Sí.

Dios, estoy jadeando, desesperada.

Él se inclina ligeramente hacia delante. Yo cierro los ojos y espero su beso, pensando: Por fin. Pero no pasa nada. Pasados unos segundos interminables, abro los ojos y descubro que me está mirando fijamente. No sé qué está pensando, pero antes de que pueda decir nada, vuelve a descolocarme.

—Si te beso ahora, no conseguiremos llegar al piso. Vamos.

¡Agh! ¿Cómo puede ser tan frustrante este hombre? Baja del coche.

Una vez más, esperamos el ascensor. Mi cuerpo vibra de expectación. Christian me coge la mano y me pasa el pulgar sobre los nudillos, rítmicamente, y con cada caricia me estremezco por dentro. Oh, deseo sus manos en todo mi cuerpo. Ya me ha torturado bastante.

—¿Y qué pasó con la gratificación instantánea? —murmuro mientras esperamos.

—No es apropiada en todas las situaciones, Anastasia.

—¿Desde cuándo?

—Desde esta noche.

—¿Por qué me torturas así?

—Ojo por ojo, señorita Steele.

—¿Cómo te torturo yo?

—Creo que ya lo sabes.

Le miro fijamente, pero es difícil interpretar su expresión. Quiere que le dé una respuesta… eso es.

—Yo también estoy a favor de aplazar la gratificación —murmuro con una sonrisa tímida.

De pronto, tira de mi mano y me toma en sus brazos. Me agarra el pelo de la nuca y me echa la cabeza hacia atrás suavemente.

—¿Qué puedo hacer para que digas que sí? —pregunta febril, y vuelve a pillarme a contrapié.

Me quedo mirando su expresión encantadora, seria y desesperada.

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