Cincuenta sombras más oscuras (61 page)

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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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—Quedaos —sugiere Christian.

—No, cariño. Ahora que sé que estás a salvo quiero irme a casa.

Con cierta renuencia, Christian me acomoda en el sofá y se levanta. Grace le abraza otra vez, apoya la cabeza en su pecho y cierra los ojos, satisfecha. Él la rodea con sus brazos.

—Estaba tan preocupada, cariño —murmura ella.

—Estoy bien, mamá.

Ella se inclina hacia atrás y le observa con atención, mientras él sigue sujeteándola.

—Sí, creo que sí —dice Grace lentamente, dirige su mirada hacia mí y sonríe.

Me ruborizo.

Acompañamos a Carrick y a Grace al vestíbulo. A mi espalda, puedo oír que Mia y Ethan mantienen un acalorado intercambio en susurros, pero no escucho lo que dicen.

Mia sonríe tímidamente a Ethan, que la mira boquiabierto y menea la cabeza. De repente ella cruza los brazos y gira sobre sus talones. Él se frota la frente con una mano, visiblemente frustrado.

—Mamá, papá… esperadme —dice Mia de pronto.

Quizá sea tan voluble como su hermano.

Kate me da un fuerte abrazo.

—Ya veo que aquí han pasado cosas muy serias mientras nosotros disfrutábamos ajenos a todo en Barbados. Es bastante obvio que vosotros dos estáis locos el uno por el otro. Me alegro de que no le haya pasado nada. No solo por él… también por ti, Ana.

—Gracias, Kate —murmuro.

—Sí. ¿Quién iba a decir que encontraríamos el amor al mismo tiempo?

Sonríe. Uau. Lo ha admitido.

—¡Y con dos hermanos! —exclamo riendo nerviosa.

—A lo mejor acabamos siendo cuñadas —bromea.

Yo me pongo tensa, y entonces Kate se me queda mirando otra vez, con esa cara de: «¿Qué es lo que no me has contado?». Me sonrojo. Maldita sea, ¿debería decirle que me ha pedido matrimonio?

—Vamos, nena —la llama Elliot desde el ascensor.

—Ya hablaremos mañana, Ana. Debes de estar agotada.

Estoy salvada.

—Claro. Tú también, Kate. Hoy has hecho un viaje muy largo.

Nos abrazamos una vez más. Luego ella y Elliot entran en el ascensor detrás de los Grey, y se cierran las puertas.

José está esperándonos junto a la entrada cuando volvemos del vestíbulo.

—Bueno, yo me voy a acostar… os dejo solos —dice.

Yo me sonrojo. ¿Por qué resulta tan incómoda toda esta situación?

—¿Sabes ya cuál es tu habitación? —pregunta Christian.

José asiente.

—Sí, el ama de llaves…

—La señora Jones —aclaro.

—Sí, la señora Jones me la enseñó antes. Menudo ático tienes, Christian.

—Gracias —dice él educadamente.

Luego se coloca a mi lado y me pasa el brazo sobre los hombros. Se inclina y me besa el cabello.

—Voy a comerme lo que me ha preparado la señora Jones. Buenas noches, José.

Christian vuelve al salón y nos deja a José y a mí en la entrada.

Uau. Me ha dejado a solas con José.

—En fin, buenas noches —dice José, repentinamente incómodo.

—Buenas noches, José, y gracias por quedarte.

—Ningún problema, Ana. Cada vez que ese poderoso y millonario novio tuyo desaparezca… yo estaré ahí.

—¡José! —le riño.

—Es una broma. No te enfades. Mañana me iré temprano. Ya nos veremos, ¿eh? Te he echado de menos.

—Claro, José. Pronto, espero. Siento que haya sido una noche tan… espantosa —digo sonriendo a modo de disculpa.

—Sí —replica con gesto cómplice—, espantosa. —Me abraza—. En serio, Ana. Me alegro de que seas feliz, pero si me necesitas, ahí estaré.

Yo le miro fijamente.

—Gracias.

Él me responde con una sonrisa fugaz, agridulce, y luego sube las escaleras.

Yo vuelvo al salón. Christian está de pie junto al sofá, y me observa con expresión inescrutable. Por fin estamos solos y nos miramos intensamente.

—Él sigue loco por ti, ¿sabes? —murmura.

—¿Y usted cómo lo sabe, señor Grey?

—Reconozco los síntomas, señorita Steele. Me parece que yo sufro la misma dolencia.

—Creí que no volvería a verte nunca —susurro.

Ya está, ya lo he dicho. Todos mis peores miedos condensados nítidamente en una frase corta, y por fin exorcizados.

—No fue tan grave como parece.

Recojo del suelo la americana de su traje y sus zapatos, y me acerco a él.

—Ya lo llevaré yo —murmura, y coge la chaqueta.

Christian me observa como si yo fuera su razón de vivir, y estoy segura de que yo le miro del mismo modo. Está aquí, realmente aquí. Me acoge entre sus brazos y yo me dejo envolver por su cuerpo.

—Christian —gimo, y nuevamente brotan las lágrimas.

—Chsss… —me calma, y me besa el pelo—. ¿Sabes?, durante esos espantosos segundos antes de aterrizar, solo pensé en ti. Tú eres mi talismán, Ana.

—Creía que te había perdido —digo sin aliento.

Nos quedamos así, abrazados, recuperándonos y tranquilizándonos mutuamente. Cuando le estrecho con más fuerza, me doy cuenta de que sigo llevando los zapatos en la mano, y los dejo caer al suelo, rompiendo el silencio.

—Ven a ducharte conmigo —murmura.

—Vale.

Levanto la mirada hacia él. No quiero soltarle. Él me alza la barbilla.

—¿Sabes?, incluso con la cara manchada de lágrimas estás preciosa, Ana Steele. —Se inclina y me besa con ternura—. Y tienes unos labios muy suaves.

Me besa de nuevo, más intensamente.

Oh, Dios… y pensar que podría haberle perdido… no… Dejo de pensar y finalmente me rindo.

—Tengo que dejar la chaqueta —murmura.

—Tírala —susurro junto a sus labios.

—No puedo.

Me echo hacia atrás ligeramente y le miro, desconcertada.

Me sonríe.

—Por esto.

Del bolsillo interior de la americana saca el paquetito que le di con mi regalo. Deja la chaqueta sobre el respaldo del sofá y pone la cajita encima.

Disfruta del momento, Ana, me incita mi subconsciente. Bueno, ya son más de las doce de la noche, de modo que técnicamente ya es su cumpleaños.

—Ábrelo —susurro, y mi corazón empieza a latir con fuerza.

—Confiaba en que me lo pidieras —murmura—. Me estaba volviendo loco.

Le sonrío con aire travieso. Me siento aturdida. Él me dedica su sonrisa tímida y me derrito por dentro, pese al retumbar de mi corazón, disfrutando con su expresión entre intrigada y divertida. Con dedos hábiles, quita el envoltorio y abre la cajita. Arquea una ceja, y saca un llaverito de plástico con una imagen a base de minúsculos píxeles que aparece y desaparece como una pantalla LED. Representa el perfil de la ciudad, con la palabra SEATTLE escrita en grandes letras en medio del paisaje.

Se lo queda mirando un momento y luego me mira a mí, perplejo, y una arruga surca su adorable frente.

—Dale la vuelta —murmuro, y contengo la respiración.

Lo hace. Abre la boca sin dar crédito, y clava sus enormes ojos grises en los míos, maravillado y feliz.

En el llavero aparece y desaparece intermitente la palabra SÍ.

—Feliz cumpleaños —musito.

20

—¿Te casarás conmigo? —susurra, incrédulo.

Yo asiento, nerviosa, ruborizada y ansiosa, y sin creer apenas su reacción… la de este hombre al que creí que había perdido. ¿Cómo puede no entender cuánto le quiero?

—Dilo —me ordena en voz baja, con una mirada intensa y ardiente.

—Sí, me casaré contigo.

Inspira profundamente y de repente me coge en volandas y empieza a darme vueltas alrededor del salón de un modo muy impropio de Cincuenta. Se ríe, joven y despreocupado, radiante de una alegría eufórica. Yo me aferro a sus brazos, sintiendo cómo sus músculos se tensan bajo mis dedos, y me dejo llevar por su contagiosa risa, aturdida, confundida, una muchacha total y perdidamente enamorada de su hombre. Me deja en el suelo y me besa. Intensamente, con las manos a ambos lados de mi cara, y su lengua insistente, persuasiva… excitante.

—Oh, Ana —musita pegado a mis labios, y eso me enciende y hace que todo me dé vueltas.

Él me quiere, de eso no tengo la menor duda, y disfruto del sabor de este hombre delicioso, este hombre al que creí que nunca volvería a ver. Su felicidad es evidente —le brillan los ojos, sonríe como un muchacho—, y el alivio que siente es casi palpable.

—Pensé que te había perdido —murmuro, todavía abrumada y sin aliento por ese beso.

—Nena, hará falta algo más que un 135 averiado para alejarme de ti.

—¿135?

—El
Charlie Tango
. Es un Eurocopter EC135, el más seguro de su gama.

Una emoción sombría cruza fugazmente por su rostro, distrayendo mi atención. ¿Qué me oculta? Antes de que pueda preguntárselo, se queda muy quieto y baja los ojos hacia mí con el ceño fruncido, y por un segundo creo que va a contármelo. Observo sus ojos grises, pensativos.

—Un momento… Me diste esto antes de que viéramos a Flynn —dice sosteniendo el llavero, con expresión casi horrorizada.

Oh, Dios, ¿adónde quiere ir a parar con esto? Yo asiento, inexpresiva.

Abre la boca.

Yo me encojo de hombros a modo de disculpa.

—Quería que supieras que dijera lo que dijese Flynn, para mí nada cambiaría.

Christian parpadea y me mira, incrédulo.

—Así que toda la noche de ayer, mientras yo te suplicaba una respuesta, ¿ya me la habías dado?

Parece consternado. Yo vuelvo a asentir e intento desesperadamente evaluar su reacción. Él se me queda mirando, estupefacto, atónito, pero entonces entorna los ojos y en su boca se dibuja un amago de ironía.

—Toda esa preocupación… —susurra en un tono inquietante. Yo le sonrío y me encojo de hombros otra vez—. Oh, no intente hacerse la niña ingenua conmigo, señorita Steele. Ahora mismo, tengo ganas de…

Se pasa la mano por el pelo, y luego menea la cabeza y cambia de táctica.

—No puedo creer que me dejaras con la duda.

Su voz susurrante está teñida de incredulidad. Su expresión cambia levemente, sus ojos brillan perversos y aparece su sonrisa sensual.

Santo cielo. Me estremezco por dentro. ¿En qué está pensando?

—Creo que esto se merece algún tipo de retribución, señorita Steele —dice en voz baja.

¿Retribución? ¡Oh, no! Sé que está jugando… pero aun así retrocedo un poco con cautela.

Christian sonríe.

—¿Así que ese es el juego? —susurra—. Porque te tengo en mis manos. —Y sus ojos arden intensos, juguetones—. Y además te estás mordiendo el labio —añade amenazador.

Siento cómo todas mis entrañas se contraen súbitamente. Oh, Dios. Mi futuro marido quiere jugar. Retrocedo un paso más, y luego me doy la vuelta para tratar de huir, pero es en vano. Christian me agarra con un rápido movimiento y yo grito de placer, sorprendida y sobresaltada. Me carga sobre su hombro y echa a andar por el pasillo.

—¡Christian! —siseo, consciente de que José está arriba, aunque no creo que pueda oírnos.

Intento tranquilizarme dándole palmaditas en la parte baja de la espalda, y de pronto, con un valeroso impulso irrefrenable, le doy un cachete en el trasero. Él me lo devuelve inmediatamente.

—¡Ay! —chillo.

—Hora de ducharse —declara triunfante.

—¡Bájame!

Me esfuerzo por parecer enfadada, pero fracaso. Es una lucha fútil, él me sujeta firmemente los muslos con el brazo, y por la razón que sea no puedo parar de reír.

—¿Les tienes mucho cariño a estos zapatos? —pregunta con ironía, mientras abre la puerta del baño de su dormitorio.

—Ahora mismo preferiría que tocaran el suelo —intento quejarme, pero no acabo de conseguirlo, porque no puedo dejar de reír.

—Sus deseos son órdenes para mí, señorita Steele.

Sin bajarme, me quita los dos zapatos y los deja caer ruidosamente sobre el suelo de baldosas. Se para junto al tocador, se vacía los bolsillos: la BlackBerry sin batería, las llaves, la cartera, el llavero. Desde este ángulo, solo puedo imaginar qué aspecto tendré en el espejo. Una vez que ha terminado, se dirige muy decidido hacia la inmensa ducha.

—¡Christian! —le advierto a gritos, viendo claras ahora sus intenciones.

Abre el grifo al máximo. ¡Dios…! Un chorro de agua helada me cae directamente sobre el trasero, y chillo; luego vuelvo a acordarme de que José está arriba y me callo. Aunque voy totalmente vestida, tengo mucho frío. El agua helada me empapa el traje, las bragas y el sujetador. Estoy calada y me entra otro ataque de risa.

—¡No! —chillo—. ¡Bájame!

Vuelvo a darle cachetes, más fuertes esta vez, y Christian me suelta dejando que me deslice por su cuerpo chorreante. Él tiene la camisa blanca pegada al torso y los pantalones del traje empapados. Yo también estoy calada, enardecida, aturdida y sin aliento, y él me mira sonriente, y está tan… increíblemente sexy.

Se pone serio, sus ojos centellean, y vuelve a cogerme la barbilla y acerca mis labios a su boca. Es un beso tierno, acariciante, que me trastorna por completo. Ya no me importa estar totalmente vestida y chorreando en la ducha de Christian. Estamos los dos solos bajo la cascada de agua. Ha vuelto, está bien, es mío.

Mis manos se dirigen involuntariamente a su camisa, que se pega a todos los músculos y tendones de su torso, mostrando el vello apelmazado bajo la tela blanca empapada. Yo le saco la camisa del pantalón de un tirón y él gime, pegado a mi boca, sin despegar sus labios de los míos. Cuando empiezo a desabrocharle la camisa, él comienza a bajar la cremallera de mi vestido lentamente. Sus labios son ahora más insistentes, más provocativos, su lengua invade mi boca… y mi cuerpo explota de deseo. Le abro la camisa de golpe. Los botones salen volando, rebotando contra las baldosas y repiqueteando por el suelo de la ducha. Mientras aparto la tela mojada de sus hombros y brazos, le empujo contra la pared, dificultando sus intentos de desnudarme.

—Los gemelos —murmura, y levanta las muñecas, de donde cuelga la camisa lacia y empapada.

Con dedos torpes le quito el primer gemelo de oro y después el otro, los dejo caer sobre el suelo de baldosas, y luego la camisa. Sus ojos buscan los míos a través de la cascada de agua. Su mirada es candente, carnal, como el agua ahora abrasadora. Cojo sus pantalones por la cinturilla, pero él menea la cabeza, me sujeta por los hombros y me da la vuelta de manera que quedo de espaldas. Termina de bajarme la cremallera, me aparta el pelo mojado del cuello y pasa la lengua desde la nuca hasta el nacimiento del pelo, y de nuevo hacia abajo, sin parar de besarme y chuparme el cuello.

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