Ninguno de los papelitos dice nada de ningún secreto.
«Posibles ocupaciones: funcionario.
»Probabilidades de éxito: 99,9 por 100.
»Esperanza de vida: 80 años.»
Un renglón tras otro de información que ya conozco o podría haber imaginado.
Me siento observada. Hay alguien en la entrada de la cueva. Alzo la vista, alumbro el suelo con el haz de mi linterna, empiezo a meter las pastillas y los papelitos en la bolsa.
—Ky —digo—, estaba...
La figura es demasiado alta para ser Ky. Asustada, le enfoco la cara y él se tapa los ojos con las manos. Tiene regueros de sangre seca en los brazos pintados de azul.
—Hunter —digo—. Has vuelto.
—Quería escapar —dice.
Al principio, creo que se refiere a la Caverna, pero luego comprendo que ha respondido a la pregunta que Indie le ha hecho antes de que escaláramos la pared: «¿Qué querías tú?».
—Pero no podías marcharte —deduzco. El aire levanta los papelitos que quedan en la mesa cuando Hunter se acerca—. Por Sarah.
—Se estaba muriendo —dice—. No se la podía mover.
—¿No te esperaron? —pregunto, sorprendida.
—No había tiempo —responde—. Podría haber puesto en peligro toda la operación de huida. Los labradores que eran demasiado lentos para cruzar la llanura decidieron luchar, pero ella era una niña y estaba demasiado enferma. —Se le crispa un músculo de la mejilla y, cuando parpadea, le corren lágrimas por la cara. Las ignora—. Llegué a un acuerdo con los que se quedaron. Les ayudé a colocar las cargas explosivas en lo alto de la Talla y ellos dejaron que me marchara para estar con Sarah en vez de esperar a las aeronaves. —Niega con la cabeza—. No sé por qué no dio resultado. Las aeronaves tendrían que haber aterrizado.
No sé qué decir. Ha perdido a su hija y a todas las personas que conocía.
—Aún puedes alcanzarlos en la llanura —sugiero—. Aún no es demasiado tarde.
—He vuelto porque prometí hacer una cosa —dice—. Me he dejado llevar en la Caverna. —Se acerca a una de las cajas planas y alargadas que hay en la mesa y la destapa—. Mientras estoy aquí, puedo mostrarte cómo encontrar la rebelión.
Noto un cosquilleo en los dedos y dejo el poema en la mesa, ilusionada. «Por fin.» Alguien que tiene información genuina sobre el Alzamiento.
—Gracias —digo—. ¿Vendrás con nosotros? —No soporto imaginarlo solo.
Me mira.
—En esta caja había un mapa —dice—. Alguien lo ha cogido.
—¡Indie! —exclamo. Debe de haber sido ella—. Se ha ido hace un rato. No sé dónde está.
—Hay luz en una de las casas —observa.
—Te acompaño —digo mientras lanzo una mirada a Eli, que duerme en un rincón de la biblioteca.
—No le pasará nada —dice—. La Sociedad aún no ha llegado.
Salgo detrás de él y bajo por el resbaladizo sendero, impaciente por encontrar a Indie y recobrar lo que nos ha ocultado.
Pero, cuando abro la puerta de la casita con luz, a quien vemos es a Ky, con el rostro iluminado por el fuego que devora el mapa del lugar al que yo quería ir.
Ky
Veo primero a Cassia y después a Hunter detrás de ella, y sé que he perdido. Aunque el mapa se queme, Hunter puede explicarle dónde encontrar el Alzamiento.
Cassia me arrebata el mapa, lo arroja al suelo y lo pisotea para apagar las llamas. Los bordes se rizan y se desprenden reducidos a negras cenizas, pero la mayor parte del mapa se salva.
Cassia se va con los rebeldes.
—Ibas a ocultármelo —dice—. Si Hunter no hubiera vuelto, nunca habría sabido cómo encontrar la rebelión.
No respondo. No hay nada que decir.
—¿Qué más escondes? —me pregunta vacilante. Recoge el mapa del suelo. Lo sostiene con cuidado. Como los poemas en la Loma—. Me has mentido con lo del secreto de Xander, ¿verdad? ¿Cuál es?
—No te lo puedo decir.
—¿Por qué no?
—No es mío —digo—. Es suyo. —No es solo egoísmo lo que me impide revelarle el secreto de Xander. Sé que se lo quiere contar él. Se lo debo. Él conocía mi secreto, mi condición de aberrante, y jamás se lo contó a nadie. Ni tan siquiera a Cassia.
Esto no es un juego. Él no es mi adversario ni Cassia es el premio.
—Pero esto —dice Cassia, con la vista clavada en el mapa—, esto es una posibilidad. Ibas a dejarme, dejarnos, sin la opción de elegir.
La tela quemada ha dejado un olor acre en la casa. Advierto, con un escalofrío, que Cassia me mira como haría un clasificador. Baraja datos. Calcula. Decide. Sé lo que ve: al chico del terminal con la lista de la Sociedad desplazándose por la pantalla. No al que estuvo con ella en la Loma ni al que la abrazó en la oscuridad del cañón bajo la luna.
—¿Dónde está Indie? —pregunta.
—Ha salido —respondo.
—Iré a buscarla —dice Hunter. Sale y Cassia y yo nos quedamos solos.
—Ky —dice ella—, esto es el Alzamiento. —Su voz se tiñe de entusiasmo—. ¿No quieres formar parte de algo que podría cambiarlo todo?
—¡No! —exclamo, y ella se aparta como si la hubiera golpeado.
—Pero no podemos pasarnos la vida huyendo —objeta.
—Yo me he pasado años agazapado —digo—. ¿Qué crees que hacía en la Sociedad? —Comienzo a hablar de forma atropellada y no parezco capaz de parar—. Estás enamorada del concepto del Alzamiento, Cassia. Pero no sabes qué es. No sabes lo que es intentar rebelarte y ver que todos mueren a tu alrededor. ¡No lo sabes!
—Tú odias a la Sociedad —arguye Cassia, mientras sigue echando cuentas, intentando que los números cuadren—. Pero no quieres formar parte del Alzamiento.
—No confío en la Sociedad y tampoco confío en las rebeliones —digo—. No elijo ninguna. He visto lo que ambas pueden hacer.
—¿Qué más hay? —pregunta.
—Podríamos irnos con los labradores —respondo.
Pero creo que ni tan siquiera me oye.
—Dime por qué —me insta—. ¿Por qué me has mentido? ¿Por qué querías decidir por mí?
Su mirada se ha dulcificado y vuelve a mirarme como a Ky, el chico que ama, lo cual, por algún motivo, es incluso peor. Se me pasan por la cabeza todas las razones por las que le he mentido: «porque no puedo perderte, porque estaba celoso, porque no me fío de nadie, porque no me fío ni de mí, porque sí, porque sí, porque sí».
—Tú sabes por qué —digo, con un súbito arrebato de ira. Contra todo. Contra todos. Contra la Sociedad, el Alzamiento, mi padre, yo, Indie, Xander, Cassia.
—No, no lo sé —empieza a decir, pero no la dejo terminar.
—Miedo —digo mientras la miro a los ojos—. Los dos teníamos miedo. Tenía miedo de perderte. Tú también tuviste miedo, en el distrito. Cuando decidiste por mí.
Cassia retrocede. Veo en su cara que sabe a qué me refiero. Tampoco lo ha olvidado.
De golpe, vuelvo a estar en aquella cámara luminosa y sofocante con las manos enrojecidas y un uniforme azul. El sudor me corre por la espalda. Me siento humillado. No quiero que me vea trabajar. Ojalá pudiera alzar la vista para cruzarme con sus ojos verdes y hacerle saber que todavía soy Ky. No únicamente un número.
—Me clasificaste —digo.
—¿Qué otra cosa podía hacer? —susurra—. Me observaban.
Ya lo hablamos en la Loma, pero parece distinto en los cañones. Aquí, tengo la impresión de que jamás conseguiré que me entienda.
—Intenté arreglarlo —dice—. He venido de muy lejos para encontrarte.
—¿Para encontrarme a mí o para encontrar el Alzamiento? —pregunto.
—¡Ky! —exclama. Y se queda callada.
—Lo siento —digo—. Es la única cosa que no puedo hacer por ti. No puedo unirme al Alzamiento.
Lo he dicho.
Cassia parece pálida en la oscuridad de la casa abandonada. Por encima de nosotros, en algún lugar, el cielo gotea lluvia y yo pienso en nieve que cae. Cuadros dibujados con agua. Poesía susurrada entre besos. «Demasiado hermosos para durar.»
Cassia
Detrás de nosotros, Hunter abre la puerta y entra. Indie lo acompaña.
—No tenemos tiempo para esto —dice Hunter—. Hay un Alzamiento. Puedes encontrarlo siguiendo este mapa. ¿Sabes descifrar el código?
Asiento.
—Pues el mapa es tuyo, por decirme qué había en la cueva.
—Gracias —digo.
Lo enrollo con cuidado. Es de tela recia y está pintado de oscuro. Resistiría si lo pusieran bajo la lluvia o lo sumergieran en el agua. Pero no resiste el fuego. Miro a Ky con el corazón encogido. Me gustaría que pudiéramos tender un puente sobre lo que acaba de ocurrir con la misma facilidad con que podría señalarse un paso en un mapa.
—Me marcho hacia las montañas para encontrar a los demás —anuncia Hunter—. Los que no queráis uniros al Alzamiento, podéis venir conmigo.
—Yo quiero encontrar el Alzamiento —afirma Indie.
—Al menos, podemos ir juntos hasta la llanura —digo. No tiene sentido haber llegado tan lejos para separarnos tan deprisa.
—Deberíais poneros en marcha ya —nos aconseja Hunter—. Os alcanzaré cuando haya terminado de sellar la cueva.
—¿Sellar la cueva?
—Decidimos sellar la cueva de tal forma que pareciera que la había tapado un corrimiento de tierra —explica Hunter—. No queremos que la Sociedad se apodere de nuestros libros y escritos. Prometí a los otros labradores que lo haría. Pero tardaré un tiempo en prepararlo todo. No deberíais esperar.
—No —digo—. Te esperaremos. —No podemos volver a dejarlo solo. Y aunque sé que nuestro grupo, el fragmentado grupito que de algún modo hemos formado, debe acabar separándose, no quiero que lo haga ya.
—Por eso has guardado parte de los explosivos —dice Ky a Hunter. No sé interpretar su expresión: su rostro está hermético, ausente. Vuelve a ser el Ky de la Sociedad y siento un súbito vacío por haber perdido al Ky de la Talla—. Puedo ayudarte.
—¿Sabes colocar cargas explosivas? —le pregunta Hunter.
—Sí —responde—. A cambio de una cosa que he visto en una de las cuevas.
—Un intercambio —conviene Hunter.
¿Qué intercambio quiere hacer Ky? ¿Qué necesita? ¿Por qué no me mira?
Pero nadie vuelve a hablar de separarnos. Permanecemos juntos.
De momento.
Mientras Ky y Hunter reúnen los cables, Indie y yo corremos a las cuevas para despertar a Eli y meter en las mochilas todo lo que necesitaremos para el viaje. Preparamos la cueva para la explosión cerrando bien las cajas de la biblioteca y apilándolas contra la pared para que estén protegidas. Por algún motivo, me llaman la atención las páginas que se han desprendido de otros libros. No me puedo resistir; me meto algunas en la mochila junto con víveres, agua, cerillas. Hunter nos ha indicado dónde encontrar linternas frontales y otro material para el viaje y nos ha dado más mochilas; también las llenamos.
Eli mete pinceles y escritos junto con su comida. Me falta valor para decirle que los tire y que, en su lugar, coja más manzanas.
—Creo que estamos listos —afirmo.
—Espera —dice Indie. No hemos hablado mucho y me alegro; no sé muy bien qué decirle. No la entiendo: ¿por qué le ha enseñado el mapa primero a Ky? ¿Qué más esconde? ¿Considera siquiera que somos amigas?
—Tengo que darte una cosa. —Mete la mano en su mochila y saca el delicado panal. Incluso después de todo lo sucedido, está milagrosamente intacto. Lo sostiene con cuidado en las palmas de las manos y la imagino levantando una concha de la orilla del mar.
—No —digo, conmovida—. Deberías quedártelo. Tú eres la que lo ha traído hasta aquí.
—No se trata de eso —afirma, impaciente. Saca un objeto del panal.
Una microficha.
Tardo un momento en comprenderlo.
—Me la robaste —susurro—. En el campo de trabajo.
Asiente.
—Es lo que escondía en la aeronave. Más adelante, te dije que no había escondido nada, pero no era verdad. —Me la da—. Ten.
La cojo.
—Y esto se lo quité a un chico del pueblo. —Vuelve a meter la mano en su mochila y saca un miniterminal—. Ahora puedes ver la microficha —dice—. Ya solo te falta uno de los papelitos. Pero la culpa es tuya. Se te cayó a ti cuando nos dirigíamos a la llanura.
Desconcertada, cojo el miniterminal.
—¿Encontrarte uno de los papelitos? —pregunto—. ¿Lo leíste?
Claro que lo leyó. Ni tan siquiera se molesta en responder.
—Así es como supe lo del secreto de Xander —dice—. El papelito decía que tenía un secreto y que te lo diría cuando volviera a verte.
—¿Dónde está? —pregunto—. Devuélvemelo.
—No puedo. Ya no lo tengo. Se lo di a Ky y lo tiró.
—¿Por qué? —Alzo el miniterminal, la microficha—. ¿Por qué todo esto?
Al principio, creo que no va a decir nada. Vuelve la cara. Pero, al cabo de un momento, me mira y se decide a responder. Su expresión es vehemente; tiene los músculos tensos.
—Eras distinta al resto —dice—. Lo supe en cuanto te vi en el campo de trabajo. Por eso quise saber quién eras. Qué hacías. Al principio, creí que podías ser una espía de la Sociedad. Más adelante, creí que a lo mejor trabajabas para los rebeldes. Y tenías un montón de pastillas azules. No estaba segura de lo que pensabas hacer con ellas.
—Así que me robaste —concluyo—. Desde el principio. En el campo de trabajo, y también en la Talla.
—¿Cómo si no iba a averiguar algo? —Señala el miniterminal—. Ya vuelves a tenerlo todo. Mejor aún. Ahora puedes ver la microficha siempre que te apetezca.
—No lo tengo todo —digo—. ¿Te acuerdas? Me falta parte del mensaje de Xander.
—No es verdad —objeta—. Te lo acabo de dar.
Quiero gritar de frustración.
—¿Qué hay de la caja plateada? —pregunto—. También la cogiste.
Es ilógico, pero, de golpe, quiero recuperar ese recuerdo de Xander. Quiero recuperar todo lo que he perdido a lo largo de mi vida, haya sido robado, requisado o intercambiado. La brújula de Ky. El reloj de Bram. Y, por encima de todo, la polvera de mi abuelo con los poemas escondidos dentro. Si la recuperara, no volvería a abrirla jamás. Me bastaría con saber que contenía los poemas.
Ojalá pudiera hacer lo mismo con Ky. Ojalá pudiera guardar en ella todas las facetas hermosas de nuestra relación y dejar fuera todos los errores que hemos cometido.
—Dejé la caja en el campo de trabajo cuando escapé —dice Indie—. Me deshice de ella en el bosque.
Recuerdo su interés por ver siempre el cuadro; el manotazo con el que tiró sus fragmentos al suelo para disimular su dolor; su modo de quedarse mirando a las muchachas de los vestidos en la cueva pintada. Indie me ha robado porque deseaba lo que yo tenía. La miro y pienso que es como mirar un reflejo en una parte removida del río. La imagen no es idéntica, está distorsionada, se arremolina, pero se parece mucho. Ella es una rebelde cauta y yo soy todo lo contrario.