Hunter mira a Eli.
—¿Te ves capaz de hacerlo?
Eli mira la pared.
—Sí —responde.
—Bien —dice Hunter—. No es una vía especialmente difícil. Hasta los militares podrían escalarla si lo intentaran.
—¿Por qué no lo han hecho? —pregunta Indie.
—Lo hicieron —responde Hunter—. Pero esta era una de nuestras zonas mejor vigiladas. Interceptábamos a todos los que intentaban escalar por aquí. Y es imposible entrar en el cañón en aeronave. Es demasiado estrecho. Tenían que acceder por tierra y estaban en desventaja. —Termina de hacer otro nudo y pasa la cuerda por uno de los anclajes de la pared—. Dio resultado durante mucho tiempo.
»Pero ahora los labradores han cruzado la llanura. O están muertos en lo alto de la Talla. Solo es cuestión de tiempo que la Sociedad se entere y decida entrar.
Nadie sabe eso mejor que Hunter. Tenemos que apresurarnos.
—Escalábamos a todas partes —dice Hunter—. La Talla entera era nuestra. —Mira la cuerda que tiene en las manos. Creo que ha vuelto a recordar que ya no queda nadie. Parece que no es posible olvidar, pero a veces lo es, solo de forma momentánea. Jamás he logrado decidir si es bueno o malo. Olvidar permite vivir un instante sin el dolor, pero recordar lo exacerba.
Todo hace daño. En ocasiones, cuando desfallezco, querría que la pastilla roja me hiciera efecto.
—Vimos cadáveres en lo alto de la Talla —dice Indie. Mira la pared para juzgar la dificultad de la vía—. Tenían marcas azules como tú. ¿También eran labradores? ¿Y por qué subieron si era mejor esperar a la Sociedad abajo? —Pese a mis reservas, la admiro. Tiene la audacia de hacer a Hunter esas preguntas. Yo también quiero saber las respuestas.
—Ese sitio es la única zona lo bastante amplia y llana para que la Sociedad aterrice con sus aeronaves —responde Hunter—. Últimamente, no sé por qué, sus tentativas de entrar en la Talla se habían vuelto más agresivas y nosotros no podíamos vigilar todos los cañones, solo el de nuestro caserío. —Hace otro nudo, tensa la cuerda—. Por primera vez en nuestra historia, los labradores tuvimos una diferencia de opinión que no supimos resolver. Algunos querían luchar para que la Sociedad dejara los cañones en paz. Otros querían huir.
—¿Qué querías tú? —pregunta Indie.
Hunter no responde.
—Entonces, los que cruzaron la llanura —prosigue Indie en un intento de recabar más información—, ¿se marcharon para unirse al Alzamiento?
—Creo que ya es suficiente —ataja Hunter. Su expresión disuade incluso a Indie de hacer más preguntas. Ella se calla y Hunter le pasa una cuerda—. Eres la que tiene más experiencia —añade. No es una pregunta. De algún modo, lo sabe.
Indie asiente y casi sonríe mientras mira la pared.
—A veces, me escabullía. Había un buen sitio cerca de nuestra casa.
—¿Te dejaba escalar la Sociedad? —pregunta Hunter.
Indie lo mira con expresión de desprecio.
—No me dejaba escalar. Encontré una forma de hacerlo sin que se enterara.
—Tú y yo subiremos a alguien —dice Hunter—. Así será más rápido. ¿Te ves capaz?
Indie se ríe a modo de respuesta.
—Ten cuidado —le advierte Hunter—. Aquí, la roca es distinta.
—Ya lo sé —dice ella.
—¿Puedes subir solo? —me pregunta Hunter.
Asiento. No le digo que lo prefiero. Si me caigo, al menos no arrastraré a nadie conmigo.
—Primero veré cómo lo hacéis.
Indie mira a Cassia y a Eli.
—¿Quién quiere venir conmigo?
—Eli —interviene Cassia—. Elige tú.
—Ky —dice él, al instante.
—No —objeta Hunter—. Ky no ha escalado tanto como nosotros.
Eli abre la boca para protestar, pero yo le hago un ademán negativo con la cabeza. Él me fulmina con la mirada, se acerca a Indie y se queda a su lado. Antes de que ella se vuelva hacia la pared, me parece adivinar una sonrisa de satisfacción en su rostro.
Observo a Cassia mientras se engancha a la cuerda de Hunter. Luego miro a Eli para comprobar que está bien atado. Cuando alzo la vista, Hunter se dispone a empezar. Cassia tiene la mandíbula tensa.
La ascensión no me preocupa. Hunter es el mejor escalador. Y necesita a Cassia sana y salva para que le ayude en la cueva. Lo creo cuando dice que necesita conocer los motivos de la Sociedad. Aún piensa que saber el porqué sirve de algo. Todavía no sabe que los motivos nunca serán lo bastante buenos.
Cuando llegamos arriba, echamos a correr. Me cojo de Eli con una mano y de Cassia con la otra y avanzamos juntos. Respiramos quedo, deprisa, y corremos sin apenas rozar el suelo.
Estamos expuestos en la roca, visibles bajo el cielo, durante varios largos segundos.
No es ni por asomo tiempo suficiente. Aquí, tengo la sensación de que podría correr eternamente.
«¡Mirad! —quiero gritar—. Sigo vivo. Sigo aquí. Aunque vuestros datos y vuestros funcionarios quieran lo contrario.»
Pies veloces.
Pulmones llenos de aire.
Agarrado a personas que quiero.
«Quiero.»
Lo más audaz de todo.
Cuando estamos cerca del borde, nos soltamos las manos. Las necesitamos para las cuerdas.
Este segundo cañón es mucho más estrecho que el cañón de los labradores. Una vez abajo, Cassia señala una larga superficie lisa. Parece roca, pero tiene algo extraño.
—Ahí es donde vimos la entrada —dice. Aprieta los labios—. El cadáver del chico está debajo de esos arbustos.
Ya no siento la libertad de antes. El peso de la Sociedad se cierne sobre este cañón como las nubes deshilachadas que aún perduran después de una tormenta.
El resto del grupo también lo percibe. Hunter está más serio y sé que para él es mucho peor porque siente la presencia de la Sociedad en un lugar que antes era suyo.
Nos conduce a una cueva minúscula situada en un lugar del cañón donde la pared se repliega sobre sí misma. Dentro, los cinco apenas cabemos agachados. Al fondo, hay pedruscos amontonados.
—Abrimos una entrada por aquí —dice.
—¿Y la Sociedad no la ha descubierto? —pregunta Indie con aire escéptico.
—Ni tan siquiera se lo imagina —responde Hunter. Levanta un pedrusco—. Hay una grieta detrás de estas piedras —explica—. Una vez dentro, podemos atravesar hasta un rincón de la Caverna.
—¿Cómo lo hacemos? —pregunta Eli.
—Moved la tierra —responde Hunter—. Y contened la respiración en los sitios estrechos. —Coge uno de los pedruscos. —Yo entraré primero —añade—. Me seguirá Cassia. Nos guiaremos unos a otros en los giros. Id despacio. Hay un sitio donde tenéis que tumbaros y empujaros con los pies. Si os quedáis atascados, gritad. Estaréis lo bastante cerca para oírme. Os indicaré cómo pasar. La parte más estrecha está justo antes del final.
Vacilo un momento y me pregunto si esto no será una trampa. ¿Podría haberla tendido la Sociedad? ¿O Indie? No me fío de ella. La observo mientras ayuda a Hunter a retirar los pedruscos. Lo hace con tanto afán que la larga cabellera le va violentamente de un lado a otro. ¿Qué quiere? ¿Qué esconde?
Miro a Cassia. Se halla en un lugar nuevo donde todo es distinto. Ha visto a personas que han muerto de formas terribles y ha pasado hambre, se ha extraviado y ha entrado en este desierto para encontrarme. Todas las cosas que una chica de la Sociedad no tendría que haber experimentado jamás. Me mira y veo un brillo en sus ojos que me hace sonreír. «¿Contener la respiración? —parece decir—. ¿Mover la tierra? Es lo que nosotros hemos hecho desde el principio.»
Cassia
La grieta apenas tiene anchura suficiente para que Hunter quepa en ella. Él entra y desaparece sin mirar atrás. Soy la siguiente.
Miro a Eli, que tiene los ojos como platos.
—Quizá sea mejor que nos esperes aquí —sugiero.
Él asiente.
—La cueva me da igual —aduce—. Pero eso es un túnel.
No le digo que es el más menudo de todos y el que tiene menos probabilidades de quedarse atascado porque sé a qué se refiere. Parece de locos, un error, abrirnos paso por la tierra como gusanos.
—Tranquilo —digo—. No hace falta que vengas. —Lo rodeo con el brazo y le doy un apretón en el hombro—. No creo que tardemos mucho.
Eli vuelve a asentir. Ya tiene mejor aspecto; está menos pálido.
—Volveremos —repito—. Volveré.
Eli me hace pensar en Bram y en cómo lo dejé también a él.
Estoy bien hasta que empiezo a pensar demasiado, hasta que me pongo a calcular cuántas toneladas de roca debo de tener encima. Ni tan siquiera sé cuánto pesa un centímetro cúbico de roca arenisca, pero la cifra debe de ser ingente. Y debe de haber muy poco aire en comparación. ¿Por eso nos ha pedido Hunter que contengamos la respiración? ¿Sabe que no hay aire suficiente? ¿Que a lo mejor exhalo y descubro que es imposible volver a inhalar?
No me puedo mover.
La piedra, tan cerca de mí. El túnel, tan oscuro. Solo hay centímetros entre la tierra y yo; estoy tendida boca arriba, rodeada de negrura, aprisionada por roca inamovible que me envuelve por todos lados. La masa de la Talla me oprime; antes me asustaba su inmensidad y ahora lo hace su proximidad.
Tengo el rostro vuelto hacia un cielo que no veo, un cielo que es azul por encima de la piedra.
Trato de serenarme, me digo que no pasa nada. Hay seres vivos que logran salir de espacios más estrechos que este. Solo soy una mariposa, una antíope, encerrada en su capullo, ciega y con las alas pegajosas. Y, de pronto, me pregunto si no habrá veces en que los capullos no se abran, si la mariposa que contienen no carecerá de la fuerza necesaria para romperlos. Se me escapa un sollozo.
—Socorro —digo.
Para mi sorpresa, no es Hunter quien habla desde delante. Es la voz de Ky desde atrás.
—Vas a hacerlo bien —dice—. Empuja un poco más.
Y, pese a mi pánico, oigo la música de su voz grave, la melodía de su cadencia. Cierro los ojos e imagino que mi respiración es la suya, que está conmigo.
—Espera un momento si te hace falta —añade.
Me imagino incluso más menuda de lo que ya soy. Imagino que me meto en el capullo y me envuelvo en él como si fuera una capa, una manta. Y, después, no me imagino saliendo. Me quedo acurrucada dentro y trato de ver qué hay.
Al principio, nada.
Pero entonces la percibo. Incluso oculta en la oscuridad, sé que está allí: esa pequeña parte de mí que siempre será libre.
—Lo conseguiré —digo en voz alta.
—Lo conseguirás —repite Ky detrás de mí.
Avanzo y noto espacio por encima de mí, aire que respirar, un lugar donde ponerme de pie.
«¿Dónde estamos?»
Siluetas y figuras se forman en la oscuridad, alumbradas por diminutas luces azules alineadas en el suelo y que brillan como gotitas de lluvia. Pero, naturalmente, están demasiado ordenadas para ser lluvia.
Otras luces iluminan altas cajas transparentes y máquinas que zumban y moderan la temperatura dentro de estas paredes de piedra. Lo que veo ante mí es típico de la Sociedad: calibración, organización, cálculo.
Oigo movimiento y casi grito antes de acordarme. Hunter.
—Esto es inmenso —observo, y él asiente.
—Solíamos reunirnos aquí —dice en voz baja—. No fuimos los primeros. La Caverna es muy antigua.
Me estremezco cuando miro arriba. Las paredes de esta vasta cueva tienen incrustados huesos y conchas de animales muertos, todos atrapados en piedra que antes fue barro. Este lugar existía antes de la Sociedad. Quizá incluso antes de que hubiera seres humanos.
Ky entra en la cueva y se sacude la tierra del pelo. Me acerco a él y toco sus manos, que están frías y ásperas pero no se parecen en absoluto a la piedra.
—Gracias por ayudarme —digo en su cálido cuello. Me aparto para que pueda ver lo que hay aquí.
—Esto es de la Sociedad, no hay duda —dice, su voz tan queda como la Caverna. Echa a andar y Hunter y yo lo seguimos. Pone la mano en la puerta del otro extremo del recinto—. Acero —afirma.
—La Sociedad no tendría que estar aquí —dice Hunter, con voz crispada.
Parece un despropósito, este manto de asepsia que la Sociedad ha extendido sobre la tierra y la vida. «La Sociedad tampoco tendría que estar en mi relación con Ky», pienso al recordar que mi funcionaria dijo que sabía lo nuestro desde el principio. La Sociedad se entremete en todo, es como agua que se cuela por una grieta y gotea hasta que incluso la piedra se ve obligada a ahuecarse y cambiar de forma.
—Tengo que saber por qué quisieron matarnos —me dice Hunter señalando las cajas. Están llenas de tubos. Montones de tubos bañados de luz azul. «Esto es tan bonito como el mar», imagino.
Indie entra en la cueva. Mira alrededor y pone los ojos como platos.
—¿Qué son? —pregunta.
—Dejad que me acerque más —digo, y echo a andar entre dos de las hileras de tubos. Ky me acompaña. Paso la mano por las cajas de liso plástico transparente. Para mi sorpresa, no hay cerraduras en las puertas y decido abrir una para ver mejor los tubos. Esta emite un débil silbido al abrirse y yo escruto los tubos que tengo ante mí, apabullada de pronto por su similitud y también por su variedad.
No quiero moverlos por si la Sociedad tiene un sistema de alarma, de manera que estiro el cuello hasta poder leer la información del tubo que ocupa el centro de la hilera intermedia. Hanover, Marcus. KA. Está claro que se trata de un nombre, seguido de la abreviatura de la provincia de Keya. Debajo de la provincia, hay grabadas dos fechas y un código de barras.
Son muestras de personas, enterradas con los huesos de animales que murieron mucho tiempo atrás y los sedimentos de mares petrificados, hileras de tubos de cristal similares al que tenía mi abuelo, el que contenía su muestra de tejido.
Pese al agotamiento y la fatiga, siento que mi mente clasificadora calienta motores y se pone en marcha, que intenta dar sentido a lo que veo y a los números que tengo ante mí. Esta cueva es un lugar dedicado a la conservación, casual en el caso de los fósiles incrustados en el barro e intencionada en lo que atañe a los tejidos guardados en los tubos.
«¿Por qué aquí? —me pregunto—. ¿Por qué en un lugar tan apartado de la Sociedad? Seguro que hay sitios mejores, montones de ellos.» Esto es lo contrario a un cementerio. Es lo opuesto a una despedida. Y lo comprendo. Aunque querría no hacerlo, en cierto sentido, me parece más lógico que enterrar a las personas y dejarlas marchar como hacen los labradores.