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Authors: Víctor Coviello Guillermo Barrantes

Tags: #Cuento, Fantástico

Buenos Aires es leyenda (4 page)

BOOK: Buenos Aires es leyenda
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Esta leyenda urbana clásica (caja que contiene mascota muerta es arrebatada por ladrón que imagina algo de valor) tiene otra versión muy conocida, con una estructura similar, que involucra, en lugar de un perro muerto, un cadáver humano.

Ahora bien, lo que nos llevó a profundizar en ella fueron los rumores de que algo como lo que relatamos al comienzo ocurrió realmente en el barrio de Villa Devoto.

En la tradicional confitería de Fernández de Enciso y Mercedes (frente a la plaza Devoto), uno de los empleados,
Osvaldo F
., dice haber sido testigo presencial del hecho. Y que, inclusive, acompañó a la camilla que llevó a la señora Marta hasta el Hospital Zubizarreta, ubicado a muy poca distancia (Chivilcoy y Nueva York) de allí.

—Yo la acompañé —nos dijo Osvaldo—. La pobre estaba destrozada. Creo que estuvo internada como una semana, más o menos.

Otros, como
Valerio T
., empleado de una calesita pegada casi a la confitería, aseguran incluso que el ladrón de la moto ya había sido visto varias veces por la zona, y que, luego de esa tragicómica escena, no apareció nunca más. No obstante coinciden en que la gente se fija muy bien antes de cruzar, principalmente en la calle Nueva York.

—Esto es tierra de nadie, muchachos —nos dijo
Valerio T
.—. Todos tenemos que cuidarnos el culo. Y otra cosa: el pichicho no estaba muerto, al final.

Este último dato arrojado por el calesitero coincidió con ciertos rumores que aseguran que no sólo no estaba muerta la mascota en la caja, sino que, luego de ser descubierta por el caco, consiguió escapar y estuvo un tiempo vagando por el barrio en busca de su ama.

Según algunas versiones, la tal señora Marta vendió su casa de Joaquín V. González al 4100 y nunca más se supo de ella. Otros dicen que sus familiares le pusieron un kiosquito. Pero a los pocos meses sufrió un robo y ya no quiso saber más nada, y abandonó el barrio para siempre.

En cuanto a su amiga, nos fue imposible comprobar la identidad. Las pocas Esther halladas en Villa Devoto nos aseguraron que no tenían nada que ver con un pequinés muerto.

Aunque Marta, Esther y el perro hayan desaparecido del barrio (si es que alguna vez estuvieron), hay quienes dicen que este trío no fue el único que vivió el mito en cuestión. Por ejemplo,
Perla P
., quien afirma: «Una vez al año pasa algo parecido. La historia de Marta es la más conocida, pero siempre vuelve a ocurrir, con otras personas. Y así seguirá, mientras los chorros sigan haciendo de las suyas».

Según algunos investigadores, ciertos sucesos suelen guardar una misteriosa periodicidad. «Si la realidad tuviera un cuerpo de carne y hueso —dicen—, estos acontecimientos podrían interpretarse como la manifestación del latido regular de ese cuerpo».

Quizás, el mito de la mascota muerta y arrebatada pertenezca a este singular grupo. De ser así, deberíamos estar atentos de no convertirnos, de un día para el otro, en una pobre Marta.

Flores

Despedida de soltero

Los protagonistas de esta historia se habrían conocido en un bar de Flores, más precisamente en una confitería muy cercana a la plaza Pueyrredón.

Ella estaba sola. Rubia, llamativa y sola. Fumaba.

Ellos eran tres amigos y pasaban los 30, pero Manuel Peralta era el único soltero. Esa noche estaba destinada exclusivamente a la amistad. Los «jueves de boludeo» los llamaban.

Todos vieron a la rubia.

—Debe estar esperando a alguien —dijo uno de los amigos.

—A que no te animás a hablarle —apuró el otro.

Manuel era bastante tímido, pero no le faltaba coraje. Era un don familiar. Terminó su vaso de whisky y prendió un cigarrillo. Qué decir, qué decirle. No podía demorar más.

Levantó la cabeza y la encaró decidido. Para sorpresa de la rubia, Manuel se sentó en la silla de enfrente.

—Disculpame la intromisión, pero no puedo dejar pasar por alto tan buen gusto —le dijo.

La rubia no se inmutó.

—Soy diseñador textil y me intriga el vestido que tenés puesto. ¿De qué tela es?

La rubia movió una ceja y dijo:

—No sé.

—Igual, ¿qué importancia tiene? Por más que te pongas un trapo rejilla, todo te quedaría bien.

La rubia mostró sus dientes blanquísimos y soltó una risa muy breve.

Manuel no pudo precisar el momento exacto. Si fue antes o después de ese gesto. Lo cierto es que se enamoró. El corazón le latía descontroladamente y sentía arder su cara.

Al ver que la rubia no lo echaba, él se presentó.

Ella dijo llamarse Cris.

Evidentemente, Manuel reconocía los síntomas del amor. Cris no era un nombre exótico, pero le sonó como una música única. Una melodía celestial pronunciada por un ángel. A partir de entonces, Manuel sintió más confianza. Sus amigos no lo podían creer. Menos, cuando la pareja se levantó y se fue del bar.

Así empezó el noviazgo. Y los planes de Manuel. Cris lo volvió loco. Y no eran sólo su belleza y su extraordinaria juventud: era esa mezcla de misterio y tristeza que cargaba su rostro.

Poco después, Manuel supo por qué ella estaba en el bar. La había encontrado en el momento justo, con las «defensas bajas». Es que Cris era enfermera y cuidaba gente mayor. Esa noche se había sentido agobiada por el dolor, el sufrimiento ajeno.

Manuel deliraba de amor. Por si fuera poco, el desempeño sexual de Cris era una excursión a tierras paradisíacas. Qué iba a esperar: le ofreció matrimonio a los pocos meses. Ella se sorprendió tanto que le pidió unos días para pensarlo. Durante esos días de espera Manuel casi no durmió. Para su alivio, finalmente ella aceptó. Aunque los padres de Manuel estaban desconcertados con «el nene», aprobaron su decisión. No podían negar que Cris les resultaba encantadora.

Fijaron el día del casamiento.

Por supuesto, había que hacerle una despedida de soltero como correspondía. Los amigos se juntaron para decidir. Finalmente, eligieron un prestigioso cabaret de la zona de Flores. La noche convenida llevaron a «la víctima» al night club.

Todo iba bien hasta que el presentador anunció que Manuel se despedía de su soltería y lo convocaron al escenario. Al principio se resistió, pero no había escapatoria. Alguien le vendó los ojos. Lo llevaron de la mano y lo dejaron ahí. Con una música sensual y en medio de los gritos de la multitud, Manuel sintió que le desabrochaban la ropa. Los pantalones cayeron y el slip también. ¡Estaba desnudo y rodeado de gente extraña!

El presentador entonces dijo: «A ver, ahora hágale una revisión completa al paciente». Manuel sintió manos femeninas por su cuerpo, unas manos (¿esas manos?), un aroma (¿un perfume conocido?). Sus vendas se desprendieron y de pronto todo se derrumbó, todo.

No se sabe a ciencia cierta quién se dio cuenta primero. Cris se tapó la cara con una de las manos y con la otra se cubrió lo que quedaba de su uniforme de «enfermera». Manuel perdió el equilibrio y cayó pesadamente al suelo. Algunos dicen que no paró de repetir el nombre de ella toda esa noche y durante días. La boda se canceló.

La hipótesis inicial de trabajo establecía que esta historia había ocurrido realmente; sólo con el tiempo, diferentes rumores la moldearon hasta transformarla en mito urbano.

Fue así como ubicamos el edificio de la calle Varela al 100 donde vivió Manuel y comenzamos las entrevistas.

—Hacían una linda parejita —nos dijo
Berta S
.—, se hacían mimos todo el tiempo. De afuera nunca podrías pensar nada así, nunca. La verdad, es una pena.

No opinaba lo mismo
Inocencio B
., el encargado del edificio, que mientras barría la vereda nos dijo por lo bajo:

—Esta vieja no tiene ni idea. A mí siempre me pareció rara esa mina. Cómo te miraba, una mezcla de cogotuda y de puta al mismo tiempo. No sé, te miraba de una manera que sólo una prosti te puede mirar. Claro que eso era cuando ella venía a buscarlo. Cuando los dos andaban juntos volvía a la normalidad. Pobre Manuel, se fue al poco tiempo del barrio; les digo más, al departamentito lo vendió por chaucha y palito, regalado casi.

El vecino del mismo piso (son dos departamentos por planta) nos atendió con un ojo en la mirilla y dijo que no quería hablar de nada. Insistimos y finalmente logramos sacarle unas palabras. La reconstrucción de ese diálogo enrarecido sería el siguiente:

—Lo que puedo decir es que estaban enfermos. No sé quién enfermó a quién. Tenía que soportar ruidos molestos algunas noches, usted me entiende. Las habitaciones de los dos departamentos dan al mismo aire y luz.

Por ese camino la investigación no arrojaba datos concluyentes; por lo tanto, decidimos orientar la búsqueda hacia otro lado: el mundo de los cabarets. Por eso, fuimos hasta el lugar en donde supuestamente se produjo «el descubrimiento».

El cabaret, situado en Rivadavia al 7400, es un clásico del barrio y ha logrado sobrevivir a todas las modas. Arreglamos una entrevista por teléfono y en un horario marginal con
Ronny F
., un auténtico personaje, que se mostró muy entusiasmado en contar lo que supiera. Su manera de hablar tenía un cierto acento caribeño.

—Es que estuve un tiempito en República Dominicana. Y de ahí me traje un par de negras divinas. Marlene, por ejemplo, es una de las mayores atracciones del boliche.

Nos alcanzó unas fotos que sacó de su bolsillo. Las fotos pasaron a través de una vaporosa nube producida por el enorme puro que pitaba Ronny.

Le pedimos que nos explicara el «funcionamiento» con respecto a las despedidas de soltero.

Ronny, que hasta ese momento lucía una impecable sonrisa, se puso serio.

—Quiero aclararles algo antes. Ninguna de las chicas que trabajan acá es esclava. A mis negras las traje por propia voluntad y muy contentas que están. Todas las chicas ganan muy buena plata. Claro que pasan muchas. Algunas juntan bastante y se enganchan a un tipo y después son señoras muy respetables. A más de una la vi caminando por el barrio. Pero qué le vas a hacer.

En ese instante sonó un celular con una melodía programada de dudoso gusto. Ronny levantó una mano como pidiéndonos permiso y se puso a hablar a los gritos.

Después de cortar la comunicación nos dijo:

—Los que llamaron necesitan un delivery para esta noche. Una despedida, casualmente. Pero es más costosa, claro. En las otras, vienen los conocidos del interesado y nos avisan o no de antemano. Nosotros tenemos show continuado hasta las 5 o 6 de la mañana, depende del día. Cuando nos avisan, el presentador, que vengo a ser yo, anuncia que tenemos a fulano de tal y lo hacemos subir a ese escenario que ven ahí. La cara de algunos es muy divertida. Las chicas hacen su número y lo hacen muy bien. Después, el homenajeado vuelve a su lugar. Claro que puede pedir a cualquiera de las chicas. Para eso tenemos unos lugares especiales.

Sin demoras, le relatamos nuestra versión del mito.

—Yo la sabía diferente. Me la contó una de las chicas. Y que había pasado acá, también. La chica se llamaba Sol. Les cuento de paso que el número de la enfermera es un poco viejo, igual que el de la colegiala. Ahora estamos armando uno tipo
Matrix
, que las chicas vengan del techo. La ropa de cuero bien apretada y todo eso. Bueno, parece ser que Sol estaba de «franco» ese día y conoció al tipo en cuestión. Realmente le gustó, le gustó de verdad. Encima, tenía guita. Lo que no descubrió fue que ella se había pescado SIDA. Unos días antes de casarse y en el examen que te hacen para el casorio de civil salió bien clarito. ¡Qué chévere!, diría una de mis negras. Él se enteró porque fue el que retiró los resultados. Hasta donde yo sé, el tipo le dio una patada en el culo, pero no se contagió. Vino acá, hizo un despelote fatal que hasta tuvo que venir la cana y por poco clausuran el boliche.

Agradecimos a Ronny e intentamos localizar a la tal Sol. Desistimos al poco tiempo. Nadie sabía más de ella. Ni siquiera si había fallecido a causa de la enfermedad. ¿Podría ser Sol la misma Cris del mito?

Algunos van más allá, aseguran que Manuel pudo haber tomado y modificado un mito ya existente de la despedida de soltero para su propia conveniencia. Esto es lo que podríamos denominar «apropiación o vampirización del mito».

La teoría completa diría que Manuel conoció realmente a una joven y al poco tiempo decidieron casarse. Pero fue rechazado por su amada: Manuel tenía SIDA. Por lo tanto, el novio abandonado echó mano del mito en cuestión y lo difundió para salir indemne, haciendo de su novia una prostituta, y de su propia persona, una víctima.

Existe una historia que bien pudo haber sido la «inspiración» del plan de Manuel.

Hace algunos años, se publicó en todo el mundo una historia ocurrida en Holanda. Las versiones diferían unas de otras, pero la base del relato es la siguiente:

Un matrimonio había tenido una muy fuerte discusión por una sospecha de infidelidad por parte de ella. Dispuesto a «vengarse», esa misma noche el marido fue a un cabaret. Era 31 de octubre, Noche de Brujas, por lo tanto, la condición era ponerse una máscara; al esposo atormentado le dieron una en la entrada.

Al principio, no se animó a hacer nada, él todavía amaba a su esposa y en parte se sentía culpable. Empezó a beber para darse ánimos, mientras veía el espectáculo. Con varias copas de más se reía, se reía mucho, y aplaudía cada vez que aparecían las chicas. Hasta que fijó la atención en una mujer delgada pero de buenas formas, con antifaz negro. Le gustaba mucho su sensualidad, su estilo. Revisó su billetera. Estaba decidido: quería tener a esa mujer. Ya nada le importaba.

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