Bruja blanca, magia negra (24 page)

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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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Ivy soltó una risotada mientras giraba el
bagel
para poder cogerlo mejor.

—¿Se trata de una opinión profesional?

Ford se rió entre dientes.

—Precisamente tú eres la menos indicada para arrojar piedras a los demás —sentenció—. Ignoraste una pista durante seis meses porque te sentías culpable por no haber salvado a las dos personas que más querías.

Sorprendida, me volví hacia Ivy, que, tras una primera expresión de sorpresa, alzó un hombro para mostrar su indiferencia.

—Ivy —dije, apoyando la espalda en la encimera—, la muerte de Kisten no fue culpa tuya. Ni siquiera estabas allí.

—Pero si lo hubiera estado, tal vez no habría sucedido —respondió quedamente.

Ford se aclaró la garganta y se quedó mirando el pasillo abovedado cuando Jenks entró volando apesadumbrado. Matalina estaba suspendida en el aire a la altura del dintel, con los brazos cruzados y un gesto severo en su rostro. Por lo visto, la juiciosa pixie estaba practicando sus propias técnicas psicoanalíticas y no estaba dispuesta a permitir que su marido se encerrara en el escritorio con cara de malhumor.

—Lo siento, Rachel —dijo él posándose sobre mi hombro—. No debería haberme largado de ese modo.

—No pasa nada —murmuré—. No era mi intención echarte las culpas de nada y ni siquiera me he dado cuenta de lo mal que ha sonado. Me salvaste la vida. Además, antes o después, recuperaré la memoria. Hiciste lo que debías. Solo quiero saber lo que sucedió.

Ford se reclinó sobre la silla y se guardó el lápiz.

—Estoy seguro de que lo conseguirás. Los recuerdos están empezando a aflorar.

—¿Podemos volver al asunto del fantasma? —dijo Jenks revolviéndome el pelo con el batir de sus alas.

En el rostro macilento de Ford se dibujó una sonrisa.

—¡Por cierto! Me ha dicho que quiere darte las gracias —comentó hojeando su bloc de notas—. Para su desgracia, no logró descansar en paz, pero no estaría deambulando por ahí si no hubiera sido porque Al lo liberó.

—¡Al! —exclamé entornando los ojos para ver la sonrisa de Ford a través de la nube de polvo que había creado Jenks, que estaba suspendido en el vacío en estado de choque. Incluso Ivy se detuvo en seco con el
bagel
a pocos centímetros de su boca.

—¿Qué tiene que ver Al con todo esto? —farfullé mientras Jenks emitía unos gemidos de autocomplacencia.

—¡Lo sabía! —se jactó—. ¡Lo supe desde el principio!

No obstante, Ford seguía sonriendo con unas pequeñas arruguitas que se formaban en torno a sus ojos y que le hacían parecer cansado.

—No fue deliberado. Te lo aseguro. ¿Recuerdas la lápida que tu demonio resquebrajó?

Negué con la cabeza intentando tragarme la rabia que me producía que lo hubiera llamado «tu demonio» y, justo entonces, modifiqué el movimiento para transformarlo en un gesto de asentimiento.

—¿La noche que rescaté a Ceri? —pregunté parpadeando—. ¡Oh, Dios mío! ¿Pierce está enterrado aquí? ¿En nuestro jardín trasero?

Si los pixies hubieran sufrido infartos, hubiera jurado que a Jenks le estaba dando uno. Seguía suspendido en el aire, crepitando y con el rostro desencajado, mientras su cuerpo despedía un chorro continuo de chispas negras que formaban un charco en la encimera central que se desbordaba y se arremolinaba sobre mis pies, cubiertos tan solo por los calcetines.

—¿Te refieres a la del ángel con cara de gilipollas? —acertó a decir.

Ford asintió en silencio.

¡
No puede ser
!, pensé preguntándome si disponía de tiempo suficiente para encontrar mi linterna y salir a echar un vistazo antes de que llegara Marshal.

—¡Habían raspado el nombre! —aulló Jenks.

Rex se desperezó y vino a enroscarse alrededor de mis pies intentando acercarse lo más posible a su diminuto dueño.

—Deberías tomarte una pastilla para enfriarte, Jenks —le sugerí—, antes de que tus chispas empiecen a arder.

—¡Cállate! —me respondió con un grito volando hasta Ivy—. ¡Te lo dije! ¡No digas que no te lo advertí! No se intenta borrar el nombre de un difunto con un cincel a menos que… —De pronto se interrumpió y abrió mucho los ojos—. ¡Y se encuentra en terreno no consagrado! —chilló—. Rachel, ese tipo nos va a traer un montón de problemas. ¡Y, para colmo, está muerto! ¿No se te ha ocurrido preguntarte por qué está muerto?

Los oscuros ojos de Ivy dejaron de mirar a Jenks y se dirigieron hacia mí y luego hacia Ford, que seguía sentado observándolo todo con una expresión bastante cínica.

—Ya estaba muerto cuando lo conocí —respondí secamente—, y me pareció una persona de lo más amable. Además, una buena parte de los habitantes de Cincy están muertos.

—¡Sí, pero no se pasean a hurtadillas por nuestra iglesia para poder espiarnos! —me gritó colocándose justo delante de mis narices—. ¿Por qué quieres convertirlo en un ser de carne y hueso?

Aquello estaba pasando de castaño a oscuro. Cerré la puerta de uno de los armarios de un manotazo y me acerqué a él para obligarlo a retroceder.

—¡Estaba intentando establecer contacto! —le respondí alzando la voz a pocos centímetros de él—. La única manera que tengo de hablar con él sin utilizar una jodida güija es haciéndole volver a la vida. Por si te interesa, lo enterraron vivo porque fue acusado de brujería en el siglo
XVII
. Probablemente está intentando descubrir el modo de abandonar el purgatorio y morir definitivamente, así que ¡tranquilízate un poquito!

Ivy se aclaró la garganta sujetando el panecillo en alto con las yemas de los dedos.

—¿Lo condenaron por practicar la brujería? —preguntó—. Tenía entendido que los de tu especie erais muy precavidos antes de la Revelación.

Me aparté de Jenks e inspiré profundamente para liberar la tensión.

—El vampiro pedófilo al que denunció, le pagó con la misma moneda —expliqué—. Le contó a todo el mundo que era un brujo. Los hijos de puta ignorantes lo enterraron vivo, pero eso no significa que utilizara la brujería para hacer el mal. Al fin y al cabo, yo también practico la magia negra.

Ford se puso en pie arrastrando la silla unos centímetros, agarró el abrigo y, mientras se lo ponía, se acercó al centro de la cocina.

—Tengo que irme —se justificó dándome un ligero apretón en el hombro—. Te llamaré mañana para concretar lo de la sesión de hipnosis.

—Claro —respondí distraídamente sin apartar la vista de Jenks, que brillaba intensamente junto al frigorífico.

—Pierce me ha pedido que te diga que lleva aquí desde que Al rompió su lápida. Aquello abrió un canal que permitía que cualquier espíritu dispuesto a salir pudiera hacerlo. A partir de entonces, le bastó seguir sus pensamientos para llegar hasta ti.

Ford me miraba con una sonrisa, como si me estuviera dando una buena noticia, pero yo no pude devolvérsela. ¡Maldición! Horas antes me encontraba de un humor excelente, y al final todo se había echado a perder. Primero había fracasado con los hechizos terrestres, y ahora Jenks pensaba que Pierce era un demonio que, por alguna razón, nos estaba espiando.

—Esto no pinta bien, Ivy —dijo Jenks iluminando su hombro—. No me gusta un pelo.

Entonces estallé. Quería que se callara de una maldita vez.

—Me da lo mismo que te guste o no —le espeté—. Pierce es la primera persona a la que ayudé. El primero que me necesitó. Y si necesita mi ayuda de nuevo, se la daré.

Frustrada, arrojé un puñado de bártulos para preparar hechizos de energía luminosa en el interior de un cajón y lo cerré con tanta fuerza que Rex salió huyendo.

Ford cambió el peso de una pierna a otra.

—Tengo que irme.

La cosa no me extrañó, teniendo en cuenta mi repentino arrebato de mal humor. Jenks se interpuso en su camino y el psiquiatra vaciló.

—Ford —dijo en un tono desesperado—. Dile a Rachel que es una mala idea. No se debe revivir a los muertos. Bajo ningún concepto.

Por un momento sentí que el corazón se me encogía, pero Ford alzó la mano para aplacar los ánimos.

—Pienso que es una idea genial. Pierce no es un espíritu maligno. Además, no me parece que Rachel pueda causarle un daño tan terrible en una sola noche.

El zumbido de alas de Jenks alcanzó un tono irreal, y las chispas que desprendía adquirieron una tonalidad gris.

—No creo que hayas captado cómo están realmente las cosas —dijo—. ¡Por el amor de Campanilla! ¡No conocemos de nada a ese tipo! Sin embargo, Rachel ha decidido compadecerse de él y ofrecerle la oportunidad de volver a la vida durante una noche. Lo enterraron vivo en terreno blasfemado. No sabemos cómo traerlo de vuelta del reino de los muertos, pero me juego lo que quieras a que un demonio sí que sabe cómo hacerlo. ¿Y qué le impedirá revelarle a un demonio todos nuestros secretos a cambio de una nueva vida?

—¡Ya basta! —grité—. Jenks, tienes que disculparte con Pierce. ¡Inmediatamente!

Dejando tras de sí una estela de chispas como si se tratara de un caprichoso rayo de sol, Jenks se dirigió a mí.

—¡Ni hablar! —respondió con vehemencia—. ¡No lo hagas, Rachel! No puedes arriesgarte. Ninguno de nosotros puede.

Se encontraba suspendido delante de mí, con una actitud rígida y decidida. Desde detrás de él, Ivy se me quedó mirando. De improviso, no supe qué decir. Había conocido a Pierce y juntos habíamos rescatado a aquella pobre niña, sin embargo, tan solo tenía dieciocho años, y existía la posibilidad de que me hubiera dejado embaucar por la inocencia de la adolescencia.

—Jenks… —dijo Ford, aparentemente dolido por mis repentinos temores.

El diminuto pixie se elevó a toda prisa con evidente frustración.

—¿Podemos hablar en privado? —preguntó con una expresión tan fiera que pensé que iba a pixearlo.

Con la cabeza gacha, Ford asintió, dándose la vuelta con intención de abandonar la cocina.

—Rachel, si no consigues encontrar el hechizo, ponte en contacto conmigo y volveré para que puedas conversar un poco más con Pierce.

—Sí, claro —respondí cruzando los brazos a la altura del pecho y apoyándome en la encimera—. Me sería de gran ayuda.

Tenía los dientes apretados y me dolía la cabeza.

Rex se fue detrás de Jenks y de Ford y me pregunté si la gata los seguía a ellos o a Pierce. El sonido de las pisadas de Ford se perdió en la lejanía e, inmediatamente después, se empezó a escuchar una conversación en voz baja que provenía del santuario y que, más bien, podría haberse definido como un monólogo. Era muy probable que Ivy consiguiera escuchar a Ford con la suficiente claridad como para entender lo que estaba diciendo, pero yo no, y probablemente era ese el principal objetivo de Jenks.

Intentando relajar la mandíbula, me quedé mirando a Ivy, que se encontraba en el extremo opuesto de la cocina. Había sacado otro plato de postre, y cuando asentí con amargura, colocó encima la otra mitad de su cena y me lo entregó. Yo lo agarré con un movimiento rígido.

—Tú no piensas que sea una mala idea, ¿verdad? —le pregunté.

Ivy suspiró con la mirada perdida en el vacío.

—¿Se trata de un hechizo demoníaco? —inquirió—. Me refiero al que se necesita para que Pierce vuelva a la vida de forma temporal.

Yo sacudí la cabeza y di un bocado al
bagel
.

—No. El único inconveniente es su complejidad.

Sus oscuros ojos se posaron en los míos y encogió levemente uno de sus hombros.

—Bien —concluyó—. En ese caso, creo que deberías hacerlo. Jenks es solo un viejo paranoico.

Aliviada, relajé los hombros y logré esbozar una tenue sonrisa. Entonces giré el trozo de pan para acceder a la parte con más cantidad de queso y le di un buen mordisco, llenándome la boca de su intenso sabor agrio.

—Pierce no está planeando nada —le expliqué sin dejar de masticar—. Si puedo, me gustaría echarle un cable. Me ayudó a entender lo que quería hacer con mi vida y, en cierto modo, se lo debo. —En ese momento la miré a los ojos y me di cuenta de que tenía la mirada perdida y su rostro mostraba una expresión pensativa—. ¿Sabes lo que significa sentirse en deuda con alguien por haber cambiado tu vida para mejor?

Ivy volvió la mirada hacia mí.

—Eh… Sí, claro —respondió.

A continuación dejó el plato y se dirigió hacia el frigorífico.

—Sé que puedo hacer el hechizo, solo necesito la receta, el instrumental y una congregación de brujos para absorber la energía necesaria.

En aquel instante me quedé mirando el
bagel
y exhalé un suspiro.

Iba a resultar mucho más difícil de lo que parecía en un principio.

Sin decir una palabra, Ivy se sirvió un vaso de zumo de naranja.

—Lo siento —dijo entonces, adoptando un tono conciliador—. Todo esto significa mucho para ti. Pasa de Jenks. Se está comportando como un capullo.

Mordí de nuevo el panecillo y me quedé en silencio. Pierce era una de las pocas personas que me conocía antes de mis marcas demoníacas, de la mácula en mi alma y de todo lo demás. Si podía, tenía que ayudarlo.

Ivy se acercó al fregadero para sacudir las migas de su plato y, consciente del efecto que provocaba mi desasosiego en sus instintos, me alejé unos metros intentando no hacerme notar.

—¿Y no sería más sencillo comprar el libro? —preguntó dirigiendo la mirada hacia el reflejo de la luz del porche sobre la nieve—. Si no se trata de magia demoníaca, deberían tenerlo en algún sitio.

Negué con la cabeza. Era un alivio que hubiera alguien que no creyera que Pierce nos estaba espiando.

—No lo pongo en duda, pero los manuales arcanos de nivel 800 no son muy comunes. No suelen verse a menos que alguien los utilice con fines didácticos. Conseguir uno antes de Año Nuevo va a ser un problema. Por no hablar del crisol. Si Robbie no sabe dónde está, nos podría llevar meses encontrar uno.

En aquel momento se escuchó un portazo procedente de la puerta principal y Jenks entró en la cocina junto al gélido olor de un prado veraniego en una noche invernal. Parecía de mucho mejor humor, y no pude evitar preguntarme qué le habría dicho Ford.

—Tengo que irme —dije agarrando el bolso de la silla antes de que Jenks intentara comenzar una conversación—. Lo más probable es que no vuelva hasta, por lo menos, las cuatro. Va a ser una noche muy dura —comenté con un suspiro—. Robbie se ha echado novia y a mi madre le encanta escuchar cosas sobre ella.

Ivy esbozó una sonrisa con la boca cerrada.

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