Cuando estaba a punto de salir de la cocina, Robbie me agarró del hombro.
—Ya te lo traigo yo —dijo mirando por encima de mi hombro hacia el salón—. No quiero que mamá se entere de lo que estás haciendo. Dile que estoy buscando mi colección de chapas.
Con un bufido, asentí con la cabeza. ¡Claro! ¡Como si fueran a dejarle subir la colección de chapas al avión!
—Diez minutos —le advertí—. Si en ese tiempo no has vuelto, subiré a por ti.
—Me parece justo —dijo con una sonrisa agarrando el paño del colgador para secarse las manos—. Eres un encanto de hermana. Sinceramente, no me explico de dónde provienen todos esos rumores.
Intenté contestarle con una respuesta ocurrente, pero me quedé en blanco cuando tensó el paño agarrándolo por los dos extremos y me sacudió con él.
—¡Eh! —grité.
—¡Robbie! ¡Deja en paz a tu hermana! —se oyó decir a mi madre débilmente desde el salón. Su voz estaba cargada de una firmeza que nos resultaba muy familiar, y tanto mi hermano como yo sonreímos. Había pasado demasiado tiempo. Al ver la expresión de cordero degollado de sus ojos verdes, agarré la esponja y la levanté para ver qué sucedía.
—¡Rachel! —gritó mi madre y, con expresión de victoria, Robbie me tiró el paño y abandonó la cocina con paso firme y moderado. Casi de inmediato, escuché que abría la puerta del ático y el ruido de la escalera al golpear la alfombra de la entrada del dormitorio. A continuación, con el convencimiento de que volvería a casa con todo lo que necesitaba, sequé el fregadero y volví a colgar el paño.
—¡Venga! —susurré olfateando la cafetera y esperando que se espabilara un poco por deferencia con nuestro huésped.
De pronto apareció mi madre, cuyas pisadas habían sido aplacadas por el linóleo.
—¿Qué está haciendo Robbie en el ático?
Me aparté de la cafetera, que seguía expulsando gota a gota el café.
—Buscando su colección de chapas.
De acuerdo, había mentido a mi madre, pero estaba segura de que mi hermano aparecería con algo que encontraría allí arriba, de manera que, al final, no se podría considerar una mentira.
Ella emitió un leve sonido con la boca mientras sacaba cuatro tazas blancas del armario y las colocaba en la bandeja. Era el juego que utilizaba con los invitados de postín, y me pregunté si querría decir algo.
—Es agradable teneros a los dos en casa —dijo quedamente, haciendo que mi tensión se desvaneciera. En realidad lo agradable era tener a Robbie, para fingir por un rato que nada había cambiado.
Mi madre estuvo trasteando con la bandeja hasta que la cafetera dejó de gotear y, una vez más, advertí lo jóvenes que parecían sus manos. Las brujas vivían aproximadamente dos siglos, y casi podíamos pasar por hermanas, especialmente desde que había dejado de vestirse de forma descuidada.
—Cindy es muy maja —dijo sin venir a cuento. Di un respingo y, de golpe y porrazo, volví en mí al oír el nombre de la novia de mi hermano—. A Robbie le gusta tomarle el pelo como hace contigo. —Estaba sonriendo, y yo me acerqué al frigorífico para coger la leche—. Te gustará —añadió con la vista puesta en el jardín trasero, iluminado por la luz de seguridad del vecino—. Trabaja en la universidad mientras termina su licenciatura.
Además inteligente
, me dije a mí misma, aunque la cosa no me sorprendía lo más mínimo. Aquello no había surgido en la cena, y me pregunté por qué.
—¿Qué estudia?
Mi madre presionó los labios con gesto meditabundo.
—Criminología.
Verdaderamente inteligente. Demasiado, quizás
.
—Le queda un año —comentó mi madre disponiendo un juego de cucharillas sobre las servilletas—. Se les ve muy bien juntos. Sus caracteres se complementan a la perfección. Él es un soñador, mientras que ella tiene los pies en la tierra. Es de una belleza serena. Sin duda, sus hijos serán preciosos.
Su sonrisa se había vuelto más tenue y sonreí a mi vez, al darme cuenta de que, al sentar la cabeza, Robbie estaba haciendo realidad uno de los sueños de mamá. Es posible que hubiera desistido conmigo, pero ahora Robbie iba a cargar con todo el peso. ¡
Qué triste
…!
—Dime —preguntó en un tono engañosamente dulce—. ¿Qué tal te va con Marshal?
Mi sonrisa se desvaneció. De acuerdo. Tal vez no había desistido del todo.
—Bien. Estupendamente —respondí con repentino nerviosismo. Había sido ella la que me había dicho que no pegábamos nada y que lo único que podríamos llegar a tener era una relación de transición. No obstante, después de escuchar en la cena cómo Marshal había sacado a Tom de debajo de mi cocina, era posible que hubiera cambiado de opinión.
—A Robbie le ha caído muy bien —continuó—. Y a mí me gusta saber que tienes a alguien que cuida de ti. Alguien capaz de bajar al sótano de tu casa y, por así decirlo, defenderte de posibles peligros.
—¡Mamá…! —De repente me sentí atrapada—. Puedo defenderme yo solita. Marshal y yo somos solo amigos. ¿Por qué no puedo ser amiga de un hombre? ¿Eh? Cada vez que intento ir más allá, lo echo todo a perder. Además, me dijiste que lo nuestro no tenía futuro y que sería solo un entretenimiento provisional.
Estaba gimoteando, y ella dejó el azucarero y se dio la vuelta para mirarme.
—Cariño —dijo tocándome la mandíbula—. No te estoy diciendo que te cases con él. Te estoy diciendo que le dejes las cosas claras. Asegúrate de que sabe lo que está pasando.
El estómago, lleno de asado y de salsa, se me revolvió.
—Me alegro —dije sorprendida—, porque no estamos saliendo juntos y no está pasando nada. Todos los hombres con los que he salido han sido asesinados o se han tirado por un puente.
Ella torció el gesto con una expresión de sarcasmo, agarró la jarra y vertió el café en su mejor cafetera de plata.
—Eso no es cierto —me reprochó—. Marshal me gusta mucho, y te hace mucho bien, pero quizás es demasiado… tranquilo para conseguir mantener tu interés, y quiero estar segura de que no cree que hay algo más de lo que en realidad hay. Es demasiado bueno para que lo engañes y, si le has dado alguna pista…
—Sabe perfectamente que somos solo amigos —la interrumpí. ¡
Oh, Dios
! ¿Qué coño le pasaba a mi madre?
—Ser amigos es una buena cosa —dijo con firmeza—. Y me tranquiliza saber que puedes contar con él cuando estés en un apuro. Con la historia de Bansen, por ejemplo. Duermo mejor desde que sé que tienes a alguien que acudirá en tu ayuda cuando yo no esté. Estoy preocupada por ti, cariño.
Apreté la mandíbula y sentí que me subía la presión sanguínea. Aquel no era el tema del que quería hablar.
—Si encuentro algún otro bicho bajo los tablones de mi casa, sé a quién llamar. —Entonces vacilé. ¿
Cuándo ella no esté
?
—Mamá… —dije al verla ordenar compulsivamente la bandeja—. Te encuentras bien, ¿verdad?
Ella soltó una carcajada que hizo que los hombros se me relajaran.
—¡Pues claro!
No del todo convencida, coloqué la cafetera de plata en la bandeja sabiendo, por fin, lo que significaba. Mi madre consideraba a Marshal una compañía informal, no un futuro yerno, y una parte de mí estaba decepcionada a pesar de que sabía que era lo mejor. De pronto, un golpe en el ático distrajo mi atención. A continuación se oyó un segundo golpe y empecé a inquietarme. Agarré la bandeja cuando el distintivo ruido de la puerta del ático al cerrarse se filtró a través del techo. Estaba bajando.
—Ya lo llevo yo —dijo mi madre enérgicamente quitándome la bandeja de las manos y señalando con la barbilla en dirección al pasillo—. El pobre Marshal debe de estar aburriéndose ahí solo. Ve a ver si Robbie necesita ayuda con lo que quiera que esté bajando del ático. ¡Chapas! ¡Creía que las había tirado todas!
—Gracias, mamá.
Impaciente por tener el libro entre mis manos, la seguí, y tras sonreír con tristeza al alegre comentario de Marshal sobre la bonita cafetera, me fui en dirección contraria y estuve a punto de chocarme con Robbie. Solté un grito ahogado y él me sujetó con ambas manos. Entonces entrecerré los ojos. ¿
Con ambas manos
?
—¿Dónde está el libro? —susurré.
Robbie tenía los ojos entornados en la verde penumbra del vestíbulo, y tenía frío por haber estado en el ático.
—No estaba.
—¿Qué? —exclamé. Acto seguido, bajé la voz y me incliné hacia él—. ¿Qué quieres decir con que no estaba?
—Quiero decir que ya no está donde lo dejé. La caja ha desaparecido.
Sin saber si debía creerle o no, rodeé a mi hermano dispuesta a buscarla por mí misma.
—¿Cómo era la caja? —pregunté estirando el brazo para coger la cuerda que abría la trampilla. Una de dos, o mamá la había encontrado o Robbie me estaba mintiendo para que yo no pudiera cogerla.
Robbie me agarró del hombro y me obligó a darme la vuelta.
—Relájate. Tiene que estar ahí arriba —dijo—. Volveré a mirar por la mañana, cuando se haya ido a la cama.
Entrecerré los ojos y vacilé. Desde la habitación de delante se oyó la voz de mi madre.
—¿Has encontrado tus chapas oxidadas, Robbie? ¡Quiero que te las lleves de mi ático!
Robbie me apretó el hombro todavía más y, a continuación, la relajó.
—¡Sí, mamá! —respondió—. ¡Enseguida voy! ¡Tengo algo para ti y para Rachel!
—¿Regalos? —De repente mi madre se encontraba en el vestíbulo, y su rostro se iluminó mientras me agarraba por el brazo—. Sabes de sobra que no quiero que nos compres nada. Tenerte aquí ya es regalo suficiente.
Robbie esbozó una sonrisa pícara y me guiñó un ojo cuando apreté los dientes. Ahora no podría subir para asegurarme de que no se le hubiera «escapado» nada. Mierda. Lo había hecho a propósito.
Pero mi madre parecía encantada, y la seguí de vuelta al salón para tomar café mientras Robbie iba a revolver en su equipaje. Marshal se mostró claramente aliviado cuando me vio aparecer; me dejé caer sobre el sofá tapizado de tela marrón chocándome involuntariamente con él, pero me quedé donde estaba, con nuestros muslos tocándose.
—Me debes un favor —susurró con la boca torcida en un gesto entre divertido y enfadado—. Y grande.
Eché un vistazo al grueso álbum de fotos de cuando Robbie y yo éramos pequeños.
—Dos entradas para el próximo espectáculo de lucha libre en el Coliseum —le respondí en voz baja—. En primera fila.
—Creo que podría bastar —dijo riéndose de mí.
Casi tarareando, mi madre tomó asiento y empezó a mover el pie impaciente hasta que se dio cuenta de que la estaba mirando y dejó de hacerlo.
—Me pregunto qué nos ha traído —comentó, y los restos de mi mal humor se desvanecieron. Me gustaba verla así—. ¡Oh! ¡Aquí llega! —añadió mientras se le iluminaba la cara al oír los pasos de Robbie.
Mi hermano se sentó frente a nosotras y dejó dos sobres, cada uno de ellos con nuestros nombres, escritos con una letra claramente femenina. Su alargado rostro no podía ocultar la emoción y nos los tendió sujetándolos con dos dedos, uno para mi madre y otro para mí.
—Cindy y yo os hemos comprado esto —dijo mientras los cogíamos—. Pero no podéis utilizarlos hasta el mes de junio.
—¿Junio? —farfullé.
—¿Junio? —repitió mi madre. Acto seguido soltó un grito de alegría que me hizo dar un respingo—. ¡Os vais a casar! —exclamó dirigiéndose al otro lado de la mesa de centro—. ¡Robbie! ¡Oh, Robbie! —acertó a decir poniéndose a llorar—. Cindy es un encanto. ¡Estoy segura de que seréis muy felices juntos! ¡Me alegro tanto por vosotros! ¿Ya tenéis la iglesia? ¿Cómo van a ser las invitaciones?
Me separé a toda prisa de Marshal y me quedé mirando los dos billetes de avión de mi sobre. Entonces levanté la vista y mis ojos se toparon con los de Robbie.
—Por favor, dime que vendrás —me pidió con los brazos rodeando a mi madre, que lloraba de felicidad—. Nos harías muy felices.
—Mírame —gorjeó mi madre apartándose para enjugarse las lágrimas—. ¡Serás cabrón! ¡Me has hecho llorar!
Robbie pestañeó al oír su inapropiado lenguaje, pero yo sonreí. Mamá no tenía remedio.
—Por supuesto que iré —dije poniéndome en pie y rodeando la mesa—. No me lo perdería por nada del mundo.
Me importaba una mierda lo que pensara Al. Tendría que conformarse con hacerme viajar a través de una línea luminosa a la que no estaba acostumbrado. En Portland, como en todas partes, había líneas luminosas.
Uniéndome a su abrazo, me sentí bien, segura, con una sensación agridulce. El aroma a lilas y a secuoya de mi madre se mezcló con el olor a los amperios, pero, a pesar de que me sentía feliz, me invadió una nueva preocupación. Tal vez debería renunciar por completo a la magia. Si le sucediera algo a mi hermano, a su prometida… o a sus hijos, jamás me lo perdonaría.
Dándoles un último apretón, los solté y me aparté. Marshal, del que todos parecíamos habernos olvidado, se acercó y le estrechó la mano a Robbie, presentándole sus «condolencias».
—Me alegro mucho por ti —dijo de todo corazón—. ¿Qué día será?
Robbie suspiró, soltando la mano de Marshal. Era evidente que se había relajado por completo.
—Todavía no tenemos fecha. Me temo que dependerá de la empresa de cáterin —respondió con una sonrisa avergonzada.
Sin dejar de llorar, mi madre prometió ayudar en todo lo que pudiera. Robbie se volvió hacia ella, dándome la espalda, y sonreí a Marshal, incómoda. No había nada como que tu hermano anunciara su boda para empeorar una situación ya de por sí embarazosa.
El móvil de alguien empezó a sonar y todos lo ignoramos hasta que me di cuenta de que era el mío. Apreciando la ocasión que se me presentaba de liberarme, salí disparada hacia la puerta principal, donde había dejado el bolso, y lo busqué pensando que lo de
Break on through to the other side
debía de ser una broma de Pierce. No estaba mal, teniendo en cuenta que tenía que ponerse al día de ciento cincuenta años de música.
—Lo siento —respondí cuando descubrí que era el número de Edden—. Tengo que responder. Es el padre de mi amigo el policía. El que está en el hospital.
Mi madre hizo un gesto azorado con la mano y me di la vuelta para tener algo de privacidad. Un torrente de adrenalina me recorrió de arriba abajo. No creía que tuviera que ver con Glenn, pero no quería contarles que estaba intentando echar el guante a una banshee. Robbie ya me consideraba lo suficientemente irresponsable.