—¡Oh! —exclamé haciendo grandes aspavientos y, mientras Robbie se apartaba para evitar que le cayera encima, corrí a coger un puñado de servilletas para poder estudiar mejor a los agentes de la terminal.
Dos lobos
, pensé,
y un brujo
. Habían reunido fuerzas y se dirigían lentamente hacia donde nos encontrábamos.
Mierda
.
—¿Crees que podrías beber y caminar al mismo tiempo? —le susurré a Robbie al volver, mientras me ponía a limpiar todo—. Tenemos que encontrar a Jenks y salir de aquí cuanto antes.
—¿Es por esos polis? —preguntó. Yo levanté la vista y me quedé mirándolo sorprendida—. Si querías que nos largáramos, no hacía falta que tiraras el café.
—¿Lo sabías? —Él me miró con un gesto de desagrado, mientras sus ojos verdes mostraban un atisbo de enfado.
—Llevan siguiéndome desde que llegué al aeropuerto —explicó sin apenas mover los labios mientras le ponía la tapa al café y alzaba su bolsa—. Me han registrado tan a fondo que casi me dejan desnudo, y juraría que el tipo que estaba sentado a mi lado era un teniente de las fuerzas aéreas. ¿Qué es lo que has hecho, hermanita?
—¿Yo? —exclamé a punto de estallar. Lo que más me fastidiaba es que pensara que era a mí a quien seguían. No era yo la que jugueteaba con azufre y pasaba largas temporadas fuera de casa durmiendo en una ciudad diferente cada noche. No, yo me limitaba a quedarme en la vieja Cincinnati, tropezando una y otra vez con los peces gordos de la ciudad como quien se encuentra con los vecinos en el supermercado.
—¡Qué más da! El caso es que tenemos que irnos —dije pensando que aquello explicaba por qué me habían registrado al entrar.
Robbie emitió un gruñido de conformidad y, mientras yo me colgaba una de sus bolsas y agarraba el instrumento, él me pasó su café y me quitó la guitarra.
—Tú siempre lo rompes todo —se justificó arrebatándome el asa de las manos.
Sentí un escalofrío cuando vi que los polis empezaban a seguirnos, pavoneándose, mientras nos dirigíamos a la recogida de equipajes. Robbie no dijo ni una palabra hasta que llegamos a una cinta desplazadora donde, aprovechando el leve zumbido, tiró de mí hacia él y susurró:
—¿Estás segura de que la SI no anda detrás de ti por haberlos dejado tirados?
—Segurísima —insistí, aunque estaba empezando a tener mis dudas. Estaba trabajando en un doble asesinato en el que estaban involucrados un humano y una banshee. Edden había dicho que no estaban interesados en Mia, pero ¿y si estaban intentando encubrir algo?
Por favor, otra vez no
, me dije a mí misma, abatida. Pero, en ese caso, ya me habrían enviado a Denon para que me amenazara. ¡Quién sabe! Tal vez lo habían ascendido. La última vez que había visto al vampiro necrófago, tenía mejor aspecto que nunca.
Nos estábamos acercando al final de la pasarela móvil, y Robbie levantó un poco más su bolsa de manera que pude echar un vistazo a los hombres armados que nos seguían. Los seis metros se habían convertido en cuatro y medio, y yo estaba cada vez más nerviosa. De pronto escuché el inconfundible chasquido de las alas de Jenks y descubrí que se encontraba en un puesto de flores cercano. Al ver que estaba ocupado, le indiqué que nos íbamos a recoger el equipaje de Robbie y, justo después, incliné la cabeza hacia atrás. Él dejó escapar un resplandor para hacerme saber que lo había entendido, y mi hermano y yo seguimos nuestro camino.
—¿Jenks? —preguntó Robbie en voz baja—. Es tu ayudante, ¿verdad?
—Sí —respondí con el ceño fruncido colocándome la bolsa de Robbie en una posición más cómoda—. Estoy segura de que os vais a caer muy bien. Está intentando conseguir unas cosas para su mujer. No tengo ni idea de por qué nos siguen esos tipos.
—No estarás buscando una excusa para no venir a cenar, ¿verdad? —preguntó Robbie alzando la voz mientras bajábamos de la cinta.
Me esforcé por soltar una sonora carcajada.
—Tal vez —respondí dispuesta a seguirle el juego—. Tengo algunos asuntos que resolver. He de ir a la biblioteca a devolver un libro y me gustaría visitar a un amigo que está ingresado en el hospital.
—¡No te atreverás! —exclamó Robbie para que lo oyeran los miembros de seguridad mientras nos adentrábamos lentamente en un pequeño pasillo que se encontraba junto a las puertas de seguridad—. Necesito que estés allí para interceder cuando mamá decida sacar los álbumes de fotos.
Sonreí burlona. Sabía perfectamente a qué se refería.
—Mmmm, deberías haberte traído a Cindy. Yo voy a llevar a un acompañante.
—¡Eso no es justo! —protestó mientras accedíamos a la parte del aeropuerto no vigilada. Miré atrás y descubrí que nuestros escoltas se habían reducido a uno.
Gracias a Dios, es el brujo. Soy perfectamente capaz de enfrentarme a un brujo, incluso sin la ayuda de Jenks
.
—¡Por supuesto que es justo! Se llama Marshal, y trabaja en la universidad como entrenador del equipo de natación. En una ocasión, me ayudó durante una misión y, de todos los chicos con los que he salido, es el primero que no intenta conseguir nada a cambio, así que sé amable con él.
Robbie se quedó mirándome mientras subíamos las escaleras mecánicas.
—No será…
Al escuchar su tono dubitativo y descubrir que estaba agarrando la barandilla con el dedo meñique delicadamente extendido, lo miré con una sonrisa ladeada.
—¡No! —respondí—. Se trata de un chico tradicional. ¡Dios! Puedo estar con un chico soltero, de los de antes, y no acostarme con él.
—Pues sería la primera vez —comentó Robbie. Le di un empujón, descargando un poco de la adrenalina que había acumulado gracias a los tres tipos de seguridad.
—¡Eh! —exclamó de buen rollo, recuperando el equilibrio justo a tiempo para sortear sin problemas el final de la escalera.
Nos detuvimos en silencio delante de los monitores para comprobar por qué cinta transportadora salían las maletas de su vuelo y, despacio, nos unimos al creciente grupo de personas que intentaba coger un buen sitio.
—¿Sigues viviendo en esa iglesia?
De pronto, sentí que la sangre se me subía a la cabeza y solté su bolsa de golpe.
—¿Quieres decir, con la vampiresa? Pues sí. ¿
Cómo es posible que consiga sacarme de quicio con tanta facilidad
?
Con la vista puesta en el lugar del que salían, una por una, todas las maletas, Robbie emitió un sonido gutural.
—¿Y qué piensa mamá al respecto?
—Estoy segura de que, esta noche, te enterarás de todo —dije, cansada de escuchar siempre la misma historia. En realidad mi madre se mostraba bastante comprensiva y, con Marshal delante, cabía la posibilidad de que ni siquiera sacara el tema.
—¡Ahí está! —exclamó de pronto, ahorrándome tener que seguir con aquella conversación. Justo entonces, su rostro adoptó una expresión preocupada—. Creo que es la mía —añadió, y yo me retiré un poco para dejar que se abriera paso entre dos señoras de baja estatura y retirara la maleta de ruedas de la cinta.
En aquel momento escuché el chasquido de las alas de un pixie y, cuando vi que la gente prorrumpía en exclamaciones cargadas de ternura, supe que Jenks se encontraba cerca, de manera que me enrollé la bufanda para darle un lugar donde entrar en calor. La luz era bastante intensa alrededor del puesto de flores, pero en aquel lugar, junto a las puertas, hacía mucha corriente.
—¡Hola, Rachel! —dijo aterrizando en mi hombro con un fuerte olor a fertilizante barato.
—¿Has conseguido lo que buscabas? —le pregunté mientras Robbie tiraba con fuerza de su maleta de ruedas para bajarla de la cinta.
—No —respondió—. Todos los productos estaban llenos de conservantes a base de cera. ¡Por las zapatillas rojas de Campanilla! ¿Por qué tienes a tres policías siguiéndote?
—No tengo ni idea. —Robbie empujó la maleta hasta donde nos encontrábamos, con la cabeza gacha y cara de enfado—. ¡Eh, Robbie! Quiero presentarte a Jenks, uno de mis socios —dije cuando mi hermano se detuvo ante nosotros. Por la forma en que tiró del asa, debía de estar muy cabreado.
—Me han roto el candado de la maleta —se lamentó. A continuación, cuando Jenks descendió para echarle un vistazo, intentó suavizar su expresión.
—¡Pues sí! —confirmó el pixie revoloteando justo delante con los brazos en jarras. Entonces ascendió de golpe obligando a Robbie a apartar la cabeza de golpe—. Me alegro de que por fin nos conozcamos.
—¿Eres tú el que evita que mi hermana se meta en líos? —dijo Robbie extendiendo la palma de la mano para que Jenks pudiera posarse, mientras lo observaba con una amplia y sincera sonrisa—. Gracias. Te debo un gran favor.
—¡Bah! —Al oír sus palabras, las alas de Jenks adquirieron poco a poco un ligero tono rojizo—. Tampoco es tan difícil de vigilar. Son mis hijos los que me llevan por la calle de la amargura.
—¿Tienes hijos? Pero ¡si eres muy joven!
—Casi cuatro docenas —respondió, henchido de orgullo por el hecho de ser capaz de mantener viva una prole tan numerosa—. Bueno, será mejor que nos larguemos de aquí, antes de que a esos inútiles de allí les entren delirios de grandeza e intenten registrarte de nuevo la ropa interior.
Sorprendida, eché un vistazo al agente de seguridad del aeropuerto apostado a unos diez metros de donde nos encontrábamos y descubrí que me observaba con una sonrisa. ¿Qué demonios estaba pasando?
—¿Quieres comprobar si te falta algo? —pregunté a Robbie.
—No —respondió mirando el cerrojo con el ceño fruncido—. Jenks tiene razón. No llevo nada de valor. Tan solo ropa y un montón de música.
—Lo sé —dijo Jenks—. Cuando estaba en el puesto de flores, he podido oír lo que decían por radio. Debí imaginar que estaban hablando de ti, Rachel.
—¿Te has enterado de por qué nos vigilan? —le pregunté con el corazón a punto de salírseme del pecho—. ¿Son de la SI?
Jenks negó con la cabeza.
—No lo han dicho. Pero si os sentáis a tomar otro café, lo averiguaré.
Miré a Robbie con expresión interrogante, pero él no dejaba de cambiar el peso de una pierna a otra, con evidentes muestras de nerviosismo. Entonces eché un vistazo al tipo de seguridad, que estaba con los brazos cruzados sobre el pecho, como si me suplicara que fuera a quejarme.
—No —resolvió Robbie—. No merece la pena. ¿Dónde has aparcado?
—En Idaho —bromeé, a pesar de que, por dentro, estaba cada vez más cabreada. ¿
Por qué habían registrado las maletas de mi hermano, si era a mí a quien estaban vigilando
?—. Bueno… ¿Por qué no me cuentas algo de Cindy? —sugerí mientras nos acercábamos a las enormes puertas de cristal. Cuando se abrieron, Jenks se introdujo en mi bufanda y, juntos, salimos a la fría pero luminosa tarde.
Tal y como esperaba, la expresión apesadumbrada de Robbie desapareció por completo y, con el rostro radiante, empezó a charlar alegremente. Mientras buscábamos el coche, tuve que esforzarme por mantener la atención en lo que tenía que contar sobre su novia, asintiendo con la cabeza y alzando las cejas cada vez que la ocasión lo requería.
Aun así, conforme cruzábamos el aparcamiento, me fui fijando en todos y cada uno de los rostros que nos rodeaban, oteando el horizonte, comprobando que nadie nos siguiera e inspirando profundamente con el propósito de distinguir los característicos olores de hombres lobo, vampiros o brujos mientras fingía que no pasaba nada e intervenía en la conversación cuando me preguntaba por los grupos de música que había estado escuchando últimamente. A pesar de que todavía estaba tensa, cuando llegamos al coche y descubrí que Denon no me estaba esperando, respiré aliviada.
Claramente feliz por que nos fuéramos a casa, Robbie continuó charlando mientras metíamos sus cosas en el maletero y se introducía con cierta dificultad en el asiento del copiloto. Una vez dentro, puse la calefacción al máximo para Jenks que, inmediatamente, empezó a despotricar sobre mi perfume y se instaló en el hombro de Robbie. No obstante, creo que la verdadera razón no era mi perfume, sino que mi hermano, cuya ropa primaveral no lo abrigaba lo suficiente, había puesto todas las rejillas apuntando hacia él. La conversación decayó cuando Robbie descubrió el detector de magia de alto nivel que colgaba de mis llaves. Sabía perfectamente lo que era (él también había presenciado cómo mi padre se preparaba para ir al trabajo) y, aunque frunció el gesto, preocupado por el hecho de que su hermana tuviera que llevar un amuleto para protegerse de posibles bombas lapa, no dijo ni una palabra.
No empecé a tranquilizarme hasta que no llegamos a la autopista y nos dirigimos camino a casa. Aun así, me pasé el viaje vigilando por el espejo retrovisor por si divisaba las luces intermitentes de la SI y pensando: ¿
Acaso he vuelto a acercarme demasiado a uno de sus chanchullos
?
Y, si así fuera
, ¿
debería retroceder o destaparlo todo una vez más
?
Con los ojos guiñados, no solo por la luz del sol, sino también por mi mal humor, recordé la cara de cabreo de Robbie al descubrir que habían estado hurgando en sus cosas. Entonces decidí que sí, que iba a dejar que todo aquel asunto saliera a la luz.
Mientras estaba sentada a la antigua mesa de Ivy, ojeando uno de los viejos libros demoníacos de mi padre en busca de una receta para crear un amuleto localizador, la cálida brisa del calefactor hizo que los rizos me empezaran a hacer cosquillas en el cuello. Jenks estaba leyendo por encima de mi hombro, y el hecho de tenerlo allí, suspendido a apenas medio metro de distancia, me estaba sacando de quicio. En mi opinión, no le hacía ninguna gracia que siguiera buscando, a pesar de haber encontrado una receta en mis mundanos, y mucho más seguros, libros de magia terrestre. La mayoría de los hechizos de detección, ya fueran terrestres o de líneas luminosas, hacía uso de la magia simpática, es decir, utilizabas un objeto que estuviera en tu poder para detectar cualquier cosa que pudiera interesarte, ya fueran bombas lapa, carteristas o micrófonos ocultos. No obstante, los localizadores de magia terrestre lo hacían encontrando auras a larga distancia. Era demasiado sofisticado, y esperaba que los demonios tuvieran una versión más sencilla. Si así fuera, las posibilidades de conseguirlo eran mucho mayores.
Me había largado de casa de mi madre hacía como una hora, con la excusa de que tenía trabajo pendiente y prometiendo que volvería a medianoche. Robbie no le había contando nada a mi madre del incidente del aeropuerto, pero seguía cabreada por el hecho de que le hubieran registrado el equipaje. A decir verdad, lo que estaba era preocupada, pero se me daba mejor combatir el enfado que el miedo.