Apenas sentía el peso de su cuerpo, pero me invadió una sensación de vértigo y me desplomé sobre la encimera, aturdida y con la mente en blanco. Aquella sensación no era nueva para mí. Cada vez que Bis me tocaba, todas y cada una de las líneas luminosas de Cincinnati se hacían visibles en mi mente con toda nitidez. Se trataba de una sobrecarga sensorial, y sentí que me fallaban las piernas y que veía todo borroso. Era mucho peor cuando me encontraba alterada, y estuve a punto de perder el conocimiento. El hecho de que los hijos de Jenks revolotearan entre los cacharros colgados no ayudaba mucho.
—¡Quítate! —exhalé con decisión.
Con expresión apesadumbrada, la gárgola batió las alas tres veces y se posó hoscamente en lo alto del frigorífico. Los hijos de Jenks se dispersaron, chillando como si hubieran visto a la muerte en persona. Bis me lanzó una mirada asesina, con el típico malhumor de un adolescente, y su piel rocosa cambió de color para adquirir el tono metálico del electrodoméstico. En aquella posición tenía el aspecto de una gárgola enfurruñada escudriñándolo todo desde lo alto, pero no era ni más ni menos que eso.
Alcé la vista de golpe cuando Ivy empujó a un hombre cubierto de nieve y tierra en la cocina. Tenía la cara oculta por una capucha, y el suelo se cubrió de un montón de sucios trozos de nieve congelada que dejaron vetas de barro conforme el calor de la cocina los derritió. El ambiente se llenó de un olor a tierra fría, y arrugué la nariz, pensando que me recordaba al olor del hombre que mató a Kisten, aunque no era exactamente el mismo.
Ivy, que caminaba detrás de él como si tal cosa, se detuvo junto a la puerta con los brazos cruzados a la altura del pecho. Marshal venía detrás, y entró esquivando a Ivy sin reservas con una sonrisa de oreja a oreja, con los ojos brillantes por la emoción bajo su gorro de lana. Él también llevaba el abrigo y las rodillas cubiertos de tierra, pero, al menos, no se había revolcado en ella.
El desconocido de la parka alzó la barbilla y estuve a punto de abalanzarme sobre él.
—¡Tom! —grité, y luego intenté contenerme. Era Tom. Otra vez. En esta ocasión, en lugar de mirar mi coche, se había metido debajo de mi casa. El miedo se apoderó de mí, y fue sustituido por la rabia—. ¿Qué demonios estabas haciendo debajo de mi casa?
Jenks estaba a la altura del techo, gritándoles a sus hijos que se fueran de allí, y cuando se hubieron marchado los últimos, con sus espadas de madera y sus clips extendidos forrados de plástico, Tom se irguió y se quitó la capucha. Tenía los labios morados por el frío, y en sus ojos se podía leer la rabia contenida. Fue entonces cuando me di cuenta de que llevaba una brida de líneas luminosas en la muñeca, justo donde acababan sus guantes. Básicamente, aquello conseguía neutralizar sus dotes mágicas, y la buena opinión que ya tenía de Marshal aumentó de manera considerable, no solo por saber cómo comportarse con un experimentado brujo de líneas luminosas, sino, sobre todo, por llevar encima una brida mágica.
—Había decidido pasarme un momento para devolverte la caja que te dejaste en mi coche —explicó Marshal colocándose entre Tom y yo—. Fue entonces cuando descubrí a este —continuó dándole un empujón a Tom, que tuvo que agarrarse a la isla central—, encaramado al muro trasero. Así que aparqué y me quedé observando. Les dio un bote de pintura negra en espray a un par de chicos y un billete de veinte, y mientras Bis los ahuyentaba de la puerta principal, se dirigió a hurtadillas a la parte posterior y rompió el candado de la trampilla que permite acceder al sótano.
Con la boca abierta por la rabia, consideré la posibilidad de darle yo misma un buen empujón.
—¿Pagaste a unos mocosos para que me destrozaran el rótulo? —pregunté—. ¿Tienes idea de cuánto tiempo tardé en limpiarlo la primera vez?
Los labios de Tom estaban empezando a recuperar su color rosado, y los apretó con fuerza, negándose a responder. Por detrás de él, vi que Bis abandonaba la cocina subrepticiamente. La pequeña gárgola se había vuelto completamente blanca para camuflarse en el techo, y solo los bordes de sus orejas, sus largas garras y una ancha franja que bajaba por su cola con forma de látigo conservaban su color gris. Se desplazaba a rastras por el techo como si fuera un murciélago, con las alas replegadas formando ángulos afilados y las zarpas extendidas. Era una de las cosas más espeluznantes que había visto jamás.
—Rachel —dijo Marshal delicadamente—, lo hizo para librarse de Bis. —A continuación se quitó el gorro y se bajó la cremallera del abrigo, inundando la cocina con su aroma a secuoya, que se había vuelto embriagador gracias a la magia que había utilizado para atrapar a Tom—. Lo que realmente nos interesa es averiguar lo que estaba haciendo bajo tu iglesia.
En aquel momento todas las miradas recayeron sobre Tom.
—Buena pregunta —dije—. ¿Tienes una respuesta, brujo?
Tom se mantuvo en silencio e Ivy empezó a hacer crujir los nudillos uno a uno. Ni siquiera sabía que fuera capaz, pero era precisamente lo que estaba haciendo.
—Ivy —dije, cuando quedó claro que Tom no pensaba responder—, ¿por qué no llamas a la SI? Tal vez estén interesados en esto.
Tom soltó una carcajada socarrona, poniendo de manifiesto su habitual arrogancia.
—Claro que sí, hazlo —dijo—. Estoy convencido de que a la SI les encantará descubrir la presencia de un brujo excluido en tu cocina. ¿A quién te parece que creerán cuando les cuente que he estado comprándote hechizos?
¡
Oh, mierda
! En aquel momento sentí un nudo en el estómago, y fruncí el ceño al ver que Marshal abría mucho los ojos al oír la palabra «excluido». Sin decir una palabra, Ivy colgó el auricular y, con los ojos de un peligroso color negro, se acercó a Tom. Una amenazante neblina pareció deslizarse por detrás de ella cuando le colocó un dedo bajo la barbilla y le preguntó quedamente:
—¿Han puesto precio a la cabeza de Rachel?
El miedo empezó a bullirme en todo el cráneo, y lo reprimí antes de que provocara una reacción aún peor en Ivy. Había vivido amenazada de muerte anteriormente, y era realmente duro. Si no hubiera sido por Jenks e Ivy, habrían acabado conmigo.
Tom dio un paso atrás y se frotó la muñeca.
—Si así fuera, ya estaría muerta.
A Jenks se le pusieron los pelos de punta y, agitando las alas enérgicamente, se acercó a mí y se posó en mi hombro.
—¡Oooooh, qué miedo! —dije para ocultar mi alivio—. Y entonces, ¿qué estás haciendo aquí?
El enojado brujo sonrió.
—He venido para desearte un feliz Año Nuevo.
Yo entrecerré los ojos y, con un puño en la cadera, me quedé mirando los charcos de barro que estaban formando sus botas. Alzando la vista lentamente, me fijé en sus pantalones blancos de nailon y su abrigo gris. Su rostro parecía calmo, pero el odio estaba ahí y, cuando Ivy desplazó ligeramente los pies, él dio un respingo, tenso.
—Yo, en tu lugar, empezaría a largar —lo amenazó la vampiresa—. Si has sido excluido, a nadie le importará no verte en misa la próxima semana.
La tensión fue en aumento, y aparté la vista de Tom cuando Bis irrumpió volando en la cocina.
—¡Por el diafragma de Campanilla! —exclamó Jenks—. ¿Cuándo ha salido? Rachel, ¿tú lo habías visto salir?
—¡Tome, señorita Morgan! —dijo la gárgola dejando caer un amuleto. Extendí la mano para cogerlo al vuelo y el pequeño círculo metálico, que despedía un olor a secuoya y a tierra helada, aterrizó en mi palma dejándome una sensación de frío—. Estaba metido entre los tablones de madera. Es el único.
La mandíbula de Tom se puso rígida cuando apretó los dientes con fuerza. La rabia que sentía se acrecentó cuando recordé haber visto aquel objeto en la época en que me sentaba a observar cómo mi padre se preparaba antes de una noche de trabajo.
—Se trata de un amuleto para espiar conversaciones —dije entregándoselo a Marshal para que le echara un vistazo.
El rostro de Ivy adquirió una expresión aún más huraña y, tras separar las piernas, se retiró de los ojos un mechón de su oscuro y corto pelo, con las puntas doradas.
—¿Para qué quieres saber lo que se habla en nuestra cocina?
Tom no respondió, pero no hacía falta. Me lo había encontrado en la casa de los Tilson y me había dicho que estaba trabajando. Probablemente pensaba que disponíamos de información de primera mano y, teniendo en cuenta que no disponía de acceso a nada mágico ni a la base de datos de la SI, quería enterarse de lo que sabíamos y usarlo para birlarnos la detención delante de nuestras narices.
—Todo esto tiene que ver con los Tilson, ¿verdad? —pregunté, y cuando apartó la vista y se quedó mirando la sopa, que se había cubierto de una costra, supe que tenía razón—. ¿Quieres contármelo ahora y ahorrarme la molestia de pedir a Ivy que te lo saque a golpes?
—Aléjate de ella —dijo Tom con vehemencia—. Llevo cinco meses observando a esa mujer. ¡Es mía! ¿Entendido?
Me recosté sobre la encimera, asintiendo con la cabeza cuando me confirmó mis sospechas. Tom sabía que no eran los Tilson, y probablemente ya estaba trabajando en los asesinatos. Aparentemente, pensaba que la culpable era la mujer.
—Solo estoy haciendo mi trabajo, Tom —dije, empezando a sentirme mejor. Si intentaba espiar mis conversaciones, probablemente no tuviera intención de volar mi coche. Los muertos no hablan. Normalmente—. Te propongo algo; tú te apartas de mi camino, yo me aparto del tuyo y que gane el mejor, ¿de acuerdo?
—Estupendo —dijo el brujo, transmitiendo una gran seguridad en sí mismo—. ¡Vas a necesitar mucha suerte! Antes de que todo esto acabe, vendrás a mí suplicando que te cuente lo que sé. Te lo garantizo.
Jenks batió las alas provocándome un escalofrío en el cuello.
—Llevaos al pipiolo de aquí —dijo de repente.
Marshal se acercó con intención de sacarlo a empellones, pero Ivy se le adelantó y, tras agarrarlo de la muñeca, le retorció el brazo hasta colocarlo en una dolorosa posición, y lo empujó en dirección al pasillo.
—¡No te olvides del amuleto! —le grité, y Bis se dirigió en picado para cogerlo de la mano de Marshal, y salió volando detrás de ellos. Entonces escuché que Ivy mascullaba algo e inmediatamente la puerta se cerró de golpe. Bis no regresó, y di por hecho que la había acompañado.
—¿Crees que podrá arreglárselas sola? —preguntó Marshal.
Asentí con la cabeza, sintiendo de pronto que me temblaban las rodillas.
—¡Oh, sí! No tengo ninguna duda. El que me preocupa es Tom.
Me dolía el estómago. ¡Maldita sea! Hacía años que nadie se atrevía a violar la seguridad de mi hogar, y una vez que todo había acabado, no me gustaba en absoluto. Haciendo una mueca de dolor, removí la sopa, y lo hice con tal energía fruto del nerviosismo, que derramé un poco. Jenks revoloteaba erráticamente y, mientras limpiaba lo que había tirado, farfullé:
—Para de una vez, Jenks.
La cocina se quedó en completo silencio, salvo por el ruido rasposo de Marshal quitándose el abrigo, pero fue el borboteo que hizo al servir dos tazas de café lo que hizo que volviera a la realidad. Cuando me acercó una de ellas, me las arreglé para esbozar una sonrisa forzada. Jenks estaba en su hombro, algo bastante inusual, pero, al fin y al cabo, nos había evitado un montón de problemas, y Jenks debía sentirse agradecido, puesto que él no podía salir, y Bis era solo una gárgola, y además, demasiado joven e inexperta en aquellos menesteres.
—Gracias —dije, olvidándome por un momento de la sopa y bebiendo un sorbo de café mientras me recostaba en la encimera—. Por lo de Tom, y por el café —añadí.
Con una expresión de satisfacción y algo engreída, Marshal le dio la vuelta a una silla y tomó asiento con el respaldo contra la pared y las piernas estiradas.
—No hay de qué, Rachel. Me alegro de haber estado aquí.
Dejando tras de sí una estela de polvo verde, Jenks se posó junto a mí, fingiendo que echaba de comer a su artemia, que estaba en el alféizar sumergida en agua salada. Era consciente de que Marshal consideraba que mi convicción de que atraía el peligro era exagerada, pero incluso yo tenía que admitir que haber atrapado a un brujo de líneas luminosas excluido resultaba impresionante.
En aquel momento inspiré hondo y escuché el parloteo de los pixies que llegaba desde el santuario, que narraban jugada a jugada lo que Ivy le estaba haciendo a Tom. El ligeramente masculino aroma a secuoya, característico de los brujos, me invadió. Resultaba muy agradable percibir aquel olor en mi cocina, mezclado con el de vampiro y el ligero aroma del jardín que estaba empezando a identificarlo con el de los pixies. Marshal estaba mirando al techo con actitud expectante, y yo solté una risa ahogada y tomé asiento junto a él.
—De acuerdo —dije tocándole la mano con la que sujetaba la taza de café—. Lo reconozco. Me has salvado. Me has salvado de lo que quiera que Tom estuviera planeando. Eres mi jodido héroe, ¿vale?
Al oír mis palabras, Marshal soltó una carcajada que me hizo sentir muy bien.
—¿Quieres que te traiga la caja que te dejaste en el coche? —preguntó haciendo amago de levantarse.
Entonces pensé en lo que había dentro, y me quedé paralizada.
—No. ¿Podrías tirarla por mí? —
No estoy deshaciéndome de Kisten
, pensé, abrumada por un sentimiento de culpa. No obstante, conservar su último regalo en el último cajón de mi cómoda resultaba patético—. Ummm…, y gracias otra vez por llevarme al barco.
Marshal giró la silla en la que estaba sentado y se colocó frente a mí.
—De nada. ¿Cómo está tu amigo? ¿El agente de la AFI?
Hice un gesto de asentimiento, recordando a Glenn.
—Ford dice que se despertará en un par de días.
Jenks, que se había agenciado una taza del tamaño adecuado para un pixie y la había llenado con el café que todavía goteaba de la cafetera, se instaló entre nosotros, sobre la caja de las galletas saladas. Estaba bastante callado, algo impropio de él, pero, probablemente, tenía el oído puesto en lo que hacían sus hijos.
De pronto se oyó un ruido de temor creciente proveniente del santuario y que, sin duda, tenía que ver con algo que había hecho Ivy, que hizo que me estremeciera.
Fue entonces cuando mi mirada recayó sobre la esquina del sobre y, con un repentino arrebato de ira, lo cogí.
—Oye, ¿me harías un favor? —pregunté entregándoselo a Marshal—. Estoy intentando pagar por un curso, y necesito hacer llegar esto a la secretaría de la universidad. Es muy urgente.