—No hay problema —dijo—. Te mandaré un coche. Nos vemos allí.
—¡Una cosa más! ¿Le han echado ya un vistazo al mío? —pregunté. Desgraciadamente, la línea se había cortado—. Mañana —dije con una sonrisa, colgando el auricular. A continuación me dirigí al frigorífico con aire desenfadado para sacar la leche y, al darme cuenta de que Ivy seguía allí sentada, inquirí—: ¿Pasa algo?
Ivy se reclinó sobre su silla con expresión preocupada.
—En una ocasión coincidí con Mia Harbor. Justo antes de que me asignaran trabajar contigo en la SI. Es una anciana… interesante.
—¿Una dulce ancianita? —pregunté abocando la leche. Si andaba rondando por ahí desde que Cincy era una ciudad de granjeros, probablemente debía de ser muy, pero que muy anciana.
Cuando miré a Ivy, que tenía el ceño fruncido, volvió a concentrar la vista en la pantalla. Su comportamiento no era el habitual.
—¿Qué pasa? —le pregunté intentando sonar lo más neutra posible.
—Nada —respondió dejando de dar golpecitos sobre la mesa con el bolígrafo.
Resoplé.
—Hay algo que te molesta. ¿Qué es?
—¡Nada! —insistió alzando la voz.
En aquel momento Jenks entró volando en la cocina agitando las alas a toda velocidad. Con una sonrisa burlona, aterrizó en la isla central, justo entre las dos, y adoptó su mejor postura de Peter Pan.
—Creo que Ivy está cabreada porque fuiste tú la que encontró la lágrima de banshee y ella no —explicó. Ivy empezó de nuevo a dar golpecitos con el bolígrafo, pero esta vez lo hacía tan deprisa que casi emitía un zumbido.
—Buena respuesta —mascullé vertiendo la leche en la sopa. Por unos instantes solo se oyeron los breves chasquidos del mechero, hasta que, finalmente, el gas prendió con un bufido y lo puse al mínimo.
—¿Dónde se ha metido esa gárgola amiga tuya? Se suponía que tenía que hacer guardia durante la noche.
—No tengo ni idea —dijo sin el más mínimo atisbo de preocupación—. Tal vez haya ido a visitar a sus colegas. A diferencia de algunos de los presentes, tiene una vida.
—Estoy encantada de que Rachel encontrara la lágrima —interrumpió Ivy, secamente.
Miré a Jenks por encima de mi hombro, y él, alentado por contar con mi consentimiento, se puso a revolotear a su alrededor dibujando molestos círculos. Tenía más posibilidades que yo de salir airoso, y si no averiguábamos pronto lo que le molestaba, cuando quisiéramos atajarlo, podría ser demasiado tarde.
—Entonces, estás furiosa porque llevas seis meses trabajando en el asesinato de Kisten, y Rachel consiguió mucho más en seis minutos con solo olfatear el suelo —intentó adivinar.
Ivy se echó hacia atrás, poniendo la silla sobre las dos patas traseras, y empezó a balancearse como si intentara encontrar el equilibrio, aunque probablemente estaba calculando dónde tenía que situarse para atraparlo.
—Los dos métodos de investigación son igualmente válidos —dijo mientras sus pupilas se dilataban—. Y solo llevo tres meses. Los tres primeros no hice nada por encontrarlo.
Continué removiendo la sopa en dirección de las agujas del reloj y Jenks se alzó dejando tras de sí una columna de polvo brillante y abandonó la cocina. El ruido de los pixies en el santuario había alcanzado niveles alarmantes y me di cuenta de que quería resolverlo él para darle un respiro a Matalina. Estaba pasando el invierno muy bien, pero, aun así, estábamos preocupados por ella. Diecinueve eran muchos años para un pixie.
El hecho de que Ivy no hubiera hecho nada por encontrar al asesino de Kisten no nos había sorprendido. El dolor había sido tan profundo que incluso llegó a pensar que lo había hecho ella.
—No me importa ir contigo esta noche —sugerí de nuevo—. Ford dejó la escalera puesta.
—Voy a hacerlo sola.
Incliné la cabeza sobre la sopa, llenándome los pulmones del aroma ácido y percibiendo el dolor de Ivy una vez que Jenks se había marchado dejándolo todo revuelto. Yo había sido la novia de Kisten, aunque Ivy también lo quería, pero el suyo era un amor más profundo, que nacía de las entrañas y que tenía la fuerza del pasado, a diferencia del mío, que estaba basado en la idea de un futuro. Y allí estaba yo, obligándola a enfrentarse a su dolor.
—¿Te encuentras bien? —le pregunté en voz baja.
—No —respondió con rotundidad.
Dejé caer los hombros.
—Yo también lo echo de menos —susurré. Acto seguido me di la vuelta y vi su perfecto rostro paralizado por un profundo pesar. No podía hacer nada por evitarlo y, arriesgándome a provocar un malentendido, crucé la habitación—. Todo se va a arreglar —aseguré, tocándole el hombro brevemente antes de retirarme y dirigirme a la despensa a por las galletas saladas.
Cuando salí, Ivy tenía la cabeza gacha y, mientras yo sacaba dos cuencos y los colocaba junto con las galletas saladas sobre la mesa, tras apartar mi bolso y las cartas que había debajo, ella no dijo ni una palabra. Incómoda por el silencio, me situé de pie delante de ella, indecisa.
—Ummm…, estoy empezando a recordar algunas cosas —dije. Ella alzó la vista y clavó sus oscuros ojos en los míos—. No quise decírtelo delante de Edden porque Ford piensa que, cuando lo descubra, reabrirá el caso.
Sus pupilas parpadeaban levemente por el miedo, y de pronto, se me cortó la respiración. ¿
Ivy estaba asustada
?
—¿Qué es lo que has recordado? —preguntó, y sentí que se me secaba la boca. Ivy nunca se asustaba. Podía estar cabreada, fría, seductora e incluso, ocasionalmente, fuera de control, pero nunca asustada.
Me encogí de hombros, intentando adoptar una actitud despreocupada y, cuando reculé, una astilla de mi propio miedo se deslizó bajo mi piel.
—Estoy convencida de que fue un hombre. Lo he recordado hoy. Cuando intenté dispararle, agarró una bola de pintura sin romperla. Y después de que intentara escapar, me arrastró bocabajo por todo el pasillo. —Entonces me miré las yemas de los dedos y me llevé la mano al vientre. Con la vista puesta en el pasillo que había detrás de Ivy, susurré—: Intenté abrirme paso con las uñas a través de la pared.
—¿Un hombre? —preguntó con una voz apenas audible—. ¿Estás segura?
¡
Oh, no
!
Espero que no siga creyendo que fue ella
, pensé mientras asentía con la cabeza, haciendo que todo su cuerpo se relajara de golpe.
—Ivy, ya te dije que no habías sido tú —le espeté—. ¡Dios! ¡Soy perfectamente capaz de reconocer tu olor, y te digo que no estuviste allí! ¿Cuántas veces voy a tener que repetírtelo?
No me importaba que resultara realmente extraño que supiera distinguir el olor de Ivy. ¡Maldita sea! Llevábamos un año compartiendo casa. Ella conocía mi olor.
Ivy apoyó los brazos a ambos lados del teclado y apoyó la frente sobre el cuenco que formaba con las manos.
—Pensaba que había sido Skimmer —dijo secamente—. Creí que lo había hecho ella. Sigue sin querer verme, y pensé que era ese el motivo.
Sorprendida, me quedé mirándola con la boca entreabierta. Las cosas empezaban a cobrar sentido. Ahora entendía por qué Ivy no se había dejado los cuernos en encontrar al asesino de Kisten. Skimmer no solo había sido su mejor amiga del instituto, sino también su novia, y ambas habían compartido su sangre y sus cuerpos durante el periodo en que Ivy había estudiado en un internado de la costa Este. La inteligente y taimada vampiresa se había trasladado al Este para sacar a Piscary de prisión y, con un poco de suerte, convertirse en un miembro de una camarilla foránea para poder estar con Ivy; la eminente abogada no hubiera tenido ningún reparo en matarnos a mí o a Kisten si lo hubiera considerado necesario para conseguir sus propósitos. Estaba en prisión por haber asesinado al maestro de la ciudad delante de testigos y lo más probable es que permaneciera allí hasta que muriera y se convirtiera en una no muerta.
—Kisten no podía haber sido asesinado por otro vampiro vivo —dije compadeciéndome de Ivy por haber soportado aquel peso ella sola durante seis jodidos meses.
Cuando nuestras miradas se encontraron, sus profundos ojos marrones ya no mostraban ningún miedo.
—Hubiera permitido que Skimmer lo matara si Piscary se lo hubiera entregado a ella. —Ivy miró su reflejo en la especie de cuadrado negro en que se había convertido la ventana después de que oscureciera—. Lo odiaba. Y también te odia a ti… —De pronto se interrumpió y desplazó el teclado con nerviosismo—. Me alegro de que no fuera ella.
La sopa estaba bullendo y amenazaba con desbordarse, así que me puse en pie dándole un suave apretón en el hombro como muestra de apoyo y me giré para bajar el gas.
—Fue un hombre —dije soplando en la parte superior y apagando el gas—. Todo se va a arreglar. Lo encontraremos y podremos poner fin a todo esto.
Me encontraba de espaldas a ella, y me quedé petrificada al sentir un leve cosquilleo en el cuello, en la cicatriz que me había causado y que estaba oculta bajo mi piel suavizada por un hechizo. Sentí que los músculos de mi rostro se relajaron y los movimientos al remover la sopa se ralentizaban mientras aquella sensación se transformaba en una tenue impaciencia que alcanzó lo más profundo de mi ser y rebotó. Sabiendo que Ivy no podía verme, cerré los ojos. Conocía aquella sensación. La echaba de menos, incluso mientras luchaba en contra de mis instintos por liberarme de ella.
Con la sensación de alivio que le había producido saber que Skimmer no hubiera matado a Kisten, inconscientemente Ivy había llenado el ambiente de feromonas que aplacaban y relajaban una potencial fuente de sangre y éxtasis. No andaba tras mi sangre, pero llevaba seis meses en tensión, y quizás ese era el motivo por el que aquel ligero rastro de feromonas resultaba tan agradable. Inspiré profundamente, disfrutando del torrente de deseo que hacía que sintiera un nudo en el bajo vientre y que la cabeza me diera vueltas. No pensaba actuar en consecuencia. Ivy y yo teníamos una relación platónica bastante sólida y quería que siguiera siendo así. Pero eso no me impedía disfrutar de aquel pequeño lujo.
Suspirando, me obligué a concentrarme en lo que estaba haciendo. Recobré la compostura y empujé hacia dentro el asomo de deseo, hacia un lugar donde pudiera ignorarlo. Si no lo hacía, Ivy percibiría mi buena disposición y nos encontraríamos de nuevo en el mismo punto que seis meses antes, inseguras, inquietas y demasiado confundidas.
—¿Piensas abrir tu correo este siglo? —preguntó Ivy con voz distante—. Te ha llegado una carta de la universidad.
Feliz por tener algo con lo que distraerme, di unos golpecitos con la cuchara en el borde del cazo y la apoyé en el portacucharas.
—¿Ah sí? —dije girándome y encontrándola mirando el montón de cartas medio escondidas. Limpiándome los dedos en los vaqueros, me acerqué y extraje el delgado sobre con el logotipo de la universidad de debajo de mi bolso y dejé los demás, lo que le molestó soberanamente. Me había inscrito en un par de cursos sobre líneas luminosas justo antes de las vacaciones de invierno, y esperaba que se tratase de la confirmación. Sabía utilizar las líneas luminosas, pero todo lo que sabía lo había aprendido improvisando sobre la marcha. Necesitaba desesperadamente algunas clases antes de que acabara friéndome las neuronas.
Ivy descruzó las piernas y se concentró en el ordenador mientras yo deslizaba el dedo bajo la solapa y, finalmente, tuve que romper el sobre para abrirlo del todo. Acto seguido saqué la carta, y el cheque que había enviado planeó en el aire hasta aterrizar en el suelo. Ivy se acercó a él en un abrir y cerrar de ojos, y su pelo corto osciló cuando se dobló para recogerlo.
—Han rechazado mi solicitud —dije, desconcertada, leyendo rápidamente el escrito formal—. Según dicen, ha habido algún problema con el cheque. —Entonces busqué rápidamente la fecha de debajo del encabezamiento. Mierda. Estaba fuera de plazo para la preinscripción y tendría que pagar otra tasa—. ¿Acaso me olvidé de firmarlo?
Ivy se encogió de hombros y me lo entregó.
—No. En realidad, creo que guarda relación con que la última vez que participaste en uno de sus cursos, murió una profesora.
Con un gesto de fastidio, volví a guardar todo en el sobre. ¿Problemas con el cheque? ¡Chorradas! Tenía dinero de sobra en la cuenta.
—No está muerta. Está en el sótano de Trent jugando a la señorita Arregla Todo con el código genético de los elfos. Esa tía está en el cielo.
—Muerta —sentenció Ivy con una sonrisa que mostraba el extremo inferior de sus dientes.
Aparté la vista, reprimiendo el escalofrío que me producía ver sus colmillos.
—¡Es una injusticia!
El violento repiqueteo de las alas de un pixie hizo que, por unos segundos, nos pusiéramos en guardia, y solté la carta con cara de asco cuando Jenks entró zumbando. Ivy se quedó mirándolo con los ojos muy abiertos, con expresión inquisitiva y, al darme la vuelta, me sorprendió ver que despedía un torrente de chispas rojas.
—Tenemos un problema —dijo.
Di un respingo y miré hacia abajo al sentir un débil golpe que provenía de debajo del suelo.
Ivy se puso en pie y se quedó mirando el desgastado linóleo.
—Hay alguien ahí abajo.
—¿Qué te crees que intentaba deciros? —exclamó Jenks en un tono casi altanero mientras se situaba en medio de nosotras con los brazos en jarras.
A continuación se oyó el grito amortiguado de un hombre y una serie de golpes.
—¡Joder! —grité reculando—. ¡Es la voz de Marshal!
Antes de que quisiera darme cuenta, Ivy se encontraba ya en la puerta trasera. Intenté seguirla, pero me detuve en seco cuando la puerta de la sala de estar se abrió de golpe. Bis, que vivía de alquiler en el campanario, entró en la cocina volando a la altura de nuestras cabezas, con la piel completamente blanca para confundirse con la nieve, y los ojos tan brillantes como los de un demonio. La gárgola, que tenía el tamaño de un gato, me golpeó con las alas en la cara y yo di un paso atrás.
—¡Quítate de en medio, Bis! —grité entrecerrando los ojos por la corriente de aire y pensando en la sensibilidad al frío de Jenks—. ¿Qué demonios está pasando ahí fuera?
Se oía un gran alboroto que provenía de la sala de estar, pero no conseguía deshacerme de Bis, que gritaba con su voz retumbante lo mucho que lo sentía y que limpiaría todo. Que había seguido a los chicos de la pintura y que no sabía que era una táctica para distraerlo. Estaba a punto de darle un manotazo cuando se posó sobre mi hombro.