Breve Historia De La Incompetencia Militar (43 page)

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Authors: Edward Strosser & Michael Prince

BOOK: Breve Historia De La Incompetencia Militar
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En cierta forma era irónico, y de algún modo totalmente comprensible, que los ciudadanos soviéticos estuviesen ganando su primera gran dosis de nueva libertad desde hacía mucho tiempo, haciendo lo que sus amos les habían enseñado a hacer, es decir, nada. La resistencia pasiva de Yeltsin estaba ganando. Era una resistencia no violenta, una forma fantástica de no hacer nada. Nadie estaba haciendo nada realmente, excepto Yeltsin, y era muy poco. Un breve discurso. Un puño alzado.

Una negativa a moverse. Pero estaba resultando suficiente. El futuro de la Unión Soviética colgaba del más fino de los hilos.

La gente estaba inspirada, unía sus manos, permanecía hombro con hombro. Eso bastaba para desanimar a los golpistas. Su plan se había basado en el viejo mundo soviético y nunca consideraron que nadie, especialmente una fuerza que no consideraban poderosa como Yeltsin, se opondría a ellos. Y una vez la gente bloqueó su plan, aunque sólo fuesen los pocos miles que estaban ante la Casa Blanca, los golpistas carecieron de la iniciativa y el dinamismo para desarrollar una estrategia alternativa. No hicieron nada. Su golpe de Estado simplemente se deshizo.

Aquella noche se produjeron tres muertes, las únicas muertes durante el golpe. Alguien abrió la trampilla de un blindado que quería dejar la ciudad y los conductores mataron a tres personas en su reacción de pánico. Fueron los únicos mártires del día. No se produjo un río de sangre.

Durante la tarde del 21 de agosto, el tercer día, cuando se hizo evidente que los generales y los soldados no atacarían a Yeltsin, los golpistas Yazov y Kryuchkov volaron a ver a Gorbi. Incluso apartado del mundo y rodeado por soldados enemigos, Gorbi sabía que él tenía más poder. Les mandó afuera y tomó un avión de regreso a Moscú. Los golpistas visitantes, incapaces de pensar o hacer algo mejor, se fueron con él. Justo después de la medianoche del 22 de agosto, Gorbi aterrizó en Moscú, salió del avión y terminó el golpe.

Pero aunque Gorbi se había impuesto, Yeltsin había vencido. Un día después, el 23 de agosto, Yeltsin suspendió el estatus legal del Partido Comunista en Rusia. Entonces quedó muy claro quién estaba realmente al mando. El movimiento de Yeltsin obligó a Gorbi a abandonar su cargo como jefe del partido. El 6 de noviembre, Yeltsin prohibió completamente el partido en Rusia. Y el 31 de diciembre, la URSS sencillamente desapareció con un plumazo de Gorbi.

Los golpistas fracasaron porque quebrantaron todas las reglas de un golpe de Estado triunfante, las mismas que perfeccionaron los héroes de la línea dura de antaño en Hungría, Checoslovaquia y Afganistán. No planearon ataques relámpago contra sus objetivos ni trataron a la resistencia de forma despiadada. Tampoco hicieron callar a los medios de comunicación, los intelectuales y la prensa extranjera. Yeltsin incluso pudo hablar con los líderes extranjeros, con el mismo presidente George Bush. Los golpistas habían quedado atrapados en el sistema, igual que todas las víctimas que gobernaban.

Al final, el mayor error de los golpistas fue que atacaron al hombre equivocado, puesto que fue Yeltsin quien clavó la estaca final en el corazón del sistema. Su subida al poder no se basó en mejores ideas. Sólo le preocupaba Rusia, fue lo suficientemente sincero para afirmarlo y lo suficientemente valiente para luchar por ello. Era un hombre práctico e impetuoso, muy a menudo borracho y que en sus últimos días como presidente ruso se dejaba ver bailando atontado en escena en los mítines políticos, con el entusiasmo autoengrandecedor y la irrelevancia campechana de un concejal de origen irlandés de Boston. Los golpistas vivían por su sistema y no querían otra cosa que preservarlo exactamente tal como siempre había existido. Era el único mundo que habían conocido. A Yeltsin solamente le preocupaba Rusia y no todo el cuerpo enfermo de la URSS, y los golpistas no pudieron comprenderlo. Ellos, igual que Gorbi, querían controlar todo el sucio sistema.

Los golpistas nunca vieron venir a Yeltsin.

Aleksandr Yakovlev

Yakovlev, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que en una ocasión fue embajador en Canadá, fue sacado de su cargo lejano para convertirse en compañero intelectual de Gorbachov y uno de sus principales consejeros. Juntos intentaron reformar la Unión Soviética para salvarla. Su promoción de la reforma democrática le valió el impresionante apodo transcultural de «Padrino de la glasnost». Pero mientras Gorbi intentaba apaciguar la cólera de los partidarios de la línea dura, los dos amigos emprendieron caminos separados. Yakovlev se marchó del Partido Comunista justo antes del golpe y después de prevenir a Gorbi de que se avecinaban problemas. Después se dieron un beso e hicieron las paces y Yakovlev siguió luchando por la democracia y por la libertad de prensa en Rusia. Sus logros fueron tan ampliamente reconocidos, que a su muerte en 2005 todos los políticos pertenecientes al espectro político ruso le alabaron por haber impulsado al país hacia delante.

Versión personal de Justin Burke

Justin Burke, periodista establecido en Moscú, en sus memorias describió a la multitud la segunda noche del golpe:

En aquellos momentos, la multitud en la Casa Blanca había formado una serie de cadenas humanas rodeando el edificio. Todo el mundo estaba asignado a compañías, cada una de 100 personas y con un capitán nombrado de forma espontánea para encabezarla. La transformación que se produjo en un día de una muchedumbre a una defensa civil bien disciplinada fue asombrosa. ¡Nunca habría dicho que los rusos poseían la capacidad de arriesgar sus vidas por un idea!, no necesariamente la democracia, pero por lo menos algo mejor que lo que habían soportado durante los 70 años previos. Aquella noche hablé con muchos de ellos, y muchos admitieron estar asustados. Creían realmente que los tanques avanzarían durante las oscuras horas previas al amanecer. Sólo hacía un par de días que había sucedido la tragedia china de la plaza de Tiananmen, y la gente se imaginaba que si los militares chinos habían podido masacrar a su propia gente, lo mismo podía suceder con los rusos.

¿Qué sucedió después?

En general, el suceso puso de manifiesto que los pequeños pasos realizados por Gorbi hacia un objetivo imposible crearon algo realmente bueno para el pueblo soviético. Pero el propio Gorbi se resistió a los cambios inevitables que él mismo había provocado. Después del golpe de Estado luchó por mantenerse en la escena central, pero descubrió que Yeltsin le había reemplazado irremediablemente. El último día de 1991, Gorbi firmó la disolución del Imperio y se convirtió en otro anónimo eurócrata recorriendo Europa con su Nobel a cuestas.

En 1996, Yeltsin fue reelegido presidente de Rusia y gobernó el país durante el caótico paso de superpotencia a una especie de Francia en una versión mucho más pobre y con una comida malísima. Después de casi diez años de gobierno cada vez más corrupto, el pueblo ruso llegó a odiar a Yeltsin por sus muchos defectos. Dejó el cargo en 1999 y murió en 2007, virtualmente olvidado. Mira por donde, finalmente resultó ser simplemente uno de ellos. Pero durante unos pocos gloriosos días, fue un demócrata.

En general a los golpistas les fue bastante bien. La mayoría fue apresada después de que el golpe fracasase. Fueron procesados por el papel desempeñado, y dos años después fueron amnistiados por el gobierno. Tal vez a causa de la capacidad reformadora de las prisiones soviéticas o tal vez porque llegaron a ver la luz, la mayoría supo incorporarse al sistema al que se habían opuesto y convertirse en miembros productivos de la nueva clase económica gobernante. Sin embargo, Pugo no pudo soportar la presión de la derrota. Consternado por el fracaso del golpe, al día siguiente, él y su esposa se suicidaron.

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