Breve Historia De La Incompetencia Militar (35 page)

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Authors: Edward Strosser & Michael Prince

BOOK: Breve Historia De La Incompetencia Militar
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En el transcurso del séptimo año de la guerra, lo que había empezado como una operación secreta de la CIA para financiar a un pequeño grupo de combatientes afganos se había convertido en un empeño norteamericano en equipar, albergar y entrenar a guerreros fundamentalistas islámicos, sin ninguna consciencia acerca de dónde estos miles de soldados terminarían ni contra quienes acabarían luchando. Sus impredecibles consecuencias estaban en el aire.

Pero el sueño del Imperio soviético no se extinguía fácilmente. Al ver que los rebeldes necesitaban un armamento más potente que fuese capaz de destruir a los helicópteros y la aviación soviéticos, Estados Unidos empezó a suministrar misiles Stinger a los afganos en otoño de 1985. Pocas armas alteraron tanto la guerra como los Stinger. Cuando aquellas armas baratas y ligeras que se disparaban apoyadas en el hombro entraron en escena, inmediatamente inclinaron la balanza contra los soviéticos puesto que con ellos abatieron a cientos de helicópteros y aviones. El temor a los misiles obligó a la flota aérea soviética a volar a 3.500 metros, es decir, por encima de la altura de alcance de los misiles, lo que significó que tenían un impacto mínimo en las operaciones terrestres. Los soviéticos nunca desarrollaron un sistema eficaz de contrarrestar a los Stinger.

En el Kremlin, el nuevo líder soviético Mijaíl Gorbachov estaba haciendo todo lo posible por destruir el Imperio desde dentro. Él sabía que el país tenía que emprender una dramática reforma económica para seguir vivo y competir con Occidente.

Al mismo tiempo, Gorbi permitió más apertura al país, inclusive más liberalización a la prensa. Como resultado, todo el mundo conocía la catástrofe que estaba ocurriendo en el ejército ruso, pero el sector duro rechazaba rendirse a la realidad. Para Gorbi no era una cuestión de si se retirarían o no, sino «cuándo y cómo», sin que estallase un golpe de Estado contra él.

A finales de 1986, la guerra se había convertido en un grotesco espectáculo a lo Disney en el que Estados Unidos patrocinaba la preparación terrorista. La frontera a lo largo de Pakistán nadaba en dinero del tío americano mientras voluntarios de todo el mundo árabe competían para incorporarse a la matanza de rusos. Y Osama bin Laden se había afincado permanentemente en Peshawar, el centro de la campaña de guerra afgana en Pakistán. Las señales de alarma no sonaron en la CIA. De hecho, dieron la bienvenida a los nuevos miembros de los muyahidines. Pistolas para todos.

Para estar más cerca de la acción, Bin Laden trasladó su operación a Afganistán. En abril de 1987, los soviéticos atacaron su escondite en las montañas, justo en la frontera. Sus soldados resistieron valientemente, y Bin Laden sufrió una ligera herida en un pie. Al cabo de unos pocos días, él y los supervivientes se retiraron a Pakistán. Varios periodistas hicieron crónicas de la batalla y Bin Laden consiguió convertir aquella pequeña escaramuza en un filón de relaciones públicas. Recorrió el mundo árabe pregonando las proezas de sus valientes combatientes y rápidamente se convirtió en el rostro de la yihad islámica contra los invasores, soviéticos o quienesquiera que fuesen. Los jóvenes que querían morir por él acudieron en masa a luchar bajo su estandarte. Massoud seguía luchando en el anonimato.

Más tarde, en 1987 el ministro de Asuntos Exteriores soviético, Eduard Shevardnadze, dijo secretamente al secretario de Estado estadounidense, Georges Shultz, que querían retirarse de Afganistán. Por otra parte, Shevardnadze pidió ayuda a Estados Unidos, puesto que creía que los islamistas se estaban haciendo demasiado fuertes y constituían una seria amenaza para el control soviético sobre sus repúblicas islámicas. A cambio de una rápida salida, pidió a Estados Unidos que detuviese su apoyo a los rebeldes. Era un momento de oro: los americanos tenían la oportunidad de apuntarse una doble victoria.

Conseguían más de lo que jamás habían soñado obtener de Afganistán, no sólo un golpe en las narices de los soviéticos sino una rotunda derrota. Y además conseguían la cooperación de los soviéticos para controlar el auge de los fundamentalistas islámicos. El tipo de ayuda que posiblemente cortaría la amenaza antes de que se convirtiese en algo serio. No obstante, los americanos dudaban de la sinceridad de los soviéticos. Estaban ciegos a cualquier otra amenaza y rechazaron la oferta soviética, manteniendo su punto de vista automático del mundo. Tan arraigada estaba su mentalidad automática que Robert Gates, que tomó el control de la CIA después de la muerte de Casey en 1986, apostó 25 dólares a que los soviéticos no se retirarían de Afganistán en un año.

En 1988 Gorbi demostró que Gates se equivocaba. Y en lugar de cortar el apoyo a los rebeldes cuando se retiraron los soviéticos, Estados Unidos aceleró las entregas de armas. En Moscú, la nueva política de apertura (glasnost) permitió al durante tanto tiempo disidente Andrei Sajarov denunciar públicamente que la guerra en Afganistán era una aventura criminal.

La fría corriente de sinceridad de Gorbi se había convertido en un ciclón de proporciones críticas. Otras partes del Imperio soviético tomaron buena nota.

Cuando los soviéticos empezaron a retirarse, el asunto pasó a ser quién dirigiría la posguerra en Afganistán. La CIA predijo que el líder respaldado por los soviéticos, Najibullah, caería rápidamente. Pero, en vez de prepararse para ese momento, no hicieron nada. Incluso después de que Zia muriese en agosto de 1988, la CIA continuó apoyando sus políticas proislamistas mientras los radicales islámicos seguían preparándose para asaltar el poder en Afganistán.

En octubre de 1988, un importante funcionario de la CIA en Afganistán, Ed McWilliams, entregó su informe de la situación a Washington. El informe afirmaba que todo el dinero empleado por Estados Unidos en esa guerra había sido confiscado por el ISI pakistaní y usado para crear un poderoso movimiento fundamentalista islámico listo para apoderarse de Afganistán y convertirlo en un estado islámico antiamericano. Los jefes de la CIA, furiosos ante sus conclusiones, retiraron a McWilliams e intentaron sabotear su carrera.

Las tropas soviéticas prosiguieron su retirada de Afganistán durante aquel año. En febrero de 1989 sólo quedaba un puñado de soldados. El 15 de febrero, los últimos vehículos se detuvieron en el puente Termez y el general Boris Gromov, comandante del 40° Ejército, abandonó su blindado y fue andando a la Unión Soviética para abrazarse con su hijo mientras los medios de comunicación internacionales observaban la escena. Lo que empezó secretamente en las oscuras habitaciones del Kremlin murió ante todo el mundo en una sorprendente demostración de los cambios impulsados por el ciclón Gorbi. El guión preestablecido había sido roto, la doctrina Brezhnev triturada y los que vivían bajo el yugo del ejército soviético en cualquier lugar ya no temían a los tanques.

Cuando los soviéticos se fueron, los americanos les siguieron, perdiendo rápidamente el interés por la aventura, ahora que se había acabado la diversión de matar rusos. Abandonaron a Massoud y a los demás rebeldes y mentalmente situaron toda la zona en un agujero negro. Después de dominar el pensamiento de la CIA durante años, cuando los soviéticos marcharon, Estados Unidos dejó toda la situación bajo el control de Pakistán. Najibullah se mantuvo durante tres años sin el respaldo soviético.

A finales de 1989, los rusos se dieron cuenta de que habían perdido algo más que Afganistán. En toda Europa del Este, las personas que habían vivido temerosas de los tanques soviéticos se sentaron a horcajadas sobre el muro de Berlín golpeándolo con mazos. El invencible Ejército Rojo y el Imperio soviético murieron en las nevadas montañas de Afganistán y la Unión Soviética sucumbió bajo aquellas mareas dos años después. Mientras, el champán corría por el cuartel general de la CIA y sus líderes estaban demasiado borrachos de éxito para comprender el peligro que representaba la fábrica de muyahidines que habían creado. Massoud planeó sus ataques sobre Kabul. Bin Laden entrenó a sus soldados en bases construidas por los americanos y puso a punto sus vídeos de reclutamiento. La batalla final de la guerra fría había terminado.

Dos superpotencias habían luchado. Los soviéticos sabían que habían perdido. Los americanos creían haber ganado.

Recuperar los misiles Stinger

Después de que los soviéticos se retirasen, la CIA se dio cuenta de que no era prudente dejar miles de aquellos mortales misiles en manos de los terroristas islámicos. El Congreso autorizo en secreto una partida de millones de dólares para volver a comprar los Stinger. La CIA volvió a caer en sus viejos métodos y subcontrató el proceso al ISI de Pakistán, que registro las carreteras secundarias de Afganistán buscando a todo aquel que tuviera un misil escondido bajo la cama. La CIA pago entre 80.000 y 150.000 dólares por misil, con el ISI llevándose una comisión que haría sonrojar a un prestamista. En unos pocos años, Estados Unidos gasto tanto en la compra de misiles como en ayuda humanitaria al país. ¿Y adonde fue a parar todo aquel dinero? A los muyahidnes y sus nuevas legiones, que lo usaron para comprar más armas. A pesar de aquella acción, la CIA no consiguió recuperar todos los Stinger. Algunos viajaron a un país extranjero donde fueron diseccionados, copiados y finalmente producidos localmente. Ese país era Irán.

¿Qué sucedió después?

En 1986, William Casey sufrió un derrame cerebral y murió. Robert Gates afirmó que las últimas palabras de Casey fueron arj… arj… arj… Dos años después, Zia, aún firmemente al mando de Pakistán y ya uno de los aliados más importantes de Estados Unidos, murió al estrellarse su avión privado, junto con el jefe de la Inteligencia pakistaní y el embajador norteamericano en Pakistán. Aunque primero se sospechó que era un atentado, más tarde se demostró que había sido un accidente.

El León sobrevivió a la guerra y se convirtió en una importante figura de la posguerra en Afganistán. Massoud siguió siendo uno de los líderes más poderosos y cuando los talibanes empezaron su avance sobre el país en 1994 se retiró al norte, donde se convirtió en el comandante militar de la Alianza Norte y el único combatiente efectivo contra los talibanes y sus aliados de al Qaeda. Más adelante, durante un fin de semana de principios de septiembre de 2001, recibió a unos periodistas que resultaron ser asesinos enviados por Osama bin Laden. Su bomba destrozó a Massoud. Sin embargo, sobrevivió lo suficiente para morir en un helicóptero que lo trasladaba a un hospital en el cercano Tayikistán. Dos días después, los subalternos de Bin Laden dirigieron su ira contra el World Trade Center y el Pentágono.

La guerra de las Malvinas
Año 1982

Fue una guerra del todo elemental. Al contrario de lo que ha sucedido en la mayor parte de las guerras del siglo XX, no había en juego ningún principio. Fue una guerra motivada por una especie de nacionalismo machista: la cuestión era quién los tenía más grandes y quién iba a ser mangoneado. En una era de portaaviones, jets supersónicos y misiles de alta tecnología, esta guerra tenía tan poco sentido como una pelea de patio de colegio.

Algunas veces, cuando el nacionalismo de un país choca contra el de otro, estalla el conflicto. Históricamente, pocos países han defendido a su país con más vigor de lo que lo ha hecho Gran Bretaña. Si sueltas un estornudo en mal momento en una de sus colonias, ya puedes prepararte para recibir una carta desagradable de la reina. Cuando los argentinos se apoderaron de aquellas islas inútiles en 1982, los británicos no dudaron en mandar una buena parte de su armada al otro extremo del mundo para recuperarlas. El mundo se quedó sorprendido, pero nadie más que los líderes de la Junta argentina invasora, porque sus ciudadanos se contaban entre las pocas personas que sabían dónde estaban las Malvinas y entre las aún más pocas a quienes importaba. En plena guerra fría, el mundo se veía amenazado por el triste espectáculo de un concurso de tiro entre dos países que en realidad no tenían nada por lo que luchar. Y curiosamente no había ni un comunista a la vista por ninguna parte.

Los actores

Margaret Thatcher:
¿Quién es más macho? Nadie puede con Maggie. La Dama de Hierro. La primera mujer que encabezó el gobierno británico que antiguamente había dominado el mundo, se horrorizó con la tan espectacularmente mal calculada agresión argentina y presionó para que se llevase a cabo la gigantesca operación militar de recuperación de las Malvinas, unas islas con las que a menudo Gran Bretaña sólo se comunicaba mediante mensajes transmitidos por radioaficionados.

La verdad desnuda: Se moría por una pelea con los soviéticos, pero tuvo que conformarse con los argentinos.

Méritos: Llevó a la oxidada flota británica a su límite y más allá.

A favor: Reanimó la economía británica y su posición en el mundo.

En contra: Nunca se pensó que fuese el más simpático de los primeros ministros, ni siquiera que fuese uno de los tres más simpáticos.

General Leopoldo Galtieri:
Jefe de gobierno de la Junta Militar argentina en 1982. Ocupó el poder en diciembre de 1981 cuando una remodelación gubernamental lo situó en la oficina en que se decidía la política social y económica del país, así como quién debía ser torturado, asesinado y hecho desaparecer.

La verdad desnuda: Aunque nunca sometió a la Junta a los duros dictados del electorado, era sensible a la presión de la opinión pública.

Méritos: Era apreciado en Washington, donde la administración Reagan le admiraba por su buena disposición para asesinar a miles de personas por si alguna de ellas resultaba ser comunista.

A favor: Jefe de lo que se llamó «Proceso de Reorganización Nacional» y que encubría la guerra sucia contra el desagradecido populacho. Además estaba impresionante de uniforme mientras era aclamado delante del palacio por ingentes multitudes que imaginaban que iban a derrotar a los británicos.

En contra: No consiguió inspirar ningún espectáculo de Broadway que representase su vida.

La situación general

Las Malvinas se hallan justo en la parte exterior del Círculo Polar Antártico. Las islas son yermas y la mayor parte de sus habitantes son aves y focas. Unas pocas personas, que no alcanzan a formar más que un pueblo o dos, han habitado las islas durante cientos de años desde que el ser humano plantó por primera vez sus raíces en su delgado suelo.

La característica principal de las Malvinas ha sido su completa insignificancia en todos los aspectos. Las islas no tienen ninguna utilidad práctica excepto como estación de balleneros, observatorio meteorológico (aunque lo que se suele observar es el aburrimiento) o una estación naval de carbón, que sería útil si fuese el caso que los barcos aún usasen carbón. Cuando el capitán inglés James Cook descubrió las islas, declaró que «no merecían ser descubiertas». Por otra parte, creyó que merecía la pena señalar que no valía la pena descubrirlas.

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