Breve Historia De La Incompetencia Militar (38 page)

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Authors: Edward Strosser & Michael Prince

BOOK: Breve Historia De La Incompetencia Militar
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A los feroces anticomunistas de la Administración Reagan y al Pentágono les pareció obvio que aquella pista de más de tres mil metros era el primer paso de un descarado intento, por parte de un grupo de revolucionarios, de convertir la pequeña isla en la punta de lanza de la revolución en el Caribe. Sin embargo, no se hizo nada hasta que Bernard Coard, el número dos del partido micromarxista de la isla, pensó que Bishop estaba traicionando de algún modo a la revolución al no permitirle que él fuese el número uno. Coard, un economista educado en Norteamérica, y que en realidad era un criptoestalinista, acordó consigo mismo que para impulsar la revolución siguiendo el estilo del manual del KGB, Bishop debería ser colocado contra el paredón y ametrallado.

El gobierno norteamericano, virulentamente anticomunista, impaciente por aplastar a la minúscula amenaza que representaba Granada y por conseguir una clara victoria con sus nuevas y relucientes armas, se dio cuenta de que cientos de estudiantes de medicina americanos vivían en la facultad de medicina de St. George en Granada, a sólo unos pocos cientos de metros del borde de la terrible pista. Con su revitalizado ejército, Estados Unidos poseía todo el poder necesario para hacer regresar a casa sanos y salvos a aquellos hombres y mujeres posiblemente amenazados junto con sus libros de texto de hematología. Después de que Coard ejecutase a Bishop y se hiciese con el poder, los cruzados anticomunistas de Reagan llenaron de combustible sus aviones y salieron a una rápida invasión de fin de semana en el Caribe. Nadie quería perderse la juerga.

Los actores

Ronald Reagan:
Presidente de Estados Unidos, exestrella de cine, anticomunista que revivió la costumbre de poner nombres patrioteros a las operaciones militares.

La verdad desnuda: Nunca dejó que una invasión le estropease un buen partido de golf.

Méritos: Invadió uno de los países de la Commonwealth de Margaret Thatcher sin su permiso.

A favor: Después de que sus asesores le hubieran aconsejado sobre qué decisión debía tomar, la defendía a tope.

En contra: A menudo no se acordaba de lo que sus asesores habían decidido por él el día antes.

Oliver «Olü» North:
Teniente coronel del cuerpo de Marines, miembro del Consejo de Seguridad Nacional y protoanticomunista.

La verdad desnuda: Nunca intentó saltarse una invasión para jugar al golf.

Méritos: Contrató a Fawn Hall, una trituradora de papel de piernas largas, como su mano derecha.

A favor: Prometió defender la Constitución estadounidense.

En contra: Creía que la Constitución le permitía hacer todo lo que él quería.

Bernard Coard:
Secretario del Tesoro del partido micro-marxista de Granada, educado en Estados Unidos, que se autoproclamó gobernante de la isla después de asesinar a su predecesor Maurice Bishop.

La verdad desnuda: Practicó la teoría revolucionaria de «lidera la revolución ocultándote» cuando la invasión empezó.

Méritos: Muy organizado, guardaba sus documentos ordenadamente amontonados sobre la mesa de su despacho.

A favor: Pensaba que la revolución comunista y la industrialización proporcionarían a Granada un futuro mejor que el turismo.

En contra: No tenía ni idea de que Estados Unidos podía invadir realmente un país.

La situación general

En 1983, los soldados norteamericanos patrullaban Beirut en un esfuerzo inútil de establecer la democracia en el Líbano mientras intentaban desesperadamente evitar el control sirio de las milicias islámicas. Se trasladaron misiles nucleares a Europa occidental para contrarrestar los miles de misiles rusos que ya se habían colocado allí. Se financiaba a los Contras para que combatieran a los comunistas sandinistas en Nicaragua y la CIA financiaba a los muyahidines para que lucharan contra los soviéticos en Afganistán. La guerra fría estaba muy, pero que muy caliente.

También aquel año, el secreto partido micromarxista que gobernaba Granada burbujeaba de disensiones. Por supuesto, Cuba había proporcionado cientos de ingenieros para construir una pista de aterrizaje gigante, pero Bernard Coard, el principal socio de gobierno del hombre fuerte de la isla, Maurice Bishop, no estaba contento.

Coard, secretario del Tesoro del partido, había estudiado económicas en la Brandéis University en Massachusetts y en la Sussex University en Gran Bretaña, pero inexplicablemente se convirtió en un ferviente marxista de la línea dura. Tal vez celoso del poder de Bishop, Coard lo acusó de traicionar la revolución, a pesar de la obvia evidencia de la pista aérea gigante que estaba siendo construida lentamente por los ingenieros cubanos y los montones de armas entregadas por los cubanos y los rusos.

Como responsable de la economía, Coard sabía que la revolución no iba bien. La isla-nación, de 100.000 habitantes, tenía problemas para pagar sus facturas, tal vez porque su conversión en una minúscula versión de estados gigantes y fracasados tales como Cuba y Rusia estaba funcionando demasiado bien. A parte de la producción de nuez moscada y algo de turismo, lo único de que disponía el régimen era la facultad de medicina de St. George's, que pagaba al gobierno un buen alquiler. Pero para un gobierno que intentaba fomentar la revolución marxista, basarse en un par de cientos de estudiantes de medicina americanos para proveerse de fondos era incómodo. No obstante, lo que todos comprendían, incluso Bishop y Coard, era que no podían hacer el tonto con el dinero que los americanos proporcionaban.

El descontento Coard finalmente se enfrentó a Bishop y le obligó a compartir el poder. No obstante, mientras estaba de viaje, Bishop llamó a Coard desde La Habana y se desdijo del trato. Cuando Bishop regresó, Coard le puso bajo arresto domiciliario, lo que era bastante fácil porque Bishop vivía justo al final de la misma calle que Coard, en una especie de Avenida de la Revolución de Granada. Cuando se conoció la noticia del arresto de Bishop, la mayoría de granadinos, completamente ignorantes de las luchas dentro del partido, se enfurecieron ante el hecho de que el ampliamente admirado Bishop hubiese sido apartado por Coard en nombre de la «revolución comunista». La mayoría de los granadinos aún no se había dado cuenta de que Bishop era comunista ni de que una tal revolución había ocurrido. Se produjeron manifestaciones espontáneas, las tiendas empezaron a cerrar, Fidel intervino no precisamente contento. Durante cinco días, la situación se enconó puesto que Coard trató de obligar a Bishop a dimitir y éste no aceptó. Al darse cuenta de que no era tan popular como Bishop, Coard se escondió.

El 19 de octubre, una gran multitud subió la colina, pasaron por delante de la casa de Coard haciendo caso omiso de los vehículos blindados, cuyos ocupantes dispararon al aire para dispersar a los manifestantes. La multitud no se asustó y rescató a Bishop. Coard observó desde la ventana de su salón cómo el exultante enjambre volvía a llevar a Bishop por delante de su casa. La multitud transportó a Bishop a Fort Rupert, el cuartel general del ejército que se encontraba en el otro extremo de la ciudad.

En ese momento, había un empate. Bishop, aún recuperándose de sus seis días de arresto domiciliario, no hizo ningún movimiento para arrestar a Coard. Llegó a la conclusión de que puesto que los soldados no habían disparado a la multitud, él controlaba las calles y la situación, y por lo tanto se relajó. Pero Coard hizo lo contrario, tomó la iniciativa y fue a por Bishop.

Siguiendo órdenes de Coard, tres vehículos blindados se dirigieron a Fort Rupert y se abrieron paso a través de las confusas multitudes que pensaron que aquellos vehículos apoyaban a Bishop. Rápidamente, Coard concibió un plan en el que se simularía que Bishop había dado un golpe de Estado y había sido asesinado mientras el gobierno retomaba el cuartel general. Aquello resultaría más tolerable para los ciudadanos que apoyaban firmemente a Bishop. Por supuesto que resultaría confuso para los ciudadanos que se preguntasen cómo era posible que el jefe del gobierno efectuase un golpe de Estado contra sí mismo. Pero ya se sabe, ningún plan es perfecto.

Cuando los soldados llegaron al fuerte, ametrallaron a la multitud que se encontraba allí delante, mataron a docenas de personas e irrumpieron en el interior. Bishop fue capturado fácilmente pero no quiso morir luchando. Después de consultarlo con Coard, el ejército colocó a Bishop y a siete personas más contra el paredón y los ejecutó. Coard ya se había licenciado en stalinismo.

Coard, que declinó presenciar las ejecuciones, formó un nuevo gobierno llamado Consejo Militar Revolucionario (CMR). Su primer acto oficial fue instaurar la ley marcial y el toque de queda. De este modo creó grandes privaciones en un país donde la revolución no había sabido proporcionar electricidad ni neveras a la mayor parte de la gente. Su segundo acto oficial fue librarse de los cuerpos de los líderes del anterior gobierno, un proceso que duró dos días, para el que hizo falta un buen número de camiones y jeeps y que culminó con la quema de los cadáveres en descomposición en una pira detrás de una letrina.

Coard, que ya había mostrado que su estilo de liderar ocultándose era brutal pero efectivo, se retiró entonces aún más a la retaguardia y el general Hudson Austin, jefe del ejército, fue nombrado jefe del CMR. Al día siguiente Austin fue a ver al vicerrector de la facultad de medicina de St. George's para asegurarle que los estudiantes no resultarían heridos. Hasta ese momento, el administrador de la facultad no tenía ni idea de que existiera ningún peligro.

Cuando la noticia de la ejecución de Bishop llegó a Washington, la administración Reagan, siempre con el gatillo alerta ante cualquier provocación comunista, incluso aquellas lanzadas contra otros comunistas, se puso firmes. El coronel Oliver North, ayudado por Fawn Hall, ocupaba el cargo de ayudante del Consejo de Seguridad Nacional con la responsabilidad de coordinar los diferentes departamentos políticos y militares. Esta función le colocó en una posición en la que podía influir sobre el proceso legal de toma de decisiones o incluso prescindir totalmente de él sin ningún riesgo, tal como más tarde hizo durante los escándalos de la Contra e Irán.

Sin embargo, en Granada, North vio la oportunidad de trabajar dentro del sistema. Inicialmente, los jefes militares estaban en contra de la invasión de un país soberano, por pequeño que fuese, sin que hubiese realmente un buen motivo.

Desde luego, los estudiantes, fácilmente convertibles en rehenes, les preocupaban, pero no habían recibido informes de que se les hubiese causado ningún daño. Los partidarios de la línea dura, convencidos de que Granada estaba condenada a convertirse en el eje de un ataque comunista a los lugares turísticos más populares del Caribe, pensaron que era una oportunidad demasiado buena para dejarla escapar. Por lo tanto, recomendaron la invasión.

El Estado Mayor Conjunto, a pesar de estar formado por virulentos anticomunistas, era reacio a invadir un país incluso si era comunista (aunque fuese secretamente) y podía ser conquistado en unos diecisiete segundos. No tenían prácticamente informes de Inteligencia sobre el tamaño o la composición del enemigo al que se enfrentarían sobre el terreno. Los informes de la CIA más o menos decían lo siguiente: las playas son encantadoras, sirven las bebidas heladas, los cubanos están construyendo una pista y sí, de hecho hay estudiantes americanos que podrían ser rehenes. El único punto destacable era que habían descubierto que la isla estaba infestada de comunistas fácilmente vencibles que se habían puesto a tiro de sus armas.

El Consejo de Seguridad Nacional había llegado a un punto muerto, pero North siguió insistiendo. Se preparó una solicitud por parte de la Organización de Estados Caribeños Orientales (Antigua y Barbuda, Barbados, Dominica, St. Kitts-Nevis, St. Lucía, Montserrat, St. Vincent y Granada) pidiéndoles a las fuerzas armadas norteamericanas que, por favor, invadiesen a uno de sus estados miembros. El hecho de que Granada fuese una nación totalmente soberana y miembro de la Commonwealth británica realmente no importó demasiado.

Hacia el fin de semana antes de la invasión, los diplomáticos de Estados Unidos y Gran Bretaña se reunieron en Granada con los líderes del CMR y el vicerrector de la facultad de medicina. Los funcionarios americanos querían que todos los estudiantes saliesen de la isla. Sin embargo, la evacuación de los 600 estudiantes no se podía hacer por aire desde el pequeño aeropuerto del norte, y el aeropuerto más grande del sur, el nuevo eje del comunismo, aún no estaba del todo acabado, por lo que no se podía usar un avión comercial. Se sugirió emplear un buque de guerra, pero los granadinos no tenían (ni tampoco tenían aviones) y se negaron a utilizar un buque de guerra americano porque daría la impresión de una invasión. Se planteó como alternativa utilizar una línea de cruceros, pero no se consideró a fondo. Esencialmente, los estudiantes habían entrado en la isla pero ahora no podían salir.

El CMR envió dos teletipos para tratar de evitar una invasión. El primero fue mandado a la embajada americana en Barbados, que evidentemente no es un centro importante de la política exterior de Estados Unidos y fue pasado por alto. El otro teletipo se envió a Londres, donde en lugar de llegar al gobierno británico, lo recibió una compañía de plásticos porque habían utilizado un número equivocado. La compañía de plásticos llamó al gobierno británico, que pidió que le enviasen el teletipo por correo. Ninguno de los estalinistas caribeños de Granada siguió en absoluto el tema. A pesar de los inquietantes rumores de un inminente ataque por parte de los norteamericanos, parecían del todo despreocupados.

De nuevo en Washington, North seguía con los planes de invasión sin ningún aviso formal ni notificación a los granadinos, los británicos, a la mayor parte del Pentágono y a casi todos los funcionarios gubernamentales electos de Estados Unidos. El principal elemento del plan era que tenía que ser secreto, rápido y que debía incluir una gigantesca operación de rescate de rehenes para garantizar la seguridad de los estudiantes.

El Pentágono tenía un plan de invasión a mano, que servía para muchos países, pero fue rechazado puesto que no guardaba relación con aquello. La visión de North para la invasión no incluía involucrar a pesados presumiblemente críticos con la idea de la invasión, tales como el jefe de operaciones del Estado Mayor Conjunto, que no fue informado. North creía que no se podía confiar en que guardasen el secreto y no hubiese filtraciones.

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