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Authors: Edward Strosser & Michael Prince

Breve Historia De La Incompetencia Militar (37 page)

BOOK: Breve Historia De La Incompetencia Militar
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El 21 de abril, los británicos, que ya estaban entusiasmados con su actuación imperial, iniciaron la innecesaria misión de reconquistar la minúscula y remota isla de Georgia del Sur y su abandonada estación ballenera con una fuerza de setenta comandos.

Como advertencia de las dificultades que se encontrarían en este último resoplido imperial, la operación duró cuatro días.

El primer asalto de los británicos tuvo que suspenderse cuando varios helicópteros se estrellaron a causa de la espesa niebla contra un glaciar que dominaba el centro de la isla. La acción se interrumpió de nuevo cuando el buque de apoyo se retiró ante un submarino argentino que rondaba por la zona. Finalmente, el 25 de abril, los comandos británicos capturaron la guarnición argentina liderada por el capitán Alfredo Astiz, conocido localmente como «el ángel rubio de la muerte». Este resistió salvajemente pero consiguió rendirse sin disparar un tiro. Los argentinos se vieron obligados a abandonar su preciosa chatarra.

Los británicos lanzaron entonces el principal de sus ataques, curiosamente llamados «Black Buck raids» (Antílope), mediante sus bombarderos Vulcan de largo alcance, aparatos que, a causa del debilitado estatus de la Gran Bretaña tras la Segunda Guerra Mundial, se esperaba que fueran mandados a la reserva sin haber soltado una sola bomba. Necesitaron repostar en vuelo cinco veces durante el viaje, un ballet aéreo tan complejo que los repostadores necesitaron repostar a su vez, resultando en un total de once aviones cisterna en vuelo para aprovisionar a dos bombarderos Vulcan. Aquella orgía de repostaje en vuelo acabó en un único ataque a las pistas del único aeropuerto asfaltado de Stanley.

No obstante, aquel único bombardeo de una bomba, resultó ser lo suficientemente poderoso para convencer a los temblorosos argentinos de que retirasen todos sus aviones de las Malvinas y los llevasen al continente. Puesto que la distancia existente entre el continente y las islas evitaba que los aviones argentinos se entretuviesen sobre los campos de batalla más que unos pocos minutos, los reclutas argentinos, muertos de frío y hambre, se ocultaron por Stanley a la espera de un incontestado ataque aéreo británico.

Creciéndose con aquel ligero impulso, el HMS Conqueror, un submarino británico, hundió el crucero ligero General Belgrano y mató a sus 323 tripulantes, justo fuera de la zona de exclusión que Thatcher había creado alrededor de las islas. El Belgrano era una reliquia (americana) de la Segunda Guerra Mundial superviviente de Pearl Harbor y tal vez, como correspondía, fue hundido con torpedos originales de la Segunda Guerra Mundial (británicos). La mitad de las bajas argentinas en la guerra fueron a causa del hundimiento del Belgrano. La armada argentina rápidamente siguió a su fuerza aérea de regreso al continente para no volver a aparecer. Sus fuerzas terrestres, sin apoyo aéreo se encontraron de pronto sin asistencia de ningún tipo excepto el aprovisionamiento nocturno que mantenían, usando el aeropuerto de Port Stanley, aviones Hércules C-130, el avión de fabricación americana que ha servido para afianzar dictaduras en todo el mundo.

Los argentinos, ya a la defensiva, ajustaron astutamente su estrategia militar: se propusieron usar sus cazas franceses Mirage para distraer a los eficientes cazas británicos Sea Harrier y reforzar sus ataques con cazas que transportaran los peligrosos misiles antibuque Exocet de fabricación francesa.

Los franceses, normalmente impertérritos, se sintieron avergonzados por el hecho de que hacía poco que habían vendido aviones y misiles a los argentinos y prometieron a Gran Bretaña, a quien debían en gran parte su existencia como Estado soberano de habla no alemana, que le proporcionarían información sobre los misiles Exocet.

Siguiendo sus nuevas tácticas, el 4 de mayo, un único misil Exocet disparado desde un caza argentino (repostado desde el aire por un avión cisterna Hércules de fabricación americana) hundió al destructor británico Sheffield, que formaba parte de la «línea de piquetes» que protegía a los portaaviones. El buque insignia de la armada, el portaaviones Hermes, escapó por poco a un destino parecido. Como respuesta, los británicos apostaron cinco submarinos nucleares en las proximidades de la costa argentina para desviar los ataques argentinos.

El 21 de mayo, 4.000 comandos británicos finalmente llegaron a la costa norte de la isla Malvina este en un desembarco anfibio.

La fuerza aérea argentina respondió hundiendo tres importantes buques británicos: el Ardent, el Antelope y el Atlantic Conveyor. El hundimiento del Atlantic Conveyor fue el peor golpe: transportaba casi todos los helicópteros Chinook de fabricación americana, que iban a ser usados para transportar las provisiones para las tropas contrainvasoras. La contrainvasión estaba en marcha, aunque sólo un poco.

Mientras, en Gran Bretaña, la BBC, aparentemente falta de práctica desde la operación de Normandía de 1944, anunció tranquilamente al mundo, un día antes del desembarco, el primer objetivo de los comandos británicos: una posición conocida como Goose Green, que contenía un campo de aterrizaje sin asfaltar en la isla Malvina oriental. El jefe de los paracaidistas que realizaban el asalto, el coronel «H» Jones, según dicen, se indignó muchísimo por aquella filtración, pero murió en el ataque antes de que pudiese formular una protesta oficial.

Después de la dura batalla de Goose Green, los comandos británicos empezaron a avanzar al azar por la isla de ochenta kilómetros de ancho hacia la capital, Port Stanley, en la costa oriental. Los británicos se encontraron con problemas de nuevo debido a la dificultad de hacer llegar los suministros a las tropas con el único helicóptero Chinook que quedaba. Cuando algunos de los comandos se apropiaron del Chinook (como si fuera un cachorro perdido en un barco, la prensa británica le puso un apodo cariñoso, «Bravo November») para avanzar y ocupar algunos pueblos vacíos sin órdenes, se encontraron atrapados a medio camino de su destino sin pertrechos. Puesto que éstos eran demasiado pesados, los soldados los habían cargado en los barcos para transportarlos, alrededor de la isla, hasta la ensenada de Bluff Cove, una posición avanzada a sorprendente distancia de Port Stanley. Un desacuerdo entre los oficiales británicos durante la descarga acerca del punto exacto de desembarco acabó en un retraso tan importante que los navíos que transportaban a las tropas fueron tomados por sorpresa por la muy oportunista fuerza aérea argentina. Cincuenta soldados británicos murieron bajo el fuego y las bombas.

Los cazas argentinos continuamente sorprendían a los navíos de la Royal Navy, salidos de la nada mientras los británicos, a pesar de haber inventado el radar, demostraban ser incapaces de crear defensas aéreas efectivas. Los argentinos hundieron una lancha de desembarco, otro destructor (el buque hermano del Sheffield) y ocasionaron graves daños a dos fragatas usando sencillas bombas pasadas de moda. La carnicería hubiese podido ser mucho peor si no hubiese sido por el hecho de que los pilotos argentinos dejaban caer las bombas desde una altitud demasiado baja, con el resultado de que muchas no llegaban a estallar (las bombas se arman automáticamente en el aire después de ser soltadas). Esta información tan útil fue posteriormente incluida en un comunicado de prensa del ministro de Defensa británico, y los argentinos, que a pesar de tener otras debilidades siempre fueron unos buenos lectores de los comunicados de prensa de sus enemigos, ajustaron el armamento de las bombas y mejoraron sus resultados.

En aquel momento, los británicos habían perdido seis navíos importantes y aún tenían que atacar el grueso de las tropas enemigas, en su mayoría inexpertas, que protegían Port Stanley. Algunos líderes habrían sentido dudas sobre la invasión. La Dama de Hierro, no. Ella permanecía impertérrita ante los esfuerzos diplomáticos para resolver la guerra. Galtieri todavía sentía el amor de su pueblo, puesto que los miembros de la Junta Militar aún conseguían evitar que las malas noticias salieran en la prensa.

Los británicos finalmente reunieron las fuerzas para iniciar el ataque a Port Stanley, apoyado por fuego naval y de artillería.

El ejército argentino, falto de una fuerza aérea o naval suficiente para que lo evacuaran, fue rodeado, pero continuó realizando maravillas de destreza con sus Exocets y consiguió matar a trece británicos en el HMS Glamorgan lanzando un misil de casi cinco metros desde la parte trasera de un camión. También bombardeó a las tropas británicas de noche con los bombarderos ligeros Canberra de fabricación británica.

Los británicos, sin desanimarse por aquellos reveses y seguros de su legendaria habilidad para convertir desastres en clamorosas victorias insistieron en sus ataques a las colinas de la periferia de Port Stanley durante las noches del 11 y el 12 de junio.

Las batallas de Mount Harriet y Two Sisters fueron muy breves, pero de gran dureza, con disparos de artillería naval y asaltos directos que buscaban desalojar a los argentinos de sus bien defendidas posiciones detrás de los campos de minas.

La batalla de Monte Longdon fue la más sangrienta, con 23 bajas y 43 heridos británicos. Los argentinos perdieron en ella a 31 hombres y más de 100 resultaron heridos.

La siguiente noche, las dos batallas finales se libraron en las colinas que dominaban Stanley. Los defensores argentinos finalmente escaparon, pero sólo después de enfrentarse a una carga de bayonetas de los británicos. El grueso de los reclutas argentinos, casi 10.000, aún expuestos al frío y al hambre, desafió la orden de Galtieri de resistir y se rindieron en masa a los británicos el 14 de junio sin llegar a entrar en combate. Las Malvinas ya eran de nuevo británicas.

Comandante Alfredo Astiz

A Astiz, muy admirado en el seno de la Junta Militar por ser uno de los torturadores más eficientes de Argentina, donde se le conocía como el «ángel rubio de la muerte», se le dio el mando de docenas de soldados argentinos en la isla Georgia del Sur. Cuando los británicos asaltaron la isla, Astiz se convirtió en el ángel de la rendición. Luchó salvájemente hasta que se rindió a los británicos sin haber disparado un tiro. Después de su captura, el capitán Astiz fue separado de sus soldados y enviado a la Gran Bretaña para ser interrogado por su papel en los crímenes de la Junta Militar. Al cabo de unas pocas semanas, fue mandado de nuevo a Argentina después de que se tomase la decisión de no enjuiciarle. En 1990, Astiz fue condenado por un tribunal francés in absentia por asesinar a peligrosas monjas francesas en Argentina durante la década de 1970. En 2001, fue acusado por la ONG Human Rights Watch, cuando Argentina se negó a extraditarlo a Italia. Aún en prisión preventiva, todavía constituye una amenaza para unas islas Malvinas libres y británicas.

¿Qué sucedió después?

En Gran Bretaña, todo el mundo quería a Maggie. La victoria impulsó a la Dama de Hierro hasta nuevas cuotas de poder y popularidad. Las tropas británicas desfilaron por las calles de Londres victoriosas por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Los militares en Gran Bretaña recibieron un afecto por parte del pueblo que no se había visto en décadas. La victoria proporcionó un muy necesitado impulso de optimismo a todo el país y Thatcher consiguió ganar una gran mayoría en el Parlamento para el Partido Conservador y ostentó el cargo de primera ministra durante casi una década.

La derrota representó un duro golpe para los argentinos. Pocas noticias de la inminente derrota habían llegado hasta el público y la rendición significó un gran golpe para la psicología inflamada del país. Las mismas multitudes que habían vitoreado a Galtieri se volvieron entonces contra él.

El fracaso militar resultó ser la perdición de la Junta Militar y de Galtieri. Los argentinos sufrieron 700 bajas y 1.300 heridos en su intento de luchar en primera división. El desperdicio absurdo de vidas y la ignominiosa rendición señaló el fracaso total de la Junta de una forma que la guerra sucia no había conseguido y dio fuerzas a los intimidados ciudadanos argentinos para finalmente enfrentarse a la Junta Militar.

Las huelgas y las manifestaciones hicieron caer a Galtieri como presidente el 17 de junio, cuando sus compañeros generales no le reeligieron. Ello condujo al final de la Junta Militar y el retorno a la democracia. Se celebraron elecciones en 1983. Finalmente Galtieri fue juzgado por su papel en los crímenes de la Junta Militar y enviado a prisión en 1986. Murió en 2003.

En cuanto a los habitantes de las Malvinas, sus rocosas islas finalmente se convirtieron en una atracción turística para los ciudadanos británicos que estaban dispuestos a viajar a los confines de la Tierra para degustar un poco de efímera gloria. En 1983, a los habitantes de las Malvinas se les otorgó la ciudadanía británica completa y desde entonces no se han vuelto a producir discusiones serias entre Argentina y Gran Bretaña sobre la soberanía de las islas. Una gran guarnición protege las islas de cualquier otro brote de chovinismo argentino.

Estados Unidos invade Granada
Año 1983

En 1980, los americanos eligieron presidente a Ronald Reagan. En parte, fue elegido porque basó su discurso en la promesa de que haría que América volviera a sentirse orgullosa de sí misma, después de la larga pesadilla de la guerra de Vietnam y la humillación del drama de los rehenes en Irán, que duró 444 días. Reagan, un exactor cariñosamente recordado por interpretar a un hombre convencional junto a un chimpancé, se sintió autorizado a cumplir su misión de atacar a los comunistas con cualquier medio a su alcance donde quiera que éstos apareciesen. Eso lo tuvo muy ocupado.

El sueño de Reagan requería una gran expansión militar. Se gastó miles de millones de dólares añadiendo barcos, bombarderos, tanques y misiles al arsenal de Estados Unidos. Armado con aquellos nuevos juguetes, los líderes militares apenas podían esperar para probarlos en situaciones reales sobre un país que se lo «mereciese».

Mientras, en Granada, una minúscula isla llena de palmeras en el fondo del Caribe, cerca de América del Sur, el primer ministro Maurice Bishop, frente a su Movimiento Nueva Joya, gobernaba el país con un gobierno comunista tan pequeño y tan discreto que pocos ciudadanos de Granada se daban cuenta de que era realmente comunista. Curiosamente, Bishop se hizo con el poder mediante un golpe de Estado contra el estrambótico presidente Eric Gairy, mientras Gairy estaba en Nueva York intentando convencer a las Naciones Unidas de que celebrase una conferencia sobre alienígenas. El principal proyecto que Granada aportó a la fraternidad comunista internacional fue construir con calzador y gracias a la ayuda de ingenieros cubanos un gran aeropuerto en un rincón de la montañosa islita. Podría ser usado por aviones de turistas o, lo que era más inquietante, por aviones militares.

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