Bar del Infierno (11 page)

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Authors: Alejandro Dolina

Tags: #Humor, Relato

BOOK: Bar del Infierno
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Los funcionarios municipales tienen como deber principal evitar que los habitantes sean perturbados por los malos espíritus, de modo que cada ángulo y cada dimensión cumple las disposiciones matemáticas que ese propósito exige.

Viajeros que han caminado alrededor de la muralla juran que su extensión es de veinticuatro kilómetros. Nosotros sabemos que la ciudad está dividida en barrios y que los barrios están divididos en li, o distritos pequeños. Cada uno de esos distritos está rodeado de una muralla, y en cada muralla sólo hay una puerta. Cada casa está también rodeada de un muro, con una sola puerta. Las puertas que dan a las avenidas que comunican con otros distritos se cierran por la noche, por eso todos se apresuran a volver a su barrio antes del ocaso.

Las autoridades del imperio desean que nadie se mueva demasiado. El hombre que recorre mucha distancia es insurrecto y conspirador. La sujeción requiere inmovilidad. El censo, también. Los ministros no dejan de quejarse ante las dificultades que presentan las personas itinerantes. Muchas veces, los agentes administrativos llegan a un pueblo y se encuentran con mercaderes, viajeros y vagabundos que ya han sido anotados en el pueblo anterior.

El secretario Li es autor de un informe en el que se denuncia la actividad de un grupo de juerguistas al norte de Loyang, que salían una y otra vez al paso de los censores con el solo fin de burlarse de ellos e impedir el hallazgo de las cifras verdaderas.

En algunas provincias de los desiertos centrales, el censo es absolutamente impreciso. Los agentes de la administración se pierden en las tormentas de arena, las aldeas son cubiertas por los médanos y los caminos desaparecen después de cada viento.

Desde los tiempos del emperador Ho-ti, vivimos en Estado de Censo Permanente. La fugacidad de las cifras es descorazonadora. No terminan de marcharse los agentes administrativos, cuando una muerte, o un nacimiento, o una partida inutilizan su tarea.

Cada día, salen de las capitales nuevas cuadrillas de censores con sus libros enormes y sus pinceles oficiales. Cada grupo se propone corregir al anterior. Pero muchas veces, los regresos son desordenados y es el primero el que corrige al último.

La dificultad de los traslados en Ch'ang-an tiene como fin facilitar el censo. Los jóvenes tratan de enamorarse de personas de su mismo barrio, y mejor aún de su mismo li. Siguen el viejo proverbio «Que ninguna dama te haga atravesar más de dos puertas». Los guardianes nocturnos que vigilan la comunicación entre un barrio y otro, suelen aceptar sobornos de los enamorados y amantes clandestinos. Pero en general, una visita a un distrito lejano implica pasar la noche en casa del anfitrión.

Hay una falta total de comunicación entre el mundo privado y el mundo público. No por tolerancia o alcance exiguo de la administración, sino por la escasez de puertas.

Las hijas de los comerciantes prósperos suelen pasar la adolescencia encerradas en una lujosa habitación. Cuando se casan, abandonan su confinamiento y se trasladan a otra habitación, también lujosa, esta vez perteneciente a la casa de su marido.

Sabios disidentes han descubierto que la comunicación entre los barrios es incompleta y que existen determinados distritos a los cuales no se puede llegar desde algunos otros. Se dice que hay series o colecciones de barrios unidos por puertas, pasillos o calles, pero que están absolutamente cerrados a otras series.

Algunos de los sabios, como por ejemplo el anciano Pa'chung, han llegado a decir que el censo es inútil.

La fórmula de Pa'chung —célebre entre los estudiantes rebeldes— es ésta: 59.594.978 = 72.181.904. Significa que todos los números son iguales.

Según cuentan, Pa'chung fue detenido en cierta oportunidad por el comisario de su distrito, quien le hizo dar una interminable serie de latigazos. Después de cada golpe, el verdugo pedía disculpas al anciano, pues siendo todos los números iguales no sabía cuándo detener la serie.

Algunos secretarios y calígrafos de la administración, han hecho circular en las tabernas el rumor de que se avecina un año de quietud obligatoria. Estará rigurosamente prohibido nacer, trasladarse o, incluso, morir.

Los matemáticos calculan que durante ese año —o a lo sumo en dos— podría realizarse un verdadero y exacto recuento de los habitantes del imperio. El peligro más grave es la superposición de jurisdicciones, por culpa de la cual muchos ciudadanos son contados tres y hasta cuatro veces. También hay que mencionar la densidad de la población de algunas ciudades, que puede llegar hasta cincuenta mil individuos por kilómetro cuadrado. Pero lo que más preocupa a los comisarios es la aparición de comedidos extraoficiales, que se ponen a contar sin autorización y sin método.

El legendario Emperador Amarillo nombró las cosas y las escribió del modo correcto. Una buena administración necesita diferenciar lo que es de lo que no es.

El día que consigamos saber cuántos somos, podremos disfrutar de esa felicidad que sólo puede brindar la certidumbre.

GUALICHO

G
ualicho o Walichu era el nombre que los indios pampas daban al genio del mal, al diablo, al hermano rebelde del creador Chachao. Pero también se llama gualicho a la hierba o filtro que suele usarse para enamorar por arte de hechicería.

Hoy ya casi nadie cree en estas cosas. Pero en mi pueblo sí creíamos.

Hace muchos años, llegó de Buenos Aires un joven farmacéutico llamado Bejerman. Su verdadero nombre era Tortorello, pero el hombre había comprado la antigua farmacia Bejerman y es sabido que los farmacéuticos llevan el nombre de su farmacia. Tortorello venía de ser Katz en Azul y supe que el verdadero Bejerman es ahora Teplisky en el pueblo de Pilar.

Pues bien, Bejerman vendía un yuyo que, agregado al mate, producía el enamoramiento súbito del que se lo tomaba hacia el cebador.

En el pueblo empezó a comentarse la eficacia casi obscena de aquel producto que Bejerman vendía con fingida reserva.

Todas las tardes, los jóvenes se reunían a tomar mate en galpones apartados. Las ruedas se iban achicando vuelta tras vuelta, ya que los repentinos ardores iban excluyendo del concurso a los sucesivos cebadores y a sus objetos de deseo que, a su turno, marchaban al galope hacia los yuyales de la vecindad.

Al parecer, el efecto del gualicho duraba apenas unas horas. Esto lo hacía más atractivo porque permitía disfrutar de los deleites urgentes sin tener que soportar los trámites penosos de la ulterioridad.

Con el tiempo, las personas de mayor edad y aun algunos grupos de matrimonios se aficionaron al uso del yuyo de Bejerman, hasta que llegó un momento en que todo el pueblo andaba engualichado.

Las idas y vueltas del mate caprichoso solían dibujar fugaces laberintos de amores cruzados.

En ocasiones, alguien recibía mates sucesivos de distintos cebadores.

Otras veces el cebador que engualichaba a alguien era engualichado a su vez por otra persona.

También había mates tomados por error, manotazos usurpadores y hasta chupadas por turno de un mismo cimarrón.

Yo, en aquel tiempo, no sabía a quién amaba. Le había dado mate a todas las chicas del pueblo. Pero a decir verdad, todos habían mateado con todos.

Un día cambiaron al comisario. Nombraron a un tal Barrientos que, ni bien se enteró de estos asuntos, prohibió redondamente el gualicho.

El pueblo se resistió. Las mateadas se hicieron clandestinas. Pero con Barrientos no se jugaba. En cualquier momento aparecía en medio de la rueda con cuatro o cinco vigilantes, secuestraba las pavas, las yerberas y los mates y si se hallaban rastros de gualicho, los metía a todos en el calabozo.

Por fin, el intendente negoció un acuerdo. El gualicho quedaría prohibido, salvo un día por año, dedicado a la celebración de la Fiesta del Mate. Durante toda esa jornada se podría engualichar libremente.

Así en mi pueblo, todos los 11 de agosto nos enamorábamos una o varias veces. La gente tomaba mate en las calles. Cualquier desconocido podía ser convidado.

Unos años más tarde, para simplificar las cosas, se instaló un gigantesco mate en la plaza, con miles de pavas e innumerables bombillas, de suerte que todos cebaban y todos tomaban. Es decir, todos se enamoraban de todos.

Las orgías de la Fiesta del Mate aún se recuerdan. Y, por cierto, hay en el pueblo centenares de muchachos que no saben de qué mate son hijos.

Una noche, no hace tanto tiempo, visité a Bejerman en su casa.

A falta de mate, tomamos un licor que nos sirvió su mujer. A la tercera copita, el farmacéutico cayó en estado confidencial.

—Si me promete no decírselo a nadie, voy a contarle algo: el gualicho no existe. Lo que traje a este pueblo es un yuyo cualquiera, creo que contra el resfrío. Pero la gente creyó que enamoraba. Y enamorarse es creer que uno se enamora. Todos pensaban que algo los empujaba. Y era cierto. Pero ese algo, si me permite el lugar común o acaso la grosería, lo llevaban dentro. Además, hay algo que lamentar entre tanta polvareda. En todos estos años nadie se enamoró de verdad. Todos creían ser víctimas del gualicho y los amores eternos duraban dos horas. El único que se salvó de esa desgracia fui yo. Yo sabía que no había yuyo que valiera y entonces viví amores puros, sin trampas ni gualichos. Y por eso estoy al lado de esta mujer, por una decisión soberana de mi corazón. Nadie me hechizó. Nadie me cebó un mate embrujado...

En ese momento, la mujer, que volvía de la cocina, le dijo mientras le ponía la mano en el hombro: «Eso es lo que vos te creés».

INMORTALIDAD I

E
l canon taoísta que hoy se conserva comprende mil cuatrocientas sesenta y siete obras en cinco mil cuatrocientos ochenta y seis volúmenes que no son sino las páginas que se han podido salvar de una colección mucho más vasta, perdida en distintas catástrofes. Casi todos estos textos están destinados a enseñarnos a alcanzar la inmortalidad.

El célebre Ko Hung escribió una enciclopedia llamada
Pao-p'u-tzu.
Allí se informa que la inmortalidad puede alcanzarse única y exclusivamente por efecto del elixir. Los taoístas reconocían dos tipos de elixires: el waitan o elixir exterior, que era una droga elaborada con oro y cinabrio, y el nei-tan o elixir interno. Aquí, la concentración del pensamiento permite revertir los procesos que conducen a la muerte. Ko Hung enseñó también a caminar sobre el agua, a resucitar difuntos y a lograr altos cargos en la carrera de funcionario.

En el
Huang-t'ing ching
o
Libro de la Sala Amarilla
se establece que la inmortalidad se alcanza recitando esa misma obra reiteradamente. Al parecer, esta declamación hace aparecer ante el ojo interior las divinidades que habitan en el cuerpo. El practicante recibe de ellas las instrucciones precisas para no morirse nunca.

Se-ma Yen era un tejedor de Siang-yang que continuamente leía el
Libro de la Sala Amarilla
en voz alta o recitaba, mientras tejía, capítulos que se había aprendido de memoria. No se detenía nunca. Durante el sueño sus familiares lo oían murmurar. Ninguna conversación mundana interrumpió jamás su discurso. Una tarde, cuando Se-ma Yen ya había empezado a envejecer, se presentó ante su ojo interior T'ai-i, la Unidad Suprema, en persona. La voz de aquella divinidad resonó en la calavera de Se-ma Yen:

—¿Has dejado de recitar alguna vez?

Se-ma Yen adoptó una posición ritual y contestó con el mayor respeto:

—Jamás he dejado que nada me interrumpiera.

—Pues ahora yo te he interrumpido —dijo el dios. Y desapareció.

Se-ma Yen murió seis años después, atropellado por el carro de un vendedor de limones.

INMORTALIDAD II

D
esde los dudosos tiempos del Emperador Amarillo, las técnicas sexuales fueron factor esencial en la búsqueda de la Ch'ang-sheng pu-szu, la vida perdurable.

El propio Emperador era entendido en la práctica del huan-ching pu-nao, que consistía, en el caso de los varones, en evitar la culminación sexual para retener en su cuerpo todo el ching o energía. A la vez, era deseable que la compañera asumiese la actitud inversa, es decir, que liberara su energía tantas veces como fuera posible. Llegado el caso, convenía ir cambiando de compañera.

Gracias a estas destrezas, el Hijo del Cielo podía homenajear a mil doscientas concubinas sin perjudicar su salud. Esta hazaña no debe extrañarnos y es acaso la menor de este ser legendario que nació por generación espontánea, fue progenitor del género humano y creó la escritura, el orden social, la brújula, la rueda de alfarero y el gusano de seda. Según parece, a la edad de cien años alcanzó la inmortalidad y se marchó a los cielos montado en un dragón.

Ya en tiempos históricos, los maestros aconsejaban a los varones beber bajo la lengua y en los senos de la mujer unas esencias vigorizantes. La saliva femenina debía ser también sorbida para incrementar la pasión. Se establecía asimismo la ubicación de un punto denominado p'ing-i, que se encuentra dos centímetros y medio sobre el pezón derecho y que debe ser oprimido por el varón durante el juego erótico.

Las escuelas taoístas del Camino de la Suprema Paz y de las Cinco Fanegas de Arroz buscaban la unión del ying y del yang practicando unas orgías colectivas llamadas ho-ch'i. Se celebraban los días de novilunio y plenilunio. Después de las danzas del dragón y el tigre, los participantes se unían sexualmente tantas veces como podían.

Lamentablemente, no conocemos el ritual preciso de estas farras pues los comisarios confucianos ordenaron borrar del canon todas las descripciones.

Si por alguna razón las prácticas sexuales no estaban a su alcance, el aspirante a inmortal podía ejercitarse en alguna técnica respiratoria. La circulación del hálito o hsing-ch'i consiste en guiar el aliento con la mente y hacerlo circular por todas las partes del cuerpo.

Ko Hung recomienda retirarse a un aposento tranquilo y tirarse en un catre sin pensar en nada. Una vez excluida toda sensación, se inspira y se retiene el aire durante un latido cardíaco. En sucesivas inspiraciones se prolonga la retención durante un mayor número de latidos, hasta alcanzar los mil. En ese punto, el oficiante se hace inmortal o poco menos.

CORO

Amar a mil doscientas mujeres

hospitalarias y complacientes

fue siempre más fácil

que amar a una

que se niega a la cópula con obstinación.

La preferencia

es lo que mata,

la obstinada preferencia

por alguien.

Un verdadero inmortal

no distingue a una amante de otra.

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