La disciplina estaba directamente relacionada con la injusticia: se infligían castigos a quienes menos los merecían. O peor aún, se sancionaba o se premiaba a un alumno en virtud de las acciones de otro. De esta suerte, nadie era responsable por sus actos, pero sí por faltas ajenas.
Los reglamentos cambiaban cada día y sin notificación alguna. Los estudiantes no podían saber qué conducta se esperaba de ellos.
En 1071, el poeta Kin Ts'ing escribió
Escena escolar en K'ai Feng,
un breve texto que enfatiza la perplejidad ante la sanción imprevista.
VOCACIÓNEl estudiante Li Wang, sobrino del director de la Oficina de Inventos del Imperio, se encontraba descansando en los jardines de la escuela. Mantenía la rigurosa posición del loto, mientras su índice derecho era rodeado por los cinco dedos de la mano izquierda, es decir, en la mudrá de la Suprema Sabiduría. De pronto, apareció Shau, el preceptor. Sin mediar palabra, golpeó la espalda del alumno con su sable. Después dijo en tono oficial:
—¡Infracción, infracción! Prepárate, Li Wang, a recibir cuarenta y dos azotes.
Empleados menores dispusieron el moblaje indispensable para el castigo. Enseguida, Yen, el verdugo del turno tarde, dio comienzo a los azotes. Shau, el preceptor, dirigía el escarmiento con precisión académica.
Al décimo latigazo, el estudiante Li Wang alzó apenas su voz:
—Ilustre Shau, si me concediera usted la honra de revelar la naturaleza de mi falta, podría yo colaborar abriendo la indignidad de mi cuerpo al sufrimiento más adecuado para la expiación.
—Ésa es tu falta, oh, sobrino del director de la Oficina de Inventos del Imperio, la soberbia de creer que hace falta un acto de tu mente o de tu cuerpo para desatar la cólera soberana de tus amados preceptores.
Li Wang comprendió. Y recibió los latigazos como rayos provenientes de una tormenta súbita.
Ha dicho el maestro Ho Chiang:
El castigo injusto o equivocado produce un efecto disuasivo muy superior al de la pena justa. Casi nadie cree en su propia culpa y las protestas de inocencia estorban los escarmientos. Es preferible establecer que la autoridad, tal como lo hace el destino, aplica su rigor sin necesidad de causa, sin pretensiones de lógica, sin veleidad de justicia.
C
uentan que el joven Pa Chieng, segundón de una familia de guerreros, llegó, después de veinte años, hasta el último examen de la carrera de amanuense en la Escuela Administrativa de Hang Cheu. El título presuponía el conocimiento de los Diez Mil Libros, el ejercicio impecable de la poesía clásica, el dominio de la geometría y el arte de construir sismógrafos, así como el perfecto manejo de la ciencia alquímica. Cumplidas todas las pruebas, podía uno ingresar directamente a la Administración Imperial, como ayudante del maestro redactor de citaciones judiciales.
Pa Chieng se hallaba cabeza abajo, colgando de una soga y semisumergido en las heladas aguas del estanque. Estaba a punto de completar el sexto de los nueve madrigales que le habían encargado. Un alto funcionario de la dirección apareció de improviso y suspendió la tarea.
—¡Infracción, infracción! —gritó con las manos en la cintura y las piernas muy abiertas. Ordenó que descolgaran a Pa Chieng, lo abofeteó repetidamente y luego le dijo:
—Te hemos estado observando, Pa Chieng, hijo y nieto de coroneles. Has deshonrado a los guerreros de tu fama esforzándote en no parecerte a ellos. Tus calificaciones ha sido altas, eso hace más grave la afrenta. Queríamos ver hasta dónde eras capaz de llegar y hoy sabemos que no hay límite para tu desvergüenza. Abolimos, pues, tus logros académicos, como un gesto de perdón. Márchate y sé guerrero Si te apresuras, serás sargento antes de morir.
L
a dinastía T'ang gobernó el imperio de la China entre el 618 y el 906. En esos años, se desarrolló un nuevo sistema burocrático. Los T'ang ampliaron el sistema de exámenes que existía para evaluar a los funcionarios. Hasta ese momento era indispensable la erudición. La emperatriz Wu estableció que la poesía también fuera un requisito esencial para ingresar a la administración pública.
En la ciudad de Ch'ang-an vivieron durante casi tres siglos extraordinarios poetas que se desempeñaban como empleados nacionales.
Allá por el año 800, empezaron a ponerse de moda unos paralelismos y artificios formales que llegaron a ser más importantes que el significado.
Los académicos hicieron una distinción entre la escritura práctica llamada pi y el lenguaje literario o wen, que estaba lleno de firuletes.
Las obras de Confucio y del célebre historiador Ssu-ma Ch'ien eran
pi
. Las de los jóvenes poetas eran inevitablemente
wen
. Algunos funcionarios conservadores reaccionaron y un gobernador fue castigado por escribir informes en el nuevo estilo.
A pesar de las objeciones de los eruditos confucianos, el estilo
wen
prevaleció. El significado de los textos administrativos empezó a resultar cada vez más oscuro. En 1935, el periodista francés Jules Garnier tuvo la ocurrencia de escribir en estilo wen la actual frase «Prohibido estacionar durante las 24 hs».
Que nada se detenga nunca.
Las horas, los vientos, las pasiones
no estarán mañana donde están hoy.
El viajero vuelve al aposento
donde quedó su amada
pero su amada ya se ha ido
y el aposento también.
El antropólogo Herbert Chorley hizo lo mismo con «Prohibido escupir en el suelo».
De los portones del alma,
de la morada del beso
del manantial del lenguaje
absténganse de salir
ofensas líquidas
a la dignidad horizontal
que nos sostiene,
manga de chanchos.
Han Yu era un prosista confuciano que odiaba a los budistas. Su estilo era límpido y sereno, fiel a la más austera ortodoxia clásica. Junto a un grupo de seguidores se propuso enfrentar aquellos amaneramientos. Creó entonces la ku wen o prosa clásica. Pero la desgracia lo estaba esperando.
En el año 819, el emperador Sui Wen Ti, curiosamente interesado por el budismo, dispuso que un dedo de Buda fuera trasladado a la capital.
Las multitudes se enloquecieron: un soldado se cortó el brazo izquierdo delante de la reliquia de Buda y, mientras lo sostenía con la mano que le quedaba, hacía reverencias.
Miles de personas andaban sobre sus codos y rodillas, arrancándose los dedos con los dientes.
Estos hechos afectaron profundamente a Han Yu. Inmediatamente envió al emperador un memorial que se haría famoso. Se titulaba
Sobre el hueso de Buda
y defendía el punto de vista escéptico y racional de la filosofía confuciana, en clara oposición a los seguidores del budismo.
Han Yu lo escribió en estilo ku wen. Con frases precisas y tajantes afirmó que el budismo era una doctrina bárbara que sólo ocasionaba perturbaciones.
Pidió que el dedo de Buda fuera arrojado al agua o al fuego y que se prohibiera definitivamente aquella superstición.
El emperador se enfureció y sentenció a Han Yu con la pena de muerte. Los sabios confucianos consiguieron que la sentencia fuera conmutada por el destierro.
Con el paso de los años, la prosa clásica volvió a florecer en obras serias y austeras. Pero Han Yu no pudo ver el triunfo de sus principios. Se había muerto en el año 824.
Mucho antes de eso, el poeta Li Tsu, que cumplía funciones burocráticas en las provincias occidentales vecinas a Tufan, escribía sus versos en un lenguaje oblicuo que anticipaba el estilo wen.
En el otoño de 755, mientras el bárbaro An Lu-shan se rebelaba contra el emperador, unas tropas de tibetanos dejaban atrás Ch'eng-tu y marchaban hacia la capital.
Li Tsu resolvió informar inmediatamente a los soldados del emperador. Dispuso que cinco jinetes marcharan por caminos distintos e intentaran los atajos más riesgosos para que las tropas imperiales pudieran preparar la defensa de la ciudad de Ch'ang-an. Demoró algunos días, eso sí, en redactar el mensaje. Después de numerosas modificaciones, el final decía así:
La columna que sostiene el mundo,
se ha precipitado.
El tigre ataca al joven cazador
arrancándole el corazón.
¿Qué podrá hacer un bárbaro
con el anillo de una princesa?
Llueve arena.
Dos de los jinetes llegaron a la corte del emperador Hsuan-tsung mucho antes que los tibetanos.
Los funcionarios recibieron el mensaje pero no se pusieron de acuerdo en su interpretación. Al principio, juzgaron que la columna que sostenía el mundo era ciertamente el emperador, que su poder se había derrumbado, que el tigre era An Lu-shan, que el corazón del joven cazador era la capital y que el anillo de la princesa era el sol naciendo, es decir, el este. Sobre el inciso «llueve arena», todos coincidieron en que significaba que el tiempo corría y hasta hicieron comentarios de menoscabo ante una metáfora tan vulgar.
Se reforzaron entonces las posiciones que custodiaban los caminos que venían del oriente por el río Amarillo y se advirtió a una guarnición que acampaba cerca de Loyang.
Pero apenas un día más tarde, otro grupo de funcionarios opinó que la columna era el palacio, que el tigre era el destino, que el cazador era el emperador y que su corazón era su concubina muerta, la hermosa Yang Kuei-fei. En cuanto a la pregunta acerca del bárbaro y los anillos, los exégetas consideraron que aludía al desinterés de An Lu-shan por instalarse en la corte. La lluvia de arena fue despreciada como torpe alegoría del tiempo.
Todo esto llevó a pensar que los males de la dinastía estaban en la melancolía del Hijo del Cielo, de modo que fueron convocados con urgencia los mejores músicos, bailarines, acróbatas, adiestradores de hormigas y remontadores de barriletes.
Todavía no habían llegado los artistas cuando el grupo más conservador de cortesanos juró que la columna que sostenía el mundo era literalmente una de las cuatro columnas que sostenían el mundo, pero era imposible saber cuál. El tigre era indudablemente Lin-fu, el avieso ministro que había confiado en An Lu-shan. El joven cazador era el imperio y su corazón, el viejo canal de Cheng Kuo. En cuanto al verso del bárbaro y el anillo, fue considerado una adivinanza obscena.
Justo cuando se burlaban de la tosca literalidad de la lluvia de arena, llegaron los tibetanos y saquearon la ciudad sin encontrar resistencia alguna.
ESCENA TRÁGICA
Personajes
:Sarpedón, hermano del rey Minos
Minos, rey de Creta
Doncella I
Doncella II
Doncella III
Escila, hija del rey de Mégara
El campamento del rey Minos durante el sitio de Mégara. Su hermano Sarpedón acaba de regresar de Creta, donde ha consultado al dios de la caverna del monte Ida.
SARPEDÓN: —Minos, hermano mío, traigo noticias de Creta.
MINOS: —Habla sin demoras, Sarpedón. Mis ejércitos han estado inmóviles esperando tu regreso. ¿Has bajado a la caverna del monte Ida?
SARPEDÓN: —Sí, lo hice.
MINOS: —¿Has oído la voz infalible de la divinidad oracular?
SARPEDÓN: —La oí.
MINOS: —¿Te has asegurado de que no se trataba de impostores ocultos entre las rocas?
SARPEDÓN: —Lo hice.
MINOS: —¿Has preguntado a los escribanos del oráculo el verdadero significado de las palabras que has creído oír?
SARPEDÓN: —Hice todo eso. El dios habló, oye la traducción
(lee de un rollo):
Mégara es la ciudad más milagrosa:
Apolo tocó allí su invicta lira,
la piedra en que apoyaba el instrumento
ha cobrado virtudes musicales.
Si alguien la golpea, la piedra canta,
pero otras magias hay más complicadas:
tiene el rey Niso en su cabeza un pelo
que es de oro o de púrpura, quién sabe.
En ese solo pelo está la fuerza
que lo torna invencible. Mas agrego
que su vida es aquel áureo cabello.
Córtenlo y morirá, tal el secreto.
MINOS: —¿Qué más ha dicho el dios?
SARPEDÓN: —Nada más, eso fue todo.
MINOS: —Pues te diré cuál es el verdadero mensaje. Se dice así: nunca podremos derrotar a Niso.
SARPEDÓN: —¿Y si alguien le cortara el pelo?
MINOS: —No hay tal pelo. Los dioses y los oráculos se valen de historias maravillosas para hacernos comprender verdades simples. Yo quise imponerle una alianza a este rey, para que sus tropas acompañaran a las mías en la guerra contra Atenas. Pero ahora sé que debemos marcharnos de aquí. Mañana mismo zarparemos.
SARPEDÓN: —Como tú digas, hermano y Rey.
MINOS: —Algo más. Antes de abandonar Mégara deseo embriagarme con su vino y sus mujeres. Ordena que me traigan tres jarras y tres prisioneras.
SARPEDÓN: —Así se hará.
(Sale rápidamente.)
MINOS: —Ah, esclavitud del juramento... Ah, trabajoso afán de la venganza... Yo he prometido llevar la desgracia a Atenas, para cobrar la muerte de mi hijo Androgeo. Ahora sé que es inútil cualquier escarmiento, pero no puedo retroceder. Ser rey es obrar continuamente sin sentido, es trasladar nuestro infortunio a otros miles. Quisiera ser pastor y cobarde, para que mi maldad fuera inoperante.
Mientras Minos habla, entran trescientas cincuenta y cuatro doncellas, cada una de ellas con un toro blanco. Avanzan hacia el fondo del escenario y se precipitan en un enorme pozo en el que arde un fuego eterno. Inmediatamente después de esta maniobra, regresa Sarpedón junto a tres muchachas que traen una jarra de vino cada una.
SARPEDÓN: —Tus órdenes han sido cumplidas, mi señor.
MINOS: —Bien, bien. Ahora disfrutaré de los placeres de este vino y me beberé a las mujeres hasta la última gota.
LAS TRES MUJERES
(espantadas):
—¡¡NO!!
SARPEDÓN: —¿Qué sucede? ¿No desean disfrutar de los abrazos del rey Minos? Es un hombre apuesto y es también el amante más vigoroso de Creta.
DONCELLA 1: —Estamos en vuestras manos, señores. Es cierto que el rey Minos es el más deseable de los hombres. Pero hemos oído decir que su esposa Parsifae le ha impuesto una maldición.
DONCELLA 2: —Todas sabemos lo que le sucede a Minos cuando alcanza el ápice de su placer.